Admirar algo o alguien significa darle valor.
Otorgarle un valor que tal vez sea superior al que realmente tenga o que tal
vez, en nuestra ignorancia, no alcancemos a valorar en su totalidad. Lo cierto
es que cuando admiramos algo, le reconocemos cualidades que en nuestro fuero
interno sabemos que a nosotros nos costaría mucho esfuerzo alcanzar.
Se puede admirar un carro, un edificio, una
persona, un amigo, nuestros padres, un trabajo realizado o casi cualquier cosa.
Sin embargo, se debe tener cuidado en saber cómo y por qué estamos admirándolo.
Muchas veces, de la admiración puede llegar a
surgir un sentimiento más fuerte: amistad entre iguales, entre compañeros de
escuela, de trabajo, de vida o más aún, el amor de pareja.
Y de hecho, el niño empieza la vida admirando lo
que hacen sus padres. Para el niño, su papá es quien todo lo puede y su mamá,
está seguro que puede resolver cualquier problema. La vida, muchas veces, se
encarga de destruir esas imágenes. En otros casos, las va reforzando.
Por eso quiero platicar hoy con usted, mi querido
lector, de la admiración que he sentido por algunas personas que han marcado mi
vida de manera definitiva: mis padres, mi esposa y mis hijos.
Carlos Gómez Sánchez, Profesor de Educación
Primaria Titulado, Licenciado en Derecho egresado de la Universidad Nacional
Autónoma de México, funcionario público, ranchero, vendedor de revistas y
periódicos, amigo de mucha gente y sobre todo, mi Padre, fue para mí, la figura
que pude admirar desde niño. Lo veía yo firme, seguro de sí mismo, capaz y
decidido, conocedor del derecho al grado que tuve oportunidad de ver cómo
acudían a consultarlo gente que luego supe eran dueños de fortunas, con amplios
conocimientos, como gente del pueblo y a quienes mi Padre siempre trató de
igual manera: a todos con respeto pero también, con cordialidad.
Murió hace muchos años que a mí, me siguen
pareciendo fue ayer. Pero dejó en mí, su imagen, su recuerdo y la admiración
que siempre le he tenido por su forma de ser, su bonhomía y su integridad de
valores. Tal vez por la admiración que le tengo, nunca he logrado hacer fortuna
mal habida, pero sí, he tratado de seguir enalteciendo su nombre.
Mi Madre, María Guadalupe Porchini Galván, que ya
cumplió 60 años de haber terminado su carrera profesional de Químico
Farmacobiólogo, cuando las mujeres no acostumbraban estudiar carrera
profesional. Una mujer de gran sensibilidad, acostumbrada a los desvelos a
favor de quien lo necesite, pronta para acudir en auxilio de los demás y que
tiene como frase aquella que dice: “Que mi cansancio a otros descanse”. Es mi
Madre y con eso digo todo. Además, me regaló una tardes de estudio escuchándola
tocar piano que ojalá todos pudieran crecer en un ambiente así. Entre libros,
piano, camaradería y muchos amigos.
Al ir haciendo la vida, como todos los que un día
somos estudiantes, conocí mucha gente. A algunos los admiré, pero no lo
suficiente para establecer más relación que la de amigos. Y de hecho, sigo
admirando a mis amigos, pues algo bueno tienen para que quiera estar con ellos:
el valor de su charla, los alcances de su inteligencia, la importancia de sus
actos o algo positivo. La gente que fastidia, la que lastima el espíritu y
molesta de solo verla, no puede ser admirada ni la buscas para agregarla a tu
círculo de amigos.
Pero un día, cuando entré a hacer mi servicio
social, conocí a una muy guapa muchacha, digna de admiración por su físico. Sin
embargo, lo que más me llamó la atención y lo que más le admiré, fue su forma
de ser, su coraje en la vida por hacer las cosas bien, su disposición a
defender lo suyo y la ternura que la cobija cuando ha de mostrar su lado
amable. Obvio, la admiración creció y ya estamos a punto de cumplir 25 años de
matrimonio con mucho amor.
Y cada día le admiro más su entrega, su forma de
ser y su deseo de que las cosas se hagan bien, que no existan injusticias y que
se viva en un ambiente que para muchos, es una verdadera utopía pero que en
casa, es la realidad de todos los días.
Tina, mi esposa, desde niña quiso ser maestra y
terminó la carrera de Licenciado en Letras Españolas, en la que aprendió a
disfrutar de la lectura, del conocimiento, del pensamiento y del valor de las
propuestas, de las ideas y todo lo que implique crecer como persona. Debo
aclarar que su forma de ser, sus modos y tratos, los obtuvo en su casa, con sus
padres, que le han dado las herramientas de vida necesarias para hacer las
cosas bien. Viene de buena estirpe.
Llegaron los hijos. José Manuel y Daniel Ernesto.
Los conozco cada día menos pero los admiro cada vez más. Han ido haciendo su
vida en casa, con la libertad de actuar conforme a sus criterios pero con la
responsabilidad que sólo la seguridad de su valer y su valía puede brindarles.
El mayor, ya traductor, con título y todo, que busca su segunda carrera y no sé
cuántos diplomados y cursos adicionales. El menor, a punto de terminar de
Sociólogo, con excelentes calificaciones y que ha mostrado su lado
increíblemente humano al cuidar con una entrega total a Miel, primero y hoy, a
Marx. De ambos, cada día me doy cuenta que saben mucho más que yo. Estudian,
aprenden, conocen y manejan temas que en mi vida soñé que existían siquiera. ¿Cómo
no he de admirarlos? Por supuesto, en esa admiración está cimentado el amor de
padre.
En casa las pláticas, las discusiones, que a veces
sí hay, giran en torno a temas de cultura. Nunca con la ofensa que agravia y
menos, con la descalificación que lastima. Por eso, cuando la encuentro en
alguien, de inmediato lo retiro, pues no es la forma correcta de tratar a la
gente.
Y admiro a mis alumnos. ¡Claro que los admiro! Los
veo haciendo tareas, buscando respuestas y me veo en lo mismo. Un día fui joven
y fui alumno y veo que tienen mayor disposición que la que tuve yo en el
estudio. Por eso tengo tanta confianza y tanta fe en que México debe salir
adelante. Tiene a la mejor gente y es digna de admiración.
Me gustaría conocer su opinión.
Vale la pena.
José
Manuel Gómez Porchini.
Director
General
Calmécac
Asesores Profesionales S.C.
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jmgomezporchini@gmail.com
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