Un día, allá por 1877, se inventó el fonógrafo y
entonces el hombre logró conservar para siempre la voz y a partir de ese
momento, los cantos, los coros y las grandes arias, óperas, discursos y las
canciones de moda. Así surgió la industria que movía grandes fortunas y que
usaba como medio el disco. Hubo estilos, colores, tamaños, formatos pero
siempre el mismo concepto.
A mediados de los ´60s aparecieron los formatos de casete
y 8 pistas que se instalaron en los automóviles, cambiando para siempre los
discos, pues se les anunció su desaparición.
Sin embargo, el formato para reproducir música
seguía siendo el mismo: grabar el sonido, utilizar un reproductor más o menos
caro o sofisticado y obvio, se crearon grandes colecciones.
De pronto apareció la informática, las computadoras
con todo lo que ellas son y aparecieron también, los “puertos”, las memorias
USB, la reproducción sin tocar el reproductor y otros cambios fundamentales.
Hoy vivimos en un mundo en el que gracias a la
tecnología para tener todos los discos de todos los cantantes, lo único que
necesitamos es tiempo, pues todo está en la red. Cambió el formato, cambió la
necesidad y cambió la forma de hacer negocios.
En tanto, en materia de trabajo, los últimos tres o
cuatro mil años había sido lo mismo: un poderoso que somete a un débil y lo
convierte en esclavo. Puede comercializarlo sin pena y así fue válido para el
derecho, para la sociedad y para todos.
De pronto, a fines del siglo XVII, cuando aparece
la Revolución Industrial, que el Renacimiento está a todo lo que da, cuando los
pensadores opinan que el hombre debería ser libre, que la esclavitud no es
buena y cosas así, empiezan los cambios. Y los países se hacen independientes y
empiezan a abolir la esclavitud y luego, a exigir un trato justo, un salario
decente, una jornada humanitaria y otros conceptos muy elevados en materia de derecho
laboral.
Y aparece en escena Otto Von Bismark e inventa la seguridad
social y así ha estado desde sus leyes de 1893, 1896 y otras más, hasta la actualidad.
Pero la tecnología no se ha detenido y por el
contrario, todos los días aparecen cosas nuevas, formatos nuevos y realidades
distintas.
Y si bien es cierto que el derecho laboral es joven
y dinámico, tendrá no más de doscientos años, de pronto pareciera que es un
viejo anquilosado incapaz de responder a los retos de la modernidad.
Así como hubo quién apostara en el sentido de que
jamás nadie desplazaría al fonógrafo, así ahora hay gente que piensa que la
relación laboral como la conocemos es la única válida y así debe quedarse.
Sin embargo, la tecnología avanza y el derecho no.
Ahora tenemos unas reformas que permiten contratación por horas y otras cosas
que podrían significar un retroceso, pero en realidad, el derecho lo que hizo
fue tan solo alcanzar a los tiempos. Y sin embargo, va atrás, muy atrás.
De pronto la gente no quiere quedarse muchos años
con el mismo patrón, es decir, no les interesa la estabilidad en el empleo,
como tampoco quieren un horario fijo y exigen sus propias jornadas que son
totalmente ajenas a lo que conocemos como “jornada de trabajo”. Tal vez para
usted y para mí, acostumbrados a la realidad que conocemos, no puede haber otro
tipo de jornada, pero para quien es capaz de crear lo que el patrón necesita en
un rato, con habilidades ignotas y con técnicas desconocidas para los mortales,
es lo más lógico del mundo.
Así, de pronto tenemos a los “freelancers” que van por la libre sin tener un patrón fijo o
tenemos empresas que han cambiado la realidad empresarial: el mayor productor
de contenidos del mundo, Facebook, no publica una sola línea; la empresa más
importante en transportación de pasajeros, Uber, no es dueña de un solo taxi;
así podríamos seguirle hasta el infinito.
Ya nada es igual, ya las cosas no son como antes. Pero
el derecho obrero sigue igual, arcaico, anquilosado, recargado en una pared,
moribundo, sostenido con algunos masajes directos al corazón por uno de sus más
importantes pilares: el sindicato, que ahora pareciera ser la única causa de
sus males.
Mientras languidece el derecho laboral, maltrecho
en un rincón, la pobre seguridad social ha hecho mutis y ya se acostumbró a ser
violada todos los días: las empresas del gobierno, las garantes y ejemplo de la
forma de hacer la vida, utilizan outsourcing y evaden impuestos, seguridad
social, derechos de los trabajadores y todo lo que usted quiera.
Es decir, el panorama se ve espantoso a corto
plazo. Los sindicatos están ciertos de que se les ve como un estorbo y en
efecto, lo son. Pero sin sindicatos no habría derechos laborales. Caramba,
estamos en un aprieto.
Si volteamos a ver al fonógrafo y cómo la industria
de la música ha evolucionado desde no existir apenas en 1877 y hasta llegar a
Spotify, pasando por Napster y otros, así debería ser el derecho.
Cierto, la industria de la música ha cambiado y ha
reconocido y aceptado los cambios. La ciencia del derecho no ha variado un
ápice los postulados maravillosos que nos legaron los grandes gurúes del
derecho laboral y por lo tanto, estamos en condición de inamovibles.
Por mientras, la realidad social ha mutado las
formas totales de las relaciones laborales. Lo que antes eran discos de 78 o 33
revoluciones y luego, de formato chico y 45 R.P.M., luego fueron casetes y ocho
tracks y ahora memorias, chips y Spotify. En materia laboral el formato de ocho
horas no ha variado ni tampoco las semanas cotizadas ni el salario diario o las
vacaciones y aguinaldos.
Si todo está mal, la seguridad social, la hermana
pobre, la pariente abandonada del Derecho Social, está peor. Nadie quiere pagar
un Instituto Mexicano del Seguro Social hostil y agresivo en sus cobros, reacio
a prestar servicios y lento, tardado pero inseguro a la hora de brindar
atención. De hecho, la principal causa de cierre de las empresas es el altísimo
costo de la seguridad social. Conste, existe generalizada la costumbre de
defraudar a la seguridad social inscribiendo a los trabajadores con un salario
menor al real; evadiendo pagos; “cortando” el servicio por temporadas y otras
linduras. Y sin embargo, el IMSS es el principal prestador del servicio y por
ende, requiere con urgencia dinero y de ahí su voracidad para cobrar.
El planteamiento entonces será: ¿Qué cambios se
debe hacer en la legislación para adecuar el derecho a la realidad?
De entrada y con la finalidad de terminar esta
nota, le digo: ya están las propuestas necesarias en mi blog, suficientes
incluso para ganar una candidatura política, pero presentarlas juntas es mi
compromiso para la siguiente semana.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
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