martes, 5 de noviembre de 2013

La actitud de servicio




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante               


En la vida se requieren dos cualidades para lograr sobresalir: la actitud y la aptitud. Conste, son dos cosas muy distintas a pesar de escribirse casi de igual manera. Ser apto significa poder hacer las cosas, tener la capacidad de resolver problemas así como los conocimientos necesarios para desempeñar un puesto de trabajo o un empleo formal.

Tener actitud es una situación distinta. No requiere conocimientos, no se necesitan capacidades ni tampoco, una preparación especial. Lo único que se utiliza para poder desplegar una actitud de servicio válida, son ganas. La voluntad de quedar bien con los demás, de hacer bien lo que a cada quien le corresponde y nada más.

La actitud es esa disposición que tiene alguien más cuando te ve batallando y se acerca a ayudarte. Es el empuje extra que ofrece un dependiente de tienda, un empleado de gobierno, un burócrata, cuando además de estar preparado para hacer sus deberes, tiene la actitud de servicio, vamos, las ganas de hacer bien su trabajo y lo demuestra con la forma en que trata a la gente que tiene que acudir a verlo.

Y es lo mismo que usted tenga que ir a una empresa privada, como los del cable o los del gas, que a una pública, como los de la luz. En ambas instancias encontrará usted personal dispuesto a servir, no serviles, serviciales, con actitud de servicio, atentos y que siempre ofrecen un poco más de lo que se espera de ellos. También va a encontrar a aquellos que están enojados con la vida, que ya no tienen ilusiones ni sueños por cumplir y que, por lo tanto, ya no tienen la voluntad de quedar bien con nadie.

Hoy quiero referirme en especial, a dos personas que han causado mella en mi ánimo precisamente por lo aburridos que están con la vida, por lo molestos que demuestran estar con sus semejantes y que se refleja en su trato a quienes nos vemos forzados a acudir a requerir sus servicios.

El primero es un verdadero ejemplo del burócrata caracterizado por el genial Héctor Suárez en el “No hay”, aquél personaje que creara historia. Es el encargado de recibir documentación y brindar información en las oficinas del Instituto Federal Electoral, el IFE, que se ubica en la Calzada Madero. Van tres veces que acudo a realizar el trámite de mi cambio de credencial y vaya que lo he podido observar.

La persona a que me refiero a todos les expone lo difícil de cada caso. Informa que probablemente no se vaya a poder pero que él hará lo posible por solucionar el caso, cuando lo cierto es que únicamente entrega fichas para atención. No revisa documentos ni tiene facultades. Donde sí estamos en sus garras, es cuando acude uno a recoger la nueva credencial. Se le debe entregar el comprobante y esperar a que el señor considere ha transcurrido suficiente tiempo. El pasado jueves acudí a recoger mi credencial y cuarenta minutos después de que nos había dicho que en diez minutos salían nuestros documentos, le pedí me devolviera mis papeles para acudir en otra ocasión. Volteó, me barrió con la mirada y me dijo: faltan diez minutos, usted sabe si se va. Y sí, me retiré y voy de nuevo hoy lunes a continuar el trámite, pues entregar una credencial es un trámite muy arduo.

Quién me manda ser un ciudadano cumplido…

El otro ejemplar a quien me quiero referir, es una dama que atiende en el juzgado cuarto concurrente del edificio Meridiano, aquí en Monterrey. Está encargada de diversos trámites, entre ellos, de la ratificación de convenios y documentos diversos.

Voy a tratar de explicarme. Presento una demanda, se empieza el juicio y de pronto, el demandado y nosotros llegamos a un convenio en el que ambas partes estamos de acuerdo y por lo tanto, el asunto se termina precisamente por ese convenio. Claro, elaborar un convenio judicial requiere mucho tiempo, se deben analizar cláusulas y demás, por lo que nosotros los tenemos ya preparados y el deudor acude en compañía de un abogado a firmar el convenio ya realizado previamente y autorizado por las partes. Falta la autorización judicial y para ello, el juez recibe el convenio y lo estudia con todo la calma del mundo durante dos o tres días, hasta que decide sancionarlo y entonces, publica su acuerdo.

En el inter, existe un trámite que debe realizarse: cuando ambas partes nos presentamos ante el juzgado con el proyecto de convenio ya firmado, un secretario o fedatario público debe hacer constar que las firmas que calza el convenio son auténticas, puestas del puño y letra de las partes y para ello, se elabora en el juzgado un documento que se llama ratificación de firmas. Es una hoja, cuando mucho dos, en las que se asientan los nombres de los comparecientes, el número de expediente y la razón de que declaran que las firmas que aparecen en el convenio exhibido son de ellos mismos.

En la mayoría de los juzgados, es un trámite de entre quince a veinte minutos, máximo. En el Juzgado Cuarto Concurrente, son mínimo cuatro horas y media. Y no se le ocurra a usted, vil mortal, preguntar por su ratificación, pues la respuesta ya la sé: tenemos asuntos de amparo que sí son urgentes y usted tiene que esperarnos. Esa es la actitud del personal del juzgado.

Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.

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