viernes, 8 de mayo de 2009

ACAPULCO

Un día, revisando las notas que me ha publicado El Porvenir, me encontré con un muy elogioso comentario de una persona que en ese momento no conocía y que hoy, se cuenta entre mis amigos más entrañables.

Era de Ángel Ascencio Romero y me decía que le parecía interesante mi nota. Incluso, me hizo saber ser autor de un libro y pedía mi opinión, lo que por supuesto va más allá de mis pretensiones. Obvio, le contesté, nobleza obliga y me puse a sus órdenes.

Empezó un frecuente intercambio epistolar, si bien, ahora es por “email”, ya no como antes, con hojas con letra bonita y sobres lacrados. De hecho, más de uno no sabrá que lacrar un sobre es que se deja caer una gota de cera y con el anillo de mando, el Señor estampaba su sello, lo que impedía se abriera la carta y existía la seguridad de que el texto sólo fuera leído por su destinatario.

Ahora, con esta modernidad que existe, uno quiere mandarle un “email” a alguien y le llega a otro, o recibimos en nuestro buzón correos “spam” al por mayor. Pero bueno, son cosas de la vida.

En ese intercambio, un día me preguntó si estaría dispuesto a acudir a Acapulco a impartir una clase de posgrado, lo que ha Usted de imaginar que me emocionó al grado de que dejé de hacer todo lo demás para dedicarme a armar mi papelería para poder soportar que me hacía acreedor al curso, estudiar para estar a la altura de las expectativas de los alumnos, dejar mis asuntos aquí debidamente cubiertos y todo lo que se podía necesitar.

Y empezaron mis viajes. Uno cada semana, de viernes a domingo. Me acompañó en uno, mi esposa, en otro, mi hijo José y dos fui solo.

En mi primer viaje conocí a mi anfitrión, que supe es Doctor en Derecho, que es autor de varios textos de Derecho del Trabajo, los que por cierto ya usé como de texto en algunas materias, que ha sido de todo en la Universidad de Guerrero, que es integrante del Sistema Nacional de Investigadores y que ahora es coordinador de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero.

El viernes en la tarde, fue por mí al aeropuerto, lo que evidencia su buena cuna y quedó de pasar por mí al hotel el sábado temprano para acudir a la primera sesión. Yo, me desperté, más por los nervios que por el despertador, me arreglé, me puse mi traje, claro, iba muy formalito y bajé al restaurant a esperarlo.

Cuando me vio, dijo: -Maestro, eso no se usa en Acapulco-. Yo, por supuesto, insistí en seguir trajeado, total, ya estaba arreglado y así me fui a la facultad.

Los alumnos, que ahora me dispensan su amistad, estaban esperando como para ver qué clase de gente era yo. Y creo que me recibieron bien, pues la materia era Seguridad Social y ahí he venido tratando de demostrar que las cosas pueden y deben cambiar.

A la mitad de la clase y antes del receso, yo ya había botado saco, corbata y me había quedado en mangas de camisa, pues a pesar del aire acondicionado, el calor es maravilloso.

Y empezaron las atenciones a más no poder. Que comida en Los Buzos, que recorrer la costera, que no sé qué más. Todo de lujo.

Y culminó el curso. Y quedamos muy satisfechos, cuando menos yo, tanto, que a los cuantos meses que me volvieron a invitar, por supuesto asistí.

Ahí sí tuve un gusto y un orgullo mayúsculo, pues le pidieron a mi esposa impartiera un curso de metodología, es decir, de preparación para los que ya terminaron su maestría y deben formular su tesis. Fue algo maravilloso compartir la cátedra con mi esposa, lo que afortunadamente ya hemos hecho pero ahora, ¡¡¡en Acapulco!!!

Eso sí, yo tengo una serie de quejas, las que por cierto, nada más le voy a contar a Usted y le pido no las divulgue.

Cuando fui solo, me llevaron a pasear en coche, me invitaron a muchas partes, me dejé querer.

Cuando fue José conmigo, uno de los alumnos, lo invitó a recorrer ese Acapulco de noche que está vedado para los que como yo, creen que portarse bien es dormir temprano y pobre de mi hijo, tuvo que andar en cada lugar que ¡¡ni nombrarlos!!

Pero cuando fui con mi esposa, se puso de acuerdo con no sé cuantos y nos llevaron a recorrer, a pie, la costera de punta a punta. Tanto, que nos saludaban de nombre los vendedores del mercado, conocí los restaurantes, uno por uno, pues a todos llegué a comprar refrescos o agua, me senté en todas las piedras de la calle, trabamos amistad con Nemesio y Xóchitl, él, un niño que mueve la pancita por un peso, bueno, por diez pesos pues ya subieron las cosas y que a sus escasos seis o siete años ya sabe la diferencia de valor de las monedas y no lo hice caer y ella, una niña que se hizo amiga de mi esposa y cada semana le tenía un nuevo tesoro de collarcitos y pulseritas y cositas que yo nunca hubiera comprado.

Pero las mujeres, entre ellas, la niña de menos de diez años y mi esposa, parecía que hablaban el mismo idioma. Claro, nuestra pequeña amiga hablaba, además, del español, náhuatl, lo que a mí, me causó una muy grata impresión y platiqué lo más que pude con ella, pero obvio, no aprendí nada.

Probamos salsa picante de mango, de tamarindo, “morritos”, caldos de no sé qué, guisos de no sé cuánto, comidas, para mí, totalmente exóticas.

Permítame contarle que las primeras veces me la pasé comiendo y cenando en el restaurant del hotel, pues me faltaba la que ordena mi vida.

Aclaro, cuando intervino la familia del Doctor Ascencio, es decir, su esposa e hijos, todos excelentes y además, jóvenes, aquello fue, para mí, de mal en peor y para mi esposa, in crescendo. Nos invitaron a Chilpancingo, a Tixtla, a Iguala, con foto de la bandera y todo, a Taxco, donde les dije que llevaran zapatos cómodos pero no me creyeron y ahí sufrieron lo indecible, pues han de saber que alguna calle de Taxco ¡tiene pasamanos¡ Imagínese qué tan empinada estará, que necesita soporte. Hice suficiente ejercicio como para los próximos dos o tres años.

La verdad, los viajes han sido maravillosos y por supuesto, yo estoy listo para volver a impartir clases en Acapulco, ya que he tenido la suerte de conocer alumnos extraordinarios que me han distinguido con su amistad, como he podido conocer y adentrarme en una forma de vida que, para mí, era desconocida.

Espero me sigan invitando y espero también, poder conocer otros lares. Pero siempre queda un gusto especial por lo primero.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/

Monterrey, N.L., mayo de 2009.

3 comentarios:

  1. maestro, el buen abel reportándose; estoy seguro que lo que más se va a extrañar de la maestría son sus clases, su paciencia y su buen humor....aqui ya tiene varios amigos, incluyéndome claro, que Dios le bendiga.

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  2. Resultó un privilegio haber tomado sus clases, inmejorables, por el notorio conocimiento que tiene en la materia y sobre todo, por el buen humor con que amenizaba todas las sesiones.

    Sin duda, es un placer contar con su amistad y su apoyo. Esperamos su pronta visita.

    Un saludo para usted, la maestra Ernestina y tambien para su hijo Daniel, a quien tuve el gusto de conocer en la Asamblea de Tampico.

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  3. Gracias, muchas gracias por sus palabras, a nombre de mi familia y en el mío propio.

    Seguimos pendientes y además, quedo a sus órdenes.

    José Manuel

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