José Manuel Gómez Porchini / México
debe salir adelante
Tener
calidad moral, ser de una alta investidura moral, son expresiones que, antaño,
la gente utilizaba para referirse a alguien que por sus propios méritos se
ganaban el derecho a ser designados como gente de bien, gente de respeto, gente
digna de confianza, alguien en quien se podía creer en todo tipo de
circunstancias.
El
director de la escuela, los maestros, el boticario, el doctor, algunos abogados
(hay de todo), en suma, muchas personas merecían ese signo de confianza de la
comunidad y eran sujetos de crédito, tanto en lo económico como en sus palabras
y actos. Si lo dijo Don Fulanito, es cierto. Así de elevado era el concepto de
la moral entre la gente.
De
pronto, cada uno de los personajes citados salió con problemas: que se robó las
cuotas; que pasó a los alumnos sin aplicar exámenes, que permitió la venta de
productos restringidos a cambio de unos pesos y así, cada quien en su profesión
fue traicionando la confianza que el imaginario colectivo había depositado en
cada uno de ellos.
Los
funcionarios públicos, esos seres que deberían ser el modelo de calidad moral,
ahora piden perdón, lloran tantito y listo, ¡a otra cosa!
En
un partido político de cuyo nombre no quiero acordarme, hace algunos ayeres un
dirigente que fue gobernador de San Luis Potosí dijo que la moral es un árbol del que salen las moras… y ahora han dicho que
la moral es de donde se dan los moreiras…
en ambos casos, esos chispeantes y jocosos comentarios, en realidad han sido
una afrenta a la sociedad y es lo que ha hecho que ese partido se vaya
distanciando del pueblo.
De
hecho, el derecho le sigue dando valor, pues se establece como requisito para
múltiples trámites, el que la persona sea “digna de crédito, de elevada calidad
moral”, lo que por ser subjetivo, no ha podido definirse a la perfección.
Y
entonces salen los intérpretes, los que pretenden encontrar el verdadero
sentido de las cosas y alegan: se tiene elevada calidad moral cuando alguien no
ha sido condenado por delito culposo. Y entonces tenemos funcionarios con
trámites judiciales abiertos aquí y allende nuestras fronteras, de los que vox
populi ha dicho que no son confiables pero a quien “el de arriba” ha decidido
sostener en el cargo, con la voluntad en contra de toda la ciudadanía. Claro, ¿con
qué calidad moral puede un sujeto que todo mundo conoce como delincuente
imponer una forma de conducta a los demás?
Y
resulta que muchos de nuestros próceres han tenido problemas con la justicia y
han salido absueltos o tal vez, condenados… pero… ¿es que acaso alguien va a
confiar en los fallos de un cuerpo colegiado presidido por un sujeto que
abandona a sus hijos, los que tuvo con la querida dos o la querida tres?
Dijo
Julio César: “La mujer del César no solo debe ser honesta, también debe
parecerlo”. Y sí, sigue siendo válido el consejo.
Ahora
bien, todos tenemos problemas y también, el derecho a la presunción de
inocencia. Es un derecho humano fundamental que debe regir nuestra conducta.
¿Usted
confiaría en los policías de San Pedro, esos que atacan vehículos desarmados
con veintiocho disparos? Yo tampoco.
¿Con
qué calidad moral un policía de casi cualquier municipio de México puede
pedirle a un ciudadano que se detenga para investigarlo, “por sospechoso”…
cuando el que tiene cara de maleante es el policía? Pero además, tiene la fama
y usted lo sabe… ¿le va a creer?
México
necesita gente, políticos y ciudadanos, que piensen que el bien común es
primero, que la integridad personal es superior a las necesidades de cualquier
tipo y que quieran a México. Con eso tendremos servidores públicos de elevada
calidad moral y verá usted cómo van a cambiar las cosas.
Me
gustaría conocer su opinión.
Vale
la pena.
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