sábado, 12 de noviembre de 2011

De la tintorería y el botón chino.




La vida se arma con los elementos que tenemos a la mano, muchos llegan solos, otros los vamos buscando hasta dar con el que nos gusta.

Así, Usted entra a la escuela, la que le queda cerca, la que es más barata, la que le gusta o a la que van sus amigos. Así va definiendo sus usos y costumbres en la vida, conforme son sus necesidades.

Algunas de esas necesidades son muy básicas, pues para resolverlas no necesitamos buscar mucho o tal vez, las resolvemos bien casi a la primera.

Necesito vestir de traje y los trajes se mandan a la tintorería. Así lo aprendí y así dice la etiqueta. Por tanto, en casa hemos buscado la tintorería que nos acomode a nuestras necesidades, en las diversas poblaciones en que hemos vivido. En Ciudad Victoria, acudíamos a Tintorama, una empresa nueva, en aquél entonces y que ahora sé se ha fortalecido y felicito a sus propietarios. Siempre me trataron bien y así han tratado a sus clientes, como debe de ser.

Ahora, aquí en Monterrey desde hace casi ocho años, buscamos una tintorería. Una, cercana pero mal hecha en sus modos; otra, buena pero muy cara; una más, rompía la ropa y no reconocía su error. En fin, varios intentos hasta que dimos con la Tintorería “Superior”.

Tiene varias sucursales y una nos queda cerca. Son eficientes, dejan bien la ropa y el precio es bueno. Nada del otro mundo. Tienen, eso sí, una oferta: dos pantalones por el precio de uno y medio. Bueno, no es mucho pero cuando es muy frecuente casi hasta te sientes bien.

Sin embargo, ahora lo que vengo a comentar con Usted fue lo sucedido el jueves pasado. Llego a recoger la ropa a la sucursal que me queda a modo y me dice la encargada: -que vaya a la oficina de la calle Escobedo porque su ropa no la trajeron-.

Me causó extrañeza, pues en casi siete años de cliente nunca me había pasado eso. Sin embargo, fui. Necesitaba la ropa. Y al llegar y anunciar la razón de mi estancia ahí, al escucharme desde atrás de la mampara, apareció el dueño, un joven que, franco como buen norteño, de los que le han dado fama a Monterrey, me dijo: -dos de sus pantalones están bien y están listos. Con otros dos tuvimos un problema, se manchó un lote. No fue error humano. Usted dígame cuánto vale su ropa y a eso se la pago-. No hubo necesidad de demanda ni de pleito ni de amenazas de ninguna especie, vamos, no hubo necesidad de que yo dijera algo. Él solo, sin necesidad de manifestación alguna, asumió su responsabilidad y dijo: pago lo que Usted decida.

Y, nobleza obliga, en ese momento me desarmó. Usted ya sabe que yo protesto por lo que siento que está mal, que me quejo de lo que no es correcto y que de todo hago pleito. Además, a eso me dedico en la vida, soy abogado y debo hacerle honor a la carrera. Pero, al ver a un hombre así, afrontar su responsabilidad sin buscar pretextos, asumir el valor de su empresa y buscar la forma de resarcir el daño, la respuesta fue: no fue su culpa. No hay problema.

Y entonces sí, empezó el comentario de la razón de la falla. Un botón chino. Una prenda, uno de los clientes de la tintorería, compró una prenda que tenía un botón de procedencia china. ¿Cuál será la calidad de los botones chinos que a pesar de las medidas de seguridad que se asumen en la empresa de lavado, el famoso botón chino se medio deshizo, lo vi, y parte de él se adhirió a la ropa echándola a perder?

¡Qué caro cuesta usar ropa china de contrabando!

Y claro, le seguiré siendo fiel a la tintorería “Superior”, que ha demostrado de qué están hechas las empresas y los empresarios que salen adelante: de esfuerzo, trabajo y mucho, mucho corazón. Amor a lo que se hace.

Va desde aquí, mi más calurosa felicitación y por supuesto, la recomendación más amplia a una empresa de mexicanos.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com        


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