José Manuel Gómez Porchini / México debe
salir adelante
A veces, la vida
nos regala oportunidades únicas de disfrutarla que nosotros, sabios según la
creencia de los humanos pero lerdos y ajenos a las verdades que en realidad
son, muchas veces desdeñamos sin querer.
Hace unos días
recibí la convocatoria de Marco, compañero de la facultad a reunirnos sin mayor
pretexto que convivir los que alguna vez estuvimos juntos en la escuela.
Como yo tengo
muchas cosas que hacer y además, como tengo muchas notas que pagar, como diría
la canción Cats in the Cradle de Harry Chapin, tengo que seguir trabajando y
dije que no creía poder ir. Pero claro, no faltó uno que me retó, me dijo
cuantas cosas se le ocurrieron y me pidió que asistiera y bueno, uno es débil y
fuimos. Tina, mi cómplice, me acompañó y llegamos a la Quinta de Marco, un
espacio que lo único que pretende es ser punto de reunión para jóvenes de ayer.
Lo digo porque le quitaron las pendientes, los escalones, las caídas y todo lo
que pueda lastimar a quienes como yo, ya sumamos más años que experiencias.
Y entre los
jóvenes, aparecieron dos con unas motocicletas tamaño poco más que grande. Yo,
que siempre he soñado con irme al camino sin más rumbo que a donde me lleve el
viento, disfruté viendo los caballos de acero y ellos, los caballeros que las
manejan, contaron sus historias. De cómo se caen, del peso de las motos, lo que
cuestan las refacciones y otras cosas. A media plática todas mis ilusiones por
la moto habían concluido.
Y estaban las
muchachas. Cada una más guapa que las demás y con más ganas de convivir. Por ellas
no pasan los años.
El dueño de la
Quinta es Marco y también, el anfitrión, bueno, cuando menos de derecho. De
hecho, el que acapara todo, absolutamente todo, es mi muy querido Óscar, que
sabe asar carne molida, preparar chorizos y hacerle sus papitas asadas a quien
ya no puede comer carne. De hecho, se quedó mucha carne en el asador, pues
entre la ausencia de dientes, los niveles de colesterol, triglicéridos y esas
cosas, muchos dijeron así, como no queriendo: gracias, prefiero algo menos
fuerte… y había puré y papilla y a la hora de la bebida, si bien llevaron
cantidades industriales de whisky, ron, tequila y unas cosas así como moraditas,
sin sabor y sin chiste, de esos licores para compartir uno y nada más, lo
cierto es que lo más solicitado fue el refresco solo y también, las botellitas
de agua.
Pero en verdad,
lo mejor de todo fue el ambiente, el interés que cada uno mostraba por los
demás, la ilusión de que los años, más de treinta y cinco, no han hecho mella
en nuestros corazones y la amistad de ayer únicamente ha crecido.
Hablamos de todo.
De cómo murió uno el otro día, de aquél que ya conquistó todos los honores
académicos, del que no ha podido soportar la pena de su divorcio, del que
cuenta los días para jubilarse, de los que ya salimos de ese apuro y muchas
cosas más.
Me llamó mucho la
atención que Nancy platicó que llevó alumnos de su facultad a visitar a niños
especiales y más, cuando platicaba con entusiasmo la reacción de los jóvenes
para con los niños que los recibieron con tanta ternura. Ahí comentamos que
hace falta que más de nuestros jóvenes conozcan de cerca la vida de quienes
luchan todos los días por alcanzar lo que a ellos les ha sido dado de manera
gratuita. Es la mejor forma de hacerlos entender cuántos dones son los que
disfrutan y el verdadero valor de lo que tienen.
Y claro, van
apareciendo los que no se habían integrado, como MAGO a quien no volví a ver
desde que dejamos la facultad, allá por el lejano 1981 y que, sabiendo yo quien
era él, me le acerqué y le hice esa pregunta que tanto molesta: ¿Te acuerdas de
mí? Su respuesta fue franca: No. Acto seguido le dije: soy Gómez Porchini, de
Matamoros y créame, le dio verdadero gusto, como a mí. Siguieron los abrazos y
actualizar las vidas. Y como dijo Rabindranath Tagore: si al final del día me
encuentras y ves mis cicatrices, sabrás que me herí y me he curado. Todos
llevamos las cicatrices de la vida, unas más dolorosas que otros pero teníamos
algo en común: estamos vivos, así que disfrutamos casi como si no hubieran
pasado los años.
Hoy, un día
después, creo que me duele todo pero el gusto de ayer valió la pena.
Me gustaría
conocer su opinión.
Vale la pena.
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