domingo, 16 de noviembre de 2014

La realidad de México





José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              

Uno de los principales deportes de México es hablar de los demás, bien o mal, de preferencia mal, pero siempre haciendo referencia a vidas y honras ajenas. De pronto, de quien estamos hablando en todos los lugares posibles es de México, así, como si fuera tercera persona, como si fuera ajeno a nosotros. De pronto resulta que todos opinan de lo que pasa en el país y todos tienen la verdadera solución en la mano, que los demás, en su ceguera y egoísmo, se han negado a entender.

Así, en la seguridad de que todos son el redentor que esperamos, he visto estos últimos días los problemas, la realidad de un país que pareciera que se desmorona, que la cohesión que siempre permitió decir que México aguanta todo, está llegando a su fin.

He buscado ser propositivo, es decir, busco lo bueno o lo mejor de las cosas, lo que construye y lo que aglutina; me aparto a propósito de lo negativo, de lo que lastima, de lo que busca destruir y así he hecho la vida. He buscado siempre hacer el bien a pesar de que no sea la forma correcta de hacer dinero.

La realidad en México es que la gente busca hacer dinero. Por sobre cualquier otra cosa, lo que importa, lo que vale, es el dinero. Es la única regla que tiene vigencia. Así lo han inculcado desde un capitalismo en el que solo quien tiene los bienes puede triunfar. Así lo entiende la gente y así se busca. Y obvio, de pronto los que piensan, los que tratan de ser y hacer más por su país, por su gente, estorban y sobran. Así lo siento.

Estoy (estamos) viviendo en un país en el que solo quien tiene dinero, posición y fuerza, es apto para vivir. Los demás, los románticos trasnochados, los que aún piensan que México debe salir adelante, salen (salimos) sobrando. Y eso es lo que me tiene espantado.

Hace mucho pensé tomar un fusil e irme a la sierra de Guerrero, a seguir a Genaro Vázquez pues tuve la fortuna de conocer de su existencia precisamente en los tiempos en que participó activamente en la vida pública de México. No me faltó valor y si, por el contrario, tuve la oportunidad de meditar en que lo último que México necesita es un muerto más. Lo que falta son maestros, guías de jóvenes que los ayuden a entender la realidad que vivimos.

Y siempre he pensado que la lucha armada es el último recurso. Que antes de las balas, debe existir la posibilidad del diálogo, la palabra como medio y como arma, de ambos lados, para defender las ideologías.

Y regreso al principio del problema. En México no hay ideologías actualmente. Lo único que cuenta es el dinero y es lo que busca la gente. La forma de lograrlo, siempre fuera de la ley, es relativamente fácil. Se convierten en salteadores de caminos, en secuestradores, en cobradores de piso, en políticos, en representantes populares, en dirigentes de partidos políticos o en cualquier otra forma de delincuencia organizada, formal o informal, que permita el ingreso fácil de dinero sucio. Y no hay consecuencia alguna.

Sin embargo, de pronto toda esa porquería que impera en el país, toda esa podredumbre, todo el manejo ilícito que ha prevalecido, toda la impunidad y cinismo que nos cobija, se ve descubierto por el hartazgo de la sociedad que, como el hombre, en realidad son buenos en lo individual, aun cuando en lo colectivo hayan perdido el rumbo.

Surgen los mesías, los iluminados que están seguros de que van a cambiar el país y quieren que los demás, todos, se plieguen a sus deseos y aspiraciones. Y cada uno tiene su propio medio y busca llevar agua a su molino. Y claro, buscan dinero. Así he conocido a varios líderes sociales que a la primera oportunidad han mostrado el barro de que estaban hechos y han dejado claro que el único dios que reconocen es el dinero y que su dignidad está en favor de quien paga.

Y he visto cómo alcanzan un puesto de elección popular y desde ahí, perfeccionan las prácticas que criticaban. Es parte del rechazo popular que más existe.

Entre los muertos de la tierra de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, la casa que se puede comprar con los ingresos de artista, el cansancio de los funcionarios y todo lo que ocupa el interés de la gente, pareciera que la tesis de que con un nuevo escándalo todo queda olvidado, tesis que maneja la película La Dictadura Perfecta y en la que sí logran cambiar la realidad, aquí es otra la verdad.

México ya no aguanta más. La ofensa, la palabra altisonante que lastima, el grito majadero que lacera y la burla y el escarnio como métodos de combate, no son de mi agrado. La lucha armada, menos. Eso ya lo superé. Pero veo la realidad, veo cómo se le habla con palabras que llevan plomo a nuestros próceres y no responden. Veo con tristeza que el tiempo de ser comedido, de ser atento y de buscar la conciliación, empieza a terminar.

De pronto veo a lo lejos a los guerrilleros de todos los tiempos, a Zapata, a Villa, a Lucio Blanco, que para la gente “de bien” siempre han sido unos bandoleros y veo que utilizaron la violencia como método de cambio. Y veo a Gandhi pidiendo una revolución pacífica y cómo logró cambiar las cosas, como veo a Mandela perdonando y uniendo a quienes lo apartaban. Y veo a México.

Sé, como abogado y constitucionalista que soy, que el respeto a la ley es base para lograr una sana convivencia humana. Mi pregunta es: ¿debo acatar la ley cuando es injusta? ¿Estoy obligado a respetar, en todas las formas posibles, a quienes han venido dañando a mi país? ¿Debo (debemos) permanecer impávidos ante las afrentas que recibe el país?

Al revolucionario, al que va en contra de las normas establecidas, al que busca romper los paradigmas existentes, al que destruye los íconos o representaciones de lo que para alguien tiene valor, a ese, al que lastima lo existente, se le llama iconoclasta. Al sumiso, al respetuoso, al que acata la instrucción aun cuando implique entregar su dignidad y su propio respeto, para cumplir la orden de una autoridad apócrifa, a pesar de que en su origen sea legítima, se le premia como ciudadano ejemplar. La disyuntiva está en ser el buen ciudadano que quiere la autoridad o en convertirse en el iconoclasta que todo lo critica, que todo lo cuestiona y que va a provocar el cambio a fuerza de insistir en no acatar lo ordenado.

En nosotros está la elección.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.


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