domingo, 29 de mayo de 2016

La seguridad en Tamaulipas




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante

 
Alan Pulido es un jugador de fútbol que ha venido por la vida con mala estrella. Ha seguido consejos equivocados y ha hecho caso a las voces que le hablan al oído y le dicen que él puede todo. Lo mismo en su litigio contra los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León que quien le dijo que en Ciudad Victoria, a las dos de la madrugada, puedes andar en la calle. Claro, manejando un vehículo de superlujo como un BMW, menos. Y a todos ha atendido. Y en todos ha quedado mal.

Que no es lo mismo ir a jugar al llano y ahí decir que ya no quieres seguir, que firmar un contrato con un equipo de primera división y luego, pretender olvidarlo como si nada.

Que si alguien llega y te dice que vayas a tomar y a la parranda, siendo un jugador profesional, a las dos de la mañana… a bordo de un vehículo de superlujo… vamos, la verdad, hay que creer que uno está blindado en contra de los peligros.

Lo peor de todo es que Alan Pulido no está mal. Lo que está mal es la situación, el país y el estado de derecho en el que le ha tocado vivir. Tal vez el siente como derecho natural poder cambiar de equipo y también, poder ir con su novia, en el carro que él compró, a pasear. Lo que no alcanza a comprender es que nuestro país, México y en especial, Tamaulipas, no están en su mejor momento.

La delincuencia organizada, ya sea la que opera desde el gobierno o la que lo hace desde las calles, ha tomado el control de la vida pública en el país y ha venido ordenando cómo, quién, cuándo y por qué se han de hacer las cosas. Es esa delincuencia, la que desde los puestos claves de gobierno o la que desde las trincheras del anonimato, han establecido los límites y las formas en que debe actuar la sociedad, las que están haciendo daño a la gente, a la población, a los mexicanos todos.

El no poder decidir si vas con éste o con aquél equipo, como le ha pasado a Alan Pulido, pues eso solo lo deciden las directivas que de antemano tienen ganados los juicios; el no poder comprar un carro de tal o cual marca, pues esos están reservados a los jefes, ya sean del gobierno o de los que andan informales; el no poder salir de paseo, en tu ciudad, en tu estado, en tu país, pues quienes toman decisiones no han tenido a bien considerarlo, es lo que hace que México todo esté sufriendo un flagelo que no merece.

Saber que la delincuencia, que los que acaparan los delitos, han copado a las autoridades judiciales, a los persecutores del delito, a las encargadas de velar por la seguridad pública, es lo que hace que no exista ni confianza ni fe del público en quienes dicen justicia.

Tener la certeza que los mismos que pelean los puestos públicos, los cargos políticos, son los que ordenan quién vive, quién sigue en la lucha y quién debe caer, es lo que ha hecho que nuestras voces se vayan apagando. Cada día tenemos un vocero de la libertad menos y cada día tenemos un agregado a las estadísticas de muerte de comunicadores. Algunos estados llevan delantera: Veracruz, Tamaulipas, Puebla y tal vez, el que usted quiera.

La verdad es que todos los mexicanos, no solo Alan Pulido, deberíamos tener la tranquilidad de deambular por las calles de nuestra ciudad a cualquier hora; deberíamos poder elegir equipo, partido político, modo de pensar y aún más, preferencias de todo tipo, sin pensar en que a cambio de nuestra idea, habremos de merecer una reprimenda de quienes en realidad gobiernan o peor aún, la justicia impartida de manera formal por nuestros delincuentes organizados desde el gobierno, nos niegan todo tipo de derecho. Tener la conciencia plena que los juzgadores actúan por consigna, es tal vez uno de los peores lastres que puede cargar un gobierno. El mexicano está convenciendo a toda la población, que él no manda.

Cuando el procurador sale a decir que va a buscar a Alan Pulido por orden del gobernador y no por ser su obligación y mandato constitucional, ya sabemos que el destino de Alan Pulido y de los Tamaulipecos, está dicho.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

lunes, 23 de mayo de 2016

Casa del herrero, azadón de palo o cuando la justicia es injusta.

José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante


Hablar de los yerros de la justicia se me antoja tarea fácil. ¡Hay tanta tela de dónde cortar! Los que ya suman algunos años como quien escribe, han de recordar que en 1988 hubo un golpe de estado a la entonces Suprema Corte de Justicia de la Nación y por tal motivo, se redujo de 21 a 11 el número de ministros de la Corte y se crearon los Tribunales Colegiados. Aumentó en cantidad pero se redujo y sustancialmente la calidad de los impartidores de justicia.

Se crearon así, como de la nada, lo que ahora el poder judicial presume en televisión: que son más de novecientos jueces y magistrados los que se encargan de dar certeza jurídica a los ciudadanos.

Y entonces voltea uno a ver las resoluciones de esos novecientos y también, las de los jueces y magistrados de los poderes judiciales de los estados. Aprende uno que lo más efectivo, además de formular el escrito respectivo, es prenderle una veladora a nuestro santo preferido; ir a bailar a Chalma; probar el conjuro del Chamán o de plano, buscar un poderoso para que sea nuestro padrino.

Y comienzo: presenté una demanda, de esas de jurisdicción voluntaria que en lenguaje común significa que no tengo enemigo al frente y que solo quiero acreditar un hecho. El juez ordena la ratificación de los tres actores que yo llevo y también, de cuatro que se quedaron del acuerdo de donde hicieron copy-paste para dictar mi acuerdo. Es decir, quedaba yo obligado a llevar a ratificar a mi gente, los que me estaban pagando y además, a cuatro personas de las que solo tenía el nombre pero no ningún otro dato. Cuando fui a decirle al secretario, la respuesta fue: ─Así está el acuerdo. Claro, entré a hablar con el juez y se quiso disculpar, alegando que lo hizo un meritorio y como esos no cobran, pues no son responsables. Me pidió que promoviera para eliminarlos del acuerdo y no pasa nada. Y sí pasó. Fueron tres días hábiles perdidos para que me dictaran el acuerdo. Tres días perdidos, cuando tienes los tiempos justos.

En otra ocasión, fui con el actuario a notificar a una empresa. Obvio, el fedatario público hizo todo, yo solo proporcioné los medios de conducción. Hizo la diligencia de la que por supuesto, no me dio copia. Pasaron unos días y vía WhatsApp se dirigió conmigo a preguntarme en qué fecha habíamos notificado. Le dije la fecha y me comentó, todo se quedó grabado en mi celular, que los demandados querían copia de la notificación y que la iba a volver a hacer. Y lo hizo, pero les regaló dos días más. Claro, usted y yo sabemos que ese error fue meramente involuntario.

En otro asunto, el juez antes de radicarlo, ordena se encuentre al demandado y gira oficios de localización. Y comienzan a llegar las respuestas: las de los oficios tradicionales que yo llevé y las de los electrónicos que ellos enviaron. Cuando voy al juzgado a revisar cuántas respuestas hay, me encuentro con que en mi expediente, el que tiene número, nombre de partes, actuaciones, reconocimiento de personalidad pero no está radicado, tiene agregadas las actas de emplazamiento de otros dos expedientes diversos. Claro, al ir a quejarme y pedir que las eliminen pues según yo los abogados de esos asuntos han de estar buscando sus actas, me contestan así, con un dejo de aburrimiento: eso es responsabilidad de los de la unidad de medios de comunicación, no de nosotros. Allá presente su queja.

O cuando la justicia federal determina que las obligaciones entre patrones, como una venta de acciones de empresas o una sustitución patronal, deben ser responsabilidad y carga de la prueba del obrero, cuando toda la jurisprudencia dice lo contrario. Me imagino que como el asunto el juez lo vio sencillo, se lo encargó al meritorio en turno, quien utilizó palabras que ha visto pero que no sabe que significan. Al menos así sentí, pues no encontré ilación entre lo que dijo y lo que quiso decir, entre los considerandos y los resolutivos. Pero bueno, es un juez federal y está investido de todo el saber humano.

Y así podría irme hasta el infinito reseñando yerros judiciales. Si entre los médicos, los errores tienen nombre: iatrogenia, entre los abogados, ¿cómo les debemos decir? No, así no. Es contrario a la moral, a las buenas costumbres y al derecho.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.