domingo, 22 de marzo de 2015

Taxi barato, trabajador sin derechos, gobierno sin impuestos





José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              

Hace escasos días, semanas tal vez, me enteré de la existencia de Uber, la empresa dedicada a proporcionar servicio de transporte terrestre de pasajeros a precios módicos. Fue de manera casual, pues vi que uno de mis contactos en Facebook comentaba que estaba él en el aeropuerto de Guadalajara, Jalisco, batallando para llegar a su destino, pues los taxistas tenían un plantón para protestar.

Entonces publicó en su cuenta que deberían inventar un servicio de taxis por internet, que lo pidieras y te lo mandaran en minutos y te llevaran a tu destino de buen grado. De inmediato le contestaron: ya existe. Es una APP y nada más necesitas descargarla y listo. Felicitó en la red a los inventores y todos contentos.

Me quedó la curiosidad y lo compartí. Casi de inmediato me empezaron a decir que en efecto, existe y es real. Te inscribes, anuncias tu tarjeta de crédito, proporcionas ciertos datos básicos y a partir de ese momento puedes empezar a disfrutar del servicio de UBER.

Si se fija con detenimiento, no dice S.A. ni S.C., ni ninguna otra de las formas conocidas de negociaciones comerciales, pues al parecer, no está constituida así.

Y entonces me vino a la memoria la historia del papá de un muy querido amigo mío, que desde siempre fue dueño de taxis: tenía trabajadores, inscritos en el seguro social, con sueldos formales y con la responsabilidad de ser empresa. Claro, a cada rato se ponchaban las llantas, se quedaban tirados, bueno, les pasaba… ¡todo! De pronto un día y alentados por el gobierno y por los medios de comunicación a ser “emprendedores”, los trabajadores del volante decidieron que ya no serían más empleados del papá de mi amigo y decidieron lanzarse como “freelancer”, es decir, trabajadores libres.

Ahora, les renta los taxis y ya no son sus trabajadores, sino que ahora tienen una “alianza estratégica”. Ya no se ponchan las llantas y si acaso ocurre, él ya no se entera. Se los entregan siempre limpios o ya no se los vuelven a rentar. No son sus trabajadores, ya no les paga el seguro social y ellos, como trabajadores por su cuenta, no tienen derecho a seguridad social. Por supuesto, eso al gobierno no le interesa, al fin y al cabo es un contrato de carácter privado, es decir, un acuerdo entre pares y por ende, la voluntad de las partes es ley suprema. El Estado no recibe impuestos, no cobra cuotas de seguridad social, los trabajadores no tienen derecho a servicio médico y el día que algo les sucede o cuando se vuelvan viejos, van a voltear a ver al Estado con ojitos tristes y éste algo habrá de hacer…

Regresando a Uber, es un acuerdo entre particulares en el que uno, dueño del carro, se pone a disposición de la empresa, la que se encarga de conseguir los clientes, direccionarlos y ya. Es todo, así, casi facilito.

Claro, la empresa para poder laborar, tiene trabajadores. En el caso de Uber, anuncia que tiene aproximadamente 850 trabajadores, con un universo de valor de cuarenta mil millones de dólares. Para que tenga usted un referente, General Motors tiene un valor de sesenta mil millones de dólares con doscientos mil empleados, con salarios y por los que paga seguridad social e impuestos. Uber no tiene esos costos.

Un grupo de emprendedores, Uber, decide crear una aplicación para utilizar el servicio de taxi. La gente se entusiasma y hay muchos que se suman, de tal manera que ha crecido exponencialmente. Cada día se suman más interesados en el proyecto y todos ganan. Usted solo requiere tener un carro, ponerse en contacto, ofrecer sus servicios y tras una breve investigación, ya puede ser llamado. Usted como cliente solo tiene que ofrecer su tarjeta de crédito como referencia, darse de alta como cliente y listo, ¡a utilizar el servicio!

Hasta ahí, todo es maravilloso. Sin embargo, los taxistas tradicionales pagan por el costo del taxi, pagan impuestos, tienen seguridad social, cubren seguros más altos precisamente para protegerlo a usted, tramitan licencias especiales, consiguen las autorizaciones y todo lo que implica estar dentro de la ley. Y la ley tiene una razón de ser, el espíritu de la ley, dicen los que saben de eso. Para proteger el servicio que brindan los abogados, los médicos, dentistas y muchos más, el gobierno exige un título profesional. Para proteger la seguridad del público, en el caso de los taxistas, el gobierno exige una licencia especial y que se cubran ciertos requisitos. La gente de Uber no existe para el gobierno. No paga impuestos, no tiene licencias, no tramita permisos, no identifica sus taxis.

Los trabajadores del volante que están con Uber están desdeñando su propia seguridad social. Uber ha sido causa de problema en muchos países, al grado que ya ha sido proscrita o prohibida en España, Alemania, Holanda y Francia, precisamente por no pagar impuestos, ocultar que prestan el servicio público de transporte de pasajeros, no cubrir seguridad social y otras linduras. No necesita usted buscar mucho. En internet aparece toda la información que le he proporcionado. No incluyo los enlaces pero con gusto los podrá usted encontrar en mi página de Facebook y en mi cuenta de Twitter @ppporchini

Es decir, si lo que hace Uber es un “trato entre particulares” ajeno al gobierno, para evitar todo tipo de control, entonces mañana saldrá una aplicación en internet que sea “trato entre particulares” para vender alcohol, drogas, sexo, títulos profesionales, puestos públicos y todo lo que se pueda usted imaginar, al fin y al cabo el gobierno solo estorba…

Ahora bien, es la realidad ya. Es el futuro ahora. ¿Se puede detener? No. ¿Qué se puede hacer? Tener un control sobre ese tipo de empresas. ¿Cómo? Está mi propuesta de seguridad social, que permite precisamente el control fiscal y laboral de las empresas y el pago de impuestos, de manera futurista. ¿Se puede implementar? Si. Lo único que se necesita es que exista la voluntad política.

Es el futuro ahora. Son los nuevos modelos de negocios que no podemos ignorar. Cerrar los ojos es suicida. Adelantarnos es lo correcto. Ahí está la propuesta sobre la mesa. Modelo Uber, con taxis baratos, trabajadores sin derechos y gobiernos sin impuestos; modelo G.M. que es de principios del siglo pasado (1908) y que ya ha quedado rebasado: y, la tercera opción, la seguridad social indirecta, el modelo que he venido proponiendo y que tiene como efecto colateral un control de gastos y un aumento en la recaudación de impuestos, todo gracias a la tecnología: mi propuesta y Uber.  

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.



domingo, 15 de marzo de 2015

Los derechos del ciudadano frente al Estado



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante      

Existe una gran diferencia entre pretender que el Estado resuelva todos los problemas de las personas a saber que el Estado es garante y titular de obligaciones frente a los particulares.

Voy a tratar de explicarme. En el Estado paternalista, de corte socialista y que pretende anular la voluntad del ciudadano, el Estado es el encargado de otorgar todo tipo de prebendas a los particulares de manera que anula sus voluntades para que solo exista la voluntad del Estado, pues es ésta la que ha de permear, la que decide el rumbo de la vida de los hombres y la que determina los derroteros de cada uno. En su momento, los afanes colectivos fueron más importantes que el interés individual y así, una serie de países lograron imponer esa ideología, como la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba, Angola, China y otros más. Las libertades del hombre desaparecieron para que solo existiera la libertad del Estado de manera omnímoda y entonces, al Estado le queda la obligación de responder a cada una de las necesidades del hombre. Se cambió la libertad de actuar por el derecho a recibir.

Al tiempo, el deseo natural del ser humano de descollar por sus propios méritos ocasionó que los regímenes socialistas fueran desapareciendo y se convirtieron al capitalismo, como posible solución a sus problemas.

En el sistema capitalista y su máxima expresión, el liberalismo económico, el hombre triunfa solo con lo que tiene puesto, ya sea su capital intelectual, su herencia monetaria, sus atributos físicos.

Destaca tanto entre los liberalistas un hombre de altas virtudes intelectuales, que es buscado por los dueños del dinero para que piense por ellos, para que haga por ellos aquello para lo que son incapaces. Por eso, las universidades cada día más van buscando preparar exactamente la gente que las empresas necesitan y así, solo los que sepan hacer exactamente lo que el capital requiere, podrán tener el futuro asegurado. De hecho, el pensamiento en sí ya no es requisito. Lo que se necesita es quien tenga las competencias necesarias para desempeñar el puesto que el patrón requiere.

Entre quienes representan el liberalismo económico, la gente es solo uno más de los costos de producción y así, en ese sentido toman a lo que pomposamente llaman “capital humano”, cuando lo cierto es que para ellos representa un problema que les gustaría encontrar la manera de no tener que pagarles “tanto”. De hecho, añoran los tiempos aquellos “Señor Don Simón” en que existía la esclavitud y se podía negociar vida y honra de las personas. Más de uno con apellido de rancia alcurnia tiene en su sangre la de aquellos que traficaban con esclavos pero ahora, ya han logrado lavar su honra gracias a los dineros que con liberalidad aportan a las causas de beneficencia.

El justo medio entre ambas posiciones aún no existe. Entre la del Estado que ahoga la capacidad de pensar y razonar y la del dinero que mata la ilusión de crecer y que niega todo.

Sin embargo, en algún momento, el Estado occidental, aquél como en el que vivimos, que algo tiene de liberalismo económico en sus formas y de Estado Socialista en su discurso, ha de encontrar la manera de resolver el nudo gordiano al que se enfrenta.

Si le otorga todo a los ciudadanos, a las personas, anula su voluntad y los convierte en seres anodinos.

Si le niega todo a los ciudadanos, a las personas, sin tomar en consideración que al ser personas son sujetos individuales, con problemas distintos y que se ubican en la amplísima gama de posibilidades de tener problemas, de ser realmente el “capital humano” de un país, estará cometiendo injusticias reales.

Ahora bien, ¿cómo conciliar ambas posiciones? ¿Dónde está el justo medio? ¿Cuál puede ser una salida digna?

Fácil. Que el Estado permita que la gente genere sus propios derechos y que los reconozca y garantice.

No apoyo ni respeto al Estado que pretende otorgar, a guisa de concesión graciosa, de dádiva, de privilegio o prebenda, prestación alguna a los particulares, partiendo del principio general de que lo que no cuesta no se aprecia, además de que los regalos, lo que el soberano otorga de manera gratuita no puede exigirse, no puede demandarse, no puede llevarse a juicio, precisamente por ser regalo y no derecho.

Los derechos, aquellos a los que se llega mediante la realización de determinadas conductas humanas, como son el pagar por ellos, el ganarlos por el esfuerzo físico o intelectual, aquello que cuesta de alguna manera y que por lo tanto, al ser un derecho se puede exigir de quien esté obligado, esos sí son válidos y sí deben respetarse.

Por eso, lo que necesitamos es encontrar la forma de que el Estado pueda garantizar esos mínimos de bienestar, siempre y cuando el particular, el ciudadano haya hecho lo necesario para merecerlo, no de manera gratuita, no como promesa de campaña.

La forma de lograrlo es mediante el pago de impuestos. Así de fácil.


Es obligación del ciudadano contribuir con el Estado mediante el pago de impuestos. Es su obligación. La pregunta es: ¿Qué obtiene a cambio? ¿Lo que estamos viviendo? Eso es injusto. Tanto en la forma de recaudar como en la forma de distribuir los ingresos. Se debe obtener a cambio de los impuestos pagados la certeza de que la vida queda garantizada.

Y entonces vamos a buscar entre los impuestos, el que pueda sernos útil. Los impuestos directos, los que gravan a la producción, los que castigan al que pretende crear, están siendo eliminados en la mayoría de los países del mundo y obvio, en México, surrealista, cada día son más caros. Hablo de los impuestos que se aplican a la planta productiva, al que genera renta y que produce riqueza. Impuesto sobre la renta, principalmente.

Los impuestos indirectos, como el caso del IVA, son mucho más democráticos pues todos los pagan. Lo mismo el que compra un avión que el que consume gasolina para su carrito, que quien adquiere ropa para vender o cualquier otra cosa.

Ahí está mi propuesta. Que de cada compra que se haga, dos o tres puntos de IVA se apliquen en favor de cada mexicano para así lograr que todos tengan derecho, como obligación del Estado, a disfrutar de la seguridad social, es decir, de pensión, servicio médico, guarderías y todo lo que se requiere para que la gente mantenga su capacidad de ganancia.

Yo no pido que sea concesión graciosa del Estado. Nunca jamás. Yo exijo que la gente vaya construyendo su propio fondo, la manera de otorgarse por sí y ante sí, su propio sistema de seguridad social, pero garantizada por el único que puede hacerlo: El Estado. 

Así el rico podrá cuidar su dinero, el Estado podrá hacer su función y la gente tendrá la manera de poder exigirles a todos que la honestidad forme parte de su forma de vida.

Mientras la inmensa mayoría de la gente no tenga resueltos sus problemas básicos, no podremos avanzar.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.