José
Manuel Gómez Porchini / México
debe salir adelante
Uno de los
principales deportes de México es hablar de los demás, bien o mal, de
preferencia mal, pero siempre haciendo referencia a vidas y honras ajenas. De pronto,
de quien estamos hablando en todos los lugares posibles es de México, así, como
si fuera tercera persona, como si fuera ajeno a nosotros. De pronto resulta que
todos opinan de lo que pasa en el país y todos tienen la verdadera solución en
la mano, que los demás, en su ceguera y egoísmo, se han negado a entender.
Así, en la
seguridad de que todos son el redentor que esperamos, he visto estos últimos
días los problemas, la realidad de un país que pareciera que se desmorona, que
la cohesión que siempre permitió decir que México aguanta todo, está llegando a
su fin.
He buscado
ser propositivo, es decir, busco lo bueno o lo mejor de las cosas, lo que
construye y lo que aglutina; me aparto a propósito de lo negativo, de lo que
lastima, de lo que busca destruir y así he hecho la vida. He buscado siempre
hacer el bien a pesar de que no sea la forma correcta de hacer dinero.
La realidad
en México es que la gente busca hacer dinero. Por sobre cualquier otra cosa, lo
que importa, lo que vale, es el dinero. Es la única regla que tiene vigencia. Así
lo han inculcado desde un capitalismo en el que solo quien tiene los bienes puede
triunfar. Así lo entiende la gente y así se busca. Y obvio, de pronto los que
piensan, los que tratan de ser y hacer más por su país, por su gente, estorban
y sobran. Así lo siento.
Estoy (estamos)
viviendo en un país en el que solo quien tiene dinero, posición y fuerza, es
apto para vivir. Los demás, los románticos trasnochados, los que aún piensan
que México debe salir adelante, salen (salimos) sobrando. Y eso es lo que me
tiene espantado.
Hace mucho
pensé tomar un fusil e irme a la sierra de Guerrero, a seguir a Genaro Vázquez
pues tuve la fortuna de conocer de su existencia precisamente en los tiempos en
que participó activamente en la vida pública de México. No me faltó valor y si,
por el contrario, tuve la oportunidad de meditar en que lo último que México
necesita es un muerto más. Lo que falta son maestros, guías de jóvenes que los
ayuden a entender la realidad que vivimos.
Y siempre he
pensado que la lucha armada es el último recurso. Que antes de las balas, debe
existir la posibilidad del diálogo, la palabra como medio y como arma, de ambos
lados, para defender las ideologías.
Y regreso al
principio del problema. En México no hay ideologías actualmente. Lo único que
cuenta es el dinero y es lo que busca la gente. La forma de lograrlo, siempre
fuera de la ley, es relativamente fácil. Se convierten en salteadores de
caminos, en secuestradores, en cobradores de piso, en políticos, en
representantes populares, en dirigentes de partidos políticos o en cualquier otra
forma de delincuencia organizada, formal o informal, que permita el ingreso
fácil de dinero sucio. Y no hay consecuencia alguna.
Sin embargo,
de pronto toda esa porquería que impera en el país, toda esa podredumbre, todo
el manejo ilícito que ha prevalecido, toda la impunidad y cinismo que nos
cobija, se ve descubierto por el hartazgo de la sociedad que, como el hombre,
en realidad son buenos en lo individual, aun cuando en lo colectivo hayan
perdido el rumbo.
Surgen los
mesías, los iluminados que están seguros de que van a cambiar el país y quieren
que los demás, todos, se plieguen a sus deseos y aspiraciones. Y cada uno tiene
su propio medio y busca llevar agua a su molino. Y claro, buscan dinero. Así he
conocido a varios líderes sociales que a la primera oportunidad han mostrado el
barro de que estaban hechos y han dejado claro que el único dios que reconocen
es el dinero y que su dignidad está en favor de quien paga.
Y he visto
cómo alcanzan un puesto de elección popular y desde ahí, perfeccionan las
prácticas que criticaban. Es parte del rechazo popular que más existe.
Entre los
muertos de la tierra de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, la casa que se puede
comprar con los ingresos de artista, el cansancio de los funcionarios y todo lo
que ocupa el interés de la gente, pareciera que la tesis de que con un nuevo
escándalo todo queda olvidado, tesis que maneja la película La Dictadura
Perfecta y en la que sí logran cambiar la realidad, aquí es otra la verdad.
México ya no
aguanta más. La ofensa, la palabra altisonante que lastima, el grito majadero que
lacera y la burla y el escarnio como métodos de combate, no son de mi agrado.
La lucha armada, menos. Eso ya lo superé. Pero veo la realidad, veo cómo se le
habla con palabras que llevan plomo a nuestros próceres y no responden. Veo con
tristeza que el tiempo de ser comedido, de ser atento y de buscar la
conciliación, empieza a terminar.
De pronto
veo a lo lejos a los guerrilleros de todos los tiempos, a Zapata, a Villa, a
Lucio Blanco, que para la gente “de bien” siempre han sido unos bandoleros y
veo que utilizaron la violencia como método de cambio. Y veo a Gandhi pidiendo
una revolución pacífica y cómo logró cambiar las cosas, como veo a Mandela
perdonando y uniendo a quienes lo apartaban. Y veo a México.
Sé, como
abogado y constitucionalista que soy, que el respeto a la ley es base para
lograr una sana convivencia humana. Mi pregunta es: ¿debo acatar la ley cuando
es injusta? ¿Estoy obligado a respetar, en todas las formas posibles, a quienes
han venido dañando a mi país? ¿Debo (debemos) permanecer impávidos ante las
afrentas que recibe el país?
Al revolucionario,
al que va en contra de las normas establecidas, al que busca romper los
paradigmas existentes, al que destruye los íconos o representaciones de lo que
para alguien tiene valor, a ese, al que lastima lo existente, se le llama
iconoclasta. Al sumiso, al respetuoso, al que acata la instrucción aun cuando
implique entregar su dignidad y su propio respeto, para cumplir la orden de una
autoridad apócrifa, a pesar de que en su origen sea legítima, se le premia como
ciudadano ejemplar. La disyuntiva está en ser el buen ciudadano que quiere la
autoridad o en convertirse en el iconoclasta que todo lo critica, que todo lo
cuestiona y que va a provocar el cambio a fuerza de insistir en no acatar lo
ordenado.
En nosotros
está la elección.
Me gustaría
conocer su opinión.
Vale la
pena.
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