Marx varias veces ha sido parte de
mis notas y desde que llegó a la casa, en octubre de hace tres años, ha formado
parte de la vida de todos en casa.
Marx es Cocker Spaniel, es, así en presente, como lo tenemos presente todos. Hoy dejó de toser, ya lo hacía muy feo y también, dejó de batallar. Su cuerpo se rindió ante los años y las enfermedades, pero su espíritu, sus ganas de seguir quedan, como cuando apenas ayer les ladraba a los gatos y a los pájaros y a todo lo que le pasaba cerca. Pareciera que iba en franca recuperación, cuando lo cierto es que nos estaba dejando su fortaleza.
Al cumplir años Daniel, que fue quien
se hizo cargo de él y a quien todos reconocíamos como el dueño de Marx, en la
nota “Los 21 años de mi Dany”, dije:
Hoy atiende a un perrito que recogieron mis hijos de la
puerta de la casa, maltrecho, enfermo y con pocas posibilidades de
supervivencia. Claro, como mi Dany estudia Sociología y maneja términos y
autores que yo nunca había oído nombrar, decidieron darle por nombre Marx, en
honor a Karl Marx. Obvio, maneja juegos de palabras con el nombre del perro que
hoy, parece todo, menos un miembro del lumpen social.
El tal Marx, ya bañado, bien comido, con sus vacunas y toda
la atención del mundo, hasta parece de exposición. Eso sí, cada vez que tocan
las campanas de la iglesia llora, no sé si porque le lastiman los oídos o por
su tendencia al socialismo… o algo así[1].
También, cuando escribí de “Los problemas
de la oficina”, dejé asentado:
Y empieza la serie de razones para que estén conmigo: Daniel
es mi hijo y es primer lugar de su generación. Egresado de Filosofía y Letras,
de la carrera de Sociología, es un muchacho que sabe infinidad de cosas, que
todo se le ocurre y que alega que quien debe estar con él, es el personal de
seguridad de la oficina. Por si usted no lo sabe, el personal de seguridad es
Marx, el Cocker Spaniel que ya tiene tres años en casa, que ya acusa los
estragos de la vejez pero que en cuanto ve a Daniel, le hace fiestas al por
mayor. Tose y parece viejito desahuciado, pero nos dice el veterinario que ya
se está curando…
Eso sí, Marx sigue sufriendo con las campanas de la iglesia
del barrio. Su pleito es definitivo. Total. Suena la campana y Marx aúlla,
entre dolor y queja ideológica. Aún no descubro la verdadera razón[2].
Hoy Marx ya no va a volver. Hoy nos
despedimos de él. Sus cenizas pronto estarán junto a las de Miel, que también
ocupó un lugar muy especial en nuestros corazones.
Hoy puede la iglesia tocar sus
campanas. Así como nunca supieron que lastimaban a Marx, hoy no sabrán que
doblan por él.
Siempre, las cosas tienen una razón
para que sucedan.
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