martes, 5 de enero de 2010

El destino del país.

Cada día oigo, veo, leo y siento que más gente está inconforme con la forma en que se manejan las cosas en nuestro país. Nadie confía ni en el gobierno, al que tildan de corrupto, sin saber que muchos mexicanos de primera laboran ahí y cumplen sus funciones de manera excelente, como nadie confía en las formas organizadas de control político y social.

Aquí me refiero a los partidos políticos, unos de derecha, de izquierda, de centro, de la orillita de acá o de la orillita de allá, todos encasillados en un buscar el poder por el poder mismo y sólo para lograr sus propios fines, totalmente divorciados del sentir del pueblo, como me refiero a las organizaciones supuestamente civiles, que de igual forma se han alejado de lo que la gente busca: sobrevivir.

Ningún órgano que tenga relación con el gobierno es bien visto, como ningún organismo que participe en la vida pública queda exento de dudas. Todos han sido vilipendiados y descalificados, incluyendo iglesias, clubes de servicio, fundaciones altruistas y demás formas de participar en la vida pública.

Ahora bien, las preguntas son: ¿Será válido descalificar a todo lo organizado sólo porque no han cumplido con los fines para los que se supone fueron creados? ¿Será necesario arrancar todo de raíz, con los costos que implica, para iniciar un nuevo modelo que no sabemos si habrá de funcionar?

La gente, la del pueblo que vive con uno o dos salarios mínimos, la que compra en las tiendas de los abonos chiquitos, la que acude a los mítines a cambio de una camiseta y la promesa de unas láminas para su tejaban, esa gente, en su ignorancia, se dan cuenta que las cosas ya no funcionan.

La gente que trata de rescatar las glorias pasadas y ya idas, la que sabe que algún día tuvo pero ya no más, la que aprendió dos o más idiomas pero no a ganarse la vida, esa sabe que todo se está yendo por la borda.

El nuevo intelectual, que por haber leído un texto de un autor medio agresivo se siente autorizado para lanzar cuanto epíteto conoce, ofendiendo a sus contrarios y a sus propios amigos con palabras que ni siquiera comprende y que si se le tratan de explicar se ofende, ese también siente que el país está rebasado o incluso, invocando a Chomsky dice que estamos en un “Estado fallido”, cuando no alcanza a comprender que la sociología comprensiva se rebasó por las teorías de Abraham Noam y sus frases deben ubicarse en otros contextos.

Ese es el México que siento. Uno en el que cada uno trata de encontrar el camino para cambiar a México pero desde fuera de lo establecido, fuera de lo trillado, ajenos a lo formal.

Entonces va a surgir un nuevo problema: Si no confiamos en quien hace las elecciones y califica los comicios, si no creemos en luchar dentro de lo que existe, si de entrada, les negamos el derecho a expresarse a quien haya participado alguna vez en un partido político… ¿En quién vamos a confiar? ¿Quién va a calificar nuestros afanes? ¿Cómo habremos de arribar a un nuevo destino, si de inicio le negamos credibilidad a todo?

Aquí quisiera que Usted, mi amable lector, me ayudara a comprender el alcance de lo que está en juego: ¿Sólo la titularidad del control político o una nueva forma de vida?

Si se trata de quítate tú para ponerme yo y hacer lo mismo, nuestras luchas serán estériles y a nada habrán de conducir.

Si se trata de cambiar de fondo la manera de hacer las cosas, con reglas consensadas pero dentro de lo que ya existe, dentro del marco de la ley, dentro de lo que se ha construido y con muchos sacrificios a lo largo de toda una vida de México independiente, entonces creo que nuestro país estará en posibilidad de brindar un nuevo y mejor futuro a sus hijos.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

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