Abandonado. Que fea palabra. Pero no quise usar el término huérfanos para nombre del texto porque es una palabra que a mí, me parece muy fuerte. Peor que abandonado.
Desde niño aprendí que aquellos niños que quedaban huérfanos, eran dignos de toda nuestra consideración y afecto. Aprendí, aun cuando suene mal, que era una desventaja en la vida no tener quien te esperara en casa al regresar de la escuela, no tener quien te arropara en los casos de enfermedad o simplemente por las noches, que el saber que tu madre estaba cerca, para curar tanto una rodilla como un corazón roto, era puerto seguro suficiente como para adquirir seguridad en la vida.
Los que no lo tenían, que grave.
En el caso de que el que faltaba era el padre, la cosa adquiría un cariz distinto. Tal vez, los padres de antes no daban besos ni cambiaban pañales, tal vez no peinaban a sus hijos ni los cuidaban como tuve yo la fortuna de hacerlo con los míos, pero siempre, el padre significó la seguridad económica, el saber que había un hombre adulto en casa que podía resolver todos los problemas, cuando menos, en nuestros infantiles sueños.
Ahora, veo con una gran tristeza que si bien el hogar no está destruido, es decir, que existe una casa formada por un padre, una madre y dos o tres hijos o los que Usted, querido lector quiera, resulta ser que están en una peor situación que los huérfanos de aquél entonces. Hoy no voy a hablar de un hogar destruido. No podría. Va más allá de mi intención.
El padre, ocupado en producir, con un trabajo formal y otro u otros informales, pues no completa para la vida, sale antes que salga el sol y regresa mucho después de que el sol se ha ocultado. Los hijos, sólo lo ven algunos fines de semana y eso, a veces y sin entusiasmo.
Las madres, que antes eran el bastión último que protegía el hogar, ahora compiten en todo con el padre y por supuesto, también tienen un trabajo formal y uno o dos informales.
Luchan por el carro, por las salidas, por quien va a la escuela y al final, los dos pierden, pues era lo que querían y ninguno va a recoger las calificaciones.
Ninguno de los dos sabe si el hijo va a la escuela, si almuerza, si come o cena. Tampoco saben si tiene amigos, si sale a emborracharse, si tiene novia o si ya está esperando un hijo.
El día que los ven protagonizando un escándalo en la televisión, de esos de programa de pueblo chico que a veces vemos, se espantan y acusan al emisario de la noticia, cuando hace mucho eso ya quedó dilucidado.
Que los alumnos se acerquen al Maestro a exponer sus problemas, no significa que sea el mentor la octava maravilla del mundo. De ninguna manera.
Lo grave, es que para el pobre muchacho o muchacha, según sea el caso, que está huérfano de afecto, no existe otra asidera a la mano que el Maestro y éste, lo último que busca es cargar con una aflicción que no le corresponde y entonces, para el joven, para el niño, lo único cierto es que encuentra en el adulto en quien quiso confiar, otro rechazo, igual de doloroso que el de sus padres.
Que el niño y después el joven, busque al maestro como último soporte decente y se sienta defraudado, trae como consecuencia que entonces, va a buscar a quien lo acepta, a quien lo protege, a quien lo arropa y ese, que es casi de su edad y por ende, está igual de inmaduro, no va en pos de un afecto genuino, no va a proteger al niño o al joven como lo podrían hacer sus padres o en última instancia, un buen Maestro, si no que va en busca de un nuevo consumidor de drogas, de un nuevo objeto sexual, de un nuevo juguete de vida, vamos, de alguien a quien se puede desviar de una vida digna.
Esa vida digna, esa vida que sólo ofrece sacrificio pero que recompensa con grandes honores, esa vida que valora los valores y protege a quien lo requiere, sólo habrá de conseguirse en el seno de un hogar en el que se sienta protegido, aceptado, querido. Un hogar del que el niño o joven sepa que forma parte.
Y creo que en alguna ocasión ya comenté con Usted, querido lector, lo que es el sentido de pertenencia.
Sólo es nuestro aquello que amamos. Sólo somos de quien nos ama.
Para lo demás, existe el dinero.
Como siempre, quedo a sus órdenes.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini
Mexicano. Maestro. Abogado. Jubilado.
Correo alterno: jmgomezporchini@gmail.com
Nota publicada en El Porvenir:
Desde niño aprendí que aquellos niños que quedaban huérfanos, eran dignos de toda nuestra consideración y afecto. Aprendí, aun cuando suene mal, que era una desventaja en la vida no tener quien te esperara en casa al regresar de la escuela, no tener quien te arropara en los casos de enfermedad o simplemente por las noches, que el saber que tu madre estaba cerca, para curar tanto una rodilla como un corazón roto, era puerto seguro suficiente como para adquirir seguridad en la vida.
Los que no lo tenían, que grave.
En el caso de que el que faltaba era el padre, la cosa adquiría un cariz distinto. Tal vez, los padres de antes no daban besos ni cambiaban pañales, tal vez no peinaban a sus hijos ni los cuidaban como tuve yo la fortuna de hacerlo con los míos, pero siempre, el padre significó la seguridad económica, el saber que había un hombre adulto en casa que podía resolver todos los problemas, cuando menos, en nuestros infantiles sueños.
Ahora, veo con una gran tristeza que si bien el hogar no está destruido, es decir, que existe una casa formada por un padre, una madre y dos o tres hijos o los que Usted, querido lector quiera, resulta ser que están en una peor situación que los huérfanos de aquél entonces. Hoy no voy a hablar de un hogar destruido. No podría. Va más allá de mi intención.
El padre, ocupado en producir, con un trabajo formal y otro u otros informales, pues no completa para la vida, sale antes que salga el sol y regresa mucho después de que el sol se ha ocultado. Los hijos, sólo lo ven algunos fines de semana y eso, a veces y sin entusiasmo.
Las madres, que antes eran el bastión último que protegía el hogar, ahora compiten en todo con el padre y por supuesto, también tienen un trabajo formal y uno o dos informales.
Luchan por el carro, por las salidas, por quien va a la escuela y al final, los dos pierden, pues era lo que querían y ninguno va a recoger las calificaciones.
Ninguno de los dos sabe si el hijo va a la escuela, si almuerza, si come o cena. Tampoco saben si tiene amigos, si sale a emborracharse, si tiene novia o si ya está esperando un hijo.
El día que los ven protagonizando un escándalo en la televisión, de esos de programa de pueblo chico que a veces vemos, se espantan y acusan al emisario de la noticia, cuando hace mucho eso ya quedó dilucidado.
Que los alumnos se acerquen al Maestro a exponer sus problemas, no significa que sea el mentor la octava maravilla del mundo. De ninguna manera.
Lo grave, es que para el pobre muchacho o muchacha, según sea el caso, que está huérfano de afecto, no existe otra asidera a la mano que el Maestro y éste, lo último que busca es cargar con una aflicción que no le corresponde y entonces, para el joven, para el niño, lo único cierto es que encuentra en el adulto en quien quiso confiar, otro rechazo, igual de doloroso que el de sus padres.
Que el niño y después el joven, busque al maestro como último soporte decente y se sienta defraudado, trae como consecuencia que entonces, va a buscar a quien lo acepta, a quien lo protege, a quien lo arropa y ese, que es casi de su edad y por ende, está igual de inmaduro, no va en pos de un afecto genuino, no va a proteger al niño o al joven como lo podrían hacer sus padres o en última instancia, un buen Maestro, si no que va en busca de un nuevo consumidor de drogas, de un nuevo objeto sexual, de un nuevo juguete de vida, vamos, de alguien a quien se puede desviar de una vida digna.
Esa vida digna, esa vida que sólo ofrece sacrificio pero que recompensa con grandes honores, esa vida que valora los valores y protege a quien lo requiere, sólo habrá de conseguirse en el seno de un hogar en el que se sienta protegido, aceptado, querido. Un hogar del que el niño o joven sepa que forma parte.
Y creo que en alguna ocasión ya comenté con Usted, querido lector, lo que es el sentido de pertenencia.
Sólo es nuestro aquello que amamos. Sólo somos de quien nos ama.
Para lo demás, existe el dinero.
Como siempre, quedo a sus órdenes.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José Manuel Gómez Porchini
Mexicano. Maestro. Abogado. Jubilado.
Correo alterno: jmgomezporchini@gmail.com
Nota publicada en El Porvenir:
No hay comentarios:
Publicar un comentario