José Manuel Gómez Porchini / México debe
salir adelante
A lo largo de muchos años de vida, he tenido una inmensa
diversidad de jefes o superiores jerárquicos a quien he debido obediencia en
algún momento y, por supuesto, cada uno de ellos con un estilo diferente de ejercer
el mando.
Los primeros, papá y mamá. Y vaya que en mi caso fueron
diferentes y, en la inmensa mayoría, también lo son. Papá es capaz de
enfrentarse a los monstros y ganar, mientras mamá puede corregir un corazón
destrozado con tan solo un beso. Papá es firme en sus decisiones (aunque se
esté derritiendo por dentro, como en mi caso) y mamá, mamá… es la cómplice que
les consigue permisos, bienes y todo a los críos. Eso sí, cuando logran hacer
que mamá se enoje, ¡mejor correr!
Al tiempo, maestros, directivos de la escuela, del club
deportivo, de las canchas y en suma, a todos y cada uno de los que en algún
momento de la vida se les permite que vayan guiando la de cada uno de nosotros.
Y aprendemos de todos y al tiempo, nos damos cuenta que éste era muy duro, aquél,
muy dejado, este otro, un pan de Dios y así, los clasificamos y a cada uno le
damos su valor.
Lo que nos debe interesar para el presente texto, es que
debemos obtener lo mejor de cada uno y analizar los errores, también de cada
uno, para que el día que estemos en posibilidad de dirigir una empresa, desde
la mejor empresa del mundo por excelencia, la familia propia, hasta una en la
que arriesguemos nuestro capital, buen nombre y afanes.
Cuando llegue el día en que debamos ser jefes, hayamos
aprendido que a la gente no la motivan los golpes ni las amenazas, como tampoco
sirven los mimos y alabanzas. Que no es motor de buenas cuentas la promesa de
un pago generoso ni el temor a un castigo desmedido.
Lo que en realidad hace que la gente pueda desenvolverse,
así lo pienso y así lo sostengo, es permitirle crear, dejarlo ser, de manera
que cada uno de nosotros vaya teniendo espacios donde pueda asumir sus
compromisos.
También eso lo viví, tanto en casa, con papá y mamá como
en la vida, con algunos de mis superiores y con la gente que ha estado conmigo.
Desde el que me permitió experimentar qué cosa era un
juzgado, hasta el que me trataba de ordenar cosas contrarias a la ley. Al
primero lo sigo queriendo, respetando y estoy atento a sus necesidades. Nobleza
obliga. Del otro, no me acuerdo cómo se llamaba o se llama, si es que sigue
vivo. A ciencia cierta no lo sé. Salió de mi vida para siempre y no tengo la
menor intención de buscarlo. Nada tengo que reprocharle ahora y sí, agradecerle
el haberme permitido saber hasta dónde puede llegar la miseria humana.
Ahora que he tenido, a lo largo de más de treinta años, a
un gran grupo de colaboradores conmigo, he buscado siempre darles la
oportunidad de que sean ellos, que cada uno tenga los espacios que requiere
para crecer como persona.
A veces, solo a veces, la gente piensa que por el solo
hecho de ser ya se merecen el sol, la luna y las estrellas. Craso error. Uno
debe ganarse todos los días el respeto del superior y de los subalternos.
La inmensa mayoría de las personas que me han acompañado
en el camino, en su momento han buscado seguir creciendo hasta alcanzar alturas
insospechadas. Y para cada uno de ellos, tengo siempre una bendición, mis
mejores deseos y al tiempo, cuando los he vuelto a ver, lo que más ha abundado
han sido los abrazos y los buenos deseos.
Y así pienso que debe seguir siendo. Darle a cada uno la
oportunidad de poder hacer las cosas a su modo, a sus tiempos y a su estilo.
Tal vez, algunas veces no sea exactamente el mío, pero
siempre llevarán, como dice la canción, sabor a mí. Igual que tengo yo los
modos, las costumbres y los dichos de mis superiores.
No puede ser de otra manera, pues cada uno de nosotros no
es más que lo que ha sido siempre. Puede ser más, pero se requiere una gran
fuerza de voluntad, una decisión férrea y el apoyo decidido de quienes lo
rodean.
Eso es lo que pretendo ser para quienes están conmigo. El
apoyo decidido para que crezcan. Por eso, a mí no me gusta decir: hoy haces
esto, mañana esto otro. Cada uno va sabiendo hasta dónde son los compromisos.
El día que yo tenga que pensar por ellos, ese día no me son necesarios. Piense
usted si en su función, usted representa un alivio para su superior jerárquico
o por el contrario, necesita que él esté pensando por usted. Y revise bien lo
que va a contestar.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
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