lunes, 1 de febrero de 2016

La evaluación educativa



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante

Para el maestro cada día que avanza el tiempo es una nueva fuente de preocupación, pues si bien ha sido el encargado de pretender que el alumno conozca los contenidos de la materia, no puede saber a ciencia cierta qué tanto entendió, que tanto aprendió y cuánto fue lo aprehendido. Cada día más se hace la diferencia entre lo que el alumno es capaz de recordar y aquello que es capaz de comprender, cosas que son muy distintas.

En efecto, el alumno puede poner atención en las clases, llevar todas y cada una de las tareas, participar con opiniones pero el día del examen, dejarlo en blanco. Hay quien se bloquea por completo y el pánico les gana, al grado de que no atinan a contestar nada.

También existe quien sin haber pisado el aula leyó un ratito antes de clase el temario o el cuestionario, entra y logra contestar todas y cada una de las preguntas. Obvio, exige el cien. Pero nunca participó ni nunca llevó una tarea.

Atentos a todo eso, el sistema educativo ha buscado métodos que según sea más ecuánimes, más justos a la hora de calificar y de algún modo, van desdeñando la verdadera capacidad de comprensión del alumno y sobreestiman tareas que en modo alguno deberían ni siquiera ser valoradas.

Todavía cuando fui estudiante y así lo comentaba hace unos días con un Magistrado en retiro, pues él dijo lo mismo, tuve la fortuna de que mis maestros entraran, expusieran la clase o nos permitieran a nosotros exponerla, siempre dirigiendo los trabajos y haciendo múltiples comentarios, buscando abarcar todos los puntos del temario. El examen, entonces, consistía en que teníamos que estudiar del texto de clase todos los temas, pues de manera oral era el examen, y la pregunta una sola: explicar el tema que nos tocaba por sorteo. Y tenías quince minutos o media hora para hacerlo. Ahora entiendo que el maestro se daba cuenta inmediatamente cuando un alumno no sabía, pues los dejaba hablar unos cuantos minutos, hacía una pregunta y al no poder responderla el alumno, hasta ahí terminaba. Regresas a repetir el curso. Punto final. Una sola oportunidad, un solo tema, un maestro, tenías que saber todo y estudiabas en consecuencia.

Ahora que han cambiado los tiempos, cuando las autoridades educativas de gobierno central y la mayoría de las instituciones educativas en todos los niveles han buscado que los maestros no seamos “tan ogros”, se ha dado la orden de abrir el abanico de oportunidades al alumno para que la calificación no dependa solo de un examen, por muy oral que este sea. Ahora se trata de darle oportunidad de acreditar la materia al alumno.

Así, hace años tuve la oportunidad de conocer sistemas excelentes, como el que permite al alumno presentar exámenes por semana, de cada materia, de manera que si acredita determinado número de unidades obtiene calificación aprobatoria. Lo que cuenta es el resultado del examen y no otro parámetro distinto. El alumno, motivado por esa oportunidad, estudia todas las semanas hasta que adquiere el hábito del estudio.

En otras instituciones, se abre el abanico de calificaciones y se otorgan diversos criterios: listas de cotejo, rúbrica, portafolio de evidencias y así, hasta el infinito. Aclaro: quien exige esto es la Secretaría de Educación como coordinadora y responsable de la educación en sus diferentes niveles y en muchos casos, como encargada de otorgar los reconocimientos de validez a las escuelas particulares.

Y entonces, como si fueran niños de preescolar, se toma en cuenta la asistencia, que lleven la libreta forrada, que la tarea vaya firmada por el padre, madre o tutor y así, otorgando al examen solo un porcentaje del valor total de la evaluación.

Y resulta que ni así acreditan los alumnos. No llevan tareas, no hacen ensayos, reprueban exámenes, no llegan a tiempo y lo más triste de todo, es que uno como docente aplica las políticas del curso: no cumple, reprueba, y el alumno va con los directivos, hace su mejor carita y ¡listo! Viene la orden de “ayudar” al alumno: cursos de regularización, asesorías personalizadas, apoyos académicos y muchas cosas, que por cierto, son sin pago al docente. He pensado que más que apoyar y ayudar al alumno, se le hace un daño al dejarlo acceder a un nivel para el que no está preparado.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

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