José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante
Cuando
los jóvenes deciden que sí podrán seguir una carrera profesional y en ese
camino enderezan sus pasos, saben que la ruta es difícil, pero también confían
en que podrán lograrlo. La estadística es cruel: solo 14 de cada 100 que entran
a primaria logran terminar una carrera profesional, según cita La Jornada[1], tomado del estudio Retos educativos de la Secretaría de
Educación Pública.
Sin
embargo, según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de
Educación Superior, ANUIES, citada por Excélsior[2], solo cinco de cada diez
que ingresaron logran obtener un título profesional. Los otros cinco, o
desertaron en el camino o se quedan solo como pasantes, sin conseguir el tan
ansiado documento que los acredita como profesionales.
Es decir,
siguiendo la lógica de los dos estudios citados, de cada 100 alumnos que
ingresan a primaria solo siete obtendrán el tan ansiado título profesional, lo
que deja muy mal parado al sistema educativo nacional.
En el
análisis que hace ANUIES, toca tanto las instituciones de educación superior,
IES, de tipo privado como las públicas, pues es un estudio global del problema.
Cierto, las privadas tienen una eficiencia del 60% mientras las públicas de
solo el 52%. Es un margen significativo.
Ya con
los datos duros expresados, podemos comentar usted y yo, querido lector, el
problema que hoy nos ocupa. ¿Cuál es la razón de que los alumnos no logren
obtener el título profesional? Y, ¿por qué es más fácil que lo obtengan en una
universidad privada que en una pública?
Pensando
como usuario de los servicios de la institución educativa, sea privada o
pública, el alumno sabe que debe ir venciendo a lo largo del tiempo los
escollos que la institución marca para obtener el grado, aclarando que esas
trabas son cada una de las materias o créditos que el alumno debe conquistar
para llegar a la meta. Es así de fácil: se le dice que cuando tenga un mínimo
de veinte o treinta o más materias cursadas, habrá terminado sus estudios. Y
uno como alumno así lo sueña y va descontando cada una de las materias que han
quedado superadas. Por eso, cuando de pronto la institución indica: ahora
deberás presentar un examen de egreso, de la suma de la totalidad de las
materias, para ver si eres candidato a obtener el grado, el alumno se desanima,
pierde el interés cuando está a escasos pasos de obtener el triunfo.
Luego,
cuando ha podido con el reto de cubrir la currícula completa y además, ha
presentado un diverso examen de egreso, de pronto la institución le indica que
el costo para el trámite del título es de diez o quince o veinte mil pesos
adicionales a lo que ha pagado y entonces ahí es cuando se acaba el sueño. El
estudiante promedio en México carece de bienes de fortuna para cubrir ese
gasto.
Además,
de pronto la universidad le requiere la elaboración de una tesis, es decir, de
un trabajo de investigación en el que el estudiante deberá analizar un problema
y proponer una solución. A pesar de que está a punto de optar por un grado
universitario, lo cierto es que nuestras universidades han venido entregando a
la sociedad un producto final o estudiante, que carece de las habilidades
necesarias para realizar una investigación científica, que desconoce la
metodología por completo y también, que el uso de las tecnologías de la información,
a pesar de que forman parte de lo que se conoce como “nativos digitales”
desconocen el uso de algunas de las funciones de la computadora, entre ellas,
las formas de citar. Es una realidad que vivo en el día a día en diversas
universidades y con distintos tipos de alumnos.
¿Qué se
puede hacer? Primero y de manera urgente, aumentar el vocabulario del
estudiante mediante la lectura. Solo leyendo podrá tener acceso a sinónimos, a
figuras literarias, a manejo del lenguaje. Segundo: Fomentar la investigación científica,
la que cumple con los rigores metodológicos, para que el estudiante egrese
realmente capacitado para justificar que es un profesional en un área del saber
humano; y, Tercero: Eliminar los costos de los títulos. Que las IES consideren,
entre sus costos de matrícula y colegiaturas, el monto del título, prorrateado,
de manera que al cubrir la carga académica, el alumno obtenga, sin costo
adicional, el preciado título. La institución tuvo tiempo para cobrarlo a lo
largo de los estudios del alumno.
Me
gustaría conocer su opinión.
Vale la
pena.
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