lunes, 17 de marzo de 2014

De las calificaciones al sistema educativo



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante   

El sistema educativo en México, que en los tiempos de Don José Vasconcelos, fuera de lo más adelantado del mundo, ha quedado en un rezago total y ya desde hace varios años. En efecto, la suma de una serie de desafortunados factores ha llevado a nuestras escuelas, primarias, secundarias, bachilleratos y por supuestos, universidades y cursos de posgrado, a buscar cada día más el negocio que lograr generar pensamiento que se traduzca en conocimiento.

Cada nuevo Secretario de Educación en México ha buscado que lo que su antecesor hizo, quede en el olvido y claro, cada uno ha ido buscando que lo que él propone, sea considerado lo único válido para el país entero.

Sin embargo, ningún país ni ningún sistema puede crearse cada día ni renovarse por completo, ya no digo en el cambio de generación, si no, en el cambio de sexenio, que es la forma de medir los planes educativos en México.

A las fallas que se han detectado en el sistema oficial mexicano de impartir el conocimiento a los alumnos, ha de sumarse el verdadero y grave problema real de los padres que, en casa, han abandonado por completo su obligación de hacer de sus hijos, sus propios hijos, los sujetos de la educación que sean capaces de aprender lo que la institución educativa pretende transmitirles.

Si el maestro encarga tarea, lo tildan de abusivo y prepotente. Si le pide a los alumnos que hagan trabajo dentro del salón, los está hostigando. Y así, hasta el infinito.

Además, aún las instituciones educativas propiedad del gobierno, que en teoría son laicas, gratuitas y obligatorias, han mutado esas características por la de buscar destacar para beneplácito de los directivos, no para el prestigio y gloria de la propia institución.

Así, de pronto nos encontramos con que las escuelas públicas tienen cuotas casi iguales que las de las instituciones privadas, pero eso sí, aclaran que son “voluntarias”, con el único pero de que quien no las cubre, pierde su lugar en la institución.

Sin embargo, lo aclaro: el problema no son las cuotas, ni las instituciones, ni los maestros, ni los alumnos. El problema es la suma de todos los factores que intervienen en la educación, pues cada uno, en lugar de sumar en favor de hacerla más competitiva y que busque mejores resultados, ha ido luchando por conquistar espacios de poder que solo a cada uno sirven y/o perjudican.

En efecto, pensar que porque el alumno consiguió que el maestro no le aplique examen, no significa que haya conseguido lo mejor. Al contrario, al perder la oportunidad de conocer mediante evaluación el nivel en que se encuentra, pierde su contacto con la realidad y piensa que es capaz, que es competente cuando en realidad se encuentra muy lejos de poner en práctica sus conocimientos.

Esas fallas del sistema educativo todo, más los padres que buscan la manera de disculpar las faltas de sus hijos, más los alumnos que luchan “por una sociedad sin clases”, son las que han dado al traste con la realidad educativa en México.

Vamos a hablar de calificaciones para los alumnos. Recuerdo los maestros que decían que el 10 era para Dios, el 9 para el autor del libro, el 8 para el maestro y de ahí para abajo, para los alumnos. Claro, solo se podía aspirar a obtener un siete de calificación.

Ahora las universidades y en general, todo el sistema educativo éste de “competencias”, o ha eliminado los niveles de calificación o los ha subido considerando el 8 o tal vez, el 9 como la mínima aprobatoria, cuando lo cierto es que la mitad de los alumnos no es capaz de sumar dos más dos de manera mental.

Claro, las calificaciones no son obtenidas por los alumnos, son una obligación impuesta a los maestros, a quienes se les dice: no puedes reprobar a los alumnos, deben pasar. Y entonces vienen los grandes, inmensos conflictos del maestro, pues sabe que su esfuerzo completo se va por el caño, que el interés y cansancio que cada clase genera, no rinde frutos. Conste, para el maestro, el económico es tal vez, uno de los últimos factores a considerar en la escala de incentivos para impartir cátedra. Y de los primeros, está el orgullo, el poder presumir a los alumnos. Ojalá, por México, se corrija el rumbo de la educación.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

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