domingo, 24 de enero de 2010

De la Democracia.

Con especial afecto a todos los interesados en lograr un mejor México.

El hombre es un ser gregario por naturaleza. Esto significa que el hombre tiende a juntarse con sus semejantes para poder defenderse de sus enemigos comunes, para tener una convivencia mejor, para disfrutar la vida.

Todos hemos escuchado cuando la gente habla de congregarse, es decir, cuando se junta. Igual hemos tomado conocimiento de cuando segregan a alguien, es decir, cuando lo hacen a un lado. También de cuando se agregan. Todos son derivados del mismo término.

Para poder vivir en comunidad, el hombre ha debido dejar a un lado algunos derechos que podrían considerarse muy suyos, pues ha de sujetarse a las reglas que la sociedad le dicta. Por tanto, si bien es cierto cada uno es libre de hacer al interior de su domicilio lo que le plazca, también es cierto que no puede andar por la calle sin más ropajes que su inmoralidad y sus vergüenzas, pues ello lo lleva a quebrantar las reglas que el mismo hombre se ha impuesto.

Lo mismo sucede desde que se es niño. Va aprendiendo a jugar, y debe aprender a compartir sus juguetes, como también aprende a jugar con los demás, aún cuando el juego no sea el que él haya propuesto.

En el caso de una colonia o barrio, en el que conviven diez o más niños, siempre hay un líder que propone los juegos. Los demás, o lo secundan, o se segregan.

Más adelante, ya en etapas de estudiantes, se reúnen aquellos que tienen intereses comunes: por un lado van las niñas estudiosas, muy bien portadas. Por otro, el grupito de deportistas, que lo mismo juegan fútbol callejero, que participan en torneos formales de béisbol, o de cualquier otro deporte. Más allá, tenemos a los vaguitos, que fuman todo lo que se encuentran, y así, una pluralidad de grupos.

Cada uno en su fuero interno, va determinando a qué grupo se une, a fin de formar equipos.

Ya dentro del grupo, no todos tienen las mismas ideas, aún siendo afines en sus preferencias. Por ejemplo, en el grupito de deportistas, un día alguien propone acudir al cine después del juego y otro sugiere acudir a tomar un refresco en la cafetería de moda.

Deben someter las propuestas a la decisión del equipo en su integridad, y del resultado, dependerá la actividad a realizar. Por supuesto, si son miembros de un mismo equipo, todos, absolutamente todos, deberán acatar la decisión de la mayoría, pues tuvieron oportunidad de proponer su oferta cada grupo, de explicar las razones del por qué una era mejor que la otra, y también, tuvieron la oportunidad de votar y ser votados. Esos son los rudimentos de la democracia.

En los adultos sucede igual.

La democracia, el gobierno del pueblo para el pueblo, como lo definen los que de eso saben, es tan sólo la posibilidad de que los ciudadanos, ya no niños, determinen qué actividad desean realizar, a qué equipo desean incorporarse, y luego, dentro del equipo o ahora, partido político, tratar de convencer a sus correligionarios que sus propuestas son las mejores.

Sin embargo, cuando se pertenece a un equipo o partido político, no se vale descalificar al grupo que ganó, cuando se tuvo la oportunidad de hacer propuestas, de someterlas a debate, de cabildearlas, en suma, de hacer lo posible por obtener el triunfo.

En la actualidad tenemos varias ofertas políticas. Tenemos varios partidos políticos que pretenden alzarse con el triunfo en cada elección.

De Usted, querido lector, depende que el juego que nos toque, sea el que nos interesa jugar. De Usted, amable lector, depende que los intereses que perseguimos resulten triunfadores.

Cada uno de nosotros tenemos nuestro fuero interno, es decir, aquella parte de nuestra capacidad de decisión en la que nadie puede ni debe influir. Si Usted decide pertenecer a tal o cual partido político, hágalo. Lo felicito. Desde el momento en que Usted participe, gritando, pegando cartelones, ofreciendo discursos, acompañando a sus candidatos, Usted tiene derecho a reclamar y decir que no es el juego o la propuesta por la que Usted votó.

Si Usted se abstiene de votar, si Usted decide no participar en el juego político, si Usted decide no apoyar a ninguno de los actores de la arena pública, entonces, Usted no tendrá autoridad moral para reclamar. Es así de fácil. Como en los niños.

Si cuando niño los demás no quisieron jugar a lo que Usted proponía, y el resultado fue que recogió la pelota y los guantes, pues eran suyos, tal vez se habrá alzado con una victoria pírrica, mas nunca habrá conseguido despertar en sus compañeritos de juego las ganas de seguir jugando con Usted.

Es exactamente lo mismo en la esfera de los adultos. Cuando uno de los que juegan a la política se considera dueño del bate y de las pelotas, y decide que los demás han de jugar a lo que él propone, sólo habrá de lograrlo en cuanto los demás lo permitan. Eso es un dictador o un tirano.

Un grupo de niños en los que exista cohesión, que tengan intereses comunes; un grupo de ciudadanos concientes de su destino y afanes, una sociedad participativa, no podrán nunca ser sujetos de la voluntad de aquél que se irroga la potestad de declararse dueño del bate y de las pelotas.

Es tan fácil como considerar que el campo de juego es nuestro país, que es de todos nosotros y que si como sociedad no queremos que juegue alguno, tan fácil como segregarlo. Tan fácil como separarlo de la comunidad. En el caso de los políticos, eso se logra votando por otro partido distinto a aquél que consideramos que nos hace daño.

Pero, ojo, un político no es un partido.

Un ciudadano, cualquiera que sea, no es más que otro, por más cargo público o dinero que tenga.

Ante los ojos de la sociedad, somos iguales.

La manera de demostrar esa igualdad, es participando activamente en los juegos que nos corresponden de acuerdo a nuestra edad e intereses.

Aquellos que excedan los dieciocho años, los que ya son ciudadanos, tienen el deber, la obligación y el derecho de votar y ser votados.

Sólo participando activamente podremos tener el derecho a reclamar a los gobernantes por aquellas actitudes en el juego que nos molesten.

Si no somos más que simples espectadores del juego de la política, si no participamos con nuestro voto, ¿a título de qué podremos reclamarle a los malos políticos por sus acciones?

Si nosotros no vamos al parque a jugar cuando somos niños, ¿por qué habremos de quejarnos de que tal o cual niño hizo esto o lo otro?

Sólo quienes participan tienen autoridad moral para reclamar.

Ojalá Usted, mi caro lector, participe y gánese el derecho de opinar y gritar sus verdades a los cuatro vientos.

Yo, lo estoy haciendo.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: josegomezporchini@yahoo.com


Monterrey, N.L., a 01 de diciembre de 2005.

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