domingo, 28 de febrero de 2016

La impartición de justicia



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante

Justicia es un término subjetivo, es decir, algo que no se puede medir ni pesar ni contar. Es algo que se siente, que no puede describirse más que con la expresión: “se hizo justicia”.

La forma de administrarla y de impartirla, de tratar de dar a cada quien según sus necesidades, es lo que puede medirse: tiempos, calidad, calidez, estilo, precisión, certeza y muchas variables más.

Actualmente y todavía, la forma en que los gobernados acuden a los tribunales: federales, locales, del poder judicial, del poder administrativo y que resuelven en forma de juicio y todas las demás formas en las que se pretende dar a cada quien lo suyo, es función de la autoridad, es decir, del Estado y no de particulares. Aclaro: muy pronto y en algunas áreas ya, la justicia será impartida por particulares.

Sin embargo, con la idea que aprendiera en casa que dice: “Piensa mal y acertarás”, he pensado que de manera deliberada alguien ha permitido que los jueces, magistrados y personal de apoyo en juzgados, juntas, tribunales de toda índole y en suma, todos quienes deben impartir justicia, sean cada día menos capaces. Ahora voy a sostener y demostrar lo que digo.

Un día, hace muchos años, comencé mis periplos por tribunales de todo tipo y ahí aprendí que los secretarios sabían todo y por consecuencia, jueces y magistrados sabían mucho más. Y lo demostraban en sus acuerdos, en sus escritos, en sus sentencias. Verdaderos poemas, odas a la verdad y la justicia.

De pronto, los tribunales federales comenzaron a multiplicarse en forma exponencial y de ser 21 ministros y unos cuantos jueces y magistrados antes de la reforma de 1988, ahora anuncian con bombo y platillo en televisión abierta que son más de 900 jueces y magistrados quienes velan por la correcta impartición de justicia. Mi pregunta es: ¿Esos 900 estarán realmente capacitados o simplemente los fueron eligiendo entre los menos malos?

En materia local, cada cambio de presidente de tribunal del estado tiene como consecuencia que los jueces pidan su honroso retiro, con unos cuantos años de servicio o sean separados de manera vergonzosa… o también, que se les pensione con haberes de miseria cuando no son gratos al gobernador y demás séquito que los acompaña. He sabido de casos de magistrados que han tenido que litigar su pensión ante múltiples tribunales simplemente porque ninguno ha querido asumir la competencia… muestra clara de que no saben lo que hacen o de que sabiéndolo, se prestan a malas prácticas.

Y ya en lo cotidiano, en lo de casa, en lo de todos los días, quienes presentamos escritos ante los tribunales, juntas, juzgados, Tribunales Agrarios y demás, vivimos con el temor de que el acuerdo que dicten conserve parte del “machote” que utilizaron y entonces, debemos promover para que corrijan su acuerdo y eliminen lo que “se les olvidó borrar”, o que escriban así: “ce tiene al promobente ecsiviendo el ezcrito de referensia...” Créame, así he visto los acuerdos.

O cuando la autoridad dice: “Es que no sé cómo se hace” y entonces, debe uno esperar seis meses en lo que aprende… o el caso aquél en que te reconocen personalidad en el auto de radicación, es decir, desde que comienza el asunto, actúas a nombre de la actora casi un año y de pronto la autoridad ordena que vayan el poderdante, los testigos y tú a ratificar la carta poder, para reconocerte la personalidad… ¡habrase visto!

También cuando la autoridad califica de “libelo” tu escrito y tienes que ir, en vía de revisión, a explicarle que libelo significa escrito que denigra, que ofende, que humilla… y también, que ahora por extensión, ignorancia y desconocimiento del tema, algunos abogados y también, algunos diccionarios, lo han convertido en sinónimo de escrito, pero para mí, sigue siendo el texto con que el marido repudia a la esposa, hablando mal de ella.

En fin. Existen mil ejemplos más pero no quiero aburrirlo. Solo le pido que como yo, ayude a construir una mejor manera de impartir la justicia.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.


Ilustración: Julio Castillo. 2016. 




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