lunes, 24 de octubre de 2011

¡Qué bajo hemos caído en educación!



Uno de los temas recurrentes a últimas fechas, es la función de los maestros, que antes asumían su actuar como un apostolado, con una devoción casi sublime, orgullosos de sus afanes y que hoy algunos parecen haber abandonado.

Yo no entendí el llamado de la vocación docente hasta cuando casi por accidente tuve necesidad de impartir una clase. Me gustó y desde entonces he estado frente a grupo.

Hoy, he entrado a estudiar, a actualizarme en los métodos y técnicas de enseñanza para tratar de hacer mejor las cosas. Estoy en el medio en que todos son Maestros y por ende, las pláticas giran en torno a los problemas del gremio.

Me ha llamado la atención la crítica que existe hacia los docentes, pues lo que he visto, lo que conozco, los que están frente a grupo, siguen con la misma emoción que conocí haciendo las cosas.

Los maestros de antes, obtenían su título, impartían sus clases, gustaban de la lectura, se preparaban y sabían mucho.

Entre los de hoy, los de secundaria y preparatoria, cada vez saben más. Veo la emoción con que maestras y maestros de más de cincuenta años andan ahora manejando computadoras, aparatos casi infernales que no se habían atrevido a tocar, opinando como si supieran de verdad, haciendo trabajos y preparando material de estudio para los alumnos.

Es decir, el maestro que está frente a grupo, sabe.

Disfrutaban sus vacaciones, dos meses íntegros, viajaban por la república y unos cuantos salían del país, generaban ingresos por turismo, disponían de tiempo para sus familias y el que quería seguir preparándose, podía estudiar en esos largos veranos diplomados, especialidades, maestrías y hasta doctorados.

Los salarios eran iguales, en base al principio jurídico de “a trabajo igual, salario igual” y la diferencia la hacían sólo los quinquenios, nombre que se le da a los grupos de cinco años de antigüedad que el maestro va acumulando por el paso del tiempo. Claro, con la edad, el maestro se va volviendo más sabio. Es de las profesiones donde la edad cuenta en beneficio del trabajador.

Los maestros de hoy están obligados a llevar cuanto curso se le ocurre a los directivos. Aquellos veranos terminaron. Ahora deben llevar una carrera magisterial que sólo aprueban los amigos de los dirigentes. Además, las vacaciones ya no son iguales, pues les programan cursos de actualización y demás, obvio, sin pago pero sí obligados a asistir, so pena de perder el empleo. Y claro, cuando se atreven ¡Oh insolencia! a reclamar su pago correcto, son despedidos. La empresa educativa no busca instruir, busca ganancias.

Cada día les van restando autoridad a los maestros. Ahora no pueden llamarle la atención al niño por que “lo trauman”. Para no traumarlos y para no perder el empleo, los docentes no dicen nada y han de aguantar a cada prófugo de Herodes que habría que ver.

Sin embargo, el problema lo veo en los directivos. Algunos, no rebuznan sólo porque no dan el tono. Conste, no soy grosero, soy realista.

Luego he sabido de muchos casos más. Resulta que ahora les exigen a los maestros de kínder, primaria, secundaria, preparatoria y demás niveles que sean “competentes”, que tengan competencias y cosas así y cada vez saben menos. Cada vez dedican menos tiempo a la clase y más a tratar de prepararse en cosas que no entienden, que no saben y los que se supone que saben, no las pueden explicar porque no las saben.

Tanto, que en alguna ocasión un Doctor en Educación, ahora he conocido muchos, me indicó la existencia de un libro llamado El Doctorado no quita lo tarado y vaya que tenía razón la Autora: Etty Haydeé Estévez Nenninger, pues analiza las parcelas disciplinarias de los académicos, sujetos sujetados sin remedio ni margen de acción, en palabras de la propia autora. Es un texto que aún no he disfrutado, producido por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, que aparece en internet y está disponible en Facebook.

Ahora han buscado la coevaluación, heteroevaluación y autoevaluación como si fueran la panacea de todos los males, cuando lo cierto es que el alumno, antes, ahora y mañana, seguirá confiando en el maestro como guía, a menos que los padres de familia y los directivos escolares le resten autoridad.

Se pierden ahora nuestros genios en tratar de imitar e importar conductas y tendencias ajenas cuando aquí, en nuestra patria, hemos producido grandes pensadores que han sido ejemplo a seguir en otras latitudes. Aquí no, pues no rindieron pleitesía al encumbrado en turno.

Han seguido al pie de la letra las instrucciones y lineamientos de la OCDE que, sólo para no incurrir en ofensas, describo como que han sido ajenas a las necesidades mexicanas. Lo que es lógico y posible en otras partes, no tiene por qué serlo aquí.

México requiere sus propias soluciones, de su gente y para su gente. No entenderlo es hacerle un daño al país. Habrá que analizarlo, pero entre personal que entienda lo que está diciendo.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini
Mexicano.


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