José Manuel Gómez Porchini / México debe
salir adelante
Hace unos días
una persona cercana a mis afectos me decía, al quejarme yo del tráfico, que lo
que pasa es que la gente no sabe manejar. Volví mi cara y exclamé con asombro:
¿Cómo? Si van manejando, dije.
Me hizo ver que
es muy distinto que alguien agarre un carro y le de vueltas al volante a que
ese mismo alguien conozca las reglas básicas, las instrucciones necesarias para
saber conducir un auto.
Y recordé que
hace muchos años, uno de los requisitos para que se expidiera una licencia de
manejar era que quien la buscara, supiera armar y desarmar el motor del coche
que iba a conducir. Y la gente lo hacía. Por eso, casi nunca había carros
tirados, pues el conductor sabía todo lo necesario para reparar el vehículo.
¿Ahora? Vamos, yo que anduve según en el autódromo, que antes decía saber mucho
de coches, ahora veo el motor de uno y no le entiendo nada. Han ido
transformando en cada vez más eficientes las máquinas al grado de que ahora se
requiere una alta especialización para entender el funcionamiento y bueno,
vamos a descartar ese requisito.
Pero hay muchos
otros que todos, conductores, peatones y público en general deberíamos conocer.
Por ejemplo: el
cruce de peatones en una calle es en las esquinas, precisamente donde está la
llamada “cebra”, que son las rayas atravesadas en las bocacalles para que cruce
la gente. Son como las de la foto de The Beatles en Abbey Road. ¿La recuerda?
Si el peatón no cruza por ahí, debe ser multado y sancionado, pues pone en
peligro su vida y la de los conductores, que todo esperan, menos ver salir un
peatón donde no debería.
En aquellos
lugares en donde existen puentes peatonales, es decir, donde las calles son
rápidas, esos puentes están hechos para proteger la vida de los peatones, la
vida de los usuarios. Entiendo perfectamente que mucha gente no puede subir,
que son para jóvenes y deportistas, pero lamentablemente los muertos en
accidentes a escasos metros de los pasos peatonales, son más de jóvenes que de
adultos mayores.
En cuanto a los
vehículos automotores, no es lo mismo la fragilidad y rapidez de movimientos de
una motocicleta, que los tiempos normales de un carro o la lentitud, para
arrancar, de un camión de pasajeros o de carga. Sin embargo, cuántas veces
hemos visto a los choferes de los camiones urbanos o de los materialistas,
jugando carreras en plena avenida, entre ellos mismos o contra el ferrocarril,
casos en los que siempre gana el tren.
Caso especial son
los vehículos estacionados en doble y triple fila afuera de escuelas y
fábricas, de oficinas y campos deportivos. Son padres de familia que acuden por
sus tesoros pero que son incapaces de caminar unos metros y desean que todos
aborden sin sufrir. Pero al hacerlo causan interrupciones, obstruyen el tráfico
y lo más importante, ponen en riesgo su vida.
Sin embargo, lo de
mayor trascendencia de todo es entender que las normas que aparecen en la
inmensa mayoría de los reglamentos de Tránsito en todo el país, son
precisamente para fijar el deber ser, es decir, la forma en que el Estado
espera que la gente se conduzca precisamente para ir en pos de lo mejor para la
propia gente.
Ahí nace la
prohibición de manejar en estado de ebriedad, tomando la derecha como vía
normal y la izquierda solo para rebasar o adelantar a los demás carros, no como
medio normal; que todos quienes circulan por las arterias viales: ciclistas,
peatones, automovilistas y camioneros, deben respetar las señales y no solo
unos cuantos de ellos.
Lo triste de
nuestras calles en que lo único que es seguro es el caos. Que nadie respeta ni
toma en cuenta a los encargados de velar por la seguridad vial pues es un lugar
común saber que esos dichos encargados con un billete abandonan su obligación,
lo que ha generado una total anarquía en la materia.
Si usted
atropella a un ciclista o a un peatón, llegará el agente de Tránsito Municipal
a decirle que usted no guardó la debida precaución y por lo tanto es
responsable, a pesar de que usted haya visto salir por entre los carros, sin
voltear, al ahora atropellado corriendo y jugando a atravesarse a la
circulación. Cuentan entre las leyendas urbanas, que mucha gente se arroja a
los autos para ser atropelladas y así ganarse el sustento.
Recorra usted las
calles de Monterrey o creo que de cualquier ciudad de nuestro México y le
aseguro que lo único que va a encontrar será desprecio por la legislación vial,
falta de cultura al respecto y mucha adrenalina para manejar, pues cada salida
es una aventura.
Ya no debería ser
aceptable ese estado de cosas. Ya no, por favor.
Me gustaría
conocer su opinión.
Vale la pena.
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