Serían un poco más de las nueve de la noche, hora perfecta para seguir una tarde de romance. Llegamos al Restaurant-café Tenerías, ubicado en el corazón del Paseo Santa Lucía, en Monterrey y lo primero que hice, fue comprarle una rosa a la dama que me acompañaba. Ella agradeció el detalle y yo, me sentí cada vez más, un nuevo Casanova.
Los muchachos de las guitarras, dos ellos, empezaron a rasgarlas y sacaron notas que según son de Pedrito Fernández, a quien por cierto admiro, pero que yo sé pertenecen a La Revolución de Emiliano Zapata, grupo de rock de hace muchos, pero muchos años. No digo cuántos por que van a empezar a hablar mal de mí y ando de muy buen talante. Una canción suave, con mucho sentimiento y que invita a abrazarse.
Y siguieron tocando. Pedí “Y tú de qué vas” de Franco de Vita y me complacieron. Obvio, mi acompañante ya volteaba a verme con unos ojitos que sólo pueden ser de amor.
Cantaron muchas otras canciones de muy buen corte, pero me quedaron mal con los poemas de Benedetti, que siempre me han servido para conquistar afectos. Ni modo. La vida no es perfecta.
Pero la mesera que nos atendió, cuando le dije que la botella de cerveza estaba rota, supo inmediatamente que así era yo y me dijo, a la misma velocidad del rayo, que no me preocupara, que tenía una bodega llena de botellas y hasta que saliera una buena. Creo que el que se quedó corto fui yo.
Aquella cena, que por cierto fue de lujo a muy bajo costo (eso no lo debería de asentar) era la parte que seguía, obligada, a haber disfrutado del paseo en las lanchitas del Canal de Santa Lucía, que según me acabo de enterar ya tiene tiempo de estar funcionando pero que yo, que me creo un hombre muy ocupado, no había podido conocer.
Y la verdad, ¡qué paseo tan agradable! ¡Qué relajante y maravilloso es estar en la tarde, sintiendo el agua que te cae, suave, como acariciándote, tomado de la mano, yendo de novios!
Lo que pasó ese día fue que tuve examen en la universidad y claro, yo disfruté, viendo las caras de los que estaban presentando, pues la materia parece muy árida y lo es, cuando no la has conocido. Pero ya de cerquita y viendo los conflictos humanos y estudiando a los señores que han estudiado a la humanidad, como que le agarras gusto. Tanto, que hasta hay carrera de Sociólogo y Daniel mi hijo eso está estudiando.
Por supuesto, las caras eran de satisfacción pues la cantidad de los que sacaron diez de calificación superó con creces a los de nueve, de ocho no hubo y creo que el siete fue para el que nunca fue.
Además, ya habíamos salido de ver la exposición que está en MARCO, el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y que está dedicada a los monitos esos de películas como Toy Story, Bichos, Monsters Inc., Cars y no sé cuantas más. Además, es la empresa de Steve Jobs, el creador de muchas de las más importantes empresas del mundo actual.
Me tomé foto con el carrito rojo, con la grúa que tiene unos dientotes, con el monstruo azul de pelo largo y con otros de los muchos y excelentes protagonistas de las películas animadas que se supone son para niños pero que los papás disfrutamos también.
Y claro, otra de las razones para habernos ido de novios, fue que los hijos se habían ido a la Ciudad de México, a escuchar a unos gritones de esos que parece que se les va a caer la cabeza y por los que pagan unas fortunas. Al menos, así lo siento yo. El grupo que fueron a ver es uno de fierro o lámina o algo así entendí, pues dijeron que era Metálica o como se escriba.
Y regreso a lo del romance. Estábamos solos en un lugar lleno de gente. La música era para nosotros, a pesar de que otros también aplaudían. Las atenciones y los guiños, eran sólo entre nosotros, no compartidos. Y la luna, como contenta de vernos o tal vez para vernos, se dejó crecer hasta que ya casi no cabía en el cielo. Igual que mis sentimientos.
Y luego, agotados de haber caminado, de ir tomados de la mano por el Paseo Santa Lucía, llegamos a Tenerías. Nos habían explicado que el nombre viene desde los principios de la ciudad, cuando el barrio era habitado por los que se dedicaban a manejar el cuero como industria, de donde toma su nombre y que por cierto, tiene evocaciones como de película de amor, de romance, vamos, de estar a gusto.
Ya cansados, pues a las seis y media de la mañana había salido de casa con José y Daniel, además de Fernando que llegó a dormir con ellos para acompañarse en el trayecto a México, a las nueve el examen, a las seis el Museo, a las ocho las lanchitas, la cena todo lo demás y sólo faltaba llegar a casa, pero no solo, como cuando andas de novio, si no acompañado de la que me ha acompañado los últimos veintitantos años. Ya son tantos, que creo toda mi vida ha sido así. Creo que no recuerdo aquellos lejanos tiempos en que fui soltero.
De lo que sigue ni la luna se enteró. Se ocultó, pudorosa como es.
Pero la levantada el domingo fue casi a las doce del día y a seguir trabajando y algo más de lo mismo. Que lava el carro, que revisa exámenes y trabajos, los del día anterior, que prepara todo para ir por los niños, que por cierto ya están más altos que yo o al menos eso creen y todo lo demás. Es más, la luna se ocultó por completo y dejó al sol, que se cobijó con unas nubes para no enterarse de lo que sucedía en la tierra.
Y sí, el fin de semana fue de lujo.
Vale la pena hurgar en nuestras ciudades para encontrar la magia de andar de paseo. Para reencontrarnos con nosotros mismos y con nuestra gente.
Vale la pena querer buscar lo bueno de lo que tenemos y no sólo ir buscando yerros y tildando a los demás de malos, de corruptos, de faltos de amor a México, cuando ellos dicen lo mismo de nosotros, pues ni ellos ni nosotros hacemos todo lo que al país le conviene.
Créame, nuestras ciudades tienen tantas cosas que ver y que vivir, que vida nos ha de faltar para conocerlas. Además, visitarlas ahora, es darle un voto, el más importante, a México, nuestra patria.
Piénselo.
Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/
Monterrey, N.L., 09 de junio de 2009.
Los muchachos de las guitarras, dos ellos, empezaron a rasgarlas y sacaron notas que según son de Pedrito Fernández, a quien por cierto admiro, pero que yo sé pertenecen a La Revolución de Emiliano Zapata, grupo de rock de hace muchos, pero muchos años. No digo cuántos por que van a empezar a hablar mal de mí y ando de muy buen talante. Una canción suave, con mucho sentimiento y que invita a abrazarse.
Y siguieron tocando. Pedí “Y tú de qué vas” de Franco de Vita y me complacieron. Obvio, mi acompañante ya volteaba a verme con unos ojitos que sólo pueden ser de amor.
Cantaron muchas otras canciones de muy buen corte, pero me quedaron mal con los poemas de Benedetti, que siempre me han servido para conquistar afectos. Ni modo. La vida no es perfecta.
Pero la mesera que nos atendió, cuando le dije que la botella de cerveza estaba rota, supo inmediatamente que así era yo y me dijo, a la misma velocidad del rayo, que no me preocupara, que tenía una bodega llena de botellas y hasta que saliera una buena. Creo que el que se quedó corto fui yo.
Aquella cena, que por cierto fue de lujo a muy bajo costo (eso no lo debería de asentar) era la parte que seguía, obligada, a haber disfrutado del paseo en las lanchitas del Canal de Santa Lucía, que según me acabo de enterar ya tiene tiempo de estar funcionando pero que yo, que me creo un hombre muy ocupado, no había podido conocer.
Y la verdad, ¡qué paseo tan agradable! ¡Qué relajante y maravilloso es estar en la tarde, sintiendo el agua que te cae, suave, como acariciándote, tomado de la mano, yendo de novios!
Lo que pasó ese día fue que tuve examen en la universidad y claro, yo disfruté, viendo las caras de los que estaban presentando, pues la materia parece muy árida y lo es, cuando no la has conocido. Pero ya de cerquita y viendo los conflictos humanos y estudiando a los señores que han estudiado a la humanidad, como que le agarras gusto. Tanto, que hasta hay carrera de Sociólogo y Daniel mi hijo eso está estudiando.
Por supuesto, las caras eran de satisfacción pues la cantidad de los que sacaron diez de calificación superó con creces a los de nueve, de ocho no hubo y creo que el siete fue para el que nunca fue.
Además, ya habíamos salido de ver la exposición que está en MARCO, el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y que está dedicada a los monitos esos de películas como Toy Story, Bichos, Monsters Inc., Cars y no sé cuantas más. Además, es la empresa de Steve Jobs, el creador de muchas de las más importantes empresas del mundo actual.
Me tomé foto con el carrito rojo, con la grúa que tiene unos dientotes, con el monstruo azul de pelo largo y con otros de los muchos y excelentes protagonistas de las películas animadas que se supone son para niños pero que los papás disfrutamos también.
Y claro, otra de las razones para habernos ido de novios, fue que los hijos se habían ido a la Ciudad de México, a escuchar a unos gritones de esos que parece que se les va a caer la cabeza y por los que pagan unas fortunas. Al menos, así lo siento yo. El grupo que fueron a ver es uno de fierro o lámina o algo así entendí, pues dijeron que era Metálica o como se escriba.
Y regreso a lo del romance. Estábamos solos en un lugar lleno de gente. La música era para nosotros, a pesar de que otros también aplaudían. Las atenciones y los guiños, eran sólo entre nosotros, no compartidos. Y la luna, como contenta de vernos o tal vez para vernos, se dejó crecer hasta que ya casi no cabía en el cielo. Igual que mis sentimientos.
Y luego, agotados de haber caminado, de ir tomados de la mano por el Paseo Santa Lucía, llegamos a Tenerías. Nos habían explicado que el nombre viene desde los principios de la ciudad, cuando el barrio era habitado por los que se dedicaban a manejar el cuero como industria, de donde toma su nombre y que por cierto, tiene evocaciones como de película de amor, de romance, vamos, de estar a gusto.
Ya cansados, pues a las seis y media de la mañana había salido de casa con José y Daniel, además de Fernando que llegó a dormir con ellos para acompañarse en el trayecto a México, a las nueve el examen, a las seis el Museo, a las ocho las lanchitas, la cena todo lo demás y sólo faltaba llegar a casa, pero no solo, como cuando andas de novio, si no acompañado de la que me ha acompañado los últimos veintitantos años. Ya son tantos, que creo toda mi vida ha sido así. Creo que no recuerdo aquellos lejanos tiempos en que fui soltero.
De lo que sigue ni la luna se enteró. Se ocultó, pudorosa como es.
Pero la levantada el domingo fue casi a las doce del día y a seguir trabajando y algo más de lo mismo. Que lava el carro, que revisa exámenes y trabajos, los del día anterior, que prepara todo para ir por los niños, que por cierto ya están más altos que yo o al menos eso creen y todo lo demás. Es más, la luna se ocultó por completo y dejó al sol, que se cobijó con unas nubes para no enterarse de lo que sucedía en la tierra.
Y sí, el fin de semana fue de lujo.
Vale la pena hurgar en nuestras ciudades para encontrar la magia de andar de paseo. Para reencontrarnos con nosotros mismos y con nuestra gente.
Vale la pena querer buscar lo bueno de lo que tenemos y no sólo ir buscando yerros y tildando a los demás de malos, de corruptos, de faltos de amor a México, cuando ellos dicen lo mismo de nosotros, pues ni ellos ni nosotros hacemos todo lo que al país le conviene.
Créame, nuestras ciudades tienen tantas cosas que ver y que vivir, que vida nos ha de faltar para conocerlas. Además, visitarlas ahora, es darle un voto, el más importante, a México, nuestra patria.
Piénselo.
Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/
Monterrey, N.L., 09 de junio de 2009.
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