domingo, 7 de junio de 2009

Del valor de la amistad.

Nota publicada en El Porvenir el pasado 06 de octubre de 2005.

Toma actualidad pues acabo de saludar a un
excelente amigo de Chihuahua y
como homenaje a su gente que siempre
me ha tratado con grandes deferencias.


Acabo de tener el privilegio de estar en la muy bella ciudad de Chihuahua, capital del estado del mismo nombre. Es grato descubrir que existe en el ánimo de sus habitantes, el culto por la amistad. Y al respecto, debo hacer saber que no es la primera ocasión que visito dichos lares.

En todas y cada una de mis visitas, he tenido la misma sensación: ser bien recibido, sin poses ni falsedades, es decir, se siente la voluntad de ser anfitriones, de mostrar, sin pretenderlo, que provienen de noble cuna.

Inclusive, las tardes plomizas que pronostican la lluvia, por cierto muy escasa es esas latitudes, y el hecho de que la promesa del cielo se cumpla, despiertan en sus pobladores el ánimo jovial de quien recibe un regalo, el mejor regalo: la vida, en forma de agua. Los vi alejarse del grupo, con tal de observar la forma y cantidad de la tormenta. Parecían niños chiquitos, entre ellos, Manuel, el socio.

Esa misma disposición a mostrar su camaradería, a externar su regocijo por las gotas de agua, se siente en todos y cada uno de sus actos.

Quiero agradecer, por tanto, que han recibido a mi amigo Arnaldo, quien fue en pos de Dulcinea, cual quijote moderno, abandonando su tierra natal, con la misma actitud de quien ha estado esperando al hijo, al hermano, al ser querido: con los brazos abiertos y la mano extendida. Han recibido a Arnaldo, de quien tengo el honor de que sea el padrino de mi pequeño Daniel, con los brazos abiertos.

Que conste: yo lo encargué con Hugo, que me recibió en su casa y me atendió antes de conocerlo. Lo demás lo ha hecho la afabilidad de la gente de Chihuahua.

Platiqué en la mesa del café, con Omar, Diputado, que todo pundonor me atendió con la actitud ya descrita. Conversé con Omar, ejemplo de los jóvenes de Chihuahua, quien ha emprendido un negocio viento en popa, sin más capital que su juventud y entusiasmo. Tuve la oportunidad de conocer a Julio, que parece ser el dueño de cuando menos la cuarta parte de Chihuahua, pero que se comporta como si todo lo que tuviera es su mano abierta, su atención dispuesta y las ganas de emprender nuevos negocios, como Omar, pero resulta tener una fortuna a cuestas.

Me recibieron los demás muchachos, Roberto, el Comandante, y muchos más, que aún cuando algunos, como yo, ya ni siquiera recuerdan lo que es la juventud, como si siempre hubiera sido integrante de la mesa del café.

Me hicieron recordar mi tierra natal, Ciudad Victoria, y a los amigos que ya se adelantaron en el viaje sin retorno. Traje a mi actualidad, los amigos que hemos dejado en las tierras que hemos estado, mi familia y yo: a Toño y Arnaldo viejos, en Victoria, junto con Oscar, la comadre Gladys y mi amigo Sergio, Gaby, la mamá de Rodolfito, que ya debe andar por los 17 años, y tantos, que no alcanzo a enumerar.

Me hicieron recordar a los muchachos de la cuadra en Reynosa, Don José y Doña María, que cumplieron 50 años de casados cuando los conocimos, y que nos cuidaron como de la familia. Don Emilio, que ya había cumplido 30 años de jubilado, pero que tuvo fuerzas para auxiliarme cuando lo necesité. He estado recordando a Alberto, joven pasante entonces, ahora una realidad como abogado; a mis alumnos, que siempre me han distinguido con una amistad que aún perdura.

Me faltaron mi esposa y mis hijos, para que pudieran ser partícipes de mi entusiasmo al encontrar tanta gente tan bonita. Vine a trabajar y ellos están en clase. La distancia aviva los recuerdos pero el amigo nos hace sumergir la nostalgia en un arcón oculto, que sólo reaparece en la soledad.

Me entrevisté con Autoridades, esa era mi función. La verdad, ojalá todos los servidores públicos, los que Usted y yo pagamos con nuestros impuestos, estuvieran siempre dispuestos como lo están los de Chihuahua. Atendí audiencias, presenté promociones, en suma, hice mi trabajo.

Pero sobre ello, quiero destacar la amabilidad de la gente. Todos dispuestos. Vamos, es impresionante cómo los automovilistas hacen alto total en los cruces de peatones y esperan a que el viandante complete su camino. Eso, podrán decirme, es educación. Yo lo siento más como un afán de respetar a los demás, que a la larga, eso es la educación.

Entonces, trato de recapitular: ¿cuál es la diferencia? Yo mismo me respondo, que por el sólo hecho de estar en una ciudad orgullosa de sus raíces, que proclama a Villa, que luce sus galas de diario, no sólo "para cuando venga gente", sus pobladores se encuentran dispuestos a estar en paz. No los presiona la prisa, ni los pendientes, ni "el quehacer". Lo hacen, a la perfección, pero reservando el mejor de los tiempos a prodigarse como amigos. Ahí es donde encuentro la diferencia. En la capacidad de querer ser amigos.

Y fíjese bien, trato de resaltar el verbo querer, pues lleva implícita la voluntad de hacer las cosas, no la obligación. La disposición del ánimo para atender a los demás, para escuchar, aún cuando el comentario ya sea conocido, el estar pronto a agasajar a los demás, fundamentalmente brindándose todos, completos, es la razón de la actitud.

Para que pueda surgir la amistad, así como el odio, se necesitan dos. Uno, somos nosotros. El otro, en este caso, lo es la gente de Chihuahua. Pero esa debería ser la regla, no la excepción.

¿Podrá Usted, caro lector, estar dispuesto a extender su mano, para recibir, ya no al que viene de lejanas tierras, si no a su vecino? ¿Tiene Usted la disposición de ánimo necesaria para gozar de la lluvia, para disfrutar a sus hijos, para extasiarse con una puesta de sol en nuestras montañas tan regias?

Ojalá. Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

Comentarios: josegomezporchini@yahoo.com

http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=31795

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