Hoy voy a tocar un tema bastante escabroso para los que como yo, tenemos un corazón que nos estorba a la hora de querer cobrar nuestro trabajo como abogados o simplemente, como profesionistas, pues no podemos ni sabemos lucrar con el dolor, la pena y la necesidad ajenos.
Déjeme tratar de explicarme.
Cuando Usted, mi querido lector, se siente mal, primero busca un tecito, un remedio casero. Si ve que no se compone, va a buscar a un doctor y le cuenta todo, absolutamente todo lo que le duele.
Existe el adagio de que al doctor, al sacerdote y al abogado, se les debe hablar con la verdad.
La razón de ello, es que ni uno de los tres, podrá ayudarlo si Usted les esconde información. Si al doctor sólo le dice que le duelen los callos, pero Usted llora del dolor de muelas, si al sacerdote le oculta un pecadillo, de esos mortales pero que no se deben andar divulgando… ¿Cómo quiere que lo ayuden, si no son adivinos?
En el caso del abogado, normalmente Usted lo va a ver cuando ya el asunto está muy manoseado. Usted ya trató de arreglarlo por su cuenta. Usted ya hizo amarres, gastos, compromisos y no logró nada.
Entonces sí, sólo entonces, va a buscar a un abogado. Por supuesto, le oculta información.
Cuando quien lo atiende es el doctor, ya sabemos que si el enfermo se cura, fue por la Gracia Divina. Si muere, es prueba de la ineptitud del médico. Y sin embargo, en ambos casos Usted le paga al galeno el costo íntegro de sus honorarios, no importa si le arregla el asunto o no. No importa si muere el paciente o se salva. El doctor cobra y algunos, los especialistas, muy bien.
En el caso de los abogados, la gente quiere que el jurista cobre a resultas del juicio. Si ganamos, cobras. Si no, ni modo.
Sin embargo, si bien es cierto que el Ingeniero, el Doctor, el Abogado y demás profesionistas, cobran honorarios por lo que saben, también es cierto que los emolumentos de los profesionales no son acordes con lo que dicta la Constitución de: “a trabajo igual, igual salario”, pues aquí interviene y mucho, la especialización de los profesionistas, que se tornan verdaderos profesionales de su área.
Aquí se impone un paréntesis. Es sólo para recordar el cuento aquél del ingeniero que fue a la gran empresa que tenía una máquina de lujo descompuesta, la que revisó detenidamente un rato y luego pidió un destornillador.
Se fue a la parte de atrás de la máquina, movió un tornillo y listo!!!
La cara máquina estaba arreglada.
Al presentar su factura, de $1,000.00 dólares, el dueño reclamó: ¿Por qué tanto, si sólo se tardó un minuto? A ver, desglóseme el importe de la factura, farfulló.
El Ingeniero contestó: un dólar por apretar el tornillo. 999 por saber qué tornillo apretar.
No es lo mismo acudir con uno egresado de una escuela “patito”, de esas que le ofrecen un título en sólo tres meses, previo pago de tooodas las cuotas, a uno egresado de una Institución en la que tiene que cubrir todos y cada uno de los requisitos exigidos por la cátedra, que se quema las pestañas para atender las instrucciones de los maestros, verdaderos catedráticos, de los que practican horas y horas lo mismo hasta lograr la perfección que lleva al alumno a alcanzar la maestría en su arte, profesión u oficio.
No es lo mismo que su asunto lo atienda un pasante de abogado, que a duras penas distingue la gimnasia de la magnesia, a que le maneje su problema un especialista en alguna de las áreas del derecho, de esos que han bregado por años en el camino y que saben más por viejos, que por sabios.
De esos que se han dedicado a manejar asuntos como el que a Usted le duele, no que va a tratar de improvisar, “al cabo si todo sale mal, pagamos y listo”.
Cierto, al abogado se le enseñan tres premisas fundamentales para defender los intereses económicos de los clientes:
Déjeme tratar de explicarme.
Cuando Usted, mi querido lector, se siente mal, primero busca un tecito, un remedio casero. Si ve que no se compone, va a buscar a un doctor y le cuenta todo, absolutamente todo lo que le duele.
Existe el adagio de que al doctor, al sacerdote y al abogado, se les debe hablar con la verdad.
La razón de ello, es que ni uno de los tres, podrá ayudarlo si Usted les esconde información. Si al doctor sólo le dice que le duelen los callos, pero Usted llora del dolor de muelas, si al sacerdote le oculta un pecadillo, de esos mortales pero que no se deben andar divulgando… ¿Cómo quiere que lo ayuden, si no son adivinos?
En el caso del abogado, normalmente Usted lo va a ver cuando ya el asunto está muy manoseado. Usted ya trató de arreglarlo por su cuenta. Usted ya hizo amarres, gastos, compromisos y no logró nada.
Entonces sí, sólo entonces, va a buscar a un abogado. Por supuesto, le oculta información.
Cuando quien lo atiende es el doctor, ya sabemos que si el enfermo se cura, fue por la Gracia Divina. Si muere, es prueba de la ineptitud del médico. Y sin embargo, en ambos casos Usted le paga al galeno el costo íntegro de sus honorarios, no importa si le arregla el asunto o no. No importa si muere el paciente o se salva. El doctor cobra y algunos, los especialistas, muy bien.
En el caso de los abogados, la gente quiere que el jurista cobre a resultas del juicio. Si ganamos, cobras. Si no, ni modo.
Sin embargo, si bien es cierto que el Ingeniero, el Doctor, el Abogado y demás profesionistas, cobran honorarios por lo que saben, también es cierto que los emolumentos de los profesionales no son acordes con lo que dicta la Constitución de: “a trabajo igual, igual salario”, pues aquí interviene y mucho, la especialización de los profesionistas, que se tornan verdaderos profesionales de su área.
Aquí se impone un paréntesis. Es sólo para recordar el cuento aquél del ingeniero que fue a la gran empresa que tenía una máquina de lujo descompuesta, la que revisó detenidamente un rato y luego pidió un destornillador.
Se fue a la parte de atrás de la máquina, movió un tornillo y listo!!!
La cara máquina estaba arreglada.
Al presentar su factura, de $1,000.00 dólares, el dueño reclamó: ¿Por qué tanto, si sólo se tardó un minuto? A ver, desglóseme el importe de la factura, farfulló.
El Ingeniero contestó: un dólar por apretar el tornillo. 999 por saber qué tornillo apretar.
No es lo mismo acudir con uno egresado de una escuela “patito”, de esas que le ofrecen un título en sólo tres meses, previo pago de tooodas las cuotas, a uno egresado de una Institución en la que tiene que cubrir todos y cada uno de los requisitos exigidos por la cátedra, que se quema las pestañas para atender las instrucciones de los maestros, verdaderos catedráticos, de los que practican horas y horas lo mismo hasta lograr la perfección que lleva al alumno a alcanzar la maestría en su arte, profesión u oficio.
No es lo mismo que su asunto lo atienda un pasante de abogado, que a duras penas distingue la gimnasia de la magnesia, a que le maneje su problema un especialista en alguna de las áreas del derecho, de esos que han bregado por años en el camino y que saben más por viejos, que por sabios.
De esos que se han dedicado a manejar asuntos como el que a Usted le duele, no que va a tratar de improvisar, “al cabo si todo sale mal, pagamos y listo”.
Cierto, al abogado se le enseñan tres premisas fundamentales para defender los intereses económicos de los clientes:
1.- No pagar.
2.- Si hay que pagar, pagar lo menos posible.
3.- Ese menos posible, pagarlo en el mayor tiempo posible.
Eso, cuando sólo son intereses económicos los que están en juego.
Pero, ¿Cuándo lo que está en juego es su honra, su vida, su libertad? ¿Qué hacer cuando de la adecuada defensa, de los argumentos válidos, depende que Usted esté libre o tras las rejas?
Tal vez logre sacarlo en paz y a salvo. Tal vez. Pero lo que sí es seguro, es que su honra, su buen nombre, su fama pública, quedarán maltrechas. Y cuando se ha dedicado una vida a forjarse un nombre, no se está dispuesto a perderlo así nada más, por una idea equívoca de un cliente, por la intención de no pagar a pesar de que exista la deuda.
Ahora bien, suponiendo que el cliente quiera pagar, ¿Cuál será el tabulador correcto para considerar los honorarios?
Primer caso. El 20 o 30 o 40 o más por ciento del asunto… si se gana. ¿Y si se pierde? Usted, como abogado, ¿no va a cobrar? Haga de cuenta que se le murió el cristiano. Se merece ese mismo porcentaje, con una cuota por anticipado.
Segundo ejemplo. Costo por hora, incluyendo las de traslado en viajes, las que se dediquen a hacer escritos, a estudiar las estrategias del negocio. En ese caso, hablamos de mil quinientos a dos mil pesos la hora. En un día de viaje, con traslados y disposición íntegra al cliente, pueden ser de treinta y dos mil a cuarenta y ocho mil pesos por día.
Tercer propuesta. Cierto, escribir una hoja en la computadora, tarda, digamos, diez minutos. Saber qué es lo que se va a escribir, tarda, digamos, veinte años de experiencia, una Maestría con cédula profesional, más de mil audiencias atendidas, algunos cientos de amparos presentados y cosas por el estilo.
Además, si le suma el ser autor del libro de la materia, haber dictado múltiples conferencias en muy diversos foros, creo que debe ascender el costo por hoja. Tal cual si fuera un manuscrito de Borges.
En cualquiera de los tres casos planteados, el importe de los honorarios del abogado debe ser de tal manera, que le permita una vida digna, que no tenga necesidad de robar, que no deba prostituirse fuera o dentro de tribunales implorando por un detenido, a quien de cualquier manera habrían de soltar, con y sin escrito del leguleyo.
Vamos, que el Abogado pueda seguir los pasos de Don Ángel Osorio, Decano de los Abogados en Madrid o lo que estipula el Decálogo propuesto por Don Eduardo J. Couture.
Que tenga la entereza de ánimo requerida para estudiar un asunto, que tenga el tiempo necesario para prepararse a conciencia, que pueda analizar con detenimiento sus argumentos, que pueda ser digno ante sí y ante la sociedad por su trabajo.
Que nunca un Abogado o un profesional de cualquier materia, deba tener que litigar sus honorarios.
Nunca.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Eso, cuando sólo son intereses económicos los que están en juego.
Pero, ¿Cuándo lo que está en juego es su honra, su vida, su libertad? ¿Qué hacer cuando de la adecuada defensa, de los argumentos válidos, depende que Usted esté libre o tras las rejas?
Tal vez logre sacarlo en paz y a salvo. Tal vez. Pero lo que sí es seguro, es que su honra, su buen nombre, su fama pública, quedarán maltrechas. Y cuando se ha dedicado una vida a forjarse un nombre, no se está dispuesto a perderlo así nada más, por una idea equívoca de un cliente, por la intención de no pagar a pesar de que exista la deuda.
Ahora bien, suponiendo que el cliente quiera pagar, ¿Cuál será el tabulador correcto para considerar los honorarios?
Primer caso. El 20 o 30 o 40 o más por ciento del asunto… si se gana. ¿Y si se pierde? Usted, como abogado, ¿no va a cobrar? Haga de cuenta que se le murió el cristiano. Se merece ese mismo porcentaje, con una cuota por anticipado.
Segundo ejemplo. Costo por hora, incluyendo las de traslado en viajes, las que se dediquen a hacer escritos, a estudiar las estrategias del negocio. En ese caso, hablamos de mil quinientos a dos mil pesos la hora. En un día de viaje, con traslados y disposición íntegra al cliente, pueden ser de treinta y dos mil a cuarenta y ocho mil pesos por día.
Tercer propuesta. Cierto, escribir una hoja en la computadora, tarda, digamos, diez minutos. Saber qué es lo que se va a escribir, tarda, digamos, veinte años de experiencia, una Maestría con cédula profesional, más de mil audiencias atendidas, algunos cientos de amparos presentados y cosas por el estilo.
Además, si le suma el ser autor del libro de la materia, haber dictado múltiples conferencias en muy diversos foros, creo que debe ascender el costo por hoja. Tal cual si fuera un manuscrito de Borges.
En cualquiera de los tres casos planteados, el importe de los honorarios del abogado debe ser de tal manera, que le permita una vida digna, que no tenga necesidad de robar, que no deba prostituirse fuera o dentro de tribunales implorando por un detenido, a quien de cualquier manera habrían de soltar, con y sin escrito del leguleyo.
Vamos, que el Abogado pueda seguir los pasos de Don Ángel Osorio, Decano de los Abogados en Madrid o lo que estipula el Decálogo propuesto por Don Eduardo J. Couture.
Que tenga la entereza de ánimo requerida para estudiar un asunto, que tenga el tiempo necesario para prepararse a conciencia, que pueda analizar con detenimiento sus argumentos, que pueda ser digno ante sí y ante la sociedad por su trabajo.
Que nunca un Abogado o un profesional de cualquier materia, deba tener que litigar sus honorarios.
Nunca.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
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