José
Manuel Gómez Porchini / México
debe salir adelante
El personal que labora en los diversos
cuerpos de policía en México, ya sea municipal, montada, rural, estatal,
federal o de cualquier tipo, recibe un trato discriminatorio respecto de muchos
actos de su vida.
El policía, igual que el sacerdote o el
abogado, no es bien visto en las empresas que se dedican a ofrecer dinero, es
decir bancos y demás, pues no los consideran dignos de crédito. Así de fácil.
Luego entonces, un policía no puede
contraer una deuda para adquirir una casa, pues no es sujeto de crédito.
En los bares, cantinas y muchos otros
sitios de servicio al público en general, existen leyendas que dicen: “Se
prohíbe la entrada de policías, curas y personal armado”. Es decir, ni al
sacerdote ni al policía los reciben en lugares que para el común de la gente sí
son accesibles.
En muchas otras ocasiones el policía es
utilizado por el político en turno para que haga las veces de niñera en su
casa, pues a efecto de no pagar quién cuide sus hijos, los endosa al policía
para que éste vaya “teniendo contacto” con la realidad del mundo, cuando lo
cierto es que el funcionario lo que hace, es aprovecharse de su puesto de
labores para dañar a uno menos favorecido que él.
Es decir, para muchos efectos, el
policía aparece en el estrato más bajo de la escala social. Sin embargo, cuando
existe el problema en que alguien debe dar la cara a nombre del estado, el
primer contacto es el policía. Si, ese de mero abajo, es la cara visible ante
el pueblo del gobierno.
Y entonces es cuando la presencia del
policía toma un gran valor. El valor que siempre debió haber tenido.
Hace unos días apareció en redes
sociales el comentario de un policía que, por cierto, fue mi alumno. Explicaba él
que estaba almorzando en un hotel con todo el grupo de la policía federal y
cuando se retiró la mayoría, en especial, lo que llevaban puesto el uniforme,
de una de las mesas surgieron voces criticando que “esos palurdos” por decir lo
menos, se sentaran a comer en el mismo lugar que “la gente decente”. Las demás
transcripciones que hizo mi alumno no las reproduzco por respeto a usted.
Mi alumno se molestó y publicó
el comentario, mostrando un gran coraje y diciendo lo que la gente debería de
saber: que los policías dejan casa, familia y todo por acudir a donde los lleva
el deber, que para ellos no hay ni jornada máxima ni condiciones cómodas e
higiénicas para laborar, que cada día, al presentarse a sus labores, rezan
pidiendo no ser abatidos en acción y que si sucede, su familia quede amparada.
Sin embargo y ya lo he dicho antes, los
policías, así como carecen de acceso a créditos, también carecen de seguridad
social. Un obrero de una fábrica o comercio cualquiera, si muere o queda
lastimado en un evento dentro de la empresa o más aún, en tránsito de ida o
vuelta al trabajo, tiene derecho a pensión, a servicio médico, a buenos tratos
y a que todos se preocupen por él.
Un policía que sufre un daño en acción,
generalmente carece de protección de las leyes y muchas veces, si no muere, el
superior se encarga de decir que nada más lo hirieron porque estaba de acuerdo
con los atacantes. Es decir herido, maltratado, ofendido y además, sin ningún
derecho pues es dado de baja sin honores del cuerpo.
Entre la policía aún persiste la mística
del honor. Una palabra empeñada es la mejor garantía de un policía. El que no
cumple su dicho, es atacado por todos.
Un día tomé nota que un presidente
municipal ofreció a la familia de los policías caídos en una refriega, el
equivalente a tres años de salarios para la viuda y la entrega de útiles
escolares a los hijos menores en cuanto siguieran estudiando.
Esa es una verdadera ofensa. Lo cierto
es que en adición a lo que dijo el presidente municipal ese, además, a la
familia del policía se le deben otorgar todos y cada uno de los beneficios que
contemple la ley federal del trabajo y, en su caso, si existe legislación
superior, también.
Pero nunca que se le entreguen
prestaciones inferiores a las de la ley que rige a la generalidad de los
mexicanos. Nunca más.
Cuando el policía adquiera verdadera
noción de su importancia, cuando tenga preparación académica e instrucción para
afrontar la vida, con algo más que muchos arrestos, cuando ya no sea el
mandadero del politiquillo en turno, ese día el policía tendrá el nivel que
merece. Y ya no será blanco del ataque ni de la burla de la gente que no
entiende que el control social que nos permite, bien o mal, vivir, lo ejerce el
estado por conducto de las leyes penales y su brazo visible: la policía.
Si usted se hace amigo de un policía tendrá
un amigo leal. Yo he tenido muchos alumnos policías y la mayoría me ha
distinguido con su amistad. Ojalá pudiera usted conocerlos.
Vale la pena. Me gustaría conocer su
opinión.
Gracias profesor, nada mas que la verdad... le agradezco infinitamente el tuempo otorgado para la escritura de estas lineas. Por cierto, he vuelto con bien de mi comisión por su estado natal. Le estamos echando muchas ganas para que ese estado vuelva a ser el estado que lo vio nacer y crecer.
ResponderEliminar