Las leyes son una creación del hombre y por ende, responden a las necesidades de los seres humanos.
En clase, les comento a los alumnos que existen dos grandes corrientes de pensamiento en cuanto a las leyes y su forma de aplicarlas y manejarlas: los iuspositivistas y los iusnaturalistas.
Los primeros, son aquellos que creen que el derecho positivo, es decir, el que se encuentra vigente en una época y un lugar determinado, es el único válido precisamente porque así está redactado, así está escrito y en sus términos ha de acatarse. Punto. No admiten ni aceptan que el derecho vaya cambiando como no admiten ni aceptan que las leyes cambien en su formato, en su sentido y en su manera de aplicarse.
Los segundos, los que consideran al derecho natural como el más importante, son los que estiman que en los casos en que el derecho positivo ya sólo resulta ser una estrecha malla que contiene los grandes cambios que en la sociedad existen y que deben permitir o aún más, alentar los cambios legales necesarios para que el derecho ayude a ser parte la vida en común, tienen una mayor amplitud de miras, desde mi muy particular punto de vista.
Obvio, yo comulgo con los segundos pero admito, acepto y reconozco que puede haber gente muy bien intencionada que opte por el primer tipo de pensamiento. Lo más interesante, es que piensen y lo demuestren en su forma de manejarse.
Ahora, tenemos frente a nosotros un problema ético, legal, religioso, moral y con muchas otras aristas: La adopción por parte de homosexuales.
Con los cambios que se han dado a la legislación, ha cambiado el concepto de familia.
Ya la familia no es aquella ampliada de principios del siglo pasado, el siglo veinte, en que vivían o convivían abuelos, los de ambos progenitores, los propios padres, los hijos, algunas veces, nietos y personal de apoyo.
Ya no son de ocho o diez hijos o “los que Dios mande”, como era usual y la madre, por supuesto que ya no se conforma con el papel de madre sólo para ser fecundada y cuidar de la prole, pues ahora pretende abarcar mayores campos, como pensar, tener un empleo remunerado, pues las de antaño trabajaban todo el día pero sin pago ni prestación ni derecho alguno.
Al cambiar las condiciones de vida, cambiaron también los papeles de cada uno de los miembros de la familia. El padre, además de trabajar e irse a la cantina, ahora debe ayudar a los hijos en las tareas o la mujer se enoja. La madre, además de tener hijos, ahora tiene un empleo formal y muchas veces gana más que el padre, lo que hace que éste se sienta inferior y lastimado en su condición de macho.
La madre siempre estuvo al pendiente de los hijos, tarea en la que era auxiliada por las abuelas, madres de ambos cónyuges, que sabían su posición en la casa y atendían un sin fin de tareas. De repente, empezaron a cambiar las edades y por ende, los tiempos. Ahora la madre ya no es de 16 a 18 años pues empieza a tener hijos a los treinta; la abuela, que ya excede los cincuenta, fue de las primeras que trabajaron y mandaron a sus propios hijos a la guardería, por lo que ahora, ¿a título de qué va a aguantar a un chamaco que ni es de ella?
Esa es una realidad cada vez mayor y cada vez a menos alto nivel socioeconómico.
Las primeras que enviaron a sus hijos a las guarderías tenían un ingreso alto; ahora, las obreras de la maquila deben enviarlos a que se los cuiden, pues el marido no tiene un empleo formal, ya que anda en la calle como vendedor ambulante o es taxista o profesionista independiente o algo así, de los que no tienen seguridad social. Ella sí y por eso, debe seguir trabajando y debe enviar al niño a la guardería. La pregunta es: ¿A quién le van a reclamar por los futuros yerros del niño? ¿A la guardería?
El niño ya no tiene el calor de hogar de las familias de hace mucho. Ya no huele a panecitos ni a caldo ni a pasteles recién horneados y la comida al medio día, por supuesto que es del mesón de la esquina, casi como si fuera casera pero hecha en serie, sin el ingrediente principal: amor.
Ese niño… ¿Qué va a añorar? Eso, cuando tenga una familia.
Cuando sea hijo de madre soltera, que va a vivir entre guarderías y cuidadores que tal vez lo maltraten, lo atosiguen y lo traumen, cuando las abuelas no van a querer verlo, pues así he oído que le hacen, ¿qué va a ser del pobre niño?
Y cuando el niño no tenga una familia de fijo, así sea disfuncional, que sea el Estado el que lo trate de medio proteger, asignándole un número de matrícula “querido 345678, es un honor que nos visites”, ¿Qué va a hacer el niño? ¿Quién le va a cantar para arrullarlo? ¿Quién lo va a cobijar?
Por eso, cuando dos seres humanos con mucho amor, tanto, como para enfrentarse al mundo y decir que quieren vivir juntos, cuando dos seres humanos con tiempo, capacidades, posibilidades y todas las expectativas de vida en su favor, como las puede tener mi cantante favorito Elton John, desean adoptar un niño, creo que deberían permitírselo.
Siempre ha de ser mejor un abrazo y un beso, que un torrente de odio, de gritos y de infamias. Creo que deberían cambiarse las leyes para permitir lo mejor para todos. Siempre.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
En clase, les comento a los alumnos que existen dos grandes corrientes de pensamiento en cuanto a las leyes y su forma de aplicarlas y manejarlas: los iuspositivistas y los iusnaturalistas.
Los primeros, son aquellos que creen que el derecho positivo, es decir, el que se encuentra vigente en una época y un lugar determinado, es el único válido precisamente porque así está redactado, así está escrito y en sus términos ha de acatarse. Punto. No admiten ni aceptan que el derecho vaya cambiando como no admiten ni aceptan que las leyes cambien en su formato, en su sentido y en su manera de aplicarse.
Los segundos, los que consideran al derecho natural como el más importante, son los que estiman que en los casos en que el derecho positivo ya sólo resulta ser una estrecha malla que contiene los grandes cambios que en la sociedad existen y que deben permitir o aún más, alentar los cambios legales necesarios para que el derecho ayude a ser parte la vida en común, tienen una mayor amplitud de miras, desde mi muy particular punto de vista.
Obvio, yo comulgo con los segundos pero admito, acepto y reconozco que puede haber gente muy bien intencionada que opte por el primer tipo de pensamiento. Lo más interesante, es que piensen y lo demuestren en su forma de manejarse.
Ahora, tenemos frente a nosotros un problema ético, legal, religioso, moral y con muchas otras aristas: La adopción por parte de homosexuales.
Con los cambios que se han dado a la legislación, ha cambiado el concepto de familia.
Ya la familia no es aquella ampliada de principios del siglo pasado, el siglo veinte, en que vivían o convivían abuelos, los de ambos progenitores, los propios padres, los hijos, algunas veces, nietos y personal de apoyo.
Ya no son de ocho o diez hijos o “los que Dios mande”, como era usual y la madre, por supuesto que ya no se conforma con el papel de madre sólo para ser fecundada y cuidar de la prole, pues ahora pretende abarcar mayores campos, como pensar, tener un empleo remunerado, pues las de antaño trabajaban todo el día pero sin pago ni prestación ni derecho alguno.
Al cambiar las condiciones de vida, cambiaron también los papeles de cada uno de los miembros de la familia. El padre, además de trabajar e irse a la cantina, ahora debe ayudar a los hijos en las tareas o la mujer se enoja. La madre, además de tener hijos, ahora tiene un empleo formal y muchas veces gana más que el padre, lo que hace que éste se sienta inferior y lastimado en su condición de macho.
La madre siempre estuvo al pendiente de los hijos, tarea en la que era auxiliada por las abuelas, madres de ambos cónyuges, que sabían su posición en la casa y atendían un sin fin de tareas. De repente, empezaron a cambiar las edades y por ende, los tiempos. Ahora la madre ya no es de 16 a 18 años pues empieza a tener hijos a los treinta; la abuela, que ya excede los cincuenta, fue de las primeras que trabajaron y mandaron a sus propios hijos a la guardería, por lo que ahora, ¿a título de qué va a aguantar a un chamaco que ni es de ella?
Esa es una realidad cada vez mayor y cada vez a menos alto nivel socioeconómico.
Las primeras que enviaron a sus hijos a las guarderías tenían un ingreso alto; ahora, las obreras de la maquila deben enviarlos a que se los cuiden, pues el marido no tiene un empleo formal, ya que anda en la calle como vendedor ambulante o es taxista o profesionista independiente o algo así, de los que no tienen seguridad social. Ella sí y por eso, debe seguir trabajando y debe enviar al niño a la guardería. La pregunta es: ¿A quién le van a reclamar por los futuros yerros del niño? ¿A la guardería?
El niño ya no tiene el calor de hogar de las familias de hace mucho. Ya no huele a panecitos ni a caldo ni a pasteles recién horneados y la comida al medio día, por supuesto que es del mesón de la esquina, casi como si fuera casera pero hecha en serie, sin el ingrediente principal: amor.
Ese niño… ¿Qué va a añorar? Eso, cuando tenga una familia.
Cuando sea hijo de madre soltera, que va a vivir entre guarderías y cuidadores que tal vez lo maltraten, lo atosiguen y lo traumen, cuando las abuelas no van a querer verlo, pues así he oído que le hacen, ¿qué va a ser del pobre niño?
Y cuando el niño no tenga una familia de fijo, así sea disfuncional, que sea el Estado el que lo trate de medio proteger, asignándole un número de matrícula “querido 345678, es un honor que nos visites”, ¿Qué va a hacer el niño? ¿Quién le va a cantar para arrullarlo? ¿Quién lo va a cobijar?
Por eso, cuando dos seres humanos con mucho amor, tanto, como para enfrentarse al mundo y decir que quieren vivir juntos, cuando dos seres humanos con tiempo, capacidades, posibilidades y todas las expectativas de vida en su favor, como las puede tener mi cantante favorito Elton John, desean adoptar un niño, creo que deberían permitírselo.
Siempre ha de ser mejor un abrazo y un beso, que un torrente de odio, de gritos y de infamias. Creo que deberían cambiarse las leyes para permitir lo mejor para todos. Siempre.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario