miércoles, 19 de agosto de 2009

De la diferencia entre inflación y precios inflados.

El impuesto más caro que existe, según los que saben, es la inflación. Se come los ahorros de los pobres y a los ricos los convierte en más ricos. Es decir, es un “impuesto” exactamente contrario a lo que establecen los principios de los impuestos: imparciales, proporcionales, equitativos.

Claro, no podemos decir que un impuesto sea popular pues al ser precisamente impuesto, es decir, al obedecer a una orden, no a la voluntad de quien paga, de ninguna manera va a ser de nuestro agrado.

Si un producto tiene un valor en el mercado de, digamos, cinco pesos, ya incluidos el costo de producción y las utilidades del vendedor final, a ese precio lo ha de pagar el consumidor. Es un artículo que necesita y es lo correcto.

Pero… si existe inflación, ese ente sin forma que se devora los ingresos de la gente, ese mismo producto de cinco pesos mañana va a costar seis y pasado mañana siete, es decir, va subiendo de precio, que no de valor, a un ritmo muy superior que el de los salarios.

Esa inflación se produce por malas medidas macroeconómicas dictadas por el gobierno, por la caída del precio de nuestras exportaciones, por el alza del dólar y una serie casi infinita de variables externas que sería demasiado prolijo tratar de describir.

Sin embargo, es parte de una cultura y debemos saber que la inflación existe y tomarla en cuenta al hacer nuestros presupuestos y programar nuestros gastos. Es decir, es parte de la vida.

El problema en nuestro México, surrealista y con características sui géneris, es que los comerciantes, salvo honrosas excepciones, no siguen las reglas de la inflación. Inflan los precios hasta encontrar el límite que soporta la gente sin explotar en su contra. Hasta creo que deberíamos de patentar esa capacidad de encontrar el nivel máximo de sacrificio del pueblo. Tal vez nos volveríamos millonarios exportándolo a algunos países en donde la gente se ha levantado en armas por cualquier incremento de precios.

Pero regreso al tema. Tiene Usted un producto con un costo de producción, distribución, almacenamiento y venta final de cinco pesos, ya incluida utilidad. Es decir, se debe exhibir y vender a cinco pesos.

Pero algún comerciante medio vivo, decide que si la gente lo puede pagar a cinco, igual lo puede pagar a seis, total, ¿qué tanto es tantito? Y luego sale otro a seis cincuenta y otro a siete y aquél lo vende envuelto en papel de china a siete cincuenta y aquél otro lo entrega a domicilio a ocho y el de más allá lo entrega cantado a nueve y así hasta el infinito y más allá.

Luego entonces, el producto que debería estar a cinco pesos, se expende a siete o nueve sin recato ni pudor alguno. El producto tiene un precio de venta de casi el doble de lo que dictan los precios de mercado, sanos en otras partes del mundo, en donde no existe el paternalismo que aquí nos cobija y donde las utilidades se declaran pues son reales y los impuestos también son acordes a las ganancias.

Aquí, todo es como si, es decir, como si te pagara, como si declarara, como si facturara, como si… hasta acabar con México.

Y de repente, el vendedor, que no el productor que se mesa el cabello de ver cómo su producto, el de cinco pesos al público, se vende en nueve o diez y a él, no le toca tajada del pastel, se da cuenta que el público ya no quiere la mercancía.

La gente deja de comprar el producto. Las leyes del mercado son inflexibles y no se les puede sobornar.

Y entonces los productos aparecen “en especial”, “a mitad de precio”, “en oferta”, cuando lo cierto es que esos precios estuvieron inflados y la culpa de que el comerciante abuse, la tenemos Usted y yo por seguir comprando cuando nos damos cuenta que el valor no corresponde al precio.

¿Cómo va a ser posible que un artículo tenga un precio de venta de cinco pesos en una tienda y en la de enseguida, sólo porque tiene alfombra lo venden al doble?

Ahí tenemos el problema. En que nuestros precios están inflados pues los que los establecen no conocen ni la vergüenza, ni la dignidad, ni la solidaridad ni ninguna de esas cosas que algunos llaman valores pero que de fondo nos sirven para sostener la vida.

Necesitamos cambiar de raíz nuestra forma de comprar. Si vemos que un producto tiene un precio inflado, simplemente no lo compre. Va a ver cómo en unos cuantos días el comerciante baja el precio hasta el real.

Pero necesitamos dejar de ser presumidos y dejar de decir: yo lo compré allá, donde te regalan un llaverito que ahora presumo. Por ese “regalito”, Usted está permitiendo que los productos lleguen al doble de su precio real. Y que sigan inflados los precios. No le arrojemos la culpa a la inflación, que sí existe. Revisemos mejor los precios inflados.

Además, revisemos también, nuestra forma de comprar.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/


Monterrey, N.L., 19 de agosto de 2009.

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