miércoles, 25 de mayo de 2011

La situación fronteriza.

La situación de las fronteras ha sido desde siempre, un tema ajeno a la realidad nacional. Desde aquella alegoría que Don Eulalio González, Piporro, representante de la región realizara con “Chulas Fronteras” hasta los estudios sociológicos formales que empiezan a dar luz de la razón de ser de esas fronteras.

Soy de Tamaulipas y algo conozco del tema. Las fronteras han tenido vida propia y cada una ha sabido de sus afanes. Matamoros-Brownsville, Reynosa-Hidalgo y McAllen, Nuevo Laredo-Laredo y así, todo el Río Bravo. Si recordamos que la frontera era más al norte, al Río Nueces, resulta que al cambiarla se transformó la vida de los que se quedaron de aquél lado.

En mi tierra, Matamoros, existe una confusión de nombres, apellidos y familias: Son los mismos los de éste y los de aquél lado. No existe conflicto y todo es paz. El Casino de Matamoros y el Contry Club de Brownsville tienen casi los mismos apellidos, si acaso cambian unos cuantos y todos, ricos, pobres y clase media de uno y otro lado de la frontera van a la Isla a tomar el sol y bañarse en las aguas del Golfo de México.

En Reynosa es distinto, están solos. Hidalgo es un montoncito de casuchas, ahora muy elegantes, pero sin habitantes ni competencia. McAllen está muy lejos. Ahí no existe identidad, ni rivalidad ni relación alguna. Son totalmente ajenos.

Los de Laredo, al cambiar la frontera decidieron seguir siendo mexicanos y por eso, cruzaron el Río Bravo y fundaron una nueva ciudad: Nuevo Laredo. Allá dejaron sus muertos y parte de su historia pero confiaron en lo que venían a hacer. Y son mexicanos y para ellos, los que se quedaron resultaron ser de menor valor. Por eso, al mexicano que se quedó allá no lo quieren ni los de aquí, por renegado ni los de allá, por estimarlo menor. Tener apellido en español precisamente en Laredo es una afrenta.

Eso deben saberlo los que estudian la vida de las fronteras, no para recalcarlo si no, para ir buscando la forma de restañar esa herida.

Ahora un funcionario menor del lado americano ha solicitado se retiren los anuncios y letreros que indican la proximidad con México. Desea se eliminen las referencias a nuestra patria, pero tiene apellido en español.

Tal vez, hable inglés. Tal vez, busque el bien de su país. Pero si va buscando lo que ahora se impone como realidad, como verdadero punto de partida para hacer la vida, ha de buscar el capital social.

Un vecino de aquellos lares, a quien conocí hace muchos ayeres, ha pugnado por crear capital social en su tierra natal para despegar como zona económica, como región productiva, como polo de desarrollo.

Leopoldo Lara maneja y con maestría el tema del capital social y ha venido haciendo esfuerzos por lograr que su tierra, esa tierra brava por la que cruza la mayor parte del comercio internacional de México, salga adelante. Y, la verdad, los que vemos desde fuera sus esfuerzos, sólo nos queda alentarlo para que siga, decirle que su compromiso con Nuevo Laredo, con Laredo el de antes, con los habitantes de ambos lados de ese Río Bravo que tanta vida ha dado y también, que tantos muertos debe, se debe manejar siempre buscando crear el mayor capital social posible, que no es otra cosa que la confianza que existe entre los diversos pobladores de una región en los demás miembros de la misma comunidad. Que la gente del pueblo confíe en sus autoridades, que éstas, crean en los ciudadanos, que el obrero confíe en el patrón y éste, en quien permite que viva la empresa.

Por capital social también se debe entender la confianza que existe en dejar la puerta abierta, seguro de que nadie entrará a ofenderla, que nadie busca apropiarse de lo ajeno, precisamente porque la sociedad le ha permitido obtener lo necesario.

Es algo así como volver a los tiempos en que nuestros abuelos platicaban que las casas estaban abiertas día y noche sin que nadie causara daños.

Volver al tiempo en que las bicicletas estaban en la calle, recargadas en la puerta y ahí se quedaban.

Confiar en que el policía es representante de la autoridad y vela por la sociedad, no como ahora parece ser: que cuida los intereses de quienes tienen conflictos con la ley y representa lo que los ciudadanos más abominan: el crimen y la ilegalidad.

Es tan fácil como querer. Es tan fácil como confiar y además, establecer los mecanismos para garantizar premios a quien haga las cosas bien.

Es mucho más barato y más productivo premiar las buenas acciones que tratar de controlar situaciones fuera de toda proporción.

La forma de crear y lograr ese capital social, es interesándose realmente en los problemas de los demás, no sólo de palabra, si no de obra.

El Capital Social se logra generando riqueza para todos, generando empatía, unidad, esfuerzo conjunto y compromiso. Se alcanza cuando la gente sabe que los demás, van a ayudarlo como él lo hace con los demás. Cuando el hombre no se siente solo entre los hombres, pues por eso cedió sus libertades, para vivir en sociedad, seguro y confiando en la colectividad, ya oficial, ya privada, que sabe que va a apoyarlo.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini
Mexicano.




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