sábado, 16 de noviembre de 2013

Los atropellos de FedEx


José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante               

Sábado 16 de noviembre de 2013 por la mañana, de regreso a la oficina después de un espléndido desayuno de trabajo, en el que las cosas resultaron de maravilla.

El estado de ánimo, presto a la convivencia, a la charla y a disfrutar la vida. De pronto, sobre la avenida Francisco I. Madero, casi a punto de llegar a su cruce con la avenida Bernardo Reyes, yendo nosotros por el carril central, nos rebasa por la izquierda, tal cual si fuera a recibir herencia, la unidad 953214 de FedEx, unidad muy nueva, tanto, que a pesar de ser una de tipo Van pesada, el conductor logra hacer que en sus arrancones, “queme llanta”, es decir, acelera con tal fuerza que se escucha el chirriar de las llantas sobre el pavimento.Y lo hace pasando por espacios muy reducidos, poniendo en riesgo su integridad y la de todos los demás, incluidos nosotros.

Y como nosotros, da vuelta a la izquierda por Bernardo Reyes, obvio, nos adelantó por la velocidad a que se conduce. Debió frenar al llegar a la esquina de la Avenida Colón y lo hizo haciendo rechinar las llantas, pues ya había alcanzado tal velocidad que no podía detenerse de manera normal. Y ahí lo alcanzamos, para eso son los semáforos, para que todos vayamos a un mismo ritmo. Ahí fue donde vimos el número de la unidad.

No alcancé a tomar el teléfono que venía en la camioneta sino hasta varias cuadras más adelante en que de nueva cuenta un semáforo lo hizo que se detuviera. Y entonces llamé a la compañía para hacerles saber del riesgo que corre la población con conductores de ese tipo. Eran las 11:29. Me atendió Alejandro Meza, me tuvo más de diez minutos en la línea pero aclaro, para lograr que me contestara un ser humano en el conmutador de FedEx, es una verdadera proeza. Está diseñada de tal manera, que lo más normal es que desistas de tu intención de hablar con alguien.

Y me preguntó mi nombre, mi teléfono, el código postal y otras interrogantes, sin haber podido, después de los más de diez minutos perdidos en la línea, que me fuera proporcionado un número de reporte.

Y esa es la razón de que México esté como está. Nunca pasa nada. El de arriba protege al de abajo y éste, no dice nada para evitar problemas.

Pregunté si estaban grabando la llamada y me contestó que sí. Y le dije: Entonces, que quede claro lo molesto que estoy por la forma tan irracional de conducir de ustedes y además, que no me puedan proporcionar un número de reporte.

Espero que alguien de FedEx algún día llegue a conocer esta nota. Y que entonces, hagan algo en favor de una compañía que sirve como referencia de una empresa cuyos conductores son abusivos.

Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Discriminación




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              


Aeroméxico, la compañía de aviación que sigue siendo mexicana, al parecer, impidió el ascenso a siete indígenas oaxaqueños por su vestimenta. Por cierto y aquí entre nos, déjeme decirle que muchas veces los trajes de nuestros indígenas, son mucho más caros que la ropita que utilizamos los citadinos que sí sabemos vestirnos.

Después de ese primer párrafo plagado de yerros, voy a tratar de explicar a usted, mi querido lector, que ni Aeroméxico es propiedad de mexicanos, pues sus activos están en bolsa de valores y por tanto, son propiedad de holdings que carecen de patria, como le digo que la nota “siete indígenas oaxaqueños” per se, es una frase lapidaria y discriminatoria.

En efecto, usted no dice: “venían cuatro nativos de Texas” ni tampoco: “Eran unos ciudadanos de Chihuahua”. Usted no los califica de entrada y eso fue lo que hicieron, tanto la gente de Aeroméxico como los medios de comunicación, incluyendo a los principales comentaristas.

Decir “siete indígenas oaxaqueños” es etiquetar, a priori, a una persona con una calidad y hacer todo lo posible para que no pueda quitarse el estigma.

Los mexicanos del norte del país, se distinguen por ser altos y las más de las veces de tez blanca. Los mexicanos del sur y centro del país son más bien bajos, de piel morena y risa cantarina, con un gran bagaje cultural prehispánico que adorna sus formas de vida casi hasta el infinito.

En alguna ocasión tuve oportunidad de ir con mi padre a Milpa Alta, la Delegación Rural del Distrito Federal, donde él tuvo el privilegio de ser Delegado Político hace muchos ayeres, a saludar a un amigo de mi papá. Lo fuimos a buscar a la labor y ahí lo encontramos: las manos callosas, el rostro curtido por el sol, trabajando la tierra para obtener los frutos que le da a sus hijos.

Y recuerdo perfectamente que nos invitó a su casa y yo, para ese entonces estudiante de secundaria, vecino de Tamaulipas, pensé para mis adentros: ¿qué puede ofrecernos un campesino a nosotros, que vivimos en la frontera y disfrutamos de todos los satisfactores? Craso error. Aquél campesino era abogado, por mi padre me enteré era Juez y además, un hombre de fortuna y bienes, repartía su tiempo entre su casa en Europa y la de Milpa Alta. Sus estudios entre las universidades de aquellas tierras y la UNAM. ¡Y nos recibió a nosotros! En ese momento cambió mi perspectiva, de pensar que le hacíamos un favor a darme cuenta que la facha no hace al hombre. Ahora creo que ese era el mensaje que me quiso dar mi padre.

Y claro, ya en el interior de su casa nos ofreció las mejores viandas, los caldos escoceses más finos y tequila que aún no he podido probar mejor.

Luego, con los años, pude ver los letreros que decían: No nigers, no greasers, haciendo alusión a la gente de color en Estados Unidos, los primeros y los últimos, los greasers, a los mexicanos. Y supe y sentí el dolor de saber que no puedes entrar a un negocio por no ser igual que ellos.

Y conocí lo que ahora se llama la otredad Los otros. Saber que nosotros estamos bien y ellos, los otros, están mal. No importa que los otros sean oaxaqueños, o indígenas, o chaparros, o altos, o morenos, o cualquier otro estigma que se quiera imponer a la gente.

La única diferencia está en la educación, en la forma de tratar a los demás y ahí, los mexicanos, estamos muy atrasados, vamos con muy malas calificaciones pues no hemos aprendido que lo que cuenta, no está en la ropa que usamos ni en el color de la piel. Está en los sentimientos, en la educación y en el respeto a la diversidad.

Y por mientras, nuestros próceres de la comunicación le dan vuelo a la nota: Aeroméxico no deja subir a siete indígenas oaxaqueños… qué les costaba decir: Una compañía transnacional impide el acceso a siete ciudadanos de México. ¿Verdad que se oye distinto?

Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.

martes, 5 de noviembre de 2013

La actitud de servicio




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante               


En la vida se requieren dos cualidades para lograr sobresalir: la actitud y la aptitud. Conste, son dos cosas muy distintas a pesar de escribirse casi de igual manera. Ser apto significa poder hacer las cosas, tener la capacidad de resolver problemas así como los conocimientos necesarios para desempeñar un puesto de trabajo o un empleo formal.

Tener actitud es una situación distinta. No requiere conocimientos, no se necesitan capacidades ni tampoco, una preparación especial. Lo único que se utiliza para poder desplegar una actitud de servicio válida, son ganas. La voluntad de quedar bien con los demás, de hacer bien lo que a cada quien le corresponde y nada más.

La actitud es esa disposición que tiene alguien más cuando te ve batallando y se acerca a ayudarte. Es el empuje extra que ofrece un dependiente de tienda, un empleado de gobierno, un burócrata, cuando además de estar preparado para hacer sus deberes, tiene la actitud de servicio, vamos, las ganas de hacer bien su trabajo y lo demuestra con la forma en que trata a la gente que tiene que acudir a verlo.

Y es lo mismo que usted tenga que ir a una empresa privada, como los del cable o los del gas, que a una pública, como los de la luz. En ambas instancias encontrará usted personal dispuesto a servir, no serviles, serviciales, con actitud de servicio, atentos y que siempre ofrecen un poco más de lo que se espera de ellos. También va a encontrar a aquellos que están enojados con la vida, que ya no tienen ilusiones ni sueños por cumplir y que, por lo tanto, ya no tienen la voluntad de quedar bien con nadie.

Hoy quiero referirme en especial, a dos personas que han causado mella en mi ánimo precisamente por lo aburridos que están con la vida, por lo molestos que demuestran estar con sus semejantes y que se refleja en su trato a quienes nos vemos forzados a acudir a requerir sus servicios.

El primero es un verdadero ejemplo del burócrata caracterizado por el genial Héctor Suárez en el “No hay”, aquél personaje que creara historia. Es el encargado de recibir documentación y brindar información en las oficinas del Instituto Federal Electoral, el IFE, que se ubica en la Calzada Madero. Van tres veces que acudo a realizar el trámite de mi cambio de credencial y vaya que lo he podido observar.

La persona a que me refiero a todos les expone lo difícil de cada caso. Informa que probablemente no se vaya a poder pero que él hará lo posible por solucionar el caso, cuando lo cierto es que únicamente entrega fichas para atención. No revisa documentos ni tiene facultades. Donde sí estamos en sus garras, es cuando acude uno a recoger la nueva credencial. Se le debe entregar el comprobante y esperar a que el señor considere ha transcurrido suficiente tiempo. El pasado jueves acudí a recoger mi credencial y cuarenta minutos después de que nos había dicho que en diez minutos salían nuestros documentos, le pedí me devolviera mis papeles para acudir en otra ocasión. Volteó, me barrió con la mirada y me dijo: faltan diez minutos, usted sabe si se va. Y sí, me retiré y voy de nuevo hoy lunes a continuar el trámite, pues entregar una credencial es un trámite muy arduo.

Quién me manda ser un ciudadano cumplido…

El otro ejemplar a quien me quiero referir, es una dama que atiende en el juzgado cuarto concurrente del edificio Meridiano, aquí en Monterrey. Está encargada de diversos trámites, entre ellos, de la ratificación de convenios y documentos diversos.

Voy a tratar de explicarme. Presento una demanda, se empieza el juicio y de pronto, el demandado y nosotros llegamos a un convenio en el que ambas partes estamos de acuerdo y por lo tanto, el asunto se termina precisamente por ese convenio. Claro, elaborar un convenio judicial requiere mucho tiempo, se deben analizar cláusulas y demás, por lo que nosotros los tenemos ya preparados y el deudor acude en compañía de un abogado a firmar el convenio ya realizado previamente y autorizado por las partes. Falta la autorización judicial y para ello, el juez recibe el convenio y lo estudia con todo la calma del mundo durante dos o tres días, hasta que decide sancionarlo y entonces, publica su acuerdo.

En el inter, existe un trámite que debe realizarse: cuando ambas partes nos presentamos ante el juzgado con el proyecto de convenio ya firmado, un secretario o fedatario público debe hacer constar que las firmas que calza el convenio son auténticas, puestas del puño y letra de las partes y para ello, se elabora en el juzgado un documento que se llama ratificación de firmas. Es una hoja, cuando mucho dos, en las que se asientan los nombres de los comparecientes, el número de expediente y la razón de que declaran que las firmas que aparecen en el convenio exhibido son de ellos mismos.

En la mayoría de los juzgados, es un trámite de entre quince a veinte minutos, máximo. En el Juzgado Cuarto Concurrente, son mínimo cuatro horas y media. Y no se le ocurra a usted, vil mortal, preguntar por su ratificación, pues la respuesta ya la sé: tenemos asuntos de amparo que sí son urgentes y usted tiene que esperarnos. Esa es la actitud del personal del juzgado.

Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.