miércoles, 20 de enero de 2010

Del saber quejarse. MÉXICO DEBE SALIR ADELANTE.

El abogado José Manuel Gómez Porchini cuestiona la cultura de servicio y queja, lo relaciona con la actitud que tuviera el defensor de la ley, Benito Juárez.


Un día, cuando me dirigía a mi lugar de trabajo cotidiano, me topé con un tráiler, que circulaba como si fuera a recibir herencia el chofer.

El tramo al que me refiero lo era la calle Ruiz Cortines, entre Félix U. Gómez y hasta el entronque con la vía del tren, donde lo perdí de vista. Viajaba a exceso de velocidad, con los faros "castigadores" o como se denominen, encendidos. Son los que apuntan hacia el carro de atrás. Alcancé a leer los datos de identificación de la unidad y me comuniqué vía telefónica con los propietarios, al teléfono que aparecía en la puerta de la unidad. ¿La respuesta? Omito decirla. ¿Usted obtuvo algo? Yo tampoco.

Apenas entrado el año tuve oportunidad de viajar a Reynosa y cruzar "al otro lado". Yo, fiel a mis ideas y principios, reacio a hacerlo. Mi hijo, emocionado pues habría de conseguir los regalos que se merece por haber aprobado sus asignaturas escolares y que puedo pagar.

Nos formamos en la fila. Larga, como si la gente no tuviera otra ocupación más que viajar al extranjero. Comentamos lo que implica en fuga de divisas al país, tanto carro que sale. Sin embargo, a pesar de la parsimonia, del orden en que se supone se conducen ahora quienes viajan al extranjero, con las adecuaciones que le hicieron al puente internacional en Reynosa, los "vivos" de todas partes, incluyendo vehículos con placas de Nuevo León, se introducían sin recato alguno a la fila, mas con las ofensas que bien merecidas tenían. Sentí pena ajena.

Hace más días, invité a mi esposa a comer a uno de los mejores restaurantes de carnes asadas de la ciudad, emblemático, con mariachis, por la avenida Gonzalitos.

Sin embargo, a pesar de la calidad de que hace gala, de los precios que ahí se manejan, la comida la sirvieron fría, cruda y muy tarde. Me molesté, se enojó mi esposa, pagué los refrescos y abandonamos el lugar. ¿El Capitán de meseros? Ni se dio por aludido a pesar de que exigí mi exigua feria, pues el billete con que se cubrió el refresco y la limonada apenas mereció unas monedas de vuelto. Además, ¡el mesero quería propina!

Otro día me presenté en el territorio de una empresa de telefonía celular a cubrir mi adeudo, es decir, a pagar por un servicio que me proporciona. La cajera, con cara de pocos amigos, me levantó la voz para exigirme que firmara el documento que me ponía a la vista, sin haber realizado la operación que yo solicitara. Al pretender de ella que primero realizara a lo que está obligada, se ofendió. Se ofendió como si me estuviera haciendo un favor, cuando lo cierto es que con mi dinero y el de otros, como tal vez sea el suyo, viven las empresas de servicios.

La noche vieja, unos vecinos se pusieron a tronar cuetes. Muchos, incluyendo algunos que podrían haber sido utilizados como armas en guerra. Ante el estrépito que producían y una vez que lastimaron a un niño vecino de apenas tres casas de distancia, que personas de la tercera edad les solicitaron que suspendieran su escándalo, hablé a la policía.

Marqué el 066, que técnicamente está disponible a cualquier hora. Logré comunicarme después de múltiples llamadas en que me dejaron colgado de la línea e hice saber el problema.

El resultado fue que enviaran a la patrulla 202, así como otras, incluyendo una en la que venía uno que después supe era "el comandante".

El famoso comandante se dirigió con las personas rijosas, les habló, se entrevistaron y se retiró del lugar. Obvio, yo me sentí satisfecho y pensé marcar para agradecer el detalle. Sin embargo, no habían transcurrido ni dos minutos, cuando los vecinos volvieron a las andadas, mas ahora gritando a voz en cuello que ya "tenían permiso del comandante de la policía" para seguir tronando cuetes, pues ya estaban "arreglados". Hablé a la policía, les hice saber aquello y la respuesta de la operadora, de quien me reservo el nombre, fue: -el comandante es un hombre que no tiene esos defectos-.

Créame, se siente uno desesperado en todos y cada uno de los casos que he narrado y Usted, mi querido lector, debe conocer cientos más. Por cierto, todos los tengo documentados. No sé para qué, pero viene siendo parte de mi forma de ser.

Lo que ahora me pregunto y le pregunto a Usted es lo siguiente: ¿Debemos poner la otra mejilla, soportar cuanta ofensa y agravio nos sea infligido, como dice la moral que aprendimos o por el contrario, asumir una defensa a ultranza de nuestros derechos?

Uno no puede ser más que lo que ha vivido. Somos la suma de las experiencias, propias y ajenas, que conocemos. No podemos añorar algo que nunca hemos conocido. Empero, el sentido de justicia es algo innato, es natural sentirse agredido cuando uno se da cuenta que no es merecedor de los desplantes, las ofensas, las diatribas que recibe.

Luego entonces, ¿Es correcto que me enfade? ¿Es válido que eleve mi voz para protestar? ¿Es normal que sea "peleonero"?

Si aprendí, tanto en el hogar paterno como en la escuela, con formación de abogado, que los derechos son para ejercerse, que siguiendo al Benemérito de las Américas, "El respeto al derecho ajeno es la paz", ¿Debo continuar, desfaciendo entuertos por la vida, como quijote? O, ¿debo aceptar como mi sino el ser ultrajado a diestra y siniestra?

Una vez, ante un hecho injusto, escuché decir: -mira, yo no me voy a enojar, lo voy a hacer a él que se enoje-. Y, efectivamente, haciendo ver su gran molestia, defendió un derecho que tenía y el receptor de su furia (que Usted y yo sabemos era fingida), no tuvo más que rectificar su yerro y otorgarle la razón.

Esa lección me quedó muy grabada, tanto, que ahora la comparto con Usted.

No se enojó, hizo que el agresor se enojara, lo que es distinto. Le hizo ver que había incurrido en grave error y defendió su derecho. Claro, debió alzar la voz, poner cara de enojado, manotear, hacer aspavientos, es decir, toda una escena. Al terminar su actuación, digna de un actor griego, volteó a verme, le recuerdo era yo apenas un infante y me dijo sonriendo: -¿qué tal estuve?

No recuerdo mi respuesta, si es que atiné a proferir alguna. Sí recuerdo el hecho y tan lo recuerdo, que yo mismo he actuado así en múltiples ocasiones.

La pregunta ahora es: -¿Vale la pena?

¿Será necesario que pongamos cara de enojados en cada actuación de la vida, por cada trato indigno que recibamos, por cada dependiente que incumple sus labores?

Ahora bien, ante la autoridad, que se supone es quien ha de ser garante de que los derechos de cada uno sean respetados, no podemos acudir, pues es fama pública el nivel de desprestigio en que se encuentran, sin que ello implique que la totalidad de los servidores públicos estén carcomidos por la corrupción. Ejemplos vemos a diario, tanto de hechos heroicos y dignos de ser esculpidos en letras de oro, como de actos deleznables que sobajan la autoridad de la autoridad. ¿Cómo ha de acudir Usted, mi querido lector, ante el Señor Autoridad, cuando a la primera de cambios le piden una dádiva para no lastimarlo? ¿Será posible que para recuperar un cuerpo de alguien fallecido, deba Usted dejar perder los bienes que sabe portaba su familiar? ¿Será válido que un simple agente de tránsito, o un policía, primer contacto de la autoridad con el ciudadano, tengan la facultad de permutar sanciones por unos cuantos pesos, cuando esos pesos van a significar metros más adelante la pérdida de una vida?

Pregunte por los operativos que se supone van a restringir el consumo de alcohol. La verdad, sólo han servido para elevar el nivel de la corrupción. No porque estén mal diseñados, si no porque están mal aplicados y controlados. La intención es buena, pero si se comportan como "el comandante" de los cuetes, se retiran de inmediato con los bolsillos cargados, aunque la operadora de la institución diga que "el comandante no tiene esos defectos".

En caso de que no tuviera esos defectos, entonces que alguien explique cómo es que pueden tripular vehículos ostentosos, de los que tienen valor de cientos de miles de pesos, si el salario legal que perciben no es suficiente para ello. Es muy fácil detectar la corrupción. Cuestión de comparar ingresos con egresos y podrá Usted sacar sus propias conclusiones.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

nota publicada en:

http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=107585

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