domingo, 15 de marzo de 2015

Los derechos del ciudadano frente al Estado



José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante      

Existe una gran diferencia entre pretender que el Estado resuelva todos los problemas de las personas a saber que el Estado es garante y titular de obligaciones frente a los particulares.

Voy a tratar de explicarme. En el Estado paternalista, de corte socialista y que pretende anular la voluntad del ciudadano, el Estado es el encargado de otorgar todo tipo de prebendas a los particulares de manera que anula sus voluntades para que solo exista la voluntad del Estado, pues es ésta la que ha de permear, la que decide el rumbo de la vida de los hombres y la que determina los derroteros de cada uno. En su momento, los afanes colectivos fueron más importantes que el interés individual y así, una serie de países lograron imponer esa ideología, como la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba, Angola, China y otros más. Las libertades del hombre desaparecieron para que solo existiera la libertad del Estado de manera omnímoda y entonces, al Estado le queda la obligación de responder a cada una de las necesidades del hombre. Se cambió la libertad de actuar por el derecho a recibir.

Al tiempo, el deseo natural del ser humano de descollar por sus propios méritos ocasionó que los regímenes socialistas fueran desapareciendo y se convirtieron al capitalismo, como posible solución a sus problemas.

En el sistema capitalista y su máxima expresión, el liberalismo económico, el hombre triunfa solo con lo que tiene puesto, ya sea su capital intelectual, su herencia monetaria, sus atributos físicos.

Destaca tanto entre los liberalistas un hombre de altas virtudes intelectuales, que es buscado por los dueños del dinero para que piense por ellos, para que haga por ellos aquello para lo que son incapaces. Por eso, las universidades cada día más van buscando preparar exactamente la gente que las empresas necesitan y así, solo los que sepan hacer exactamente lo que el capital requiere, podrán tener el futuro asegurado. De hecho, el pensamiento en sí ya no es requisito. Lo que se necesita es quien tenga las competencias necesarias para desempeñar el puesto que el patrón requiere.

Entre quienes representan el liberalismo económico, la gente es solo uno más de los costos de producción y así, en ese sentido toman a lo que pomposamente llaman “capital humano”, cuando lo cierto es que para ellos representa un problema que les gustaría encontrar la manera de no tener que pagarles “tanto”. De hecho, añoran los tiempos aquellos “Señor Don Simón” en que existía la esclavitud y se podía negociar vida y honra de las personas. Más de uno con apellido de rancia alcurnia tiene en su sangre la de aquellos que traficaban con esclavos pero ahora, ya han logrado lavar su honra gracias a los dineros que con liberalidad aportan a las causas de beneficencia.

El justo medio entre ambas posiciones aún no existe. Entre la del Estado que ahoga la capacidad de pensar y razonar y la del dinero que mata la ilusión de crecer y que niega todo.

Sin embargo, en algún momento, el Estado occidental, aquél como en el que vivimos, que algo tiene de liberalismo económico en sus formas y de Estado Socialista en su discurso, ha de encontrar la manera de resolver el nudo gordiano al que se enfrenta.

Si le otorga todo a los ciudadanos, a las personas, anula su voluntad y los convierte en seres anodinos.

Si le niega todo a los ciudadanos, a las personas, sin tomar en consideración que al ser personas son sujetos individuales, con problemas distintos y que se ubican en la amplísima gama de posibilidades de tener problemas, de ser realmente el “capital humano” de un país, estará cometiendo injusticias reales.

Ahora bien, ¿cómo conciliar ambas posiciones? ¿Dónde está el justo medio? ¿Cuál puede ser una salida digna?

Fácil. Que el Estado permita que la gente genere sus propios derechos y que los reconozca y garantice.

No apoyo ni respeto al Estado que pretende otorgar, a guisa de concesión graciosa, de dádiva, de privilegio o prebenda, prestación alguna a los particulares, partiendo del principio general de que lo que no cuesta no se aprecia, además de que los regalos, lo que el soberano otorga de manera gratuita no puede exigirse, no puede demandarse, no puede llevarse a juicio, precisamente por ser regalo y no derecho.

Los derechos, aquellos a los que se llega mediante la realización de determinadas conductas humanas, como son el pagar por ellos, el ganarlos por el esfuerzo físico o intelectual, aquello que cuesta de alguna manera y que por lo tanto, al ser un derecho se puede exigir de quien esté obligado, esos sí son válidos y sí deben respetarse.

Por eso, lo que necesitamos es encontrar la forma de que el Estado pueda garantizar esos mínimos de bienestar, siempre y cuando el particular, el ciudadano haya hecho lo necesario para merecerlo, no de manera gratuita, no como promesa de campaña.

La forma de lograrlo es mediante el pago de impuestos. Así de fácil.


Es obligación del ciudadano contribuir con el Estado mediante el pago de impuestos. Es su obligación. La pregunta es: ¿Qué obtiene a cambio? ¿Lo que estamos viviendo? Eso es injusto. Tanto en la forma de recaudar como en la forma de distribuir los ingresos. Se debe obtener a cambio de los impuestos pagados la certeza de que la vida queda garantizada.

Y entonces vamos a buscar entre los impuestos, el que pueda sernos útil. Los impuestos directos, los que gravan a la producción, los que castigan al que pretende crear, están siendo eliminados en la mayoría de los países del mundo y obvio, en México, surrealista, cada día son más caros. Hablo de los impuestos que se aplican a la planta productiva, al que genera renta y que produce riqueza. Impuesto sobre la renta, principalmente.

Los impuestos indirectos, como el caso del IVA, son mucho más democráticos pues todos los pagan. Lo mismo el que compra un avión que el que consume gasolina para su carrito, que quien adquiere ropa para vender o cualquier otra cosa.

Ahí está mi propuesta. Que de cada compra que se haga, dos o tres puntos de IVA se apliquen en favor de cada mexicano para así lograr que todos tengan derecho, como obligación del Estado, a disfrutar de la seguridad social, es decir, de pensión, servicio médico, guarderías y todo lo que se requiere para que la gente mantenga su capacidad de ganancia.

Yo no pido que sea concesión graciosa del Estado. Nunca jamás. Yo exijo que la gente vaya construyendo su propio fondo, la manera de otorgarse por sí y ante sí, su propio sistema de seguridad social, pero garantizada por el único que puede hacerlo: El Estado. 

Así el rico podrá cuidar su dinero, el Estado podrá hacer su función y la gente tendrá la manera de poder exigirles a todos que la honestidad forme parte de su forma de vida.

Mientras la inmensa mayoría de la gente no tenga resueltos sus problemas básicos, no podremos avanzar.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.



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