Pisar un aula para pretender transmitir a los alumnos lo que uno sabe o cuando menos, debería de saber, requiere de una gran dosis de optimismo, de emoción por lo que se hace, de paciencia contenida, de pasión por la enseñanza y claro, de una coraza para pretender ser serio cuando ya adivinas las respuestas, cuando ya sabes lo que va a inventar el estudiante que piensa que te va a sorprender con una nueva excusa que a lo largo de los años, has conocido una y otra vez.
Sin embargo, no siempre aparece el deseo de enseñar o cuando menos, no en forma manifiesta. Sé con toda certeza, de Maestros que desde niños jugaban a dar clases, que formaban los bancos o las sillas o los frijoles o lo que hubiera para darles clases, aún cuando no supieran ni escribir. Ese es el llamado de la vocación y si cuando crecen logran seguirlo, lo hacen con bríos renovados cada día, pues lo he visto y soy testigo de ello.
En cambio, en mi caso fue distinto. Yo quería ser abogado y lo logré. Llevé una vida de litigios y creo no haber quedado tan mal. Pero un día tuve la oportunidad de dar clases, sólo porque un Maestro faltó. Y fui y me quedé. Ya son muchos años al frente de grupo, en que los alumnos, a pesar de ser distintos, hacen y dicen lo mismo, pero siempre renovado. Ya empecé a conocer todas las excusas que en el mundo han sido, así como todos los halagos que se le pueden decir al Maestro para lograr un punto extra.
Y claro, los dejo ser. Les dejo que vayan haciendo cada uno su propia vida, que por fuerza ha de ser distinta de la mía y les permito que vayan alcanzando cada uno sus propias metas. He tratado, casi siempre, de hacerlos que busquen ellos mismos las respuestas, que es la forma mejor de que la pregunta quede resuelta, aún cuando a veces los oigo protestar, pues alegan: “Si ya se la sabe, mejor dígala”, cuando lo que se requiere es que cada uno vaya encontrando sus propias preguntas para lograr crecer como persona.
La figura del Maestro ha venido cambiando, de ser quien al frente con una cantaleta repetía los textos para que el alumno los aprendiera de memoria, a ser ahora un facilitador para que el estudiante encuentre lo que requiere.
Y sí, es cierto y válido, cuando el alumno tiene la seriedad, los conocimientos y la formalidad del Maestro. El problema de las teorías modernas se presenta cuando el alumno aún no encuentra las preguntas que quiere hacer, cuando no sabe qué es lo que va a buscar ni qué va a hacer con su vida y uno, quiere transmitirle un torrente de conocimientos que el joven se resiste a admitir pues no entiende para qué habrán de servirle. Lo viví como alumno y ahora lo entiendo como Maestro.
¿Cómo hacer que alguien entienda el valor de la opinión de los grandes Maestros del Derecho cuando ni siquiera saben que existieron? ¿Cómo interesarlos en la diferencia entre derecho positivo y derecho natural cuando no logran identificarlos?
Y no nada más en el Derecho. En cualquier área de la vida y para la vida misma. El joven tiene preguntas, cuando ya le entiende a la vida… pero, ¿y cuando aún no lo hace? ¿Cuándo ni siquiera saben qué preguntar, pero de todos modos quieren respuestas?
Ahí es cuando el Maestro se vuelve guía, mentor y amigo, cuando entiende que ser joven es ser inquieto por definición, que ser joven es pretender saber todo cuando aún no entienden ni la o por lo redondo, pero que uno debe poner cara de que lo sorprendieron, precisamente para despertar en el alumno, el deseo de seguir aprendiendo para superar al Maestro.
Y cuando uno como Maestro los ve irse, los ve triunfar, los ve lograr objetivos, cuando menos yo, siento que una parte de esos triunfos, es mía. Cuando años, muchos o pocos pero años después encuentras al alumno en la vida y lo ves convertido en una persona de bien, que te saluda con afecto sincero, entonces pienso que no importa lo que se batalle para dar la clase. Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
Sin embargo, no siempre aparece el deseo de enseñar o cuando menos, no en forma manifiesta. Sé con toda certeza, de Maestros que desde niños jugaban a dar clases, que formaban los bancos o las sillas o los frijoles o lo que hubiera para darles clases, aún cuando no supieran ni escribir. Ese es el llamado de la vocación y si cuando crecen logran seguirlo, lo hacen con bríos renovados cada día, pues lo he visto y soy testigo de ello.
En cambio, en mi caso fue distinto. Yo quería ser abogado y lo logré. Llevé una vida de litigios y creo no haber quedado tan mal. Pero un día tuve la oportunidad de dar clases, sólo porque un Maestro faltó. Y fui y me quedé. Ya son muchos años al frente de grupo, en que los alumnos, a pesar de ser distintos, hacen y dicen lo mismo, pero siempre renovado. Ya empecé a conocer todas las excusas que en el mundo han sido, así como todos los halagos que se le pueden decir al Maestro para lograr un punto extra.
Y claro, los dejo ser. Les dejo que vayan haciendo cada uno su propia vida, que por fuerza ha de ser distinta de la mía y les permito que vayan alcanzando cada uno sus propias metas. He tratado, casi siempre, de hacerlos que busquen ellos mismos las respuestas, que es la forma mejor de que la pregunta quede resuelta, aún cuando a veces los oigo protestar, pues alegan: “Si ya se la sabe, mejor dígala”, cuando lo que se requiere es que cada uno vaya encontrando sus propias preguntas para lograr crecer como persona.
La figura del Maestro ha venido cambiando, de ser quien al frente con una cantaleta repetía los textos para que el alumno los aprendiera de memoria, a ser ahora un facilitador para que el estudiante encuentre lo que requiere.
Y sí, es cierto y válido, cuando el alumno tiene la seriedad, los conocimientos y la formalidad del Maestro. El problema de las teorías modernas se presenta cuando el alumno aún no encuentra las preguntas que quiere hacer, cuando no sabe qué es lo que va a buscar ni qué va a hacer con su vida y uno, quiere transmitirle un torrente de conocimientos que el joven se resiste a admitir pues no entiende para qué habrán de servirle. Lo viví como alumno y ahora lo entiendo como Maestro.
¿Cómo hacer que alguien entienda el valor de la opinión de los grandes Maestros del Derecho cuando ni siquiera saben que existieron? ¿Cómo interesarlos en la diferencia entre derecho positivo y derecho natural cuando no logran identificarlos?
Y no nada más en el Derecho. En cualquier área de la vida y para la vida misma. El joven tiene preguntas, cuando ya le entiende a la vida… pero, ¿y cuando aún no lo hace? ¿Cuándo ni siquiera saben qué preguntar, pero de todos modos quieren respuestas?
Ahí es cuando el Maestro se vuelve guía, mentor y amigo, cuando entiende que ser joven es ser inquieto por definición, que ser joven es pretender saber todo cuando aún no entienden ni la o por lo redondo, pero que uno debe poner cara de que lo sorprendieron, precisamente para despertar en el alumno, el deseo de seguir aprendiendo para superar al Maestro.
Y cuando uno como Maestro los ve irse, los ve triunfar, los ve lograr objetivos, cuando menos yo, siento que una parte de esos triunfos, es mía. Cuando años, muchos o pocos pero años después encuentras al alumno en la vida y lo ves convertido en una persona de bien, que te saluda con afecto sincero, entonces pienso que no importa lo que se batalle para dar la clase. Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
super padre profesor como siempre sus escritos tan geniales
ResponderEliminarfelicidades es usted un gran mentor sabe que lo respeto mucho y muchas gracias por todos los consejos ortograficos y los regaños pocos pero como quiera jamas hacen falta cuidese mucho profesor ate. Edgar Rosales
Que Increible texto, se percibe que viene de lo mas profundo de su ser. Gracias Maestro por darse el tiempo de compartir algo tan puro, algo tan original. Es sin duda alguna, el Espiritu de un Maestro. Anhelaria que desde pequeno hubiera tenido verdaderos maestros, que me hubieram ensenado lo dulce, lo mistico y lo magico del Conocimiento, El Saber y La Sabiduria de Dios, de uno mismo, del mundo y de nuestro alrededor. Pero el no haberlos tenido me ah ensenado a identificar a los falsos y a los verdaderos..... Siempre un gusto y un privilegio el conocer a los Influenciadores, a los Forjadores de las presentes y futuras generaciones, la Esperanza de un mundo mas justo y equitativo.
ResponderEliminarEl maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío.
Horace Mann (1796-1859) Educador estadounidense.
La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle.
Maria Montessori (1870-1952) Educadora y médica italiana.
Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía.
John Ruskin (1819-1900) Crítico y escritor británico.
La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón.
Howard G. Hendricks Intelectual y escritor estadounidense.
El principio de la educación es predicar con el ejemplo.
Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781) Político y economista frances.
Exito, Bendiciones y Salud
Lic. Gomez , siempre lo he animado a escribir mas sobre la vida que sobre derecho ya que el segundo no lo entiendo, pero usted entendera el porque , por mensajes como estos que nutren el a alma y lo ponen a pensar a uno, lo felcito y le mando un abrazo
ResponderEliminar