José Manuel Gómez Porchini / México debe
salir adelante
Existe una gran
diferencia entre pretender que el Estado resuelva todos los problemas de las
personas a saber que el Estado es garante y titular de obligaciones frente a
los particulares.
Voy a tratar de
explicarme. En el Estado paternalista, de corte socialista y que pretende
anular la voluntad del ciudadano, el Estado es el encargado de otorgar todo
tipo de prebendas a los particulares de manera que anula sus voluntades para
que solo exista la voluntad del Estado, pues es ésta la que ha de permear, la
que decide el rumbo de la vida de los hombres y la que determina los derroteros
de cada uno. En su momento, los afanes colectivos fueron más importantes que el
interés individual y así, una serie de países lograron imponer esa ideología,
como la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba, Angola,
China y otros más. Las libertades del hombre desaparecieron para que solo
existiera la libertad del Estado de manera omnímoda y entonces, al Estado le queda
la obligación de responder a cada una de las necesidades del hombre. Se cambió
la libertad de actuar por el derecho a recibir.
Al tiempo, el
deseo natural del ser humano de descollar por sus propios méritos ocasionó que
los regímenes socialistas fueran desapareciendo y se convirtieron al
capitalismo, como posible solución a sus problemas.
En el sistema
capitalista y su máxima expresión, el liberalismo económico, el hombre triunfa
solo con lo que tiene puesto, ya sea su capital intelectual, su herencia monetaria,
sus atributos físicos.
Destaca tanto
entre los liberalistas un hombre de altas virtudes intelectuales, que es
buscado por los dueños del dinero para que piense por ellos, para que haga por
ellos aquello para lo que son incapaces. Por eso, las universidades cada día
más van buscando preparar exactamente la gente que las empresas necesitan y
así, solo los que sepan hacer exactamente lo que el capital requiere, podrán
tener el futuro asegurado. De hecho, el pensamiento en sí ya no es requisito. Lo
que se necesita es quien tenga las competencias necesarias para desempeñar el
puesto que el patrón requiere.
Entre quienes
representan el liberalismo económico, la gente es solo uno más de los costos de
producción y así, en ese sentido toman a lo que pomposamente llaman “capital
humano”, cuando lo cierto es que para ellos representa un problema que les
gustaría encontrar la manera de no tener que pagarles “tanto”. De hecho, añoran
los tiempos aquellos “Señor Don Simón” en que existía la esclavitud y se podía
negociar vida y honra de las personas. Más de uno con apellido de rancia alcurnia
tiene en su sangre la de aquellos que traficaban con esclavos pero ahora, ya
han logrado lavar su honra gracias a los dineros que con liberalidad aportan a
las causas de beneficencia.
El justo medio
entre ambas posiciones aún no existe. Entre la del Estado que ahoga la
capacidad de pensar y razonar y la del dinero que mata la ilusión de crecer y
que niega todo.
Sin embargo, en
algún momento, el Estado occidental, aquél como en el que vivimos, que algo
tiene de liberalismo económico en sus formas y de Estado Socialista en su
discurso, ha de encontrar la manera de resolver el nudo gordiano al que se
enfrenta.
Si le otorga todo
a los ciudadanos, a las personas, anula su voluntad y los convierte en seres
anodinos.
Si le niega todo
a los ciudadanos, a las personas, sin tomar en consideración que al ser
personas son sujetos individuales, con problemas distintos y que se ubican en
la amplísima gama de posibilidades de tener problemas, de ser realmente el
“capital humano” de un país, estará cometiendo injusticias reales.
Ahora bien, ¿cómo
conciliar ambas posiciones? ¿Dónde está el justo medio? ¿Cuál puede ser una
salida digna?
Fácil. Que el
Estado permita que la gente genere sus propios derechos y que los reconozca y
garantice.
No apoyo ni
respeto al Estado que pretende otorgar, a guisa de concesión graciosa, de
dádiva, de privilegio o prebenda, prestación alguna a los particulares,
partiendo del principio general de que lo que no cuesta no se aprecia, además
de que los regalos, lo que el soberano otorga de manera gratuita no puede
exigirse, no puede demandarse, no puede llevarse a juicio, precisamente por ser
regalo y no derecho.
Los derechos,
aquellos a los que se llega mediante la realización de determinadas conductas
humanas, como son el pagar por ellos, el ganarlos por el esfuerzo físico o
intelectual, aquello que cuesta de alguna manera y que por lo tanto, al ser un
derecho se puede exigir de quien esté obligado, esos sí son válidos y sí deben
respetarse.
Por eso, lo que
necesitamos es encontrar la forma de que el Estado pueda garantizar esos
mínimos de bienestar, siempre y cuando el particular, el ciudadano haya hecho
lo necesario para merecerlo, no de manera gratuita, no como promesa de campaña.
La forma de
lograrlo es mediante el pago de impuestos. Así de fácil.
Es obligación del
ciudadano contribuir con el Estado mediante el pago de impuestos. Es su
obligación. La pregunta es: ¿Qué obtiene a cambio? ¿Lo que estamos viviendo?
Eso es injusto. Tanto en la forma de recaudar como en la forma de distribuir
los ingresos. Se debe obtener a cambio de los impuestos pagados la certeza de
que la vida queda garantizada.
Y entonces vamos
a buscar entre los impuestos, el que pueda sernos útil. Los impuestos directos,
los que gravan a la producción, los que castigan al que pretende crear, están
siendo eliminados en la mayoría de los países del mundo y obvio, en México,
surrealista, cada día son más caros. Hablo de los impuestos que se aplican a la
planta productiva, al que genera renta y que produce riqueza. Impuesto sobre la
renta, principalmente.
Los impuestos
indirectos, como el caso del IVA, son mucho más democráticos pues todos los
pagan. Lo mismo el que compra un avión que el que consume gasolina para su
carrito, que quien adquiere ropa para vender o cualquier otra cosa.
Ahí está mi
propuesta. Que de cada compra que se haga, dos o tres puntos de IVA se apliquen
en favor de cada mexicano para así lograr que todos tengan derecho, como
obligación del Estado, a disfrutar de la seguridad social, es decir, de
pensión, servicio médico, guarderías y todo lo que se requiere para que la
gente mantenga su capacidad de ganancia.
Yo no pido que
sea concesión graciosa del Estado. Nunca jamás. Yo exijo que la gente vaya
construyendo su propio fondo, la manera de otorgarse por sí y ante sí, su
propio sistema de seguridad social, pero garantizada por el único que puede
hacerlo: El Estado.
Así el rico podrá
cuidar su dinero, el Estado podrá hacer su función y la gente tendrá la manera
de poder exigirles a todos que la honestidad forme parte de su forma de vida.
Mientras la
inmensa mayoría de la gente no tenga resueltos sus problemas básicos, no
podremos avanzar.
Me gustaría
conocer su opinión.
Vale la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario