Es cierto. México está viviendo una serie de eventos que son como para dejar sin habla a cualquiera. Los muertos, los daños colaterales, los estudiantes caídos en la estúpida guerra que no tiene enemigo visible, las afrentas a la sociedad civil y todo lo que ya sabemos y que, de algún modo, ha empezado a superar nuestra capacidad de asombro y ya logramos verlo como algo natural.
También es cierto que día a día vemos la forma en que los políticos, los que deberían ser el ejemplo a seguir por los mexicanos, ofenden a la población y la gente se queda sin proferir queja alguna. El coraje y el rencor están madurando, como lo hacen las ollas de presión hasta que el silbato anuncia que están a punto. Así está nuestro México.
Paralelo a la realidad que lacera nuestra vida diaria, existe otra que, por ser buena, por tratarse de cosas dignas de alabanza, los medios de comunicación olvidan y relegan, pues lo que es positivo no vende como la podredumbre.
Hoy de eso quiero hablarle a usted, mi querido lector. De los muchos mexicanos que hacen las cosas bien, que buscan que existan actos de los cuales podamos sentirnos orgullosos todos. ¡Y vaya que hay muchos!
Un día, a principio de año, platiqué con un muy querido amigo que me dijo que había estado en la Cafetería El Pasaje en Matamoros, Tamaulipas, la tierra en la que crecí y en donde tengo entrañables amigos, amén de que ahí radica parte de mi más cercana familia.
Me dijo que olvidó en el respaldo de la silla que ocupó, una chamarra con ocho mil pesos en el bolsillo interior, que se dio cuenta el día siguiente, ya acá en Monterrey y que habló para preguntar por su prenda. Le dijeron que estaba hablando a la sucursal de la cafetería, que el mesero que lo atendió la había entregado después de un rato y que estaba en el departamento de objetos olvidados.
Envió a gente de su confianza con la encomienda de recoger la chamarra, casi seguro que de aparecer, sería sin dinero. Por supuesto que dio instrucciones de que si estaba su numerario, ahí mismo hicieran entrega de una generosa propina al mesero. Hablamos de Matamoros, de su fama y de los problemas actuales y sí, ahí estaban su chamarra y su dinero. Se entregó el donativo.
Después supe de quien olvidó su laptop en la zona de revisión en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, en una salida internacional. Cuando se dio cuenta, estaba llegando a Argentina, claro, sin su computadora. Habló al aeropuerto y le pidieron que a su regreso, se presentara en el departamento correspondiente. Fue, dio los datos de su computadora y se la mostraron. El único requisito para la entrega fue que se supiera la clave de acceso. Al demostrar que podía desbloquearla, claro, era de él, le fue entregada sin necesidad de recompensa alguna.
Hoy, domingo dieciocho de marzo de dos mil doce, acudí a El Potosino, negocio ubicado contiguo a la caseta de cobro en terrenos de San Luis Potosí. Fui a buscar enchiladitas potosinas y por cierto, están ¡excelentes! Sin embargo, lo que me motivó a escribir la presente, a comentar lo expuesto líneas arriba y a publicar mi encuentro de hoy, es lo siguiente:
Delante de nosotros, un cliente solicitó factura al encargado de realizar ese trámite, un hombre de entre 65 y poco más de 70 años. No alcanzo a precisar la edad, pero no era en modo alguno una persona joven. Aquél hombre estaba capturando en su computadora, con todos los problemas del mundo, la información necesaria para expedir la factura, llenando los campos de un complicado sistema de facturación, frente a un operador de transporte público de carga, de esos que denominan “quinta rueda”.
Terminó el hombre de edad su labor y entregó la factura. Seguíamos nosotros cuando regresó quien ya se había retirado a expresarle al señor de la computadora que había omitido cobrarle unas gorras y le entregó un billete de quinientos pesos. Le dijo que se dio cuenta que le había hecho la factura pero que no las había pagado. Eso llamó mi atención y le pedí me contara qué había sucedido. Me explicó, así como le cuento, que al salir, tomó conciencia que no había entregado el dinero de las gorras pese a haber recibido la factura y se regresó a pagarlas, así de fácil.
Obvio, lo felicité y le comenté que habría de buscar la forma de hacer público su acto, pues es parte de lo que debe darse a conocer en México. Que existe mucha gente que actúa bien, como los de Matamoros, los del aeropuerto de la Ciudad de México y por supuesto, como él. Es mi homenaje a quien sigue una conducta apegada a un recto proceder, que es la forma de sentirse en paz con uno mismo y ante los demás.
Vale la pena.
Me gustaría conocer su opinión.
Mtro. José Manuel Gómez Porchini
Mexicano, Catedrático, Abogado y Director General de Calmécac Asesores Profesionales S.C.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
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