Antes, el 20 de noviembre de cada año se festejaba el Aniversario de la Revolución Mexicana, gesta heroica que según aprendimos, nos dio las libertades y derechos de que ahora gozamos los mexicanos.
Sin embargo, al paso del tiempo y de usar la palabra, como que se fue desgastando y se perdió el origen del significado de revolución. Vamos, se perdió hasta la fecha, pues ahora se festeja el tercer lunes de cada noviembre o el segundo martes o el último viernes o algo así. Es más, se festeja cuando se necesita un motivo para día de asueto.
Comentaba en una charla de café ¿qué es una revolución? y las respuestas fueron: un cambio violento, lucha intestina, guerra entre hermanos, modificación de los patrones sociales y otras cosas por el estilo, todas correctas.
La pregunta hoy y es lo que siento ha de movernos, ¿Cuáles son las condiciones a cambiar? ¿Para qué es el cambio? ¿Qué se busca?
Nada más imagínese Usted, mi querido lector, un país en el que los pobres no tengan acceso a seguridad social, a educación, a jornadas laborales decentes, a servicios de agua potable y electrificación, a vías de comunicación, a créditos para empresas y cosas por el estilo. En el que los dueños de las empresas les paguen con “vales” canjeables en las propias empresas del mismo dueño, lo que en buen cristiano se llama “Tiendas de Raya”.
Cierto, siempre hay algunos “ilustrados” que tratan de redimir al pueblo o de buscar un cambio en sus condenas de vida o peor aún, algunos que usan a los pobres como escudo para lucrar en su favor.
Todo eso, además de que el inculto, carente de educación, iletrado, pordiosero, mendigante, paria, “Los Olvidados” según Luis Buñuel, como que huelen mal y no es “nice” tenerlos cerca.
Mejor confinarlos en un área apartada, hacer como que no se ven y si es posible, ocultarlos tras bardas y árboles y muros que los tapen.
La “gente bien” no tiene necesidad de tratar con los “De Abajo”, según Mariano Azuela, al fin y al cabo no producen más que problemas. Son unos verdaderos revoltosos, dice la gente que sabe vivir bien, al estilo francés o cuando menos, según las normas de mercado americano.
También ha de tomarse en consideración, para una revolución, que el Gobierno, al imponer la paz, ha de hacerlo de manera que la gente esté convencida de que es bueno para ellos lo que sugiere “papá gobierno” y no, que exista resquemor entre la sociedad por las afrentas que el propio gobierno comete en contra de sus ciudadanos.
Una sociedad sin prensa libre, con su prensa maniatada, como puede ser “El Hijo del Ahuizote” antes o la Revista “Fórum” ahora, produce que se busquen cauces paralelos a lo formal para desahogar la necesidad de comunicarse, de hacerle saber a los demás integrantes de la sociedad, lo que les está afectando a todos.
Una sociedad en la que el gobierno grava con impuestos absurdos, contrarios a la productividad, como el de las ventanas de Santa Ana o los depósitos en efectivo de ahora, lucha como Robin Hood para quitarse al Juan Sin Tierra que lo afecta.
Una sociedad que sufre día a día, en carne propia, las afrentas de una clase social que prefiere ocultar bajo perfumes franceses y novelas color de rosa o telenovelas, la realidad que huele mal, que hiede, que apesta y que no logra mitigarse por más francés que sea el perfume o de los que ahora se expenden a ciencia y complacencia de las autoridades en el cada vez mayor “comercio informal”, es una sociedad que va a buscar, a la menor provocación, la forma de encontrar, no quién se la hizo, si no quién se la pague.
Un obrero molesto y desesperado que siente, porque el derecho se siente, que le están esquilmando sus derechos, va a irse a la huelga como los mineros de Cananea de 1906, que a la larga se convirtieron en héroes, o como los del Sindicato Mexicano de Electricistas que si bien es cierto tenían buenos salarios, sólo eso, nunca disfrutaron de los increíbles e inmensurables beneficios de la clase dorada o como se les llame a los verdaderos favorecidos con las bondades de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro.
Ahora bien, si analizamos el estado actual de las cosas, podremos llegar a la conclusión de que cualquier coincidencia entre la situación del México de 1910 y la situación actual, es mera realidad.
Por tanto: ¿Qué festejamos? ¿Sirve de algo levantarse en armas? ¿Así han de seguir las cosas? ¿Necesitamos otra revolución?
No me gustaría ver a mi país desangrarse, ni con pleitos entre hermanos, ni con luchas intestinas, ni con cambios violentos que sólo van a engendrar más cambios y peores situaciones para todos.
Quiero ver un México unido, fuerte, laborioso, guiado por sus mejores hombres, patriotas, valientes y honestos, auténticos, en una palabra, por alguien que represente a los mexicanos como sabemos ser.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
Sin embargo, al paso del tiempo y de usar la palabra, como que se fue desgastando y se perdió el origen del significado de revolución. Vamos, se perdió hasta la fecha, pues ahora se festeja el tercer lunes de cada noviembre o el segundo martes o el último viernes o algo así. Es más, se festeja cuando se necesita un motivo para día de asueto.
Comentaba en una charla de café ¿qué es una revolución? y las respuestas fueron: un cambio violento, lucha intestina, guerra entre hermanos, modificación de los patrones sociales y otras cosas por el estilo, todas correctas.
La pregunta hoy y es lo que siento ha de movernos, ¿Cuáles son las condiciones a cambiar? ¿Para qué es el cambio? ¿Qué se busca?
Nada más imagínese Usted, mi querido lector, un país en el que los pobres no tengan acceso a seguridad social, a educación, a jornadas laborales decentes, a servicios de agua potable y electrificación, a vías de comunicación, a créditos para empresas y cosas por el estilo. En el que los dueños de las empresas les paguen con “vales” canjeables en las propias empresas del mismo dueño, lo que en buen cristiano se llama “Tiendas de Raya”.
Cierto, siempre hay algunos “ilustrados” que tratan de redimir al pueblo o de buscar un cambio en sus condenas de vida o peor aún, algunos que usan a los pobres como escudo para lucrar en su favor.
Todo eso, además de que el inculto, carente de educación, iletrado, pordiosero, mendigante, paria, “Los Olvidados” según Luis Buñuel, como que huelen mal y no es “nice” tenerlos cerca.
Mejor confinarlos en un área apartada, hacer como que no se ven y si es posible, ocultarlos tras bardas y árboles y muros que los tapen.
La “gente bien” no tiene necesidad de tratar con los “De Abajo”, según Mariano Azuela, al fin y al cabo no producen más que problemas. Son unos verdaderos revoltosos, dice la gente que sabe vivir bien, al estilo francés o cuando menos, según las normas de mercado americano.
También ha de tomarse en consideración, para una revolución, que el Gobierno, al imponer la paz, ha de hacerlo de manera que la gente esté convencida de que es bueno para ellos lo que sugiere “papá gobierno” y no, que exista resquemor entre la sociedad por las afrentas que el propio gobierno comete en contra de sus ciudadanos.
Una sociedad sin prensa libre, con su prensa maniatada, como puede ser “El Hijo del Ahuizote” antes o la Revista “Fórum” ahora, produce que se busquen cauces paralelos a lo formal para desahogar la necesidad de comunicarse, de hacerle saber a los demás integrantes de la sociedad, lo que les está afectando a todos.
Una sociedad en la que el gobierno grava con impuestos absurdos, contrarios a la productividad, como el de las ventanas de Santa Ana o los depósitos en efectivo de ahora, lucha como Robin Hood para quitarse al Juan Sin Tierra que lo afecta.
Una sociedad que sufre día a día, en carne propia, las afrentas de una clase social que prefiere ocultar bajo perfumes franceses y novelas color de rosa o telenovelas, la realidad que huele mal, que hiede, que apesta y que no logra mitigarse por más francés que sea el perfume o de los que ahora se expenden a ciencia y complacencia de las autoridades en el cada vez mayor “comercio informal”, es una sociedad que va a buscar, a la menor provocación, la forma de encontrar, no quién se la hizo, si no quién se la pague.
Un obrero molesto y desesperado que siente, porque el derecho se siente, que le están esquilmando sus derechos, va a irse a la huelga como los mineros de Cananea de 1906, que a la larga se convirtieron en héroes, o como los del Sindicato Mexicano de Electricistas que si bien es cierto tenían buenos salarios, sólo eso, nunca disfrutaron de los increíbles e inmensurables beneficios de la clase dorada o como se les llame a los verdaderos favorecidos con las bondades de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro.
Ahora bien, si analizamos el estado actual de las cosas, podremos llegar a la conclusión de que cualquier coincidencia entre la situación del México de 1910 y la situación actual, es mera realidad.
Por tanto: ¿Qué festejamos? ¿Sirve de algo levantarse en armas? ¿Así han de seguir las cosas? ¿Necesitamos otra revolución?
No me gustaría ver a mi país desangrarse, ni con pleitos entre hermanos, ni con luchas intestinas, ni con cambios violentos que sólo van a engendrar más cambios y peores situaciones para todos.
Quiero ver un México unido, fuerte, laborioso, guiado por sus mejores hombres, patriotas, valientes y honestos, auténticos, en una palabra, por alguien que represente a los mexicanos como sabemos ser.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
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