miércoles, 16 de julio de 2014

De alumnos de excelencia



De alumnos de excelencia


José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              






Un día de 1994, es decir, hace ya 20 años, estando en Ciudad Victoria, Tamaulipas, mi esposa me pidió que fuera a cubrir a un maestro de derecho que había dejado la clase y al principio, me negué. Sin embargo fui y me gustó. La clase era de derecho pero para no-abogados. Entre ellos, tuve de alumno a uno que ya ha sido diputado federal dos veces y tiene un altísimo cargo en el Gobierno Federal y afortunadamente, me sigue tratando y muy bien.



Al tiempo cambié mi lugar de residencia a Reynosa, y en 2001 me invitaron a participar como maestro en el Instituto Internacional de Estudios Superiores, IEES, que iniciaba la carrera de Derecho y tuve el honor de ser el primero en impartir clase, pues por mi trabajo solamente podía acudir a la de las siete de la mañana, a ninguna otra hora podía ir.



Ese fue mi primer grupo formal de derecho, de alumnos que querían ser abogados y que por lo tanto, podía yo exigirles que aprendieran todo lo que marcaba el temario. Me gustó mucho ese grupo y siempre los he llevado conmigo, en mis mejores recuerdos y en un muy especial lugar de mis afectos.



Fui a la fiesta de cuando Arturo cumplió 18 años y le llevé a regalar un libro, no podía llevar otra cosa. Su papá, espléndido anfitrión, nos invitó cena de lujo con los mejores vinos a los padres de familia que asistieron y a mí.



Luego fui a los 18 de Raúl con otro libro y de los demás, a cada uno su libro. Creo que nunca he vuelto a fiestas así.



Están retratados en mi casa, comiendo carne asada.



De entre ellos había una muchacha, por cierto cercana al Rector de la Universidad, el Lic. Rosendo, que no dejaba hablar a los demás, que todo quería saber y que todo preguntaba. Ella es quien motiva hoy estas letras.



A ella y al grupo completo les dediqué las líneas que aparecen más abajo.



Hoy tiene un nuevo cargo oficial que mucho le honra y más, a quienes la hemos tratado y sabemos de su afán de saber.



Si hubiera más mexicanos como Adriana, México sería distinto. 


La satisfacción del deber cumplido.
El símil es maravilloso. Al menos así lo siento.

Imaginemos a un grupo de niños de seis o siete años, campiranos, para quienes es su primer día de escuela. Niños que no tuvieron kindergarten o como se diga. Niños de verdad, reales, no de los güeritos que aparecen en los comerciales de televisión. Imaginemos ese primer día de clases.

Los niños, llorando y clamando por sus madres, cerreros, indomables, hoscos, hostiles y la maestra o el profesor, frente a ellos, tratando en vano de hacer que se sienten, tratando de calmarlos, tratando de explicarles que no les va a hacer mal alguno.

Imaginémoslo.

Ahora, días después, imaginemos al mismo grupo. Imaginemos que entra “La Señorita Directora” al salón sin avisar. Los niños a una voz, con potencia entonan: “Buenos Díiiias, Señorita Directora”. Ella, con gesto adusto (no tiene otro), se dirige al titular y le pide que muestre los avances del grupo. El Maestro le dice: escoja Usted y formule la pregunta que guste. Claro, el Maestro por dentro, está temblando. Sólo lo soporta la seguridad de que ha venido dando lo mejor de sí a sus alumnos.

Los mismos niños que lloraban por sus madres, ahora, unos cuantos días después, voltean a ver a “La Señorita Directora” directamente a los ojos, atentos y ella, suelta la pregunta, casi a bocajarro y podría decirse que hasta con mala intención: - Usted, Mónica, dígame las vocales, c o m p l e t i t a s....-

Mónica lo hace. Más que decirlas, las canta, como le enseñó el Profesor, como se debe hacer. A, e, i, o, uuuuu.

El Maestro, henchido de orgullo, pero sin demostrarlo, les dice a sus niños una vez que se ha ido “La Señorita Directora”: - estuvo bien, pero debemos practicar un poco más, para demostrarnos que podemos hacer las cosas bien. Él sabe que ganó una batalla, pero aún no gana la guerra. Le queda, eso sí, la satisfacción del deber cumplido. Aún no inventan otro modo de llamar a eso que se siente por dentro cuando haces bien las cosas.

Hasta aquí, la imaginación.

Va ahora, la realidad.

Hace dos semanas y media, aproximadamente, me estrené como Profesor. El nivel, Universidad. Primer semestre. Pasé a un alumno al frente, a leer del texto oficial de clase y la inmensa mayoría no entendieron las palabras del autor. Les empecé a explicar, palabra por palabra. Tal vez con más paciencia que conocimientos. Tal vez con más ganas, que cualquier otra cosa.

Tuve que salir de la ciudad y para no perder la clase, les dejé un examen. El examen es real, es formal, son los temas marcados, íntegros, para la primera Unidad. Obvio, yo no lo apliqué. Quien lo hizo es Maestra de gran renombre, Maestra con todas sus letras y eso me garantiza que fue examen individual y no colectivo.

Anoche, a la carrera, me puse a revisarlos. El primero fue de una alumna que siempre quiere participar y a quien ya le tuve que decir que deje intervenir a sus compañeros. El examen fue perfecto. No me causó sorpresa alguna. Luego, otros, de quienes no logro asociar las caras con los nombres. Salieron muy bien. Repentinamente, me di cuenta que sólo había puesto cienes. Cuando terminé de calificar el último de los exámenes, ya estaba seguro que tenía puros alumnos de excelencia.

El valor que practicamos, juntos, mis alumnos y yo, se llama “LA SATISFACCIÓN DEL DEBER CUMPLIDO”.

¿Cómo quieren que me sienta? ¿Cómo quieren que se sientan los muchachos?

Si hoy fuera mi último día de clases, si no volviera a ver al grupo, que aún no identifico, si hoy muriera, me quedaría, para siempre, la satisfacción del deber cumplido. Y esa, es por dentro. Es mía.

Reynosa, Tamaulipas, madrugada del viernes 24 de agosto de 2001.

José Manuel Gómez Porchini



Me gustaría conocer su opinión.



Vale la pena.




Referencia a fuentes:




viernes, 4 de julio de 2014

Discurso pronunciado con motivo de la Asamblea Solemne Día del Abogado 2014




Asamblea Solemne Día del Abogado 2014


Distinguidos miembros de la Mesa de Honor
Personalidades que nos acompañan
Compañeros Abogados
Amigos todos

Cada día que he tenido el honor de encabezar los esfuerzos y afanes del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C., ya sea asistiendo a reuniones de trabajo con diferentes autoridades o participando en programas de radio y televisión abiertos al público o mediante los diferentes convenios realizados con instituciones que nos han permitido crecer en nuestros horizontes, ha sido una nueva oportunidad de agradecer el enorme privilegio de estar aquí, frente a ustedes.

El orgullo del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C., es su independencia y de ahí nace su libertad de criterio, su no sometimiento a designios ajenos a la propia voluntad de sus integrantes.

Su principal baluarte ha sido siempre la amistad, como así nos legara en su ejemplo el Mtro. Carlos Francisco Cisneros Ramos, que en unión de un grupo de amigos fundara esta institución, que ha seguido siendo un templo donde se cultiva el espíritu pero más, la amistad entre sus integrantes.

Así he sentido al Colegio, como una casa de amigos en la que además, existe la oportunidad, maravillosa por cierto, de aprender cosas nuevas, de escuchar temas ignotos y también, de sentar los cimientos para ese andamiaje que soporta la vida: el círculo de amistades.

He tenido oportunidad de advertir que los miembros del Colegio apoyan muy diversas causas sin que pretendan hacer que el Colegio los secunde, lo que habla de la libertad de criterio y de la independencia en el actuar que es pilar fundamental de nuestro actuar.

El Colegio de Abogados de Monterrey, A.C., nuestro Colegio, se sigue manteniendo apartidista, pero no apolítico, pues intervenir en la cosa pública no solo es un derecho del ciudadano, es una obligación que se magnifica cuando se tiene la certeza de lo que se afirma.

No siempre la vara de la justicia se dobla por la dádiva del rico ni tampoco por las lágrimas del pobre. Ahora, con las nuevas políticas y nuevas leyes, cuando ya existen los métodos alternos de solución de conflictos en lo que ni aún quienes están ya certificados para enseñarlos, han logrado comprender en su integridad, tenemos un México que se muere entre el proceso penal de antaño en el que el acusado está obligado a probar su inocencia hasta lo más moderno, que nos exige como abogados, escudriñar a conciencia en la forma más que en el fondo de la administración de justicia.

Ya todos sabemos que el yerro del agente de seguridad que detenga al criminal va a permitir que éste salga libre, en defensa del principio pro persona, sin que los derechos de la víctima tengan valor alguno ante la ley.

Cierto, tal vez el Estado ahorre unos pesos en el costo de la administración de justicia, pero los sentimientos de dolor del ofendido no se calman en modo alguno sabiendo que el culpable está libre por un resquicio legal dejado a propósito por el legislador.

Lo que nuestra sociedad exige aún sin saberlo o tal vez, por la paradoja misma de necesitarlo, es educación. Que nuestros gobernantes inviertan más, mucho más en cultivar el espíritu de las personas y menos, mucho menos en formar cuerpos de represión de ciudadanos.

La colegiación obligatoria, un futuro que ya es presente, está a la vuelta de los días y pareciera que a los profesionistas se nos olvidara que el tiempo a nadie espera. Que el tiempo siempre hace lo que le place, con o sin intervención de los hombres.

Y a nivel global, con nuestros socios de comercio y lo que buscan y enseñan las universidades, el que los propios profesionistas certifiquen y avalen a sus miembros, es decir, que la certificación provenga de un par, no de un ajeno, es una realidad. México no puede escapar a la realidad y por eso va buscando la forma de lograr la colegiación obligatoria, en especial, para quienes manejan la vida, la salud, el patrimonio y la integridad de los seres humanos. Ahí, con varios rubros, entramos los abogados. Ahí está la justificación, el leitmotiv de la existencia del Colegio y también, de la obligación de colegiarnos.

Abrámonos pues a los nuevos tiempos, seguros de que el cambio, a pesar de la resistencia natural, habrá de ser positivo. Pensemos siempre que el estudio y la preparación intelectual han sido el motor de los cambios y del desarrollo del hombre.

El Colegio eso pretende: ayudar a crear cada día mejores seres humanos. Por eso lucha y por eso estamos aquí, reconociendo a quienes desde las aulas, en el caso de los jóvenes o desde el sitial en que la vida los ha colocado, en el caso de los abogados con experiencia.

Cada presea representa el reconocimiento de una organización, en este caso, del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C., en favor de los esfuerzos de cada uno de los premiados. Ese solo hecho es suficiente para sentirse orgulloso.

Si además le podemos sumar los años de existencia del Colegio, el prestigio que ha mantenido en la sociedad regiomontana y que siempre ha conservado una línea de verticalidad y congruencia entre lo que dice y hace, quienes hemos recibido las medallas que otorga el Colegio bien podemos sentir la satisfacción del deber cumplido.

Muchas gracias a todos por acompañarnos y les deseo que siempre sigan los dictados de su conciencia. Cuando la hemos preparado para hacer el bien, es nuestra mejor consejera.  

José Manuel Gómez Porchini
Presidente del XIX Consejo Directivo 2013-2014
Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Monterrey, N.L. 04 de julio de 2014.