Acabo de tener el
privilegio de estar en Reynosa, Tamaulipas, a impartir una clase de
posgrado ante un grupo totalmente heterogéneo, abogados, pedagogos,
líderes sindicales y más. Una especie de representación de la sociedad,
pero en algo así como un microcosmos y ahí he aprendido. Esa es la parte
formal, la interesante del asunto.
Lo
que viene a continuación es un agregado que me ha cimbrado de pies a
cabeza. Mi esposa me acompañó, como lo ha hecho en mis periplos por la
vida y al terminar la clase, cruzamos al extranjero, a Estados Unidos,
precisamente a la zona urbana compuesta por Mission, McAllen, Hidalgo,
Pharr y zonas circunvecinas. Yo, en la primera tienda encontré todo lo
que buscaba, agoté mis reservas financieras y me di por satisfecho. Mi
esposa entró a todas las tiendas, revisó toda la mercancía y al final,
compró lo que pensó que algún día va a necesitar.
En ese esfuerzo, estuvimos en una tienda y me llamó la atención el lenguaje del dependiente: un perfecto spanglish. Es decir, ni inglés ni español. Una cruza de los dos. Y empezamos a platicar. Me contó que es de 1990, que su padre nació ahí, en Estados Unidos pero que su abuelo es de una región de México: Allende, Nuevo León y me preguntó, así, con emoción: ¿Conoce usted Allende? Al contestarle que sí, que lo conozco y que he estado muchas veces en su tierra, me dijo que él nunca ha cruzado tan adentro a México, nada más a Reynosa y se regresa de inmediato. ¿Por qué? −pregunté. Por la inseguridad.
Me dolió y mucho que esa sea la imagen de México en el exterior. Seguimos platicando, él muy atento, yo curioso, me fue explicando que su abuelo cruzó hace muchos años, huyendo de la pobreza de su tierra pero más, de la falta de oportunidades. Y allá hizo vida y tuvo hijos y regresó muchas veces de visita, ya con troka y todo. Perdón, troka quiere decir camioneta.
Pero su padre creció en la forma de vida de Estados Unidos, con documentos y todo y estudió hasta el high school, es decir, el equivalente a preparatoria. Y creció y tuvo hijos, uno de ellos es él. Y mi interlocutor, a sus 24 años conoce dos culturas, maneja dos idiomas, más bien tres: español, inglés y spanglish, que es la mezcla de los dos primeros y que solo quienes hemos vivido en la frontera, en ese espacio mágico a ambos lados del Río Bravo, podemos entender. Y hablamos de que llegó ese día al trabajo en su mueble, que es de ocho cilindros y corre mucho. Es un carro músculo. Es decir, es un automóvil, que eso quiere decir mueble, de los llamados en inglés muscle car, o carros poderosos, podría ser una traducción más o menos aceptable.
Y pudimos haber seguido platicando, pero me tenía que retirar. Mi pregunta es: ¿Es correcto que yo conozca Allende y él no?
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
En ese esfuerzo, estuvimos en una tienda y me llamó la atención el lenguaje del dependiente: un perfecto spanglish. Es decir, ni inglés ni español. Una cruza de los dos. Y empezamos a platicar. Me contó que es de 1990, que su padre nació ahí, en Estados Unidos pero que su abuelo es de una región de México: Allende, Nuevo León y me preguntó, así, con emoción: ¿Conoce usted Allende? Al contestarle que sí, que lo conozco y que he estado muchas veces en su tierra, me dijo que él nunca ha cruzado tan adentro a México, nada más a Reynosa y se regresa de inmediato. ¿Por qué? −pregunté. Por la inseguridad.
Me dolió y mucho que esa sea la imagen de México en el exterior. Seguimos platicando, él muy atento, yo curioso, me fue explicando que su abuelo cruzó hace muchos años, huyendo de la pobreza de su tierra pero más, de la falta de oportunidades. Y allá hizo vida y tuvo hijos y regresó muchas veces de visita, ya con troka y todo. Perdón, troka quiere decir camioneta.
Pero su padre creció en la forma de vida de Estados Unidos, con documentos y todo y estudió hasta el high school, es decir, el equivalente a preparatoria. Y creció y tuvo hijos, uno de ellos es él. Y mi interlocutor, a sus 24 años conoce dos culturas, maneja dos idiomas, más bien tres: español, inglés y spanglish, que es la mezcla de los dos primeros y que solo quienes hemos vivido en la frontera, en ese espacio mágico a ambos lados del Río Bravo, podemos entender. Y hablamos de que llegó ese día al trabajo en su mueble, que es de ocho cilindros y corre mucho. Es un carro músculo. Es decir, es un automóvil, que eso quiere decir mueble, de los llamados en inglés muscle car, o carros poderosos, podría ser una traducción más o menos aceptable.
Y pudimos haber seguido platicando, pero me tenía que retirar. Mi pregunta es: ¿Es correcto que yo conozca Allende y él no?
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
Dejo la
imagen de un muscle car igual al que
una vez tuve y que disfruté:
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