lunes, 3 de febrero de 2014

Marx ya no va a volver.




Marx varias veces ha sido parte de mis notas y desde que llegó a la casa, en octubre de hace tres años, ha formado parte de la vida de todos en casa.


Marx es Cocker Spaniel, es, así en presente, como lo tenemos presente todos. Hoy dejó de toser, ya lo hacía muy feo y también, dejó de batallar. Su cuerpo se rindió ante los años y las enfermedades, pero su espíritu, sus ganas de seguir quedan, como cuando apenas ayer les ladraba a los gatos y a los pájaros y a todo lo que le pasaba cerca. Pareciera que iba en franca recuperación, cuando lo cierto es que nos estaba dejando su fortaleza.

Al cumplir años Daniel, que fue quien se hizo cargo de él y a quien todos reconocíamos como el dueño de Marx, en la nota “Los 21 años de mi Dany”, dije:

Hoy atiende a un perrito que recogieron mis hijos de la puerta de la casa, maltrecho, enfermo y con pocas posibilidades de supervivencia. Claro, como mi Dany estudia Sociología y maneja términos y autores que yo nunca había oído nombrar, decidieron darle por nombre Marx, en honor a Karl Marx. Obvio, maneja juegos de palabras con el nombre del perro que hoy, parece todo, menos un miembro del lumpen social.

El tal Marx, ya bañado, bien comido, con sus vacunas y toda la atención del mundo, hasta parece de exposición. Eso sí, cada vez que tocan las campanas de la iglesia llora, no sé si porque le lastiman los oídos o por su tendencia al socialismo… o algo así[1].

También, cuando escribí de “Los problemas de la oficina”, dejé asentado:

Y empieza la serie de razones para que estén conmigo: Daniel es mi hijo y es primer lugar de su generación. Egresado de Filosofía y Letras, de la carrera de Sociología, es un muchacho que sabe infinidad de cosas, que todo se le ocurre y que alega que quien debe estar con él, es el personal de seguridad de la oficina. Por si usted no lo sabe, el personal de seguridad es Marx, el Cocker Spaniel que ya tiene tres años en casa, que ya acusa los estragos de la vejez pero que en cuanto ve a Daniel, le hace fiestas al por mayor. Tose y parece viejito desahuciado, pero nos dice el veterinario que ya se está curando…

Eso sí, Marx sigue sufriendo con las campanas de la iglesia del barrio. Su pleito es definitivo. Total. Suena la campana y Marx aúlla, entre dolor y queja ideológica. Aún no descubro la verdadera razón[2].

Hoy Marx ya no va a volver. Hoy nos despedimos de él. Sus cenizas pronto estarán junto a las de Miel, que también ocupó un lugar muy especial en nuestros corazones.

Hoy puede la iglesia tocar sus campanas. Así como nunca supieron que lastimaban a Marx, hoy no sabrán que doblan por él.

Siempre, las cosas tienen una razón para que sucedan.




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