José
Manuel Gómez Porchini / México
debe salir adelante
En la vida
se requieren dos cualidades para lograr sobresalir: la actitud y la aptitud.
Conste, son dos cosas muy distintas a pesar de escribirse casi de igual manera.
Ser apto significa poder hacer las cosas, tener la capacidad de resolver
problemas así como los conocimientos necesarios para desempeñar un puesto de
trabajo o un empleo formal.
Tener
actitud es una situación distinta. No requiere conocimientos, no se necesitan
capacidades ni tampoco, una preparación especial. Lo único que se utiliza para
poder desplegar una actitud de servicio válida, son ganas. La voluntad de
quedar bien con los demás, de hacer bien lo que a cada quien le corresponde y
nada más.
La
actitud es esa disposición que tiene alguien más cuando te ve batallando y se
acerca a ayudarte. Es el empuje extra que ofrece un dependiente de tienda, un
empleado de gobierno, un burócrata, cuando además de estar preparado para hacer
sus deberes, tiene la actitud de servicio, vamos, las ganas de hacer bien su
trabajo y lo demuestra con la forma en que trata a la gente que tiene que
acudir a verlo.
Y
es lo mismo que usted tenga que ir a una empresa privada, como los del cable o
los del gas, que a una pública, como los de la luz. En ambas instancias
encontrará usted personal dispuesto a servir, no serviles, serviciales, con
actitud de servicio, atentos y que siempre ofrecen un poco más de lo que se
espera de ellos. También va a encontrar a aquellos que están enojados con la
vida, que ya no tienen ilusiones ni sueños por cumplir y que, por lo tanto, ya
no tienen la voluntad de quedar bien con nadie.
Hoy
quiero referirme en especial, a dos personas que han causado mella en mi ánimo
precisamente por lo aburridos que están con la vida, por lo molestos que
demuestran estar con sus semejantes y que se refleja en su trato a quienes nos
vemos forzados a acudir a requerir sus servicios.
El
primero es un verdadero ejemplo del burócrata caracterizado por el genial
Héctor Suárez en el “No hay”, aquél personaje que creara historia. Es el
encargado de recibir documentación y brindar información en las oficinas del
Instituto Federal Electoral, el IFE, que se ubica en la Calzada Madero. Van
tres veces que acudo a realizar el trámite de mi cambio de credencial y vaya
que lo he podido observar.
La
persona a que me refiero a todos les expone lo difícil de cada caso. Informa
que probablemente no se vaya a poder pero que él hará lo posible por solucionar
el caso, cuando lo cierto es que únicamente entrega fichas para atención. No
revisa documentos ni tiene facultades. Donde sí estamos en sus garras, es
cuando acude uno a recoger la nueva credencial. Se le debe entregar el
comprobante y esperar a que el señor considere ha transcurrido suficiente
tiempo. El pasado jueves acudí a recoger mi credencial y cuarenta minutos
después de que nos había dicho que en diez minutos salían nuestros documentos,
le pedí me devolviera mis papeles para acudir en otra ocasión. Volteó, me
barrió con la mirada y me dijo: faltan diez minutos, usted sabe si se va. Y sí,
me retiré y voy de nuevo hoy lunes a continuar el trámite, pues entregar una credencial
es un trámite muy arduo.
Quién
me manda ser un ciudadano cumplido…
El
otro ejemplar a quien me quiero referir, es una dama que atiende en el juzgado
cuarto concurrente del edificio Meridiano, aquí en Monterrey. Está encargada de
diversos trámites, entre ellos, de la ratificación de convenios y documentos
diversos.
Voy
a tratar de explicarme. Presento una demanda, se empieza el juicio y de pronto,
el demandado y nosotros llegamos a un convenio en el que ambas partes estamos
de acuerdo y por lo tanto, el asunto se termina precisamente por ese convenio.
Claro, elaborar un convenio judicial requiere mucho tiempo, se deben analizar
cláusulas y demás, por lo que nosotros los tenemos ya preparados y el deudor
acude en compañía de un abogado a firmar el convenio ya realizado previamente y
autorizado por las partes. Falta la autorización judicial y para ello, el juez
recibe el convenio y lo estudia con todo la calma del mundo durante dos o tres
días, hasta que decide sancionarlo y entonces, publica su acuerdo.
En
el inter, existe un trámite que debe realizarse: cuando ambas partes nos
presentamos ante el juzgado con el proyecto de convenio ya firmado, un
secretario o fedatario público debe hacer constar que las firmas que calza el
convenio son auténticas, puestas del puño y letra de las partes y para ello, se
elabora en el juzgado un documento que se llama ratificación de firmas. Es una
hoja, cuando mucho dos, en las que se asientan los nombres de los
comparecientes, el número de expediente y la razón de que declaran que las
firmas que aparecen en el convenio exhibido son de ellos mismos.
En
la mayoría de los juzgados, es un trámite de entre quince a veinte minutos,
máximo. En el Juzgado Cuarto Concurrente, son mínimo cuatro horas y media. Y no
se le ocurra a usted, vil mortal, preguntar por su ratificación, pues la
respuesta ya la sé: tenemos asuntos de amparo que sí son urgentes y usted tiene
que esperarnos. Esa es la actitud del personal del juzgado.
Me
gustaría conocer su opinión. Vale la pena.
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