martes, 24 de octubre de 2017

Made in México. Crónica de una tarde de teatro



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante


Serían aproximadamente las cuatro de la tarde cuando mi hermana Isabel me habló para invitarme a ver la obra de teatro Made in México. Me dijo que saldría Juan Ferrara y otros. Por supuesto, acepté. No es cosa de dejar pasar una oportunidad de ir al teatro y sentirme como riquillo, cuando menos así dijo Alejandro Suárez.

Y sí, la obra se presentó en el Teatro de la Reforma en mi muy querido Matamoros, Tamaulipas, en el marco del Festival Cultural de Otoño. Ahí estaba todo el mundo, cuando menos, todo el mundo que representa algo en la ciudad y también, que tiene para pagar el importe del teatro, que siempre ha sido una diversión elitista, por lo caro de los precios.

Tercera llamada, comenzamos. Y empezó la obra.

Una María Rojo espléndida en su papel de ama de casa de familia pobre, venida a lo mínimo después de las devaluaciones y los descalabros económicos que ha sufrido el pueblo mexicano, fíjese bien, digo el pueblo mexicano, porque los funcionarios, los políticos, los grandes empresarios, de cada descalabro del país han salido mejor librados. Siempre el amolado es Juan Pueblo y así lo repitieron hasta el cansancio.

Apareció El Negro. Alejandro Suárez que en el nombre lleva la fama. El Negro, con el departamento en la vecindad y el taller hipotecados, con una hija que sueña con estudiar una carrera y que tiene un novio que “no me gusta”, según El Negro, pero que a quien le ha de gustar es a la niña, según La Yolis, que es el papel de María Rojo.

Y de pronto irrumpe en escena Juan Ferrara acompañado de Laura Flores. Él, con la presencia en escena que hacía desvanecer a las mujeres… y ella, con los tonos norteños, de la vecina Reynosa, que le dan carácter al personaje.

Resulta que el Negro y Marisela, el papel de Laura Flores, son hermanos. Fueron compañeros de escuela todos… Marisela y La Yolis, estaban en primero, El Cuñado, que es el papel de Ferrara, en tercero y El Negro, en sexto de primaria. Terminaron juntos y según aclaró El Negro, no porque hubiera reprobado, sino porque los esperó. Claro, estuvo nada más siete años en sexto, no más, porque ya no cabía en el pupitre.

Marisela y El Negro, hermanos. Cuando la devaluación, alguna importante, que lo han sido todas a lo largo de los años, El Cuñado y Marisela debieron emigrar con los gringos a hacer la vida y no por gusto, sino porque aquí, en su tierra, se le cerraron todas las puertas.

El Negro y la Yolis han permanecido en México, con todo hipotecado, sin esperanza alguna de levantar cabeza y con el sufrimiento a flor de piel, el dolor de la pobreza y la humillación de permitir que otro pague sus cuentas, porque no tiene con qué hacerlo él. Eso sí, dijo que le gustaba que lo estuvieran humillando.

El punto crucial es la disyuntiva: irse con El Cuñado y Marisela a vivir con los gringos a Estados Unidos, donde Marisela ya le consiguió trabajo y visa a su hermano El Negro o permanecer aferrados a un país que cada día tiene menos que ofrecer a sus connacionales, a pesar de que algún día se le dibujó como “El Cuerno de la Abundancia” (ojalá usted lo recuerde) y en el que se nos dijo que teníamos que aprender a “administrar la riqueza”. Ellos sí aprendieron. La inmensa mayoría de los mexicanos, solo hemos lidiado con la pobreza.

Y María Rojo, La Yolis, se negó a dejar su tierra, escuchando canciones como México en la Piel. Ofreció sus razones: la tierra de mis padres, la herencia de sangre, mis muertos y sus querencias y otras cosas que los apátridas ignoran.

Todo ello en medio de una serie de chistes ya muy conocidos, muy trillados que por momentos me hicieron estar en brazos de Morfeo, pero mi hermana impidió que disfrutara el sueño. Valió, porque pude disfrutar la obra.

Es original de una argentina, Nelly Fernández Tiscornia y dirigida por Manuel González Gil. 

En momentos es más que cruda. Es brutal y no dijeron una sola mentira. Reflejaron lo que muchos sabemos pero que pocos plasman en tinta. Es la realidad mexicana que, por lacerante, es realidad latinoamericana. Es lo mismo a lo que le cantó La Negra, Mercedes Sosa, cuando habla de los desahuciados que tienen que partir a otra tierra. Es nuestro México y se lo están acabando. Esa es la obra que representa la vida real.

Y sí, los artistas, desde la Grecia antigua, han sido los que, desde el papel de bufones, se atrevían a decirle al rey los errores que veían. Así ahora, en que con todas sus letras describen una realidad social y la gente los aplaude… este es nuestro México.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini


De bromas, burlas y cómo ofender a la gente



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante

Hace unos días estaba platicando con alguien muy cercano y salió el tema de las bromas y las burlas y de inmediato, surgió la voz que dijo que siempre, en quien recae la broma o la burla no disfruta la situación y sí, tenía razón y por eso hoy estoy aquí ante ustedes.

Como en todo trabajo metodológico, hay que partir por definir las palabras clave: broma, burla y ofensa en este caso.

Según la RAE, dice respecto de broma:

1. f. Chanza, burla; 2. f. Bulla, algazara, diversión; 3. f. Persona, cosa o situación pesada y molesta.

En cuanto a burla, establece:

1. f. Acción, ademán o palabras con que se procura poner en ridículo a alguien o algo; 2. f. chanza; 3. f. engaño.

Y para concluir las definiciones, vamos por el significado de ofensa:

1. f. Acción y efecto de ofender. Ofender: 1. tr. Humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos; 2. tr. Ir en contra de lo que se tiene comúnmente por bueno, correcto o agradable. Ofender el olfato, el buen gusto, el sentido común; 3. tr. desus. Hacer daño a alguien físicamente, hiriéndolo o maltratándolo; 4. prnl. Sentirse humillado o herido en el amor propio o la dignidad.

Es decir, una broma es una burla o situación pesada y molesta, en la que se procura poner en ridículo a alguien o algo y se termina humillando o hiriendo el amor propio o la dignidad de alguien.

Cuando alguien quiere hacer una broma o burlarse de alguien más, sabe, con pleno conocimiento de causa, que va buscando humillar, ofender, herir el amor propio o la dignidad de alguien más. Es decir, significa actuar, con pleno conocimiento de causa, en pos de la palabra o el acto que van a denostar a algo o a alguien, por el simple placer de reír un momento.

La pregunta ahora es: ¿Vale la pena un momento de risa, cuando se sabe que se ha herido el amor propio o la dignidad de alguien?

Ese el punto a dilucidar. ¿Hasta qué momento es válido hacer bromas o burlarse de algo o de alguien?

Ya la legislación ha establecido que el jefe que en el trabajo hace burla de sus subalternos está cometiendo mobbing y ya es considerado causal suficiente para terminar la relación laboral sin responsabilidad para el trabajador.

Por obvias razones, las burlas que él o los trabajadores hacen del patrón no llegan a oídos de éste, pues de lo contrario serían despedidos de inmediato.

¿Y cuando la burla o broma, que siempre ofende, se da entre pares, es decir, entre iguales en rango? Compañeros de trabajo, de escuela, de vida, vamos, entre amigos…

Una amistad que se finca en la burla o broma, que zahiere la dignidad del “amigo” no puede llegar muy lejos a pesar de que el que la sufre diga: -es que así nos llevamos, muy pesado. Lo cierto es que en su fuero interno sabe y está consiente que la burla y la broma, de palabra o de hechos, con la actitud o con dichos, humillan y lastiman al receptor.

No importa que usted pretenda soportar la ofensa diciéndose: -es que sí estoy (aquí acomode el adjetivo calificativo que guste). No hay razón alguna para soportar la ofensa.

Por el contrario, cuando la relación de amistad y más, noviazgo o matrimonio, están construidos en el respeto y la alabanza, día a día se fortalece el vínculo.

Piénselo y trate de no hacer blanco de sus bromas y sus burlas y por lo tanto, de no ofender a sus hermanos, a sus amigos, a su pareja y menos, a sus hijos.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini