José Manuel Gómez Porchini / México debe
salir adelante
En México quienes buscan ser maestros siguen uno de dos
caminos: o estudian una profesión y luego, arriban al magisterio a cumplir su
vocación o en busca de un salario o bien, estudian para maestros en instituciones
oficiales, con criterios oficiales y cubriendo todos y cada uno de los
requisitos que el propio gobierno marca. En el caso de quienes primero tienen
un oficio diverso, impartir clases puede ser un complemento, satisfacer su
verdadera vocación o también, una fuente de ingresos adicional. Claro, como
existen escuelas y colegios de nivel desde preescolar hasta posgrado, ahí puede
llegar el profesionista que solamente busca un salario, sin vocación docente y
generalmente, dañando a los alumnos.
Los que hoy nos interesan son los maestros que estudian en
una escuela oficial, en una normal que depende del estado y de la que se
obtiene un título avalado por el propio gobierno; son en teoría, el producto
que se arroja al mercado, el egresado de la normal, el que cuenta con todos y
cada uno de los requisitos que exige el mismo gobierno. Sin embargo, muchas
veces el ser y el deber ser se apartan y así, a pesar de contar con un título
de maestro, de nivel licenciatura o posgrado, en realidad la calidad de la
institución ha mermado y el producto, el egresado, no reúne realmente los
requisitos exigidos.
En realidad, el producto egresado de las instituciones
oficiales, con el nombre que usted quiera asignarle, es el maestro que ocupa
una plaza oficial y que es forzado a pertenecer al sindicato oficial de
maestros en México. Me refiero al maestro de preescolar, de primaria, de
secundaria, el maestro que percibe un cheque antes federal, ahora estatal o sin
identificación y que ingresó a estudiar una carrera en una institución oficial,
con requisitos oficiales y cubriendo lo que le imponían. Al terminar, de pronto
sabe y está consciente que puede ser enviado, al asignársele una plaza federal,
a una ranchería en cualquier parte del país, a menos que tenga amigos o formas que
permitan que su plaza, esté en la escuela que le queda a dos cuadras de su
casa. De todo hay en la viña del Señor.
Y así fue muchos años, con un líder sindical, con otro y
cambiando presidentes y secretarios del ramo. De pronto, ahora todo cambia en verdad
pues ya no es estar bien con un alto funcionario, tener un pariente en el
sindicato o ser amigo del Director. No. De pronto, la maestra que tiene más de
cincuenta años de edad se entera que a pesar de que ya tiene más de veinte o
veinticinco años de servicios, ahora le faltan quince para jubilarse y no los
tres o cinco que estimaba.
Ahora, la realidad es que los maestros ya no son empleados
del gobierno federal, ya no cuentan con la seguridad social, precaria y todo,
pero segura, que otorgaba el ISSSTE, pues de pronto se entera que labora para
una outsourcing que no le permite
generar antigüedad, ni salario decente, ni vacaciones, ni las demás
prestaciones que día a día en radio y televisión el gobierno y sus testaferros
insisten en que son derechos de los trabajadores. La realidad, es que pobre de
aquél que cometa la insensatez de creer que tendría derechos… pobre iluso. El
único derecho que tiene es agarrar sus bártulos y dirigirse a su domicilio a
pensar, en silencio, cuál fue su error. Y no, el maestro no se equivocó. El
error es del sistema que mutó unas condiciones formalmente pactadas con un
sindicato vigoroso, independiente y fuerte, a otras pactadas con quien comía de
la mano que le daba migajas, aceptando perder todas las conquistas que como
trabajador habían costado tantas vidas.
Ahora, ya con gobiernos que alientan la libre empresa,
entendiendo por tal la posibilidad de despedir a los trabajadores sin
responsabilidad ninguna para el patrón, de pronto se dan cuenta que están en el
paraíso de los patrones, que el obrero no disfruta de derecho alguno y así, no
importa que hagan huelgas y sainetes de esos que acostumbran los revoltosos. La
ley ya permite la renta de mano de obra sin recato alguno, por lo que ya no
existe impedimento.
Piénselo. Ojalá usted sea funcionario público y pueda
analizar lo que digo. Nuestros maestros merecen motivos para festejar. No se
los estamos dando. Y, bien visto todo el asunto, es criminal lo que está
sucediendo. No lo merece México, no lo merecen nuestros hijos.
Vale la pena. Me gustaría conocer su opinión.
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