domingo, 29 de septiembre de 2013

La progresividad de los Derechos Humanos.




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante      

El tercer párrafo del artículo 1º. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dice textualmente lo siguiente: “Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. En consecuencia, el Estado deberá prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos humanos, en los términos que establezca la ley”.
Lo anterior significa, palabras más, palabras menos, que todas y cada una de las autoridades en México, federales, estatales y municipales, están obligadas a promover, respetar, proteger y garantizar los Derechos Humanos. Claro, el artículo es muy enfático cuando afirma que los principios que deben seguirse para esa promoción, respeto, protección y garantía de los DD.HH. son la universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Hoy y ante usted, querido lector, solamente quiero referirme a lo que significa este último principio: la progresividad.
Progresivo significa que los derechos humanos vayan como las ranitas, para adelante siempre y nunca para atrás.
Sin embargo, a pesar de la claridad meridiana con que el ya citado artículo primero constitucional habla de que siempre serán para adelante los derechos humanos de las personas en México y que ahora se les llena la boca a nuestros sapientísimos Ministros, Magistrados y Jueces para defender el principio pro homine o principio pro persona, que significa que siempre se ha de buscar lo mejor para los seres humanos, resulta que nuestros trabajadores en general y los maestros, si, el gremio del magisterio, cada día se despiertan con un nuevo retroceso.
Pareciera que existe una carrera por encontrar a la autoridad que más viola en perjuicio de la clase social menos favorecida del país, todos y cada uno de los derechos humanos… si es que alguna vez lograron tenerlos a su favor.
En efecto, antes el trabajador tenía una jornada máxima de ocho horas… que ya con horas extras, a veces llegaba a doce pero bueno, al menos le pagaban las diferencias. Ahora, como ya tiene contrato por horas, si quiere que le pague una el patrón, tiene que laborar cuando menos dos gratis…
Antes, el obrero tenía derecho a participación de utilidades, lo que ahora con la forma esa ofensiva, criminal y deshonrosa de contratar llamada outsourcing, por más que ya esté dentro de la ley, el trabajador no tiene ni patrón cierto, ni derecho a participación de utilidades, ni sabrá nunca quién es su verdadero patrón ni podrá gozar de la estabilidad en el empleo que era la fuerza de las empresas.
En la empresa está la gente, pero así, amorfa, sin voluntad y sin destino, sin ganas de participar y sin deseos de progresar.
Antes, nuestros obreros buscaban la forma de crecer como personas y lograban llegar a escalar los mejores puestos en la empresa. Se podía y era válido. Ahora, la empresa te exige nosécuántos títulos, diplomados y maestrías para que al final, vuelvan a recurrir a la experiencia del viejo aquel que rescindieron por viejo, pero que es el que conoce cómo funciona toda la maquinaria de la empresa. Esa experiencia, ese saber hacer, no se consigue en los libros ni en la escuela formal. Ese es aprendizaje de vida.
Y así están nuestros maestros. Que tienen que cumplir con la carrera magisterial que solo pasan los recomendados… que tienen que ir a hacer guardia a la oficina del sindicato, aun cuando saben que el del sindicato ya se vendió, ya se entregó y ya no es más alguien de fiar, a pesar de que formalmente sigan teniendo el apoyo de las bases. Ya lograron burocratizar la educación, pues les piden llenar tantos papeles, que el maestro ha de olvidar lo que significa impartir clase.
Nuestros maestros que salen a la calle a protestar contra la realidad de la vida, contra la actitud de la autoridad que va en contra del principio de progresividad del artículo primero de la constitución y a los que cada día les restan algo más de los que alguna vez fueron sus derechos.
Esos maestros que siempre fueron tan orgullosos de su gremio, de su sindicato y de su experiencia, que hoy caminan pegados a la pared, como pretendiendo esconder su sino magisterial cuando antes, el máximo orgullo del barrio era poder decir, con orgullo: ¡Soy Maestro!
Cada día les quitan uno más de sus derechos. Los maestros, hasta ahora, han aguantado. Los demás obreros, también. El gobierno de México está buscando saber hasta dónde soporta la tensión nuestra gente. ¿Faltará mucho?
Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.

¿Cómo se los digo? Ficción opus 2000




Hoy me cambié de casa.

La inundación estuvo de la patada. Eran las tres de la mañana y el agua alcanzaba un metro en la planta baja.

Fue horrible.

Temprano, conseguí que me ayudaran a cambiarme.

Los camiones estaban llenos y yo no tenía la más remota idea de a dónde habría de cambiarme.

Me encontré esta casa. La administra un amigo de la infancia. Me dio facilidades. Era lógico, para qué si no son los amigos?

Cansado, muy cansado, entré a bañarme. Y fue entonces cuando los vi.

Pequeños, de no más de medio centímetro. Colgando del techo del baño. Delgaditos. Con movimientos como de gusanos.

Pero yo supe  I N M E D I A T A M E N T E  lo que eran. Y los empecé a atacar, aún sabiendo que la humanidad perdería, para siempre, la oportunidad de analizar esos seres diminutos.
                                                                      
Pero carajo,  Y O  estaba muy cansado.

Percibí su angustia, pues siempre se da cuenta uno cuando hace mal, pero mi miedo fue mayor que mi inquietud científica. Y, además, yo no soy un científico. Nunca lo he sido. Pero supe quiénes eran. Y ése fue mi problema.

¿Cómo le explico al mundo que esos pequeños seres eran verdaderos extraterrestres?

¿Cómo se los digo?

José Manuel Gómez Porchini

Ciudad Victoria, Tamaulipas, a treinta y uno de agosto de mil novecientos noventa y cinco.








lunes, 16 de septiembre de 2013

Los meritorios.




José Manuel Gómez Porchini / México debe salir adelante              

En casa del herrero, azadón de palo. Así reza el viejo adagio y en el supuesto a estudio hoy, así parece ser. En efecto, en la casa de quienes imparten justicia, en la casa de los encargados de que se respeten los ahora pomposamente llamados Derechos Humanos que, cuando yo los conocí, tenían por nombre Garantías Individuales, existe la práctica común de tener personal laborando sin sueldo, haciendo méritos para ocupar una plaza de trabajo y obvio, sin prestación alguna.

El Gobierno, ya federal, estadual o municipal, para poder contratar a un trabajador, requiere que la plaza esté incluida en el presupuesto de egresos y que exista formalmente la manera de cubrir los salarios y demás haberes que corresponden a dicha plaza. Si el titular de la oficina contrata a alguien sin contar con el soporte presupuestal correspondiente, en menudos líos se mete.

Sin embargo, sabiendo que existe la necesidad de que el trabajo se realice, estando conscientes de la realidad que afecta a la inmensa mayoría de los tribunales, juzgados, juntas de conciliación y otros entes gubernamentales afectados por la falta de personal, es que existe el personal que acepta laborar de manera gratuita para el estado, es decir, sin recibir a cambio de sus servicios, salario alguno.

Por otra parte, como persona, quien decide entrar a laborar sin salario, con la esperanza de obtener algún día una plaza de trabajo que le permita desempeñar las funciones que estima son su futuro, le está apostando a demostrar ser el mejor, para así, ser elegido entre los que se encuentran en la misma situación.

A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de acudir a un número considerable de juzgados federales, locales, juntas de conciliación y otras dependencias públicas cuya función es impartir justicia. En la mayoría, existe la figura del meritorio y muchas veces, cuando logran conseguir el tan anhelado puesto de trabajo, pueden escalar hasta alturas insospechadas, ya que conociendo desde abajo cómo opera un juzgado o una junta, conocen los entretelones del poder y así, se van haciendo de cada vez mejores posiciones.

Otras veces, los he visto claudicar en sus esfuerzos, dejando abandonada la posición de trabajo, ya que adquieren compromisos de otro orden y entonces, ya no pueden mantenerse así, sin ganar un salario.

En casos que también son ciertos, el meritorio, sabiendo que su esfuerzo no tiene recompensa del patrón, busca la manera de obtener de los usuarios del servicio, en su mayoría litigantes y abogados, los ingresos de que carece y así, de pronto vemos que el meritorio obtiene mejores ingresos que el propio personal de planta del juzgado o junta.

Ahí es cuando se pierde por completo el romántico e idealista punto de vista de quienes digan que el meritorio solamente acude a desempeñar su trabajo con la ilusión de algún día ser un empleado de planta. Cuando vemos cómo todas las tareas del meritorio tienen costo, que no hace nada sin la consabida retribución y aclara: es que como no tengo sueldo… 

Así, como no tiene sueldo, como no tiene una relación laboral formal con el estado y por consecuencia, no se le puede fincar responsabilidad, el encargado de hacer la labor sucia es el meritorio.

De hecho, realicé un sondeo en redes sociales y obtuve respuestas que mucho llaman mi atención. Yo fui meritorio y aprendí mucho, fue una de ellas. Es indigno, dijo otro. Es la forma que tenemos para aprender, dijo uno más. Y así, obtuve resultados totalmente opuestos.

Mi opinión es que nadie, nunca, ha de laborar sin que obtenga a cambio de su trabajo, lo que corresponda al puesto. Poco o mucho, según pueda el patrón, pero siempre obteniendo algo. La práctica de obtener empleados gratis aprovechándose de la necesidad que existe, en mi opinión, va en contra del artículo del Código Civil Federal que a la letra reza:

 Artículo 17.
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Cuando alguno, explotando la suma ignorancia, notoria inexperiencia o extrema miseria de otro; obtiene un lucro excesivo que sea evidentemente desproporcionado a lo que él por su parte se obliga, el perjudicado tiene derecho a elegir entre pedir la nulidad del contrato o la reducción equitativa de su obligación, más el pago de los correspondientes daños y perjuicios.

El derecho concedido en este artículo dura un año.

¿Cómo puede alguien decir que el trabajador no quiere dinero, o que no tiene necesidad de cobrar?

Queda a su imaginación lo que pueda usted responder.
 
Me gustaría conocer su opinión. Vale la pena.