Un día, cuando terminé mi carrera de abogado, me di cuenta que había omitido realizar mi servicio social, pequeño inconveniente que me obligó a permanecer un semestre más aquí en esta industriosa ciudad de Monterrey.
En aquél entonces, acudí al Departamento correspondiente y después de varias opciones fallidas, me asignaron a la Preparatoria Número 15 Unidad Madero de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Fui, ajeno a lo que la vida me habría de deparar y traté, como he tratado siempre, de hacer las cosas con gusto, jugando, contento, pues así parece ser mi natural talante. Me hice amigo de los muchachos y las muchachas que daban clases.
Conocí lo que es la Academia, es decir, el que los Maestros de un área determinada se reunieran a comentar los problemas propios de sus alumnos y me di cuenta lo que implicaba tener vocación para desempeñar ese tan sufrido apostolado.
Hasta hoy, he seguido reuniéndome de cuando en vez con algunos de los muchachos de entonces, a pesar de que varios ya obtuvieron la jubilación y otros se jubilan mañana.
De entre todos los Maestros y sólo a mis ojos, una se distinguía, pues me llamó la atención su andar tan derechito, su forma tan propia de comportarse, la categoría que irradiaba a su paso y sobre todo, la modulación de su voz, pues cambia con facilidad de cuando logra dominar a un grupo de setenta preparatorianos, a cuando se dirige a uno solicitando una taza de chocolate.
Así creo yo que empieza el enamoramiento: admirando a la otra persona.
Cuando algo le admiras, es muy fácil seguirla, es muy fácil continuar un camino, es muy fácil y hasta suavecito el andar juntos.
Si esa admiración va más allá de la simple presencia física, si esa admiración se profundiza en los sentimientos, podrás estar muchos años juntos sin que nazca el tedio de lo ya sabido. Qué triste cuando lo único que se admira es un cuerpo que sólo dura, en el mejor de los casos, unos cuantos años o cuando lo que se admira es un carro, una ropa o cualquier otro objeto que se compre con dinero.
Y entonces, pasó lo que no entraba en mis planes: me enamoré y me casé con una Maestra Regiomontana, que es la madre de esos dos excelentes jóvenes con que la vida nos ha regalado.
Pero para el matrimonio, yo, ya sabrán Ustedes, sobrado, bastante, suficiente, le pedí a mi ahora esposa que renunciara a sus compromisos en Monterrey y me acompañara en mis periplos, pues trabajaba en Tamaulipas.
Y lo hizo. Dejó la Universidad, dejó otros encargos que tenía y nos fuimos a hacer la vida. Pero ella siguió siendo Maestra, como lo es cualquiera que tenga tan arraigada la vocación.
Desde niño conocí y supe lo que era ser Maestro, pues en casa, mis dos abuelas, mis tíos y tías, mi Padre y mucha gente de mi alrededor, había abrazado el apostolado que implica ser Maestro.
Me tocó ver las noches revisando tareas, las tardes de hacer figuritas para los niños, el llenar las estampitas para los muchachos, las listas aquellas interminables, con nombres chiquitos y en las que no podías cometer error, pues se tenía que volver a hacer y todo lo que implica ser Maestro.
Pero eso estaba alejado de mí.
Sin embargo, un día me dijo mi esposa que en la Universidad en la que estaba les faltaba un Maestro, pues se había enfermado y me pidió que fuera a sustituirlo.
Ya sabrán Ustedes. Empecé a repelar. ¡A mí para qué me quieren! ¡Yo no le sé a eso! ¡Es ir a pelearse con gente que ni conoces! Y por supuesto, todo lo que se imaginen que pude haber dicho.
Pero también han de saber que en el matrimonio… uno a veces propone y otras veces, ni eso.
Así que fui, sustituí al Maestro y me gustó.
Y empecé a dar clases. Y nos cambiamos de ciudad, y seguí dando clases, Y nos volvimos a cambiar, llegamos a Monterrey y tuve la fortuna de impartir cátedra en mi Alma Mater.
Sin embargo, al tiempo y por mis circunstancias de vida, salí de ahí.
Pero he tenido la suerte de ingresar a otras universidades de Monterrey, donde la inmensa mayoría son jóvenes con hambre de progreso y voluntad de triunfo, donde los compañeros Maestros disfrutan lo que hacen y los directivos van buscando mejorarlas.
Ahora, sigo teniendo la fortuna de estar en una Universidad, sigo disfrutando de dar clases, de tener un público ávido de escucharme y que me permiten disfrutar del estrado, pues fuera de ellos, creo que nadie aguanta estarme oyendo.
Ahora, viajo a varias universidades a dar clases de posgrado y me han servido para conocer alumnos de lujo, que se han convertido en mis amigos.
Y por esas cosas de la vida, que te suceden cuando con tu compañera de viaje sigues un mismo derrotero, Tina y yo hemos tenido la maravillosa suerte de compartir experiencias como Maestros con los mismos grupos, pues hemos tenido la fortuna de seguir siendo compañeros de clase, como lo fuimos en aquella época en que nos conocimos.
Y la sigo viendo menudita, derechita, entrar al salón de clase y dominar con una mirada al auditorio, como en aquellos lejanos tiempos de la prepa 15, cuando estábamos en el edificio de Enfermería, en el Hospital Universitario.
Y creo que me sigue dominando, pues la sigo admirando.
Conmigo los muchachos hacen cera y pabilo. Ella, los tiene controladitos.
Esa fue su vocación primera. Esa sigue siendo su vocación. Y conste, me dice que necesita leer del tema, pues necesita actualizarse, hasta que le digo que no hay más actual que lo que lleva. Claro, cuando regresa y le preguntamos: ¿Cómo te fue?, siempre nos dice que salió todo bien. Y así quedan las cosas cuando se hacen con conocimiento de causa.
Eso es lo que se necesita para ser Maestro: Tener ganas de hacer las cosas, tener vocación para tus afanes, disfrutar lo que haces, entregarte todo y la verdad, la respuesta de los alumnos es siempre positiva.
Es más frecuente de lo que se imagina Usted, mi querido lector, que Tina y yo compartamos comentarios de algún alumno que enfrenta algo que para él, a sus cortos años, es una tragedia pero que muchas veces hemos podido ayudarles con tan sólo una palabra de aliento.
Claro, a veces, como en todo matrimonio, hay desavenencias.
Hace unos cuantos días estábamos enfrascados en un conflicto, ya casi alzando las voces, hasta que llegaron José y Daniel y nos dijeron: ¿Ya se dieron cuenta que se están peleando por el significado de la palabra cultura?
Soltamos la carcajada y buscamos un sinónimo o un antónimo o algo así.
Creo que así deberían ser todos los Maestros.
Por eso, desde aquí, me nace el deseo de felicitar a mi compañera en la vida, Tina, en el Día del Maestro, categoría de excelencia que se ha ganado a pulso en el día a día, así como elevo mi felicitación a todos aquellos Maestros que luchan por que su título, Maestro, se esculpa con letras de oro y siempre buscan dejar constancia de su paso por la vida.
Un poquito para mí, también me deseo que siempre tenga las ganas de seguir al frente de un grupo, pues el Maestro conserva la edad de sus alumnos.
Por supuesto, también va mi felicitación a mi José, que ya tiene más de un año de que es “productivo”, pues se ha venido ganando la vida, hasta donde le alcanza, como Maestro, tanto de adultos como de niños, que es la parte más difícil de ser Maestro.
A Daniel sólo le falta avanzar en la vida para ser también Maestro, aunque ya nos ha avisado que a él le gusta ese oficio. Estoy seguro que será un gran Maestro.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
En aquél entonces, acudí al Departamento correspondiente y después de varias opciones fallidas, me asignaron a la Preparatoria Número 15 Unidad Madero de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Fui, ajeno a lo que la vida me habría de deparar y traté, como he tratado siempre, de hacer las cosas con gusto, jugando, contento, pues así parece ser mi natural talante. Me hice amigo de los muchachos y las muchachas que daban clases.
Conocí lo que es la Academia, es decir, el que los Maestros de un área determinada se reunieran a comentar los problemas propios de sus alumnos y me di cuenta lo que implicaba tener vocación para desempeñar ese tan sufrido apostolado.
Hasta hoy, he seguido reuniéndome de cuando en vez con algunos de los muchachos de entonces, a pesar de que varios ya obtuvieron la jubilación y otros se jubilan mañana.
De entre todos los Maestros y sólo a mis ojos, una se distinguía, pues me llamó la atención su andar tan derechito, su forma tan propia de comportarse, la categoría que irradiaba a su paso y sobre todo, la modulación de su voz, pues cambia con facilidad de cuando logra dominar a un grupo de setenta preparatorianos, a cuando se dirige a uno solicitando una taza de chocolate.
Así creo yo que empieza el enamoramiento: admirando a la otra persona.
Cuando algo le admiras, es muy fácil seguirla, es muy fácil continuar un camino, es muy fácil y hasta suavecito el andar juntos.
Si esa admiración va más allá de la simple presencia física, si esa admiración se profundiza en los sentimientos, podrás estar muchos años juntos sin que nazca el tedio de lo ya sabido. Qué triste cuando lo único que se admira es un cuerpo que sólo dura, en el mejor de los casos, unos cuantos años o cuando lo que se admira es un carro, una ropa o cualquier otro objeto que se compre con dinero.
Y entonces, pasó lo que no entraba en mis planes: me enamoré y me casé con una Maestra Regiomontana, que es la madre de esos dos excelentes jóvenes con que la vida nos ha regalado.
Pero para el matrimonio, yo, ya sabrán Ustedes, sobrado, bastante, suficiente, le pedí a mi ahora esposa que renunciara a sus compromisos en Monterrey y me acompañara en mis periplos, pues trabajaba en Tamaulipas.
Y lo hizo. Dejó la Universidad, dejó otros encargos que tenía y nos fuimos a hacer la vida. Pero ella siguió siendo Maestra, como lo es cualquiera que tenga tan arraigada la vocación.
Desde niño conocí y supe lo que era ser Maestro, pues en casa, mis dos abuelas, mis tíos y tías, mi Padre y mucha gente de mi alrededor, había abrazado el apostolado que implica ser Maestro.
Me tocó ver las noches revisando tareas, las tardes de hacer figuritas para los niños, el llenar las estampitas para los muchachos, las listas aquellas interminables, con nombres chiquitos y en las que no podías cometer error, pues se tenía que volver a hacer y todo lo que implica ser Maestro.
Pero eso estaba alejado de mí.
Sin embargo, un día me dijo mi esposa que en la Universidad en la que estaba les faltaba un Maestro, pues se había enfermado y me pidió que fuera a sustituirlo.
Ya sabrán Ustedes. Empecé a repelar. ¡A mí para qué me quieren! ¡Yo no le sé a eso! ¡Es ir a pelearse con gente que ni conoces! Y por supuesto, todo lo que se imaginen que pude haber dicho.
Pero también han de saber que en el matrimonio… uno a veces propone y otras veces, ni eso.
Así que fui, sustituí al Maestro y me gustó.
Y empecé a dar clases. Y nos cambiamos de ciudad, y seguí dando clases, Y nos volvimos a cambiar, llegamos a Monterrey y tuve la fortuna de impartir cátedra en mi Alma Mater.
Sin embargo, al tiempo y por mis circunstancias de vida, salí de ahí.
Pero he tenido la suerte de ingresar a otras universidades de Monterrey, donde la inmensa mayoría son jóvenes con hambre de progreso y voluntad de triunfo, donde los compañeros Maestros disfrutan lo que hacen y los directivos van buscando mejorarlas.
Ahora, sigo teniendo la fortuna de estar en una Universidad, sigo disfrutando de dar clases, de tener un público ávido de escucharme y que me permiten disfrutar del estrado, pues fuera de ellos, creo que nadie aguanta estarme oyendo.
Ahora, viajo a varias universidades a dar clases de posgrado y me han servido para conocer alumnos de lujo, que se han convertido en mis amigos.
Y por esas cosas de la vida, que te suceden cuando con tu compañera de viaje sigues un mismo derrotero, Tina y yo hemos tenido la maravillosa suerte de compartir experiencias como Maestros con los mismos grupos, pues hemos tenido la fortuna de seguir siendo compañeros de clase, como lo fuimos en aquella época en que nos conocimos.
Y la sigo viendo menudita, derechita, entrar al salón de clase y dominar con una mirada al auditorio, como en aquellos lejanos tiempos de la prepa 15, cuando estábamos en el edificio de Enfermería, en el Hospital Universitario.
Y creo que me sigue dominando, pues la sigo admirando.
Conmigo los muchachos hacen cera y pabilo. Ella, los tiene controladitos.
Esa fue su vocación primera. Esa sigue siendo su vocación. Y conste, me dice que necesita leer del tema, pues necesita actualizarse, hasta que le digo que no hay más actual que lo que lleva. Claro, cuando regresa y le preguntamos: ¿Cómo te fue?, siempre nos dice que salió todo bien. Y así quedan las cosas cuando se hacen con conocimiento de causa.
Eso es lo que se necesita para ser Maestro: Tener ganas de hacer las cosas, tener vocación para tus afanes, disfrutar lo que haces, entregarte todo y la verdad, la respuesta de los alumnos es siempre positiva.
Es más frecuente de lo que se imagina Usted, mi querido lector, que Tina y yo compartamos comentarios de algún alumno que enfrenta algo que para él, a sus cortos años, es una tragedia pero que muchas veces hemos podido ayudarles con tan sólo una palabra de aliento.
Claro, a veces, como en todo matrimonio, hay desavenencias.
Hace unos cuantos días estábamos enfrascados en un conflicto, ya casi alzando las voces, hasta que llegaron José y Daniel y nos dijeron: ¿Ya se dieron cuenta que se están peleando por el significado de la palabra cultura?
Soltamos la carcajada y buscamos un sinónimo o un antónimo o algo así.
Creo que así deberían ser todos los Maestros.
Por eso, desde aquí, me nace el deseo de felicitar a mi compañera en la vida, Tina, en el Día del Maestro, categoría de excelencia que se ha ganado a pulso en el día a día, así como elevo mi felicitación a todos aquellos Maestros que luchan por que su título, Maestro, se esculpa con letras de oro y siempre buscan dejar constancia de su paso por la vida.
Un poquito para mí, también me deseo que siempre tenga las ganas de seguir al frente de un grupo, pues el Maestro conserva la edad de sus alumnos.
Por supuesto, también va mi felicitación a mi José, que ya tiene más de un año de que es “productivo”, pues se ha venido ganando la vida, hasta donde le alcanza, como Maestro, tanto de adultos como de niños, que es la parte más difícil de ser Maestro.
A Daniel sólo le falta avanzar en la vida para ser también Maestro, aunque ya nos ha avisado que a él le gusta ese oficio. Estoy seguro que será un gran Maestro.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/
Monterrey, N.L., 14 de mayo de 2009.
Hermoso artículo profe! He leído muy buenos de usted, pero este es mi favorito, se lució.
ResponderEliminarAdmiro su pasión profesor, y creame que he aprendido mucho de usted, es una persona muy muy inteligente y que apesar de eso y de tener tanto conocimiento se abre a escuchar nuestras opiniones.
Admiro también su amor a la familia, ha sabido ser un hombre profesionista, y a su vez lo mas importante, ser un buen padre, lo felicito.
Gracias por todo profe y mas que todo por hacerme cambiar de opinión acerca de la materia de "Visión Global", ya que antes pensaba que eracomo una materia de relleno, y ahora pienso que es una de las materias más importantes, done me he desarrollado y he aprendido a expresar mis opiniones, cosa que antes no hacia ya que me daba verguenza decir lo que pensaba.
Gracias Profesor, Dios lo bendiga demaciado y o siga llenando de vida así como hasta ahora, y que le cumpla todos los deseos de su corazón.
Nallely Garza Mtz.
Universidad del Valle de México.
Nallely:
ResponderEliminarGracias, muchas gracias por sus palabras.
Quedo a sus órdenes.
José Manuel
Como Siempre Lic. sus comentarios son estupendos, y mas ahora que platicó un poquito de su familia, lo felicito, espero sea ejemplo de muchos, para seguir esta linea de la docencia, la cual es muy bella profesion.
ResponderEliminarSaludos de su amigo
Alvaro Hernández
Siempre un placer leer sus líneas maestro, toda mi admiración y respeto a usted y a su apreciable familia.
ResponderEliminarAlfonso Machado
Abogado y amante de las letras.