El día 12 de mayo Daniel Ernesto cumple años. En
esta ocasión, van a ser los 21, cifra mágica que significa lo que antes era la
mayoría de edad.
Cuando se cumplen 21, uno cree que el mundo es suyo
y así actúa, pero luego, cuando los años se van sumando y de pronto te das
cuenta que hace mucho cumpliste los 21 y ahora es tu hijo el que lo hace,
cambia la perspectiva y empiezas a pensar en lo que ha valido la pena.
Daniel Ernesto ha sido desde siempre inquieto. Si
alguna palabra sola puede definirlo, sería esa: inquieto. Ha buscado la forma
de indagar todo lo que ignora, desde el espacio en que se mueve hasta la razón
última de las cosas.
Tengo presente, como si fuera hoy, los tiempos en
que aún no nacía. Tina mi esposa y José Manuel, el mayor de nuestros hijos, y
por supuesto yo, lo estábamos esperando con infinito amor y él, a quien su
hermano le cantaba a su modo, como que hacía hasta lo imposible por ya nacer. Y
nació y llegó a casa y desde entonces, ha sido un niño, primero, y ahora un
joven, seguro de su valor y su valía.
Daniel Ernesto, mi Dany, me pidió que participáramos
juntos en una competencia deportiva cuando él cursaba el kínder. Yo nunca he
sido un gran deportista pero, por amor a mi hijo, participé. Lo que yo ignoraba
es que la carrera sería con los pequeños cargados en la espalda y había que
correr en torno a la manzana completa donde se ubicaba la escuela. Lo recuerdo…
¡claro que lo recuerdo! Obtuvimos el primer lugar y están las fotografías que
así lo acreditan. Sin embargo, creo que aún no logro recuperar el aliento.
Hemos visitado muchos lugares y cuando ya decidía
que se había cansado, la situación para él era muy fácil: o se dormía o me
pedía que lo cargara. De las dos maneras a mí me correspondía llevarlo en
brazos y esos han sido de los momentos más felices de mi vida.
Y un día empezó a crecer y necesitó adquirir
seguridad en sí mismo. Y llegamos a casa de mis amigos Armando y Anita, que
tenían una reunión y a quienes no había podido saludar en muchos años. Obvio,
Daniel no los conocía, pero encontró niños como él y se enteró que había nacido
una camada de perritos y fue y se plantó, seguro de sí mismo, a pedirle a
Armando, que no lo conocía, un perro. –¿Me regalas un perrito?–, fue la
infantil pregunta, pues Daniel apenas cursaba segundo de primaria.
Y lo obtuvo y cargamos con Miel hasta Reynosa, que
era donde vivíamos. Y mi Dany nos decía: –váyanse tranquilos, nos quedamos a
cuidar la casa Miel y yo–. Como si una perrita Cocker Spaniel de unos cuantos
días de nacida y un niño de segundo de primaria fueran garantía de cuidados,
pero esa seguridad tenía mi Dany.
Y así, cuidó de Miel hasta que la vio partir muchos
años después. Hoy atiende a un perrito que recogieron mis hijos de la puerta de
la casa, maltrecho, enfermo y con pocas posibilidades de supervivencia. Claro,
como mi Dany estudia Sociología y maneja términos y autores que yo nunca había
oído nombrar, decidieron darle por nombre Marx, en honor a Karl Marx. Obvio,
maneja juegos de palabras con el nombre del perro que hoy, parece todo, menos
un miembro del lumpen social.
El tal Marx, ya bañado, bien comido, con sus
vacunas y toda la atención del mundo, hasta parece de exposición. Eso sí, cada
vez que tocan las campanas de la iglesia llora, no sé si porque le lastiman los
oídos o por su tendencia al socialismo… o algo así.
Y he visto a mi Dany tratar a sus amigos, a las
muchachas y a la gente que lo quiere y a la que él quiere y admira.
Lo veo ya como un adulto que sabe lo que busca, con
las dudas del adolescente pero con respuesta de gente grande.
Mi Dany fue el que me dijo en una ocasión en que
trataba yo de hacer algo, que mejor esperáramos a que llegara un adulto
responsable, en clara alusión a su madre. Mi enojo fue mayúsculo y por supuesto
que no lo atendí… aunque sé que lo debí hacer, pues echamos a perder lo que
estábamos haciendo… todo por no escuchar la voz de la cordura en forma de hijo.
De hecho, el único en casa que maneja sus finanzas
de manera sana, es mi Dany. Si sale de casa con cien pesos, va, gasta, invita y
regresa con doscientos. Los demás, salimos con cien, no gastamos nada y
¡regresamos debiendo!!
Algo hace bien mi Dany que en la universidad no le
han querido cobrar cuotas de reingreso, precisamente por ir con las mejores
calificaciones. Se sabe todo, conoce cosas con las que yo ni siquiera he soñado
y todavía me pide opinión.
Eso es la grandeza de espíritu. Hacer que los demás
se sientan bien. Y Daniel Ernesto lo logra a la perfección.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José
Manuel Gómez Porchini.
Director
General
Calmécac
Asesores Profesionales S.C.
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jmgomezporchini@gmail.com
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