lunes, 3 de enero de 2011

De la Rosca de Reyes


Existe una muy amplia gama de festividades en nuestro México que guardan algunas reminiscencias de su origen pero que ya en la bruma de los tiempos parecen haber perdido su realidad y razón de ser.

La Rosca de Reyes es una de ellas. Viene como homenaje a las deidades del Olimpo Griego y luego, conforme adoptaron las costumbres y ritos helénicos los romanos, como parte de las fiestas a Saturno.

También y de una manera muy poética, se afirma que es rosca, vaya, que no tiene fin ni principio, para simbolizar que los Reyes de Oriente que llegaron a adorar al Niño Jesús representaban a todas las razas del mundo y entre ellas, no existían distinciones.

Si lo analiza con un poco de detenimiento, es una afirmación muy hermosa, pues sólo quienes aceptan ser pares, es decir, ser iguales entre sí, serán capaces de admitir a una rosca como su símbolo, pues al no tener ni esquina ni principio o final, no podrán adjudicarse mejor o peor posición que los demás. Es una forma de equidad e igualdad perfecta y maravillosa.

También se dice que la figura que está oculta en la rosca representa al Niño Dios que se resguardó de Herodes, aquél que ordenara la decapitación de todos los niños menores de dos años de la tierra hebrea y romana, precisamente para que quien se suponía habría de llegar a reinar en el mundo, no lograra su cometido.

Hasta la fecha, cuando un niño se porta mal, los adultos clamamos al cielo diciendo: ¡Ay Herodes… se te quedó un infante!

Pero en nuestro México la Rosca de Reyes ya forma parte de nuestras más acendradas tradiciones.

Compartirla, disfrutar al encontrar al niño y saber que quedas obligado a hacer los tamales el día dos de febrero, festividad de la Candelaria, es ya una verdadera costumbre mexicana.

Lo cierto es que las velas o candelas que acompañaban al menor al presentarlo en el templo, dieron su nombre a la Fiesta de las Candelas y luego, tras la aparición en las Islas Canarias de la Virgen María, a quien se llamó de La Candelaria en honor a las fiestas, se quedó en la memoria colectiva el hecho de que la festividad es de la Candelaria y que ha de celebrarse el día dos de febrero.

Se acostumbra llamar “compadre” a quien le toca en suerte levantar al Niño Jesús que se acostara en el pesebre el día 24 de diciembre, ceremonia que se realiza el día de Reyes, es decir, el seis de enero de cada año.

Al compadre, para cumplir con su sagrada misión, le corresponde velar por el bienestar del ahijado, lo que se representa mediante la invitación a comer de todos los que participaron de la ceremonia de acostar al niño y su posterior “levantada”, lo que se celebra precisamente el día dos de febrero, Día de la Virgen de la Candelaria.

La costumbre mexicana ha sido que el principal platillo de la festividad sean los tamales: de carne de puerco, de frijoles, de chaya, de flor de calabaza, de hongos, de pollo y de todas las suertes de sabores que visten el arte culinario de mexicano.

Obvio, esos tamales, ya de dulce, de sal, de chile o de manteca, han de ir acompañados del exquisito champurrado, bebida tipo atole deliciosa y que ha sentado sus reales en toda la población mexicana, siendo admirado y degustado por los más exigentes paladares como una bebida de alcurnia, pues da calor al cuerpo y reconforta los sentidos.

México: sus sabores, sus aromas, sus colores, sus mujeres y su gente, siguen siendo un verdadero deleite a los sentidos. Es nuestra obligación como mexicanos ayudar a conservarlos.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.



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