miércoles, 27 de mayo de 2009

Control, desviación y conflicto sociales.

Cuando el hombre cede en favor de la comunidad algunos de sus derechos y libertades, es decir, cuando decide, voluntariamente, abstenerse de realizar algún tipo de conducta por haber determinado que la misma ha de considerarse como prohibida o restringida, el propio hombre establece los límites en los que ha de moverse, claro, dentro del marco de la ley.

Sin embargo, no siempre la conducta del ser humano ha de ser ilegal o ilegítima, como podría opinar uno que sepa del tema, pues basta y sobra con que la forma de actuar se aleje de los postulados del Manual de Carreño, obra ya muy antigua y anquilosada pero que en el fondo, sigue conservando los valores que permiten una convivencia válida entre los seres humanos, para estimar como sujeta a los controles sociales la conducta impropia.

Luego entonces, nos encontramos con que existen dos tipos de control social, el formal, que es el que deriva de la ley, y; el informal, ejercido por la sociedad por medio de los convencionalismos sociales, religión y moral, conceptos y supuestos que el aspirante a jurista conoce desde las primeras clases.

En nuestro caso, podremos hablar que el Control Social, tal como se maneja, tiene dos vertientes básicas: el que deriva de la legislación y no establece o no debe establecer forma de negociación alguna, pues en ese momento deja de ser imperativo y coercitivo para tornarse voluntario y por ende, sin posibilidad de ser impuesto por el poder público y el que nos señala la propia sociedad a través de los controladores sociales.

Para tratar de manejar con rigor metodológico el tema, primero habremos de referirnos al que menos problemas debería de tener pero que es el más difícil de lograr: el Control Social Formal, es decir, el que deriva del Derecho Positivo, entendiendo éste como el que es vigente en un lugar y un momento determinados,

Toda vez que el Control Social Formal se maneja únicamente por el Estado, pues a éste se le ha delegado la función de normar la conducta del hombre en sociedad, en la ley y sus distintas formas encontramos los elementos a analizar. Ahora bien, aún cuando dentro del aparato gubernamental, tendremos leyes que prohíben conductas y lo que se aparte de ellas es delito y se castiga con prisión, otras sólo establecen límites mas sin marcar sanción corporal personal alguna, precisamente por ser potestad del individuo acatarlas o no.

Por ejemplo, el matrimonio es una obligación para que nazcan determinados derechos y obligaciones entre los contratantes pero, en el caso de aquellos que se niegan a ceñirse a lo dispuesto en la ley y se abstienen de casarse, no existe sanción alguna, de tipo legal, por haber optado por dicha conducta y más aún, el propio Estado reconoce derechos a quienes se someten a ese tipo de relación, pues tanto la concubina como el concubinario disfrutan de determinados beneficios, por el hecho de la convivencia aún sin el requisito formal de estar unidos en matrimonio.

Muchas de las conductas previstas en la legislación, en cuanto se aparten de lo estrictamente penal, pueden ser sujetas a negociación entre las partes y de hecho, la tendencia en el derecho es buscar medios alternos de solución de conflictos para no incurrir en el trámite burocrático de seguir un litigio cuando lo que está en juego puede ser negociado.

Sin embargo, la cuestión penal, por más que las nuevas prácticas hayan establecido las figuras del Juez Conciliador y más aún, del Ministerio Público Conciliador, lo cierto es que la potestad del Estado de ser el titular del monopolio del ejercicio de la acción penal, facultad que aún no ha podido, en nuestro sistema jurídico, transferirse a los particulares, limita al Estado a ejercer el Control Social Formal desde el sitial en que se ha depositado en su favor lo relativo a dicho tema, pugnando cada vez más por encontrar los instrumentos jurídicos y las organismos que permitan evitar se incurra en prácticas antisociales.

Para lograr su cometido, el Estado ha creado las instituciones necesarias para tener el Control Social Formal, ya con las propias Procuradurías de Justicia, ya con la Policía Preventiva, que es la parte del Estado más expuesta al sentir social, ya con los organismos que se ocupan de encauzar a quien se aparta de un recto proceder, incluyendo entre ellos a los penales, ahora pomposamente denominados centros de readaptación social, vamos, a todos y cada uno de los auxiliares en el Control Social Formal, que son los que permiten al Estado lograr su objetivo.

Aparte y de manera muy puntual, es decir, como verdadero puntal de la vida en sociedad, se desarrolla el Control Social Informal, que consiste precisamente en los límites que la sociedad a través de sus formas instituidas, va logrando en el individuo.

En este punto han de tomarse como de fundamental importancia la familia, la escuela, la iglesia y las demás formas de convivencia social que el hombre ha creado, por ejemplo, los centros deportivos y en consecuencia, las reglas del deporte, cines, teatros, museos y demás que establecen, para su ingreso y permanencia, determinadas formas de conducta que de quebrarse, traen como resultado lógico e inmediato el ser segregados del grupo social, lo que el hombre trata de evitar pues se ubicaría en la posición de incurrir en una conducta desviada.

Vamos, los Controles Sociales Informales llegan a ser hasta los programas de televisión, los conciertos de música, sea cual sea su género, pues lo que hacen, es dictar reglas y formas de convivencia social que todos tratan de imitar a fin de lograr ser aceptados en el conglomerado social.

Cuando la conducta del individuo se aparta de lo que marcan los cánones aceptados por la sociedad, con independencia de lo que podría ser considerado como delito, tendremos una Desviación Social que amerita Control Social Informal, es decir, si la desviación no implica necesariamente un delito, no es corregida por las instancias formales del Estado mas sí, por los controles que la propia sociedad impone.

De hecho, la conducta desviada debe entenderse como el comportamiento de uno de los miembros de la sociedad que se aleja de los estándares habituales de conducta.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, en México, ha definido el actuar errado como aquél que se aparta de un recto proceder.

Es necesario recalcar que si bien tan desviada o fuera de lo normal es la conducta de aquél que busca experiencias distintas a lo habitual, como aquél que comete un robo o asalto, con la enorme diferencia de que a éste último le corresponde una sanción del Estado, por medio de sus órganos jurisdiccionales mientras que al primero, la sanción se la impone la sociedad, la religión o la moral, sin que en ninguno de estos casos, llegue a ser coercitiva la pena.

Como consecuencia de que algunas conductas se apeguen a las normas jurídicas, morales, religiosas y los convencionalismos sociales y otras se aparten de ese recto proceder, provocando con esas desviaciones de conducta la intervención de los Organismos de Control Social, ya Formales, ya Informales, es que aparece lo que sociológicamente se conoce como “El Conflicto Social”.

Se llama Conflicto Social a la conducta del individuo particular que se aparta de un recto proceder y ocasiona con ello, un daño o perjuicio a algún componente de la sociedad.

En términos del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, el término Conflicto viene de la voz latina Conflictus que significa lo más recio de un combate. Punto en que aparece incierto el resultado de una pelea. Antagonismo, pugna, oposición, combate. Angustia de ánimo, apuro, situación desgraciada y de difícil salida. Implica posiciones antagónicas y oposición de intereses.

Ahora bien, para esclarecer el término “conflicto” es necesario que las partes sientan que sus intereses están siendo afectados en ese momento o bien, que existe el peligro de que sean afectados.

Stephen Robbins define el conflicto, con estas palabras:

“Un proceso que se inicia cuando una parte percibe que otra la ha afectado de manera negativa o que está a punto de afectar de manera negativa, alguno de sus intereses” * (ver nota al pie)

Cuando estamos en presencia del Conflicto Social, de inmediato nos remitimos a las formas de control que la propia sociedad ha instituido para su mejor y más eficiente manejo, bien sean éstas de índole formal o informal.

En ambos casos, el propósito de la sociedad, ya por sus canales informales, ya con fundamento en lo establecido para Control Social Formal, es lograr que la conducta desviada del individuo no ocasione un daño mayor a la sociedad que el que hubiere podido causar en un momento determinado.

Existen muchas formas de conflictos, lo que escapa del alcance del presente esfuerzo.

Sin embargo, es menester apuntar que los conflictos pueden o no traer como consecuencia la afectación de intereses ajenos o sólo plantear la posibilidad, no real aún, de afectar dichos intereses.

Vamos, el hecho de que el vecino prenda un asador en su casa, no necesariamente ha de provocarnos un daño o perjuicio, pues tal vez el humo no nos moleste e incluso, tal vez hasta nos invite a comer, con lo que no existiría conflicto alguno.

Sin embargo, tal vez el mismo vecino ha prendido el asador con el único afán de lograr molestarnos, pues está cierto que el humo habrá de introducirse a nuestro domicilio, lo que ocasionará el conflicto obvio, pues se está invadiendo o vulnerando nuestra esfera de derechos.

En estos casos, cuando existe un conflicto, lo más correcto es que intervengan los órganos de solución de conflictos de índole ajeno a lo formal, pues fuera de lo cerrado de los tribunales es más fácil lograr llegar a una solución alterna del conflicto.

Cuando no se logra atemperar el conflicto con los medios al alcance de los particulares, habrá que recurrir a los órganos del Estado, con todo lo que ello implica.

En suma, la función es lograr una convivencia sana entre los miembros de una comunidad, siempre tratando de que las desviaciones no lleguen a conflictos y que los conflictos se solucionen por vías alternas, suministradas por los Controles Sociales Informales y tratando de evitar, a toda costa, el uso de las facultades de Control Social Formal que corresponden al Estado.

Siempre será mejor un mal arreglo que un buen pleito.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

* ROBBINS, Stephen P., Comportamiento Organizacional, Conceptos, Controversias y Aplicaciones, Cap. XIII, P. 461. Edit. Prentice Hall, Sexta Edición, 1994.
Citado en
http://www.gestiopolis.com/recursos4/docs/ger/tenegouno.htm

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Monterrey, N.L., 27 de mayo de 2009.

lunes, 25 de mayo de 2009

De los riesgos profesionales.

A mis alumnos de Derecho Individual del Trabajo.
Universidad del Valle de México Campus Monterrey.


"Ganarás el pan con el sudor de tu frente”
Génesis.



Voy a tratar de explicar lo relativo a los riegos profesionales.

Para empezar, he de decir que la Ley Federal del Trabajo, en su artículo 473 establece: Riesgos de trabajos son los accidentes y enfermedades a que están expuestos los trabajadores en ejercicio o con motivo del trabajo.

Luego, la propia ley describe en el artículo 474: Accidente de trabajo es toda lesión orgánica o perturbación funcional, inmediata o posterior, o la muerte, producida repentinamente en ejercicio, o con motivo del trabajo, cualesquiera que sean el lugar y el tiempo en que se preste. Quedan incluidos en la definición anterior los accidentes que se produzcan al trasladarse el trabajador directamente de su domicilio al lugar del trabajo y de éste a aquél.

Más adelante, en el artículo 475 estipula: Enfermedad de trabajo es todo estado patológico derivado de la acción continuada de una causa que tenga su origen o motivo en el trabajo o en el medio en que el trabajador se vea obligado a prestar sus servicios.

Es decir, ya definidas cuestiones fundamentales por la ley que rige las relaciones obrero-patronales, habré de hacer valer lo que creo que es menester abordar.

Se le llama incapacidad derivada de la relación laboral, a aquella que impide desempeñar al obrero o empleado las funciones para las que fue contratado.

Las funciones para las que fue contratado son aquellas para las que está capacitado. Esa capacitación se va dando conforme se aprenden técnicas nuevas para hacer las cosas y también, cuando se tienen los conocimientos en un algún arte, profesión u oficio.

Y se debe aprender a hacer algo, para efecto de cubrir las necesidades de las personas.

Al principio de los tiempos, el hombre no exigía, como ahora, que su vestido fuera de tal o cual marca o que sus alimentos provinieran de ésta o aquella compañía.

Lo cierto es que sabía, conocimiento básico, que tenía que comer, que tenía que cubrir su cuerpo, no por cuestiones morales, sino para evitar el frío o el inclemente calor; que necesita guarecerse de las lluvias y para ello, buscaba un techo.

Cuando descubrió el fuego, se unía con otros a disfrutar de la tibieza del hogar encendido y de ahí proviene el uso que se le da a dicha palabra: hogar.

Se junta el hombre y empieza a satisfacer sus necesidades en unión de los demás, lo que va tornándolo en sedentario, ya no nómada.

Luego, si alguien pertenecía al grupo de cavernícolas que salían a cazar un mamut y éste lo pisaba, produciéndole la muerte, indudablemente que estaríamos en presencia de una cuestión derivada del trabajo.

Lo mismo, a aquellos que salían a defender la vida y honra del Señor Feudal, que caían abatidos por las flechas enemigas, se les puede clasificar como afectados por una cuestión laboral.

Que no existieran en esos momentos las definiciones que ahora nos brinda nuestra ley, en nada demeritaban el hecho: que había ocurrido una situación catastrófica derivada del esfuerzo físico.

Ahora bien, según sabemos, cada uno ha de luchar por obtener su propio pan, valiéndose para ello de los medios y capacidades con las que cuente.

Para el salteador de caminos, el ser herido en el asalto, indudablemente que será un riesgo profesional, así no haya sido lícito su quehacer.

Para quien labora en la mina, inhalar los polvos que le causan las enfermedades pulmonares, también será riesgo de trabajo.

La señora que vende productos de belleza casa por casa, que es atropellada y por ende, no puede desempeñar sus labores, también habrá sufrido un riesgo de trabajo.

El padre de familia que tiene un accidente automovilístico, con dos o tres cervezas ingeridas durante la comida, pero que no está ebrio, no tiene derecho a que se le reconozca como riesgo profesional, pero lo cierto es que su capacidad de ganancia se ve disminuida o de plano, anulada, sin derecho a beneficio alguno.

Lo mismo el profesionista independiente, el artista, el boxeador, el deportista profesional, el intelectual, el político, el empresario, los Maestros en instituciones particulares, en suma, todos aquellos que deben procurarse el pan, están expuestos a sufrir un riesgo de trabajo, ya accidente, ya enfermedad.

Sin embargo, para la Ley Federal del Trabajo, sólo quienes gozan de una relación laboral formal, entendiendo como tal, aquellos que tienen un patrón definido que los tenga inscritos en alguno de los múltiples sistemas de seguridad social que coexisten en nuestro país, podrá disfrutar de las mieles que producen dichos sistemas.

Aquél que ha decidido laborar por cuenta propia, que cree que es autosuficiente, no goza de tal prebenda.

Sin embargo, insisto en que cualquiera puede sufrir una enfermedad o accidente incapacitante.

Lo interesante y a lo que quiero invitarlo, es a que juntos hagamos un estudio de la forma en que podríamos ampliar la cobertura de los sistemas de seguridad social, precisamente para garantizar la capacidad de ganancia de las personas.

No como dádiva graciosa, ni como limosna, menos aún, como compromiso electoral, si no en forma de derecho debidamente tutelado y exigible ante la autoridad.

Aquellos sistemas que limitan el ingreso sólo a quienes cuenten con un empleo definido en la empresa o institución de que se trata, léase Comisión Federal de Electricidad, Universidades Públicas, Gobiernos Estatales, Ayuntamientos, no permiten el ingreso voluntario de ninguna persona.

El que sí lo hace, es el Instituto Mexicano del Seguro Social, que es quien protege a quienes se encuentran contratados por patrones particulares, es decir, que no participan del carácter de organismos públicos, ya federales, ya estaduales o municipales.

Para convertirse en beneficiario de los servicios de los que es garante el Instituto Mexicano del Seguro Social, Usted sólo requiere ser inscrito por su patrón o en el peor de los escenarios, darse de alta en el llamado Seguro Voluntario.

Pero… el campesino que vive al día, el obrero de la construcción que lucha por subsistir, el migrante que abandona sus raíces, el abogado que se siente vasto, cumplido y suficiente y no requiere nada, el artista que indica que es dueño de inmuebles y que a él esos detalles no le afectan y tengo como triste ejemplo a Viruta, el socio de Capulina, el político que piensa que por ser diputado o senador, o presidente municipal y que por tanto, para siempre gozarán de buena salud y dinero en abundancia, no están exentos de sufrir una enfermedad catastrófica, no por los daños físicos que pueda sufrir, sino más bien, por lo que puede afectar su capital, mucho o poco, que de cualquier manera se agota antes de que se den cuenta.

Debo aclarar que he comentado esto con representantes de los ejemplos asentados en el párrafo anterior y con algunos otros mexicanos, que una vez que lo reflexionan un poco, acaban por coincidir con la propuesta que de nueva cuenta elevo ante Usted, mi muy querido lector.

Lo que protege la seguridad social es la capacidad de ganancia de la persona, es decir, la posibilidad de que pueda ser capaz de solventar sus necesidades básicas en materia de salud e ingresos, fundamentalmente.

En un espectro más amplio, puede decirse y pensarse que la seguridad social abarca también, la cultura, el deporte, la recreación, el acceso a guarderías, a servicios médicos, en suma, a todos los satisfactores que el progreso nos ha obligado a considerar como inherentes al ser humano.

Es importante mencionar que no sólo quienes disfrutan de una relación laboral formal han de ganarse el pan con el sudor de su frente. También han de hacerlo, los estudiantes, los profesionistas independientes, que si Usted me permite asentarlo, creo que los abogados somos uno de los sectores más desprotegidos en cuanto a seguridad social se trata, pues lo normal es establecer nuestro propio despacho, solos, sin más ayuda que una secretaria o a veces, con la esposa fungiendo con tal carácter.

La pregunta es: ¿Cómo ha de acceder a seguridad social quien no disfruta de una relación formal de trabajo? Aquí caben todos aquellos que no tengan una relación laboral formal con un patrón determinado que los haya inscrito en un sistema de seguridad social permanente, en el que puedan optar por una pensión con protección de salud al completar su ciclo productivo.

Ahora bien: ¿Estaría Usted de acuerdo en que el Gobierno Federal le proporcionara una tarjeta, ligada al C.U.R.P., que le sirviera para que en cada operación de compra que Usted haga, una parte del I.V.A. se depositara en una cuenta de ahorros a su nombre, en la que se juntaría el equivalente a dos, tres o más puntos de I.V.A. de tal suerte que tuviera Usted acceso a seguridad social, con un mínimo de prestaciones, cuando menos, pensión y servicio médico?

Para que Usted tuviera el ánimo de dueño, podría Usted disponer de, digamos, un veinticinco por ciento de lo acumulado cada dos o tres años, sin obligación alguna de devolver aquello de lo que dispuso, pues sería suyo.

De igual modo, que contrario a como está establecido con los saldos de las cuentas Afore, la transmisión de los caudales se hiciera vía civil, mediante herencia o legado, es decir, ajena a la cuestión laboral, precisamente por no participar del carácter de prestaciones laborales.

Debemos recordar que cualquier tipo de padecimiento, sea accidente o enfermedad, que incapacite a la persona a continuar con su capacidad de obtener los necesario para su subsistencia, va a tener repercusiones en su entorno de vida, restándole la posibilidad de seguir una existencia digna, debiendo recurrir a la limosna, a la dádiva graciosa, al regalo, a la asistencia o caridad pública, mas nunca, a tener un derecho frente al estado de que le sea resarcida la capacidad disminuida.

Lo que se plantea es precisamente un derecho. Introducir en la Carta Magna, como derecho, el acceso a la seguridad social garantizada por el estado, de tal suerte que mientras no la ocupe, sólo le sirva para acumular y acrecentar su caudal, pero en cuanto le sea necesario, tenga la opción de acudir a hacer valer un derecho que por ahora, no existe en nuestra Constitución.

Es tan fácil como convencer a nuestros diputados de que si es factible ser punta de lanza.

Que México es capaz, de nueva cuenta, de innovar en cuestiones jurídicas.

Que sólo se requiere hacerlo valer.

Para eso, yo le ruego a Usted, mi querido lector, me ayude haciendo suya la propuesta y haciéndola llegar a su diputado o senador. De preferencia, a aquellos que quieran a México.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.
Mexicano.
Abogado.
Monterrey, N.L., a 10 de agosto de 2007.

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viernes, 22 de mayo de 2009

Propuestas de campaña.

Cada vez que entramos en una nueva época de campañas políticas en pos de los múltiples cargos de elección popular que existen en nuestro país, vemos, algunos, la increíble fauna, por que de algún modo hemos de llamar a algunos de ellos, salvo muy honrosas excepciones, que va en pos de dichos puestos.

Resulta que este candidato, ya ha sido procesado por peculado pero afirma que fue “una cuestión mediática”, aquél otro, piensa repoblar el mundo de tanto hijo fuera de matrimonio que tiene, pero “eso no invalida mi capacidad de gestión”, como aquél diverso que aduce que “lo que inventan mis detractores son sólo calumnias”, cuando la ciudad entera sabe que se ha fumado todo tipo de hierba que se mece con el viento.

Por si fuera poco, los dichos candidatos ofrecen, en campaña, el puente sobre el río y si no hay río, caramba, ofrecen también el río.

Acabo de leer hace unos instantes que un candidato, no quiero recordar de dónde es ni a qué puesto aspira, pero alega que va a eliminar el I.E.T.U., el I.D.E. y si se puede, hasta el I.V.A.

Yo quisiera conocerlo personalmente para saber de qué está hecho.

Y a despecho de sonar reiterativo, que sí soy, de parecer necio, lo que también tengo, hoy vengo a decirle a Usted, que sí piensa, que lo que para muchos es sólo promesa de campaña, con un poco de ingenio y mucho de buena voluntad, se puede lograr.

Ayer, al dirigirme a atender un llamado personal, el chofer del taxi me comentó que pertenece a una asociación independiente de taxistas y que quieren lograr que el gobierno, él dijo que el del estado, les devuelva lo que pagan de I.V.A, según en razón de que a pesar de todo lo que pagan, no tienen ningún beneficio.

Yo, por supuesto, lo dejé hablar.

Pero me asalta una duda. ¿Si les devuelven el I.V.A., de dónde va a tomar el gobierno el dinero que requiere para realizar su función?

Es lo mismo que le diría al candidato ese, el que los va a eliminar. ¿De dónde va a tomar el gobierno lo que necesita para funcionar?

Aquí es donde Usted y yo ya sabemos que sí se puede, que sí existe una forma de lograrlo y que lo único que necesitamos es un candidato que piense en el beneficio de México todo, de un candidato que tenga en más alta estima su país, México, que sus compromisos de orden político, de partido, de grupo, de sistema y de gremio.

Necesitamos un candidato que sea capaz de hacer valer en la más alta tribuna del país la propuesta que Usted y yo hemos venido comentando desde hace más de cuatro o cinco años, una propuesta que conocen la inmensa mayoría de los que ahora tienen un puesto de elección popular, pues de tanto que la he tratado de difundir, resulta que a un mismo personaje ya le hice llegar mi propuesta cuando era senador de la república, luego como diputado y ahora, de nuevo senador.

Vaya, creo que los tres puestos han sido por partidos políticos diferentes, lo que nos demuestra con claridad lo firme de sus convicciones, lo seguro de su razonamiento y la altura de sus miras.

Claro, va por lo más alto, pero sólo en su beneficio particular.

Qué pena que en México, casi todos los candidatos sean de esos.

Afortunadamente tengo amigos que son muy amigos de algunos candidatos y de hecho, hasta creo conocer a algunos de ellos.

Por eso, hace unos días me emocioné cuando alguien me dijo que EL CANDIDATO haría una reunión pública para escuchar propuestas de la gente, propuestas que podrían servirle para su función como legislador federal.

Arreglé mis documentos, hice una presentación de esas que quedan muy profesionales, junté los diplomas que acreditan mi camino de vida y ya con todo bajo el brazo, me informaron que sólo habrían de presentarse las propuestas de determinado grupo de personas, los amigos de EL CANDIDATO, que los demás dejáramos nuestros papeles con su ayudante. Hasta ahí llegó mi emoción.

Hace rato escuché al Secretario de Hacienda informar que después de todo el problema de la influenza, habría una caída de trescientos mil millones de pesos en la recaudación fiscal y que existen, como alternativas, mayor endeudamiento, incrementar los impuestos o dejar de pagar obras ya iniciadas.

Si yo lograra hacerle saber al Ministro de Hacienda que los trescientos mil millones de pesos que le faltan, son menos de lo que la propia Secretaría de Hacienda reconoce formalmente como evasión y elusión por concepto de I.V.A., créame que juntos, podríamos cambiar el destino de México.

Si el Secretario de Hacienda, o un buen legislador, que realmente quiera a México, o un comunicador social que no sólo esté comprometido con los medios, si no con la gente que le confiere credibilidad, lo hiciera valer, podríamos demostrar que además de resolver el problema de la falta de ingresos, podríamos otorgarle, a la totalidad de la población, seguridad social, ese logro tan despreciado cuando la vida es toda tuya, cuando te sonríe y te sientes suficiente pero tan preciado cuando ya la vida se escapa, cuando no tienes más asidera que la caridad de tu familia, la asistencia social de un gobierno que te otorga como limosna lo que debería ser derecho o de plano, resignarte a morir como lo han hecho tantos en nuestro país: careciendo de todo tipo de medicinas por no tener para surtir la receta.

Creo que se pueden cambiar las cosas.

La propuesta está sobre la mesa y a sus órdenes.

Ayúdeme a lograrlo.

Es por México.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini

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miércoles, 20 de mayo de 2009

Los Tigres… o lo que queda de ellos.

A trabajo igual, igual salario.

Uno de los principios del derecho laboral, establece que a trabajo igual, debe corresponder igual salario. Sin embargo, la regla se rompe cuando se trata de figuras del espectáculo o deportistas, pues no es lo mismo lo que puede cantar, bailar o jugar una u otra persona.

A lo largo de los tiempos, todos hemos podido ver la forma en que han desarrollado sus carreras diversas figuras del espectáculo, es decir, aquellos que viven de ofrecer al público, sus actuaciones, ya como cantantes, ya como bailarines, otros como músicos o deportistas.

Es decir, existen muchos que a pesar de que el esfuerzo que desarrollan se supone igual al de otros, su paga es mucho mayor por que por alguna razón, de índole estrictamente personal, sus resultados son inmensamente distintos de los de otras personas.

No es lo mismo que Usted o yo tomemos un balón y tratemos de jugar menos de dos horas cada sábado o domingo, a que lo tome Pelé, Maradona o algunos astros como el joven Giovanni Dos Santos, de escasos 18 años y que ya figura como figura del Club de Fútbol Barcelona y de la Selección Nacional.

Ojalá todos pudiéramos dedicarnos a la práctica de un deporte como medio de ganarse la vida, pero claro, con los salarios que perciben los grandes astros.

Un cantante, si es responsable, sabrá que le afecta la garganta ingerir hielo, por lo que lo evita, como el pianista sabe que necesita practicar a diario para mantener el nivel al que acostumbra a su público.

Igual, los deportistas profesionales, es decir, quienes han hecho del deporte una forma de vida, están obligados a entrenar, en el deporte que sea, lo suficiente para mantener el nivel que sus seguidores le exigen.

Hoy voy a dedicar estas líneas a quienes portan lo que algún día fue el orgullo de la Universidad Autónoma de Nuevo León: Los Tigres.

Recuerdo cuando se alcanzó el campeonato y el entonces rector Luis Eugenio, encabezó la marcha del triunfo con los miles de seguidores, la mayoría, orgullosos universitarios, pues el equipo era de la Universidad, de nuestra Universidad.

Ahora, si bien se siguen llamando Tigres, si bien siguen jugando en el mismo estadio, si bien son los mismos fieles seguidores los que los han seguido acompañando, ya no tienen la mística que implicaba ser parte de un todo, ser parte de la Universidad.

La principal empresa que los patrocina, no tiene puesta en los Tigres la necesidad de triunfo, pues sus triunfos son de otra índole, son económicos y cierto, son empresarios y tienen razón, pero los fanáticos que llueva o truene los acompañan, no entienden de pesos y centavos.

Entienden de actitud, de coraje, de garra, de amor a la camiseta, de vergüenza, de orgullo profesional y eso, está muy lejos de lo que los Tigres son actualmente.

Cierto, los jugadores, técnicos y directivos cobran salarios muy elevados, que en nada se asemejan a lo que podría cobrar un mortal carente de las facultades deportivas que se supone los reviste, pero que en la práctica, se alejan por completo de los resultados esperados. No practican, se cansan en los juegos, les dan calambres, llegan tarde a los entrenamientos.

Quisiera poder dedicar esta nota a mi hijo Daniel para decirle que los Tigres, los que él ha aprendido a amar, son un conjunto universitario con mucho empuje, con muchas ganas de hacer las cosas, con hambre de triunfo.

Quisiera, pero no puedo. Lo cierto es que el equipo está lejos, muy lejos de aparecer siquiera como un grupo mediocre de deportistas. Ya no un equipo, en términos de sociología, si no tan sólo un grupo de aficionados. Están en la parte final de la tabla de puntuación y van enfilados al descenso.

Mi hijo se ha tomado fotos con uno y otro, ha seguido los partidos, tiene los abonos, las camisetas, la revista oficial, los autógrafos, no se pierde los partidos y créame, me duele verlo regresar después de cada derrota. Y así debe estar la mayoría de los aficionados.

Bueno, ¿Y los jugadores? ¿Y los directivos? ¿Y los del cuerpo técnico? Esos siguen cobrando salarios que no responden al principio jurídico anotado, de a trabajo igual, igual salario.

Creo que en el caso de los Tigres, con los resultados que han obtenido, deberían pagar por jugar en ese equipo. No se merecen lo que cobran.

Además, los Tigres son universitarios y el Estadio también. Allá los señores de pantalón largo que arreglen sus diferencias y que le devuelvan a mi equipo su mística, su garra, su empuje, sus arrestos, su coraje.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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Mexicano.
Abogado.
Egresado de la Universidad Autónoma de Nuevo León.




Un bulto de cemento.

Corre el conocimiento entre la sabiduría popular, que es la forma más sabia de saber, que si algo tiene cola de pato, camina como pato, hace como pato, es pato.

Es decir, en la forma encontramos muchas veces la sustancia, que es lo que da vida a las cosas y a las personas. Viene a cuento lo dicho, precisamente porque hace unos días, el equipo que es propiedad de una compañía cementera, Cemex, pero que sigue llevando el nombre de la Universidad Autónoma de Nuevo León, mi universidad, mi Alma Mater, los Tigres, han estrenado la nueva camiseta de “gala”.

Parece que la esa camiseta, la nueva, la de gala, -que por cierto no sé que vayan a festejar para vestirse de gala-, tiene el color de los bultos de cemento.

Si la ven de lejos, lleva el nombre de la cementera, tiene el color del bulto de cemento, inclusive, la forma del dicho bulto y además, representa algo fuerte, rígido, estable, sin movimientos, cuando menos, no aparentes, vamos, parece un saco de cemento, inanimado, inerte, sin vida. Si la ven de cerca, los que portan esa camiseta, que lleva el nombre de la cementera, parecen fuertes, están rígidos, estables, sin movimientos, vamos, parecen sacos de cemento, inanimados, inertes, sin vida.

Como con mucha apatía, palabra que tiene muchos sinónimos, algunos inclusive, mal sonantes.

En un rinconcito, como apenado, aparece un pequeño recuadro con los colores de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Como que el bulto de cemento se apena de los colores azul y oro.

Acepto, admito, reconozco y admiro que el dueño de Cemex es un hombre visionario, que sabe hacer negocios, que se distingue de los demás por estar acostumbrado a triunfar, que sabe lo que hace y por supuesto, como dueño de “su” equipo, tiene todo el derecho del mundo de vestirlo de los colores que guste.

Eso, no está sujeto a discusión. En lo que quiero llamar la atención de Cemex es que no sólo se debe hacer negocio, ni siempre el dinero es el mejor aliciente para obtener triunfos.

Existen las que se denominan “caricias psicológicas”, que son cuando el dueño, el hombre importante en la empresa, quien lleva las riendas, el que puede, se acerca contigo, simple mortal y te dice que está satisfecho y orgulloso de tu trabajo. Que el superior reconozca tu esfuerzo, no lo hace menos a él, pero a ti sí te hace más.

Te hace rendir el doble, te hace sentirte parte del equipo, te vuelve un fanático de los colores que defiendes, vamos, te hace un convencido de que lo que estás haciendo, es lo correcto.

Lamentablemente, tanto en el fútbol como en muchas cosas de la vida, quien está acostumbrado a hacer su voluntad, espera que los demás adivinen sus necesidades y olvida demostrarles su afecto.

Otras, confía en subalternos que, por estar cerca del jefe, se sienten más importantes que el propio dueño y omiten transmitir lo que el hombre importante quiere.

Ojalá, por los Tigres, por nuestra plaza, por Usted, por mi Dany, por mí, que los jugadores que cobran y mucho, entiendan la diferencia entre ser parte de un grupo y formar un equipo.

Que un grupo es una reunión de individualidades luchando cada uno para sí, sin empatía alguna con los demás, con un gran egoísmo y sí con deseos de lucro y que un equipo, es la suma del esfuerzo de todos los integrantes para hacer crecer lo que representan.

Que en un equipo, existe el sacrificio de algunos para que los demás completen la jornada.

Que en un equipo, existe entrega, ganas de triunfo en conjunto, deseos de destacar todos y no cada uno en lo individual.

Vamos, que en un equipo, el líder es el más orgulloso de portar los colores que defienden, no uno que viene a imponer un color diablo que ya tienen patentado otros.

Tal vez, mi nota no sirva para nada. Tal vez, nadie opine igual que yo.

Tal vez, debería remitirme a lo palpable, a lo que existe, a lo que cualquiera puede ver y revisar, sin necesidad de estudios profundos.

Por favor, pase frente a las instalaciones de Cemex por la calle Ruiz Cortines y hágame saber si Cemex, una de las empresas cementeras más importantes de América Latina, tiene en orden su calle, si tiene barrido el frente de su casa, si tiene la cara limpia para mostrarla al vecino.

Debería ser la más bonita de la ciudad. Sin pozos, sin grietas, con descansos, con pasos a desnivel, con alumbrado, vamos, que pareciera de primer mundo, digna de una empresa de clase mundial.

Ojalá no tuviera yo razón.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.

Monterrey, N.L., diciembre de 2007.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

Mexicano. Abogado.
Egresado de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

martes, 19 de mayo de 2009

Sociedades Incluyentes.

Hoy vengo ante Usted a tratar de explicar algo que no debería haber sido nunca, algo que no debería requerir explicación y que jamás debió haber sido materia de estudio o análisis.

Me refiero a la existencia en un mismo entorno de diversos, diferentes grupos humanos, grupos que se diferencian por su preparación, por el color de su piel, por sus creencias religiosas, por sus preferencias sexuales, por su estatura, vamos, por cualquier tipo de ofensa que implique etiquetar o encasillar a alguien por cualquier motivo.

Samuel Huntington lanzó en 1997 su “choque de civilizaciones”, obra en la que anuncia que: “En el futuro previsible no habrá ninguna civilización universal, sino un mundo de diferentes civilizaciones, cada una de las cuales tendrá que aprender a coexistir con las otras”. Fuente:
http://www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri95-801/lecturas/lec125.html

Es decir, se prevé que ya pronto, ninguna de las formas de civilización que coexisten actualmente, va a tener supremacía sobre las demás, por lo que habremos de aprender, forzosamente, a tratar de vivir en paz, sin importar las posibles formas de diferencia entre los hombres.

Entre las formas más crueles de discriminación que existen, están las que obedecen al origen de las personas, entendiendo por esto, segregar a aquél que no es de nuestra raza, religión, país, continente o partido político.

Un ejemplo, es la discriminación que sufren los hermanos centro y sudamericanos que llegan a México, país que se asume como adalid de los derechos humanos pero que en la práctica, vive una gran discriminación.

De igual modo, cuando el mexicano cruza la frontera para ingresar al país que se formó únicamente de inmigrantes, Estados Unidos, es discriminado por su idioma, estatura, color de piel y otros signos externos que nada tienen que ver con el valor intrínseco de las personas.

Es importante destacar también, que muchas veces la gente huye de países que están en guerras, en conflictos armados que les provocan un miedo tal, que prefieren abandonar su país con tal de conservar sus vidas, dejando atrás todo: bienes, historia, raíces, familia y amigos, pero tratando de salvar la vida.

Esos refugiados van conformando ciudades cosmopolitas a donde van llegando, obligando que los países deban regular lo relativo al libre tránsito de personas, unos, permitiéndolo sin restricciones y otros, los más, fijando reglas que regulan dicho tránsito.

Muchas veces, en las propias leyes que regulan la migración, tanto legal como ilegal, encontramos formas de discriminación que van incluso, al extremo de negar asistencia médica a quien no tenga los ojos iguales que los del país que recibe, o que su color de pelo sea distinto o peor aún, que el idioma sea la diferencia.

Sin embargo, la realidad supera a la ficción y en muchos casos, la realidad social ha obligado los gobiernos, a permitir, tolerar y aún más, a alentar el movimiento migratorio, por razones diversas en cada país.

Incluso, temas como la despenalización del aborto, dividen a los partidos de derecha e izquierda y se han convertido en asuntos más importantes para la opinión pública, que algunos de los que por mucho tiempo han sido de los más socorridos, aún de carácter histórico (salarios, inseguridad, etc.).

Sin embargo, el tema da para mucho más. Las luchas por lograr que se reconozcan los derechos de las etnias, de la identidad de raza, de género, de lenguaje, de orientación y preferencia sexual, de gustos musicales, de forma de vestir, de adornos en el cuerpo y en fin, de cualquier forma de etiquetar o marcar a las personas, ha llegado a desafiar a los gobiernos establecidos y ha logrado, incluso, que se den cambios torales para permitir la igualdad.

Para ejemplo, tenemos la lucha de los negros en Estados Unidos, lo relativo al Apartheid en Sudáfrica, los problemas separatistas de los Vascos, en España y muchos otros más.

Uno de los crímenes mayores de la historia del hombre lo encontramos en la depredación lograda por los europeos en el continente africano, al que despojaron de sus riquezas, de sus diamantes, de sus tierras, de su flora y fauna y ahora, cuando los pueblos están muriendo de hambre, se niegan a aceptarlos en una Europa llena de valores africanos, pero que le niegan, a los propietarios originales de dichas riquezas, disfrutar de ellas.

La Historia ha demostrado que la imposición de unos grupos sobre otros, o tratar de lograr la eliminación de los “otros”, no sólo debe rechazarse, sino que además, resulta inviable.

Vivir juntos no implica desconocer las diferencias y eludir los conflictos. Significa aceptar que existen los conflictos y tratar de solucionarlos mediante vías pacíficas, mediante la negociación, mediante el diálogo, para lo que hay que conceder más poder a los grupos más débiles y contar con reglas de juego precisas y estables, que bloquen las formas excluyentes e impulsen la construcción de sociedades incluyentes, dándole un nuevo valor a la protección y a la cohesión social.

De hecho, los conflictos no sólo son entre grupos antagónicos, si no también se dan entre ejes que en algún momento sufren discriminación, pero que la ejercen en otros que estiman aún más vulnerables que ellos mismos.

Hombres contra mujeres, mujeres de una raza discriminando a hombres de otra, preferencias sexuales de un país sobre población promedio de otro, campesinos de una latitud despreciando a los obreros de otros lares, es decir, los que son dominados en una contradicción principal se tornan dominantes en una secundaria..

La única solución posible al conflicto que ahora se da, es luchar a favor de que exista una sociedad que le otorgue valor a los valores humanos, no materiales; que le brinde reconocimiento a la estatura de miras, no de cuerpo; que se privilegie el pensamiento, no la sumisión; en una palabra, que permita a cada uno realizarse como ser humano, individual, único e irremplazable.

No se vale perder más vidas en unas luchas estériles, inútiles y que a nada positivo conducen.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
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Monterrey, N.L., mayo de 2009.

sábado, 16 de mayo de 2009

El Acoso Laboral

Hace unos días recibí de una persona que no identifico un mensaje de correo electrónico en el que me pide me refiera al mobbing o acoso laboral.

Me explicó la forma en que ha venido siendo maltratada por sus compañeros de oficina y más aún, por sus superiores.

Y sí, en su texto se aprecia un dolor muy grande por la forma en que se conducen con ella y además, se advierte que guarda un rencor enorme a los directivos de la empresa que le ha permitido alimentar a su familia por algún tiempo.

Veo muchas cosas al respecto.

Si bien, por un lado tenemos el caso de aquellos en los que realmente el patrón o sus representantes acosan, que significa "hostigar, asediar, no dejar ni a sol ni a sombra", tanto a varones como a damitas, también es cierto que muchas veces nuestra actitud es el origen de lo que nos sucede.

Me piden también, que investigue si está regulado en la Ley Federal del Trabajo (LFT), si existe algo al respecto.

Me encontré lo siguiente:

"Artículo 132. Son obligaciones de los patrones:
VI. Guardar a los trabajadores la debida consideración, absteniéndose de mal trato de palabra o de obra";

y también,
"Artículo 135. Queda prohibido a los trabajadores:
X. Hacer cualquier clase de propaganda en las horas de trabajo, dentro del establecimiento."

Es decir, le está vedado al patrón hacer uso de mal trato de palabra o de obra en contra del trabajador y a éste, realizar cualquier clase de propaganda dentro del establecimiento.

Y ahí es donde creo que está el quid del asunto.

Existe un anuncio televisivo en el que la madre de familia se expresa con regocijo porque logró llevar a su familia de vacaciones, "sólo por haber llevado el catálogo de determinados productos a la oficina en que labora", es decir, les sugieren a los trabajadores que utilicen su tiempo dentro de la empresa que les paga por trabajar, en la difusión de los contenidos de otra empresa diversa.

Aquél que acepta desarrollar un puesto de trabajo, está aceptando las condiciones del patrón, que siempre habrán de ser en los límites de lo que establece la fracción VI del artículo 132 de la LFT.

Primero, el obrero o empleado deberá analizarse a sí mismo para descubrir si está o no dando motivos de que sus superiores le llamen la atención, lo que no necesariamente ha de ser porque "le traen ganas", pues podría ser por no cubrir las expectativas del empleador.

Pero también cabe la posibilidad de que el patrón o sus representantes quieran el puesto para algún favorito, que hayan decidido despedir, "por sus pistolas" al trabajador que nos ocupa o simplemente, que siguiendo una forma de vida muy común, más de lo que se piensa, desea favores sexuales de aquella persona, no necesariamente mujer, lo que trae como consecuencia obligar a alguien a hacer algo que no quiere o bien, obligarlo a renunciar.

Ahí es cuando tenemos lo que los expertos han denominado mobbing o acoso laboral.

El primero en designarlo con ese nombre fue el doctor Heinz Leymann, psicólogo industrial y pionero en identificar este fenómeno en Europa, Japón y Australia, donde estudió casos por más de 20 años en los 80.

Las actividades del acoso laboral se clasifican de la siguiente manera:

1. Limitar los canales de comunicación. El superior restringe al afectado la posibilidad de defender su postura cuando se discute algún conflicto y se le cambia de oficina para separarlo de sus compañeros más cercanos. Incluso, se obliga al resto del personal a no dirigirle la palabra.

2. Desacreditar su capacidad profesional y laboral. Obligarlo a realizar tareas que vayan en contra de su voluntad, juzgar negativamente su desempeño en la empresa, entregarle trabajo en exceso, difícil o imposible de realizar y ocultarle las herramientas necesarias para desenvolverse.

3. Desprestigiar a la persona frente a los demás. Críticas constantes a su forma de vida, imitar gestos u otras cualidades propias de esta persona a manera de burla, sus propuestas son rechazadas y se le considera responsable de los errores cometidos por los demás.

4. Agresión física. Aunque no se presentan golpes, existen gritos, insultos y amenazas. Sólo se tiene documentado que Suecia y Francia cuentan con leyes que castigan el mobbing.

La clasificación anterior aparece en tantas páginas electrónicas que sólo con tener la curiosidad por localizar la información, la encuentra.

Ahora bien, ¿qué es lo que mueve al patrón o su representante a hostigar o acosar a un trabajador?

Cuando la empresa tiene un dueño cierto, es decir, cuando es de un particular y por ende es una empresa de mediano tamaño, normalmente quien la ha hecho crecer es una persona con un alto grado de responsabilidad de su función como empresario y por ende, se aparta de este tipo de prácticas.

Además, no permite que sus subalternos cometan ese tipo de actos. En los raros casos en que se llegan a dar, por supuesto que existe una sanción, tanto del patrón como de la misma sociedad.

Eso sucede en empresas y pueblos chicos o medianos.

Cuando la empresa se pierde en la bruma de la falta de identidad, cuando nadie sabe para quien trabaja, pues hoy son empleados de una firma y mañana, derivado de fusiones, compras, quiebras y demás figuras mercantiles, van mutando sus propietarios, sus patrones, hasta no saber de quien dependen, es tanto el temor de perder el empleo de los jefes, que acosan a sus subalternos, pues ellos son el riesgo real de ser reemplazados. De hecho, les dicen que se aguanten, pues el trabajo que hoy desempeñan, mañana habrá quien lo haga mejor y a mitad de precio.

Es importante mencionar que el patrón, esa figura inasible, sin rostro, que dicta las órdenes, no tiene idea de lo que sucede en la empresa y el inferior, siempre busca la forma de meter una zancadilla al jefe inmediato, para ocupar su puesto.

Y en la jungla de concreto, eso es válido. No es moral.

Y entonces el que quiere guardar un prurito de moral, de decencia, de buenas costumbres, no encaja en esa jungla y por supuesto, se va a sentir acosado, tanto por superiores como por subalternos, trayendo como consecuencia que el ambiente laboral se deteriore mucho más de lo que debería ser, causando además, graves problemas de salud, tanto física como mental.

Sin embargo, el mayor problema lo encontramos cuando la empresa o patrón no tiene rostro cierto o más bien, cuando todos somos dueños. Me refiero a los casos en que el patrón es el gobierno, ese ente jurídico sin rostro que se renueva cada tres o seis años.

En los casos en que los empleados son parte del gobierno, están ciertos que ya alcanzaron una estabilidad laboral que les permitirá, en un futuro más o menos lejano, alcanzar una jubilación.

¡Qué bueno! Sin embargo, los jefes, esos que ocupan puestos por sólo una temporada, traen a sus subalternos que como están ciertos que no van a hacer huesos viejos en el puesto, buscan la forma de medrar con el encargo que se les ha brindado. Y buscan la forma de obtener todo lo posible del empleado, que se ha defendido por muchos años de los distintos jefes que le ha tocado sortear.

En el gobierno, léase federal, estatal o municipal o más aún, de organismos públicos descentralizados o de diversos poderes, como lo son el Legislativo y el Judicial, la situación parece cada día ir de mal en peor.

Sin importar que el empleado sea del aparato legislativo o que sea de los que imparten justicia, están expuestos a sufrir ese acoso que crispa los nervios, que destruye la confianza en sí mismo y que termina por degradar al hombre, al obligarlo a aceptar lo que le es propuesto o las burlas y sátiras a que se enfrenta.

Claro, el día de mañana que logra colocarse en un puesto, un escalón por encima de sus compañeros, ese día a él le corresponde ser el acosador, pues es una costumbre y una forma de vida que ya aprendió.

Creo que el servicio civil de carrera, el promocionar al más apto, no al más antiguo, el permitir que los tribunales de honor y justicia dentro de las propias dependencias funcionen a plenitud, podrá ayudar a crear conciencia de que podemos cambiar.

Estimo que si a nuestros empleados, pues al ser servidores públicos se pagan con nuestros impuestos, se les permite crecer como personas, habremos de tener cada día mejores funcionarios y empleados.

Creo que vale la pena intentarlo.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

Nota publicada en el Número 188 de la Revista Forum en el enlace:

http://www.forumenlinea.com/articulos/articulo19.html

jueves, 14 de mayo de 2009

Para ser Maestro.

Un día, cuando terminé mi carrera de abogado, me di cuenta que había omitido realizar mi servicio social, pequeño inconveniente que me obligó a permanecer un semestre más aquí en esta industriosa ciudad de Monterrey.

En aquél entonces, acudí al Departamento correspondiente y después de varias opciones fallidas, me asignaron a la Preparatoria Número 15 Unidad Madero de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Fui, ajeno a lo que la vida me habría de deparar y traté, como he tratado siempre, de hacer las cosas con gusto, jugando, contento, pues así parece ser mi natural talante. Me hice amigo de los muchachos y las muchachas que daban clases.

Conocí lo que es la Academia, es decir, el que los Maestros de un área determinada se reunieran a comentar los problemas propios de sus alumnos y me di cuenta lo que implicaba tener vocación para desempeñar ese tan sufrido apostolado.

Hasta hoy, he seguido reuniéndome de cuando en vez con algunos de los muchachos de entonces, a pesar de que varios ya obtuvieron la jubilación y otros se jubilan mañana.

De entre todos los Maestros y sólo a mis ojos, una se distinguía, pues me llamó la atención su andar tan derechito, su forma tan propia de comportarse, la categoría que irradiaba a su paso y sobre todo, la modulación de su voz, pues cambia con facilidad de cuando logra dominar a un grupo de setenta preparatorianos, a cuando se dirige a uno solicitando una taza de chocolate.

Así creo yo que empieza el enamoramiento: admirando a la otra persona.

Cuando algo le admiras, es muy fácil seguirla, es muy fácil continuar un camino, es muy fácil y hasta suavecito el andar juntos.

Si esa admiración va más allá de la simple presencia física, si esa admiración se profundiza en los sentimientos, podrás estar muchos años juntos sin que nazca el tedio de lo ya sabido. Qué triste cuando lo único que se admira es un cuerpo que sólo dura, en el mejor de los casos, unos cuantos años o cuando lo que se admira es un carro, una ropa o cualquier otro objeto que se compre con dinero.

Y entonces, pasó lo que no entraba en mis planes: me enamoré y me casé con una Maestra Regiomontana, que es la madre de esos dos excelentes jóvenes con que la vida nos ha regalado.

Pero para el matrimonio, yo, ya sabrán Ustedes, sobrado, bastante, suficiente, le pedí a mi ahora esposa que renunciara a sus compromisos en Monterrey y me acompañara en mis periplos, pues trabajaba en Tamaulipas.

Y lo hizo. Dejó la Universidad, dejó otros encargos que tenía y nos fuimos a hacer la vida. Pero ella siguió siendo Maestra, como lo es cualquiera que tenga tan arraigada la vocación.

Desde niño conocí y supe lo que era ser Maestro, pues en casa, mis dos abuelas, mis tíos y tías, mi Padre y mucha gente de mi alrededor, había abrazado el apostolado que implica ser Maestro.

Me tocó ver las noches revisando tareas, las tardes de hacer figuritas para los niños, el llenar las estampitas para los muchachos, las listas aquellas interminables, con nombres chiquitos y en las que no podías cometer error, pues se tenía que volver a hacer y todo lo que implica ser Maestro.

Pero eso estaba alejado de mí.

Sin embargo, un día me dijo mi esposa que en la Universidad en la que estaba les faltaba un Maestro, pues se había enfermado y me pidió que fuera a sustituirlo.

Ya sabrán Ustedes. Empecé a repelar. ¡A mí para qué me quieren! ¡Yo no le sé a eso! ¡Es ir a pelearse con gente que ni conoces! Y por supuesto, todo lo que se imaginen que pude haber dicho.

Pero también han de saber que en el matrimonio… uno a veces propone y otras veces, ni eso.

Así que fui, sustituí al Maestro y me gustó.

Y empecé a dar clases. Y nos cambiamos de ciudad, y seguí dando clases, Y nos volvimos a cambiar, llegamos a Monterrey y tuve la fortuna de impartir cátedra en mi Alma Mater.

Sin embargo, al tiempo y por mis circunstancias de vida, salí de ahí.

Pero he tenido la suerte de ingresar a otras universidades de Monterrey, donde la inmensa mayoría son jóvenes con hambre de progreso y voluntad de triunfo, donde los compañeros Maestros disfrutan lo que hacen y los directivos van buscando mejorarlas.

Ahora, sigo teniendo la fortuna de estar en una Universidad, sigo disfrutando de dar clases, de tener un público ávido de escucharme y que me permiten disfrutar del estrado, pues fuera de ellos, creo que nadie aguanta estarme oyendo.

Ahora, viajo a varias universidades a dar clases de posgrado y me han servido para conocer alumnos de lujo, que se han convertido en mis amigos.

Y por esas cosas de la vida, que te suceden cuando con tu compañera de viaje sigues un mismo derrotero, Tina y yo hemos tenido la maravillosa suerte de compartir experiencias como Maestros con los mismos grupos, pues hemos tenido la fortuna de seguir siendo compañeros de clase, como lo fuimos en aquella época en que nos conocimos.

Y la sigo viendo menudita, derechita, entrar al salón de clase y dominar con una mirada al auditorio, como en aquellos lejanos tiempos de la prepa 15, cuando estábamos en el edificio de Enfermería, en el Hospital Universitario.

Y creo que me sigue dominando, pues la sigo admirando.

Conmigo los muchachos hacen cera y pabilo. Ella, los tiene controladitos.

Esa fue su vocación primera. Esa sigue siendo su vocación. Y conste, me dice que necesita leer del tema, pues necesita actualizarse, hasta que le digo que no hay más actual que lo que lleva. Claro, cuando regresa y le preguntamos: ¿Cómo te fue?, siempre nos dice que salió todo bien. Y así quedan las cosas cuando se hacen con conocimiento de causa.

Eso es lo que se necesita para ser Maestro: Tener ganas de hacer las cosas, tener vocación para tus afanes, disfrutar lo que haces, entregarte todo y la verdad, la respuesta de los alumnos es siempre positiva.

Es más frecuente de lo que se imagina Usted, mi querido lector, que Tina y yo compartamos comentarios de algún alumno que enfrenta algo que para él, a sus cortos años, es una tragedia pero que muchas veces hemos podido ayudarles con tan sólo una palabra de aliento.

Claro, a veces, como en todo matrimonio, hay desavenencias.

Hace unos cuantos días estábamos enfrascados en un conflicto, ya casi alzando las voces, hasta que llegaron José y Daniel y nos dijeron: ¿Ya se dieron cuenta que se están peleando por el significado de la palabra cultura?

Soltamos la carcajada y buscamos un sinónimo o un antónimo o algo así.

Creo que así deberían ser todos los Maestros.

Por eso, desde aquí, me nace el deseo de felicitar a mi compañera en la vida, Tina, en el Día del Maestro, categoría de excelencia que se ha ganado a pulso en el día a día, así como elevo mi felicitación a todos aquellos Maestros que luchan por que su título, Maestro, se esculpa con letras de oro y siempre buscan dejar constancia de su paso por la vida.

Un poquito para mí, también me deseo que siempre tenga las ganas de seguir al frente de un grupo, pues el Maestro conserva la edad de sus alumnos.

Por supuesto, también va mi felicitación a mi José, que ya tiene más de un año de que es “productivo”, pues se ha venido ganando la vida, hasta donde le alcanza, como Maestro, tanto de adultos como de niños, que es la parte más difícil de ser Maestro.

A Daniel sólo le falta avanzar en la vida para ser también Maestro, aunque ya nos ha avisado que a él le gusta ese oficio. Estoy seguro que será un gran Maestro.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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Monterrey, N.L., 14 de mayo de 2009.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Mauricio Fernández Garza.

Ervey Cuéllar Adame, Abogado de los que le dan lustre, prestigio y categoría a la profesión, catedrático universitario y además, preocupado por los asuntos de todos, me ha distinguido con su amistad y me invita, siempre, a las reuniones de Vertebra, A.C., el Organismo que preside y que implica una entrega maravillosa en bien de la sociedad toda.

Hoy no fue la excepción. Me envió un mensaje, de esos “email” que ahora se usan, me hablaron por teléfono, me reiteraron la invitación y tuve oportunidad de asistir a la reunión del viernes ocho de mayo de 2009.

El orador invitado era Mauricio Fernández Garza, neoleonés por todos los costados, aguerrido y firme en sus convicciones, franco, tal vez de más, pero si, bien intencionado.

Y empezó el evento. Entraron los meseros a servir el desayuno al mismo tiempo que Ervey presentaba, como si necesitara presentación, al orador invitado, por cierto, diciendo que hacía uso del micrófono antes de que lo tomara el orador invitado, que una vez que lo tuvo en su poder, ya no lo soltó.

¿Estarían de acuerdo en que los operara un mecánico o un plomero? Fue la pregunta con la que inició su disertación Mauricio.

Por supuesto, la respuesta es no, lo que se dijo al unísono por los presentes.

Y de ahí empezó. Si no están de acuerdo en que los opere un plomero o un mecánico, oficios respetables pero diversos al del cirujano, entonces ¿cómo van a estar de acuerdo en que administre su ciudad un neófito en la materia?

Esa pregunta lleva mucha jiribilla, dirían los que saben de eso.

Empezó a promocionarse, al cabo eso es lo que es una campaña política y habló de su preparación como Master en Administración, como experto en finanzas, como ya con experiencia como alcalde, así como sus múltiples cargos en la Industria Privada Regiomontana. Y contó anécdotas y trajo a la actualidad, de la memoria de los presentes, hechos ya pasados pero que vale la pena recordar, por lo que implican.

Y sobre todo, trazó un plan toral de tres puntos para el caso de que llegase a ganar la alcaldía de San Pedro, de lo que por cierto, dijo sentirse seguro.

Enfoca Mauricio sus baterías a tres ejes:

1.- Asunto vial; 2.- Cuestión social, y: 3.- Seguridad Pública.

Aclaró que el orden es contrario a la forma en que los expresó.

Empieza por mencionar las vialidades y sus problemas, para continuar diciendo que no se puede soportar que San Pedro, La Joya de la Corona, se convierta en un Municipio que sirva para el tránsito de unidades pesadas, mencionando que sí deben adecuarse las vialidades, pero sólo para hacer que sean más eficientes, no para un uso indiscriminado. Y ahí entronca la cuestión social. Que no es válido que convivan los más ricos de la república al lado de algunos de los más desprotegidos y menos favorecidos del sistema.

Que lo que haya que darles, que lo que haya que hacerse, habrá que hacerlo, con tal de evitar el día de mañana, un problema mayor. Que necesitan parques, calles, servicios municipales y para brindárselos, necesitan regularizar la tenencia de la tierra. Es un todo que se va engarzando solo.

Y obvio, concluye con el problema de la delincuencia. Que las patrullitas ya no sirven, que están obsoletas, que los sistemas se quedaron atrás, que no es posible que San Pedro Garza García, el municipio que es ejemplo de lo que deben ser los municipios en América Latina, esté muy lejos de lo que se considera moderno.

Y ahí fue donde comentó que los asuntos delictivos, incluidos narcotráfico y demás, no deben ser sólo prioridad del gobierno federal. Que las diversas instancias de gobierno, léase estadual y municipal, también deben ser corresponsables de su atención.

Pero lo que más llamó la atención de los presentes, fue cuando dijo que no quería el cargo para gobernar, pues hizo ver la diferencia entre gobernar, es decir, actuar de un modo autoritario, y disfrutar de una gobernabilidad, entendiéndose por esto, la intervención de los ciudadanos en los asuntos de gobierno, vamos, la casa abierta para que los propios vecinos estén enterados de lo que se está haciendo en su ciudad.

Y, creo que vale la pena poner atención en su dicho.

No es lo mismo pensar que se le llama Palacio Municipal al edificio medio en ruinas que alberga los poderes del ayuntamiento, por que sea un verdadero Palacio, en toda la extensión de la palabra, a llamarlo así porque en su interior se encuentra un reyezuelo, de esos que pierden todo contacto con la realidad desde el día que saben que cuentan con un presupuesto que al parecer, no es supervisado por nadie.

Cuidado, no es lo mismo.

Y Mauricio Fernández Garza al parecer quiere ser un buen vecino, quiere gobernar para todos y con todos, quiere dejar huella.

Y eso es lo rescatable.

Que los demás candidatos, de los demás municipios, aprendan y entiendan que no es lo mismo servir que servirse, que no es lo mismo buscar el poder para servir, que buscarlo por el propio poder, es decir, para obtener prebendas, canonjías y beneficios, que el día de mañana los hacen agachar la cara ante la sociedad, que al fin de cuentas, es la que pasa la factura del resultado de nuestros gobernantes.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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Monterrey, N.L., mayo de 2009.

domingo, 10 de mayo de 2009

Loa a la Madre

Guillermo Aguirre y Fierro, mexicano, escribió “El Brindis del Bohemio”, poema en el que ensalza a la madre que le enseñó desde niño, lo que vale el cariño, exquisito, profundo y verdadero.

Espero que Usted conozca el poema. Si no lo tiene, yo me comprometo a hacérselo llegar.

He visto tantas y tantas alabanzas a las madres, que creo que siempre es bueno recordar que lo mejor que se puede hacer, es honrarla y atenderla en vida, no cuando sea demasiado tarde.

Yo también, a veces quisiera que la vida me diera la oportunidad de tener el trato diario con mi madre, el trato que permite saber de los afanes diarios, no sólo de la llamada telefónica de vez en cuando, de la nota en correo -“para que sepan que estoy bien”-, de la comunicación que se hacen contando los minutos pues las llamadas cuestan, etc.

Pero sé, como lo sé ahora que tengo hijos, que por más ocupados que estén los hijos, por más distantes que se encuentren, por más distraídos que parezcan, que los padres y las madres, siempre están con el pensamiento en los hijos.

Que el hecho de que no los vean a diario, no significa en modo alguno que se desentienden de ellos.

Sin embargo, es necesario precisar que la óptica que se tiene desde el ser hijo y desde el ser padre, son distintas.

El orden natural de la vida dice que los padres se han de ir primero que los hijos.

Tanto, que existe nombre específico a quienes pierden a sus padres: huérfano. O el que pierde al esposo o esposa: viudo o viuda, según sea el caso.

Sin embargo, no existe palabra alguna que pueda encerrar el dolor de los padres que han perdido a un hijo.

Vamos, no hay quien invente una palabra que de tan dolorosa, aún no nace. El dolor se lleva dentro y es para siempre.

La vida va haciendo a los hijos que construyan su propio entorno: los hay casados, solteros, ricos, jóvenes, pobres, ancianos, hambrientos de pan y de consuelo, etc.

El padre, conforme a los criterios que existen en nuestra sociedad, es como un roble: fuerte, se yergue de pie, no se dobla.

La Madre por el contrario, con sólo ver el dolor de su hijo o sentir su ausencia, llora.

En ese llanto desfoga el dolor que los hombres no sabemos manejar, pues nuestro papel en la vida, lo que nos enseñaron, es otro.

Hoy que tengo a mis hijos, los veo salir un momento a una fiesta, sé que viven conmigo aún, sé que los tengo cerca y mi corazón se niega a dejarlos partir, así sea sólo un rato.

Sin embargo, hay que darles los permisos, de manera consensuada, pues su Mamá, invariablemente dice: -pídele permiso a tu papá-, con lo que la responsabilidad es mía, aún cuando ella abogue por sus hijos.

O caso contrario, a mí me toca ser quien los defienda, para obtener de su mamá el tan anhelado permiso.

Pero ¿cómo no he dejarlos ir a atender sus gustos, sus asuntos, si eso fue lo que yo aprendí?

¿Cómo les voy a negar los permisos que a mí siempre me concedieron cuando tenía su edad?

Ahora que viene el Día de las Madres, mis chatos se acercan a pedirme para el regalo de su Mamá, que es mi esposa.

Los atiendo, los apoyo, los aliento, pues ellos siempre han visto que vemos y visitamos a la Mamá de su Mamá y a mi Madre.

A mí, me queda el consuelo de que siempre que he podido, he visto por mi Madre. Que sabe que es mi Madre, título que a nadie más puedo dar y que la quiero con el alma.

Que siempre está en mis pensamientos, aún cuando la distancia nos separe, como yo sé que piensa en mí, pues está pendiente de mis penas y alegrías.

Por eso ahora, en este Día de las Madres, sólo me queda decirle que debe saber a ciencia cierta, que los hijos no pueden olvidar a los padres.

Como yo sé que los padres jamás alejan de sus pensamientos a ninguno de sus hijos.

Por más errores que cometan.

Y eso, señores, es el amor.

Perdonar siempre.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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viernes, 8 de mayo de 2009

ACAPULCO

Un día, revisando las notas que me ha publicado El Porvenir, me encontré con un muy elogioso comentario de una persona que en ese momento no conocía y que hoy, se cuenta entre mis amigos más entrañables.

Era de Ángel Ascencio Romero y me decía que le parecía interesante mi nota. Incluso, me hizo saber ser autor de un libro y pedía mi opinión, lo que por supuesto va más allá de mis pretensiones. Obvio, le contesté, nobleza obliga y me puse a sus órdenes.

Empezó un frecuente intercambio epistolar, si bien, ahora es por “email”, ya no como antes, con hojas con letra bonita y sobres lacrados. De hecho, más de uno no sabrá que lacrar un sobre es que se deja caer una gota de cera y con el anillo de mando, el Señor estampaba su sello, lo que impedía se abriera la carta y existía la seguridad de que el texto sólo fuera leído por su destinatario.

Ahora, con esta modernidad que existe, uno quiere mandarle un “email” a alguien y le llega a otro, o recibimos en nuestro buzón correos “spam” al por mayor. Pero bueno, son cosas de la vida.

En ese intercambio, un día me preguntó si estaría dispuesto a acudir a Acapulco a impartir una clase de posgrado, lo que ha Usted de imaginar que me emocionó al grado de que dejé de hacer todo lo demás para dedicarme a armar mi papelería para poder soportar que me hacía acreedor al curso, estudiar para estar a la altura de las expectativas de los alumnos, dejar mis asuntos aquí debidamente cubiertos y todo lo que se podía necesitar.

Y empezaron mis viajes. Uno cada semana, de viernes a domingo. Me acompañó en uno, mi esposa, en otro, mi hijo José y dos fui solo.

En mi primer viaje conocí a mi anfitrión, que supe es Doctor en Derecho, que es autor de varios textos de Derecho del Trabajo, los que por cierto ya usé como de texto en algunas materias, que ha sido de todo en la Universidad de Guerrero, que es integrante del Sistema Nacional de Investigadores y que ahora es coordinador de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero.

El viernes en la tarde, fue por mí al aeropuerto, lo que evidencia su buena cuna y quedó de pasar por mí al hotel el sábado temprano para acudir a la primera sesión. Yo, me desperté, más por los nervios que por el despertador, me arreglé, me puse mi traje, claro, iba muy formalito y bajé al restaurant a esperarlo.

Cuando me vio, dijo: -Maestro, eso no se usa en Acapulco-. Yo, por supuesto, insistí en seguir trajeado, total, ya estaba arreglado y así me fui a la facultad.

Los alumnos, que ahora me dispensan su amistad, estaban esperando como para ver qué clase de gente era yo. Y creo que me recibieron bien, pues la materia era Seguridad Social y ahí he venido tratando de demostrar que las cosas pueden y deben cambiar.

A la mitad de la clase y antes del receso, yo ya había botado saco, corbata y me había quedado en mangas de camisa, pues a pesar del aire acondicionado, el calor es maravilloso.

Y empezaron las atenciones a más no poder. Que comida en Los Buzos, que recorrer la costera, que no sé qué más. Todo de lujo.

Y culminó el curso. Y quedamos muy satisfechos, cuando menos yo, tanto, que a los cuantos meses que me volvieron a invitar, por supuesto asistí.

Ahí sí tuve un gusto y un orgullo mayúsculo, pues le pidieron a mi esposa impartiera un curso de metodología, es decir, de preparación para los que ya terminaron su maestría y deben formular su tesis. Fue algo maravilloso compartir la cátedra con mi esposa, lo que afortunadamente ya hemos hecho pero ahora, ¡¡¡en Acapulco!!!

Eso sí, yo tengo una serie de quejas, las que por cierto, nada más le voy a contar a Usted y le pido no las divulgue.

Cuando fui solo, me llevaron a pasear en coche, me invitaron a muchas partes, me dejé querer.

Cuando fue José conmigo, uno de los alumnos, lo invitó a recorrer ese Acapulco de noche que está vedado para los que como yo, creen que portarse bien es dormir temprano y pobre de mi hijo, tuvo que andar en cada lugar que ¡¡ni nombrarlos!!

Pero cuando fui con mi esposa, se puso de acuerdo con no sé cuantos y nos llevaron a recorrer, a pie, la costera de punta a punta. Tanto, que nos saludaban de nombre los vendedores del mercado, conocí los restaurantes, uno por uno, pues a todos llegué a comprar refrescos o agua, me senté en todas las piedras de la calle, trabamos amistad con Nemesio y Xóchitl, él, un niño que mueve la pancita por un peso, bueno, por diez pesos pues ya subieron las cosas y que a sus escasos seis o siete años ya sabe la diferencia de valor de las monedas y no lo hice caer y ella, una niña que se hizo amiga de mi esposa y cada semana le tenía un nuevo tesoro de collarcitos y pulseritas y cositas que yo nunca hubiera comprado.

Pero las mujeres, entre ellas, la niña de menos de diez años y mi esposa, parecía que hablaban el mismo idioma. Claro, nuestra pequeña amiga hablaba, además, del español, náhuatl, lo que a mí, me causó una muy grata impresión y platiqué lo más que pude con ella, pero obvio, no aprendí nada.

Probamos salsa picante de mango, de tamarindo, “morritos”, caldos de no sé qué, guisos de no sé cuánto, comidas, para mí, totalmente exóticas.

Permítame contarle que las primeras veces me la pasé comiendo y cenando en el restaurant del hotel, pues me faltaba la que ordena mi vida.

Aclaro, cuando intervino la familia del Doctor Ascencio, es decir, su esposa e hijos, todos excelentes y además, jóvenes, aquello fue, para mí, de mal en peor y para mi esposa, in crescendo. Nos invitaron a Chilpancingo, a Tixtla, a Iguala, con foto de la bandera y todo, a Taxco, donde les dije que llevaran zapatos cómodos pero no me creyeron y ahí sufrieron lo indecible, pues han de saber que alguna calle de Taxco ¡tiene pasamanos¡ Imagínese qué tan empinada estará, que necesita soporte. Hice suficiente ejercicio como para los próximos dos o tres años.

La verdad, los viajes han sido maravillosos y por supuesto, yo estoy listo para volver a impartir clases en Acapulco, ya que he tenido la suerte de conocer alumnos extraordinarios que me han distinguido con su amistad, como he podido conocer y adentrarme en una forma de vida que, para mí, era desconocida.

Espero me sigan invitando y espero también, poder conocer otros lares. Pero siempre queda un gusto especial por lo primero.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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Monterrey, N.L., mayo de 2009.

viernes, 1 de mayo de 2009

La diferencia entre perder y dejar de ganar.

En materia jurídica, existe una muy clara diferencia entre lo que son los daños y los perjuicios.

Suponga Usted que va en su coche y tiene un accidente, de esos en los que los carros salen con las defensas rotas, descompuesto el sistema de la suspensión y alguna otra cosa. No hubo lesionados.

Por supuesto, los daños serán el costo de la defensa, de la suspensión y demás foquitos y cositas que haya que cambiar.

Los perjuicios serán, que Usted se queda sin coche, que tendrá que rentar uno, con el costo inherente, o pedirle a alguien en casa que le deje el suyo y el perjudicado será su hijo o algún otro familiar, o tal vez, tendrá que trasladarse en camión, con las molestias que ello implica.

Hasta ahí, la diferencia entre daños y perjuicios.

Es decir, los primeros son perfectamente estimables en dinero y podemos saber con exactitud a cuánto ascienden.

Los perjuicios, no siempre. ¿Qué tal si el hijo iba a invitar a una muchacha para pedirle que fuera su novia y no se atrevió, por andar “a pata”? Perjuicio grave. O tal vez no. Quién sabe.

Ahora, existe una muy marcada tendencia a pensar que lo que está sucediendo en nuestro país son pérdidas, las anuncian como muy graves y piden que les eliminen todo tipo de impuestos, gravámenes, costos y demás.

Cuestión de que analicemos juntos de que se trata.

Un comerciante, el que Usted quiera, compra o tiene en sus bodegas, digamos, cien carretillas para su venta. Cada una a doscientos pesos y va por una utilidad de ochenta pesos por carretilla. Es decir, le costaron ciento veinte y va a ganar ochenta. Tal vez sea correcto, tal vez sea justificado, tal vez sean las leyes del mercado. Vamos a darlo por cierto.

Sin embargo, ahora que decretan la suspensión de una gran parte de las actividades, no puede abrir su tienda y no puede vender sus carretillas.

Le va a costar, la renta del local, en caso de que no sea suyo, los sueldos de los empleados, la luz, casi no, pues al tener cerrado el negocio, no consume. Es decir, tendrá que cubrir algunos gastos o costos indirectos que ya existían en su presupuesto.

Pero el día que le permitan volver a abrir su tienda, podrá vender sus carretillas o coches o defensas o juguetes para los niños o regalos para las madres o lo que sea. Es decir, no va a tener una pérdida real por no haber vendido esos días sus productos, ya que sólo va a diferir el ingreso de las ventas, incluyendo capital invertido y utilidad, por unos cuantos días.

Es decir, el comerciante de que hablo dejó de ganar unos días, pero no perdió. Desfasó su proyección de ventas, pero no perdió. Dejó de ganar, no perdió. Igual pasa con la inmensa mayoría de los negocios.

Vamos, aún los de los sitios turísticos, los que esperaban una gran concentración de visitantes, perderán sólo aquellos consumibles perecederos que estaban dispuestos para atender a los huéspedes, pero en términos generales no habrán de registrar pérdidas. Eso sí, dejarán de ganar y por cierto, su falta de ingresos podrá ser cuantiosa, pero no son realmente pérdidas.

En cambio, el obrero que vive al día, que para él representa su salario la única fuente de ingresos, la forma en que habrá de paliar el hambre de sus hijos, quedarse sin ese ingreso en una jungla de concreto que no alberga ya la forma de brindar sustento como antaño lo hiciera el campo, para él, ese “dejar de ganar” implica la diferencia entre vivir un día más, entre solventar sus necesidades de manera apegada a la ley y tornar sus afanes en algo ajeno a lo que la propia sociedad dispone.

El obrero que deja de ganar el sustento, pierde la forma de alimentarse, pierde la posibilidad de seguir la vida, pierde incluso, las ganas de seguir luchando.

El comerciante que deja de ganar, sólo difiere unos días sus utilidades, sólo apuesta lo que sabe está seguro, sólo arriesga lo que ya es producto de anteriores esfuerzos.

De ahí que la diferencia sea abismal.

Perder significa no tener un pan para comer. Dejar de ganar es diferir los ingresos, incluyendo utilidades, a unos cuantos días.

Creo haber logrado puntualizar la diferencia.

Creo que no se vale que nuestros comerciantes, políticos y empresarios, vamos, los del dinero, se desgarren las vestiduras por “dejar de ganar” unos cuantos días.

Creo que no se vale que los desprotegidos, a los que algún presidente pidió perdón y que cada día son más, deban sacrificar su integridad física para poder lograr un salario que la propia autoridad ya decretó se deben de pagar.

Creo que no se vale que los dueños del dinero, con el nombre que Usted quiera darles, obliguen al obrero a presentarse a laborar, en despecho de las medidas de seguridad sanitaria que existen, so pena de no cubrir salarios, que es la única fuente de ingresos del asalariado y además, que es una fuente lícita y que conlleva la obligación de prestar un servicio personal subordinado.

Es un asunto que debería estar en primerísimo lugar de la atención nacional y que sin embargo, los medios de comunicación no lo han contemplado, pues al fin y al cabo son sólo unos cuantos asalariados que no figuran a la hora de medir la audiencia, pues ni radio ni tele tienen, menos computadoras.

No se vale que al obrero lo obliguen, a pesar de las órdenes de autoridad, a que acuda a una negociación que está cerrada al público pero que decide “realizar inventarios”, “limpieza profunda”, “mantenimiento general” o cualquier otra figura que quieran darle a no permitir el reposo y aislamiento del obrero.

Vamos, es todavía, creo yo, un crimen mayor decretar estos días sin labores como “periodo vacacional” para el obrero, pues ni lo pidió, ni lo necesita ni le sirve para descansar.

No se vale.

Me gustaría conocer su opinión.

Esa sí, vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

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