José Manuel Gómez
Porchini / México debe salir adelante
El tercer párrafo del artículo 1º. de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos dice textualmente lo siguiente: “Todas las autoridades, en el ámbito de sus
competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar
los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad,
interdependencia, indivisibilidad y progresividad. En consecuencia, el Estado deberá
prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos
humanos, en los términos que establezca la ley”.
Lo anterior
significa, palabras más, palabras menos, que todas y cada una de las
autoridades en México, federales, estatales y municipales, están obligadas a
promover, respetar, proteger y garantizar los Derechos Humanos. Claro, el
artículo es muy enfático cuando afirma que los principios que deben seguirse
para esa promoción, respeto, protección y garantía de los DD.HH. son la
universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Hoy y ante
usted, querido lector, solamente quiero referirme a lo que significa este
último principio: la progresividad.
Progresivo
significa que los derechos humanos vayan como las ranitas, para adelante
siempre y nunca para atrás.
Sin embargo, a
pesar de la claridad meridiana con que el ya citado artículo primero constitucional
habla de que siempre serán para adelante los derechos humanos de las personas
en México y que ahora se les llena la boca a nuestros sapientísimos Ministros,
Magistrados y Jueces para defender el principio pro homine o principio pro
persona, que significa que siempre se ha de buscar lo mejor para los
seres humanos, resulta que nuestros trabajadores en general y los maestros, si,
el gremio del magisterio, cada día se despiertan con un nuevo retroceso.
Pareciera que
existe una carrera por encontrar a la autoridad que más viola en perjuicio de
la clase social menos favorecida del país, todos y cada uno de los derechos
humanos… si es que alguna vez lograron tenerlos a su favor.
En efecto, antes el
trabajador tenía una jornada máxima de ocho horas… que ya con horas extras, a
veces llegaba a doce pero bueno, al menos le pagaban las diferencias. Ahora,
como ya tiene contrato por horas, si quiere que le pague una el patrón, tiene
que laborar cuando menos dos gratis…
Antes, el obrero
tenía derecho a participación de utilidades, lo que ahora con la forma esa
ofensiva, criminal y deshonrosa de contratar llamada outsourcing, por más que
ya esté dentro de la ley, el trabajador no tiene ni patrón cierto, ni derecho a
participación de utilidades, ni sabrá nunca quién es su verdadero patrón ni
podrá gozar de la estabilidad en el empleo que era la fuerza de las empresas.
En la empresa está
la gente, pero así, amorfa, sin voluntad y sin destino, sin ganas de participar
y sin deseos de progresar.
Antes, nuestros
obreros buscaban la forma de crecer como personas y lograban llegar a escalar
los mejores puestos en la empresa. Se podía y era válido. Ahora, la empresa te
exige nosécuántos títulos, diplomados
y maestrías para que al final, vuelvan a recurrir a la experiencia del viejo
aquel que rescindieron por viejo, pero que es el que conoce cómo funciona toda
la maquinaria de la empresa. Esa experiencia, ese saber hacer, no se consigue
en los libros ni en la escuela formal. Ese es aprendizaje de vida.
Y así están
nuestros maestros. Que tienen que cumplir con la carrera magisterial que solo
pasan los recomendados… que tienen que ir a hacer guardia a la oficina del
sindicato, aun cuando saben que el del sindicato ya se vendió, ya se entregó y
ya no es más alguien de fiar, a pesar de que formalmente sigan teniendo el
apoyo de las bases. Ya lograron burocratizar la educación, pues les piden
llenar tantos papeles, que el maestro ha de olvidar lo que significa impartir
clase.
Nuestros maestros
que salen a la calle a protestar contra la realidad de la vida, contra la
actitud de la autoridad que va en contra del principio de progresividad del artículo
primero de la constitución y a los que cada día les restan algo más de los que
alguna vez fueron sus derechos.
Esos maestros que
siempre fueron tan orgullosos de su gremio, de su sindicato y de su
experiencia, que hoy caminan pegados a la pared, como pretendiendo esconder su
sino magisterial cuando antes, el máximo orgullo del barrio era poder decir,
con orgullo: ¡Soy Maestro!
Cada día les quitan
uno más de sus derechos. Los maestros, hasta ahora, han aguantado. Los demás
obreros, también. El gobierno de México está buscando saber hasta dónde soporta
la tensión nuestra gente. ¿Faltará mucho?
Me gustaría conocer
su opinión. Vale la pena.
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