domingo, 29 de marzo de 2009

El costo de ser pobre

Si no hay pan,
que coman pasteles.
María Antonieta.


Cuando se tiene la fortuna de tener fortuna y bienes de capital, las cosas tienen un precio. Cuando se carece de todo, ese precio llega a ser tan caro, que ha sido el motor de las grandes revoluciones y los movimientos sociales sin control.

Voy a tratar de explicarme.

Imagine Usted, mi querido lector, que se está estrenando como padre y por supuesto, no sabe nada de nada. No sabe lo que cuestan los pañales, ni los biberones, ni el talco y todas esas cosas que según las mamás usan los bebés y que ni Usted ni yo alcanzaremos a entender nunca.

Claro, las mamás que lean esta nota sabrán que efectivamente, los hombres no sabemos absolutamente nada de nada. Pero sí podrán saber que algunos, algunas veces, hacemos nuestro mejor esfuerzo en ayudar.

Y, a veces, la ayuda consiste en ir a comprar lo necesario. Por ejemplo, los pañales.

Así fue como escuché, hace muchos, pero muchos años, la expresión: qué caro resulta ser pobre.

Y sí, tenía razón.

Él fue a comprar tres pañales sueltos a la tienda de la esquina y le costaron, digamos, un peso cada uno.

Me hizo la cuenta que si los hubiera comprado en un supermercado, el paquete con veinte le costaría sólo doce pesos y si la compra se hiciera en una bodega, el paquete con cien le saldría en menos de cincuenta pesos. Es decir, cada pañal le saldría a menos de cincuenta centavos. Él los fue a pagar al doble a la tienda de la esquina, precisamente por no tener dinero para comprar el paquete en la bodega.

A raíz de ese comentario muchas veces he meditado el asunto.

La mamá que tiene la fortuna de que le hagan una fiesta de bienvenida para el bebé, recibe de regalo muchos pañales, además de otros enseres.

En ese orden de ideas, al padre no le cuestan los pañales.

Claro, la fiesta cuesta, pero muchas veces la paga un amigo, las compañeras de trabajo, los familiares o alguien. O el propio padre pero los regalos superan con creces el costo de la reunión.

Entre la gente sin fortuna, no se acostumbra hacer fiesta para darle la bienvenida al bebé. Es más, a veces, el bebé llega en contra de la voluntad del padre, de la madre o de ambos.

Ahí empiezan las diferencias.

Ahí empieza la diferencia entre el que algún día tendrá bienes y el que siempre, pagará muy caro todo.

Luego supe que en la tienda de la esquina venden las tablillas de chocolate a ocho pesos, cuando la cajita con seis vale menos de treinta, lo que da un costo de menos de cinco pesos cada una. Claro, si las compra en caja de muchas cajitas, le cuestan tres pesos. Ahí tenemos otra gran diferencia.

El costo de la computadora. Cuando Usted no tiene dinero, va a un negocio de esos donde le rentan el equipo de informática. El precio es entre los cinco y los veinte pesos la hora, que va de ciento veinte a cuatrocientos ochenta pesos las veinticuatro horas.

Si Usted le paga la cuota mensual a uno de esos negocios inmensos que la ofrecen, le cuesta alrededor de trescientos pesos. Es decir, aproximadamente diez pesos diarios.

Claro, por eso los del Ciber le facilitan todo, lo apoya y lo ayudan, pero a que se hunda más.

Si Usted necesita dinero, va con el banco. Ninguno es hermana de la caridad, como coloquialmente se dice, pero andan en un cuarenta o cincuenta por ciento de interés anual, así digan ellos que es menos.

Claro, siempre y cuando Usted tenga bienes para garantías, acceso a documentación para justificar solvencia, cuentas de ahorro y depósitos a plazo que demuestren que Usted podría ser de los quinientos de una famosa revista.

Si Usted carece de eso…, ni modo. Vaya y pídale al señor que presta dinero en la colonia y sólo le cobra el diez por ciento, mensual. Es sólo el doscientos cuarenta anual, que igual se anuncia una empresa en los camiones de este Monterrey, con esos costos de CAT, que dicen que significa “Costo Anual Total”.

Si no lo consigue, le queda el recurso de pedirlo a los negocios que se anuncian como expertos en la materia. Sólo le cobran el seis o siete por ciento, semanal.

Y, por supuesto, Usted ya no logró resolver nunca su apuro. Va a quedar endeudado para siempre, o un poquito más.

Y ahí, nos volvemos a ubicar al principio de este esfuerzo.

¿Qué va a hacer Usted cuando no puede, a pesar de sus esfuerzos, satisfacer sus necesidades?

Sale a la calle a conseguir lo que necesita. Si tiene suerte, encuentra trabajo y aún cuando le cueste una vida, sale adelante.

Si no lo logra, se va a buscarlo donde haya.

Usted sabe que tiene en casa sus hijos, esposa, madre, hermanos, que confían en Usted. A veces, Usted es madre soltera. Y por supuesto, a Usted le cargan más, a Usted le exigen más.

Usted sabe que necesita dinero para solventar las necesidades de su familia y ya lo buscó por todos los medios lícitos.

El que tiene, ahora que estamos en época de dificultades y vaivenes económicos, cuida lo suyo y de ninguna manera va a apoyar a unos advenedizos que tal vez lo dejen sin su fortuna. Tal vez.

Sin embargo, si no existe esa disposición de lograr que la mejora sea para todos, le puedo asegurar que las dificultades van a subir de tono.

Que no es lo mismo arriesgar el capital en un negocio, que perderlo en la revuelta.

Y para allá vamos, a menos que todos, tomemos conciencia de las carencias que existen.

Que no se vale decirle a la gente, cuando no tiene pan y por eso sufre, que coma pasteles.

El antecedente no es halagüeño.

Dicen que el mundo todo suma seis mil millones de personas. Dicen que el rescate financiero del Presidente Obama a los que todo tienen, es por setecientos mil millones de dólares.

Si Usted divide 700 entre 6, le da como resultado 116 millones de dólares por cada habitante de la tierra.

Sí nos alcanzaría a todos para comprar pañales, chocolates, computadoras, para abrir un negocio y sobre todo, para estudiar.

Es la mejor fortuna que existe. Es el bien más preciado. Lástima que algunas veces lo entendamos cuando ya es muy tarde.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Socio del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.
Catedrático de licenciatura y posgrado en diversas Universidades.


Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
http://mexicodebesaliradelante.blogspot.com/

sábado, 28 de marzo de 2009

De las tiendas de raya.

Una de las notas que más revuelo ha causado en los últimos días, cuando menos en el ámbito jurídico, es la resolución de la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación al resolver el A.D.R. 1180/2008 derivado del A.D. 179/08 en contra del laudo de 08 de febrero de 2008 que declara inconstitucional una parte del Sistema de Previsión Social de los trabajadores de Wal Mart, empresa de origen estadounidense y que con sus más de 154,000 trabajadores en nuestro país, resulta ser el patrón individual con más empleados en la República Mexicana.

Mediante juicio seguido ante la H. Junta Especial Número 4 de la Local de Conciliación y Arbitraje del Estado de Chihuahua, Raúl Ávila A. reclamó, entre otras cosas, la inconstitucionalidad de algunos de los sistemas de previsión social implementados por el patrón, entre ellos, lo relativo a los vales de despensa que sólo ante la propia empresa puede cambiar el beneficiario.

Para estar en posibilidad de entender el origen de la prestación de referencia, debemos tratar de interpretar el artículo 84 de la Ley Federal del Trabajo que de suyo propio, resulta totalmente violatorio de garantías individuales y que deja sin protección alguna al obrero, pues a pesar de tratar de protegerlo, según el espíritu de la ley, lo cierto es que permite y alienta la simulación por parte del patrón, de los sindicatos y los obreros.

Voy a tratar de explicarme.

El citado artículo 84 establece que para algunos efectos, deberán considerarse como parte integrante del salario “todas y cada una de las prestaciones que en efectivo o en especie” reciba el trabajador del patrón.

Sin embargo, si el patrón incluye como salario todo lo que entrega al trabajador, las cuotas de seguridad social se incrementan, por lo que lo que “se acostumbra hacer” es sólo reportar algunos de los ingresos del obrero, ya de cuello blanco, ya de uniforme.

Por ende, a la hora en que se recurre a los sistemas de seguridad social, lo cierto es que han recibido una parte de lo que deberían, pues todos los involucrados están de acuerdo en que lo correcto es simular los ingresos, “para no cargarle la mano ni al trabajador ni a la empresa”.

Lástima que tan “noble” intención perjudique a la totalidad de los mexicanos, incluyendo y en primerísimo lugar, a quien según tratan de proteger, el empleado.

Si un trabajador tiene un sueldo nominal de setenta y cinco pesos diarios, lo correcto sería que sobre ese sueldo cotice su seguridad social y por supuesto, sus impuestos.

Sin embargo, a esos 75 se suman el bono por asistencia, que debería ser obligación, el premio por limpieza, el incentivo por disposición y actitud, en suma, una cantidad tal de estímulos adicionales al sueldo, que muchas veces es superior al propio salario nominal. Aquí se incluyen los famosos “Vales de Despensa” que sólo ante el mismo patrón puede cambiar el obrero.

Lo extraño es que dichas diferencias no cuentan ni para impuestos ni para seguridad social.

Si Usted, querido lector, llega a sufrir una enfermedad que le impida ir a laborar, no le van a pagar en términos del sueldo integrado según el artículo 84 de la Ley Federal del Trabajo, si no sólo con aquellas cuotas que integran el salario para efectos de seguridad social e impuestos.

Es decir, siempre dejará Usted de reportar a Hacienda y a los diversos sistemas de seguridad social, una parte sustancial de sus ingresos.

Aquí es donde encaja lo que pretende hacer Wal Mart con sus trabajadores.

Para efectos de evitar cargar los salarios con ingresos adicionales, les dicen, al igual que en muchísimas otras empresas, que en vez de trabajadores son “asociados”, es decir, les ofrecen una parte de los ingresos de la empresa en cuanto rebasen unas cuotas, obviamente establecidas por el patrón, que permiten la sana vida de la empresa en cuanto a los salarios que paga.

Sin embargo, esos ingresos no le son entregados al trabajador en efectivo, pues ello traería graves consecuencias a la empresa, al descapitalizarse. Lo que hacen las grandes corporaciones, es adquirir vales de despensa o de los denominados de previsión social, que compran a precios menores al marcado en las carátulas de los vales y se los entregan al obrero, mismo que sólo los puede cambiar en determinados centros de canje, especialmente, en los propios establecimientos del patrón, lo que les quita todo espíritu de auxilio y ayuda para el trabajador, pues en realidad, se constituyen en una moneda emitida por el patrón, que sólo ante él tiene valor.

Si Usted revisa con detenimiento, podrá observar que no todos los vales de despensa, de alimentos, de gasolina y demás, son canjeables en todo tipo de negociaciones. Sólo unos cuantos los reciben y precisamente, por que llevan ganancia. Si no, ¿dónde estaría el truco?

En campaña por la Presidencia de la República, los candidatos de los partidos políticos P.R.I. y P.R.D. Roberto Madrazo y Andrés López, ofrecieron reducir el monto de los impuestos a cubrir por quienes obtuvieran ingresos inferiores a diez mil pesos mensuales, en promedio. Ninguno de los dos llegó al puesto, como para ver qué hubiera hecho.

Sin embargo, la realidad de nuestro México actual es que aún quienes perciben ingresos inferiores a los diez mil pesos mensuales están obligados a declarar sus ingresos. En el caso de los trabajadores que no disfrutan de una relación laboral formal, es decir, de aquellos que por su cuenta y riesgo pretenden crear riqueza, están obligados a invertir muchas horas de su tiempo en presentar unas declaraciones de impuestos, que por cierto, cada vez son más absurdas y engorrosas.

Lo cierto es que si le permitieran a Wal Mart, a los comisionistas y profesionistas independientes, a los trabajadores todos, con o sin un empleo formal, reportar una base gravable de impuestos cierta, que fuera la que les permitiera darse de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social, que sobre esa base y partiendo de un mínimo de ingresos superior a cuando menos cincuenta mil pesos mensuales, podríamos lograr que la simulación fuera la excepción, no la regla.

Podríamos hacer que los incentivos a los obreros y trabajadores de cuello blanco, fueran en efectivo y no en valecitos, de los que emulan las tiendas de raya que el Constituyente del 17 pretendió abolir y que ahora, si se fija bien, persisten.

Dejaríamos, de tajo, de sospechar de los ingresos de los mexicanos que desde el momento en que se ha creado el Impuesto a los Depósitos en Efectivo, han optado por no recurrir a la banca formal y sí, por el contrario, enfocar sus avances a la banca paralela, a los prestamistas, a los que cambian dinero bancario por trueque de papelitos sin valor ni respaldo alguno.

Eso, en el caso de los pobres mexicanos mortales que no tienen acceso a las cuentas en el extranjero.

Si nuestros genios de Hacienda se tomaran la molestia de revisar los bancos “del otro lado”, verían que cada día surgen dos o tres sucursales nuevas, que cada día se abren nuevas fuentes de trabajo allende el Bravo con el esfuerzo, con el sudor de los mexicanos.

Vamos, cada día nos volvemos un poco más pobres por no tenernos confianza.

Por no pensar en que los mexicanos ya somos capaces, que ya tenemos edad adulta para confiarnos nuestros propios asuntos, que no necesitamos un revisor de ningún tipo que nos obligue a gastar nuestro propio dinero, en las tienditas que ellos, los supuestamente mayores de edad, han establecido para nosotros.

Que creer que los mexicanos por siempre vamos a necesitar un guardia que nos diga lo que debemos y lo que no debemos hacer, es pensar que aún no tenemos la suficiente madurez para administrarnos por nuestros propios medios.

Que la vajillita, la paletita, el regalito, el valecito y demás ofertas de bancos, banqueros y tiendas que ofenden de sólo pensarlas, tal vez estuvieron acordes a una época ya superada, pero ahora, aparte de ofender, son puntos de irritación social que más vale considerarla.

Que conste, yo no soy quien propone la queja. Sólo hago público lo que Usted, mi querido lector, me ha dejado hacer saber.

Es una verdadera tristeza que nuestro México esté como está, teniendo todo lo que tiene.

Pero además y como corolario a lo expuesto, déjeme contarle, mi querido lector, que se necesita ser ajeno a la realidad para pensar, para creer que la irritación social que está germinando en nuestro México, se alimenta de las ofensas que le ocasionan al pueblo “los enemigos del sistema”.

La realidad es que desde dentro del propio sistema oficial de gobierno, desde las alturas del poder, que cada vez se alejan más de las bases, se ordenan y dictan medidas que lastiman y ofenden al pueblo.

Aquí debemos precisar que el término “pueblo” se refiere al inmenso conglomerado de los que no tienen la capacidad de dictar las leyes, de ordenar su cumplimiento o de decidir quién es culpable y quién no.

Por pueblo, debemos entender al comerciante, al industrial, al propio burócrata, al estudiante, al campesino, al obrero, inclusive, a quienes viven de la venta ilícita de productos lícitos.

Que no es lo mismo que una señora haga en su casa 500 tortillas de harina, les ponga huevo y frijoles y salgan ella y sus hijos a venderlos, lo que para la “Autoridad” es un crimen de idénticas proporciones que el que comete quien fabrica en su elegante establecimiento, los productos “del tercer turno”, que aquél que vende sin recato, sin vergüenza ni pudor alguno, productos introducidos al país sin el pago de impuestos.

Que no es lo mismo que el humilde vendedor ambulante o profesionista independiente cometan el gravísimo delito de no darse de alta y no pagar los 200 pesos mensuales de impuestos que les corresponden, a que las grandes corporaciones declaren ufanas que sus pagos de impuestos no alcanzan ni siquiera UN PESO, pues sus contadores y abogados, por cierto de los que denigran ambas profesiones, lograron eludir los impuestos del patrón para que su carga impositiva s reduzca a la nada real.

Vale la pena analizarlo.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.
Mexicano.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L.
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Catedrático universitario.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

viernes, 13 de marzo de 2009

Del legado Jurídico de Juárez

“Entre los individuos como entre las naciones,
el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Benito Juárez, mexicano inmortal, ha pasado a la historia como un gran estadista y se le reconoce como uno de los grandes héroes de nuestra patria.

Normalmente se le ensalza por haber sido un niño indígena que aprendió a hablar español hasta los principios de su adolescencia, porque alcanzó la gobernatura de su estado natal y posteriormente la presidencia de la república.

También por las Leyes de Reforma, sin que la mayoría de la gente comprenda qué fueron o por qué dichas leyes son tan importantes.

Ahora trataré de comentar con Usted, amigo lector, cuál es el legado jurídico de Benito Juárez, para que podamos decir con pleno conocimiento de causa, la razón de la importancia de Benito Juárez en nuestra historia patria.

Para empezar, debemos tratar de ubicarnos en tiempo y espacio, en lo que representaba para el México, recién independizado, a no más de cincuenta años del Grito de Dolores, cuando la vida pública giraba en torno a la Iglesia.

La Iglesia Católica, factor de decisión en el país, tenía intervención en todas y cada una de las etapas de la actividad pública, sin intervenir de manera abierta y directa en la cuestión civil. Hay que recordar que Jesucristo señaló: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

En esa separación virtual, la Iglesia no intervenía de manera abierta en los asuntos del gobierno, sin embargo, tenía el control de una gran diversidad de asuntos, por la simple y sencilla razón de que sólo la Iglesia había tenido en sus manos, la forma de llevar control de bienes, de registros de nacimiento, matrimonio y defunciones, etc.

En esa etapa del pueblo mexicano, surgieron un grupo de hombres ilustres, que formaron lo que han denominado “La Generación del 57”, entre los que destacaron el propio Juárez, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Francisco Zarco y muchos más.

Tratando de ubicarnos en ese tiempo y partiendo de la base del dominio que la Iglesia tenía de los asuntos públicos, el solo pensar en desafiar a la autoridad eclesiástica, se antoja una hazaña sobrehumana.

Ahora vemos muy claro que la diferencia debe existir y que no es posible otorgarle a la Iglesia Católica que atienda asuntos civiles, pero en ese momento, esa era la realidad existente.

La cuestión política se dividía de muy clara manera entre los conservadores, encabezados por el clero, los militares, los terratenientes y todos aquellos que deseaban el status quo, es decir, aquellos que deseaban que las cosas permanecieran como estaban, sin cambio alguno, para poder seguir disfrutando de sus canonjías y prebendas.

Los liberales, por el contrario, eran aquellos que provenían, en su mayoría, de cuna humilde y con grandes deseos de prosperar en todos sentidos, incluyendo y de manera primordial, la educación, aspiración que aún late insatisfecha en nuestro país.

De esos sueños por lograr que México fuera una patria más fuerte y generosa, como la queremos ver ahora, surgió la idea de que debería darse la separación de la iglesia y el estado. Ello implicaba terminar con un paradigma que con carácter de dogma, es decir, de verdad que no necesita ser demostrada, prevalecía en la sociedad.

No fue un cambio drástico, de un día a otro, ni tan solo con una disposición cambió radicalmente el estado de las cosas. Fueron varios intentos, que se dieron en diversas leyes, de las que debemos distinguir principalmente cuatro etapas: 1) como antecedente, la Reforma de Valentín Gómez Farías, de 1833. 2) la segunda reforma, que consta de las leyes Lerdo, Juárez e Iglesias. 3) La Constitución de 1857, en que triunfaron los liberales moderados. 4) Las Leyes de Reforma o de guerra de contenido radical.

Ahora bien, mucho se habla de las Leyes Lerdo, Juárez e Iglesias, pero falta clarificar su contenido. La Ley Juárez (por Benito Juárez), de 1855, suprimía los privilegios del clero y del ejército, y declaraba a todos los ciudadanos iguales ante la ley. La Ley Lerdo (por Miguel Lerdo de Tejada), de 1856, obligaba a las corporaciones civiles y eclesiásticas a vender las casas y terrenos que no estuvieran ocupando a quienes los arrendaban, para que esos bienes produjeran mayores riquezas, en beneficio de más personas. La Ley Iglesias (por José María Iglesias), de 1857, regulaba el cobro de derechos parroquiales.

Las llamadas Leyes de Reforma son las siguientes:
Nacionalización de Bienes Eclesiásticos (1859)
Matrimonio Civil (1859)
Registro civil (1859)
Secularización de Cementerios (1859)
Días Festivos (1859)
Libertad de cultos (1860)
Hospitales y Beneficencia (1861)
Extinción de Comunidades Religiosas (1863).

De hecho, en la “Ley De Desamortización De Fincas Rústicas Y Urbanas Propiedad De Corporaciones Civiles Y Eclesiásticas” o Ley Lerdo, de 23 de junio de 1856 publicada por Ignacio Comonfort, presidente sustituto de la República mexicana, se establece, como única exposición de motivos, lo siguiente: “Que considerando que uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y engrandecimiento de la Nación es la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad raíz, base fundamental de la riqueza pública, y en uso de las facultades que me concede el plan proclamado en Ayutla y reformado en Acapulco, he tenido a bien decretar lo siguiente”, seguido del texto de la propia ley, que consta de 35 artículos que resulta un verdadero deleite conocerlos, por su claridad, sencillez y alcances, por lo que es indudable que el espíritu que los alentó, estaba más allá de lo que regía en su época.

Es importante mencionar también que la Ley del Registro Civil consta tan sólo de ocho artículos, sí, sólo ocho artículos, que fueron suficientes para detonar el cambio de formatos en la sociedad que era urgente realizar, pero que la población no se daba cuenta de esa necesidad.

Como esa, todas y cada una de las Leyes de Reforma tienen una gran carga de emotividad y deberían darse a conocer a la población, más que como un simple antecedente histórico, como parte de la tarea de crear conciencia del valor de nuestra patria.

Ir en contra de lo establecido, de lo que funciona, de lo que debe hacerse “por que así se hace”, resulta una tarea nada fácil para el que intente emprenderla, ya se trate de leyes, de procedimientos administrativos, de manuales de producción, vamos, cuando se trata de provocar un cambio que rompa la forma de hacerse las cosas.

Estamos acostumbrados y la inercia es el principal soporte, a hacer las cosas de una manera, como marcan los cánones, como “debe hacerse”, cuando esa es la única razón para que se hagan como se hacen. Y esa, en modo alguno es razón suficiente, cuando existe una propuesta diferente, un modo distinto de ver las cosas, una solución más justa que realmente tienda a mejorar y proteger a la inmensa mayoría, a pesar de que lastime los intereses creados de unos cuantos.

Ése y no otro, es el legado jurídico e histórico de Juárez: Luchar por aquello que consideremos vale la pena, a pesar de que vaya en contra de lo establecido y a pesar de que nuestra quimera resulte tan ajena a la realidad, como resultó en su tiempo la sola idea de que la Iglesia dejara de controlar los registros o partidas de nacimiento, matrimonio y defunción, algo insólito, una idea que sólo podía provenir de alguien con intención de acabar con la Iglesia, pero que ahora, al tiempo y bien visto, resulta lo más lógico.

Así se debe entender el legado jurídico del Presidente Benito Juárez: como el ejemplo de que por más altos y difíciles que parezcan los sueños, con voluntad y compromiso se pueden lograr.

Nuestra voluntad y nuestro compromiso deben estar encaminados a forjar nuestros sueños y luego, llevarlos a la realidad. Suena fácil, pero ésa es la diferencia entre el estadista del tamaño de Juárez, el Benemérito de las Américas y el ciudadano común.

Nosotros no queremos ser comunes. Luchemos por engrandecernos.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

Monterrey, N.L., a 15 de marzo de 2006.
Publicado en El Porvenir el 24 de marzo de 2006

domingo, 8 de marzo de 2009

Un bulto de cemento.

En diciembre de 2007 escribí la nota que ahora reproduzco.
Creo que no ha perdido actualidad, precisamente debido a que los Tigres no han querido entender que deben ser un equipo, con todo lo que significa y no una suma de individualidades, incluyendo uno que cuesta cien mil dólares por partido y que no representó diferencia alguna.
Piénselo.


Corre el conocimiento entre la sabiduría popular, que es la forma más sabia de saber, que si algo tiene cola de pato, camina como pato, hace como pato, es pato.

Es decir, en la forma encontramos muchas veces la sustancia, que es lo que da vida a las cosas y a las personas.

Viene a cuento lo dicho, precisamente por que hace unos días, el equipo que es propiedad de una compañía cementera, Cemex, pero que sigue llevando el nombre de la Universidad Autónoma de Nuevo León, mi universidad, mi Alma Mater, los Tigres, han estrenado la nueva camiseta de “gala”.

Parece que la esa camiseta, la nueva, la de gala, -que por cierto no sé que vayan a festejar para vestirse de gala-, tiene el color de los bultos de cemento.

Si la ven de lejos, lleva el nombre de la cementera, tiene el color del bulto de cemento, inclusive, la forma del dicho bulto y además, representa algo fuerte, rígido, estable, sin movimientos, cuando menos, no aparentes, vamos, parece un saco de cemento, inanimado, inerte, sin vida.

Si la ven de cerca, los que portan esa camiseta, que lleva el nombre de la cementera, parecen fuertes, están rígidos, estables, sin movimientos, vamos, parecen sacos de cemento, inanimados, inertes, sin vida. Como con mucha apatía, palabra que tiene muchos sinónimos, algunos inclusive, mal sonantes.

En un rinconcito, como apenado, aparece un pequeño recuadro con los colores de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Como que el bulto de cemento se apena de los colores azul y oro.

Acepto, admito, reconozco y admiro que el dueño de Cemex es un hombre visionario, que sabe hacer negocios, que se distingue de los demás por estar acostumbrado a triunfar, que sabe lo que hace y por supuesto, como dueño de “su” equipo, tiene todo el derecho del mundo de vestirlo de los colores que guste. Eso, no está sujeto a discusión.

En lo que quiero llamar la atención de Cemex es que no sólo se debe hacer negocio, ni siempre el dinero es el mejor aliciente para obtener triunfos. Existen las que se denominan “caricias psicológicas”, que son cuando el dueño, el hombre importante en la empresa, quien lleva las riendas, el que puede, se acerca contigo, simple mortal y te dice que está satisfecho y orgulloso de tu trabajo.

Que el superior reconozca tu esfuerzo, no lo hace menos a él, pero a ti sí te hace más. Te hace rendir el doble, te hace sentirte parte del equipo, te vuelve un fanático de los colores que defiendes, vamos, te hace un convencido de que lo que estás haciendo, es lo correcto.

Lamentablemente, tanto en el fútbol como en muchas cosas de la vida, quien está acostumbrado a hacer su voluntad, espera que los demás adivinen sus necesidades y olvida demostrarles su afecto.

Otras, confía en subalternos que, por estar cerca del jefe, se sienten más importantes que el propio dueño y omiten transmitir lo que el hombre importante quiere.

Ojalá, por los Tigres, por nuestra plaza, por Usted, por mi Dany, por mí, que los jugadores que cobran y mucho, entiendan la diferencia entre ser parte de un grupo y formar un equipo.

Que un grupo es una reunión de individualidades luchando cada uno para sí, sin empatía alguna con los demás, con un gran egoísmo y sí con deseos de lucro y que un equipo, es la suma del esfuerzo de todos los integrantes para hacer crecer lo que representan.

Que en un equipo, existe el sacrificio de algunos para que los demás completen la jornada. Que en un equipo, existe entrega, ganas de triunfo en conjunto, deseos de destacar todos y no cada uno en lo individual.

Vamos, que en un equipo, el líder es el más orgulloso de portar los colores que defienden, no uno que viene a imponer un color diablo que ya tienen patentado otros.

Tal vez, mi nota no sirva para nada. Tal vez, nadie opine igual que yo. Tal vez, debería remitirme a lo palpable, a lo que existe, a lo que cualquiera puede ver y revisar, sin necesidad de estudios profundos.

Por favor, pase frente a las instalaciones de Cemex por la calle Ruiz Cortines y hágame saber si Cemex, una de las empresas cementeras más importantes de América Latina, tiene en orden su calle, si tiene barrido el frente de su casa, si tiene la cara limpia para mostrarla al vecino.

Debería ser la más bonita de la ciudad. Sin pozos, sin grietas, con descansos, con pasos a desnivel, con alumbrado, vamos, que pareciera de primer mundo, digna de una empresa de clase mundial.

Ojalá no tuviera yo razón.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.

Monterrey, N.L., diciembre de 2007.

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Mexicano. Abogado. Egresado de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

viernes, 6 de marzo de 2009

Del oficio de escritor.

-Ya es hora de que vayas por los niños- -Necesitas recoger tu traje en la tintorería- -Papá, me consigues la biografía de Corregio, por favor- y cosas por el estilo.

-Señor, no tengo detergente.

Vamos, los asuntos de todos son más importantes que los míos.

Y por supuesto, voy por los niños, paso a la tintorería, consigo la biografía y claro, ¿cómo dudarlo?, traigo el detergente.

Cada uno tiene sus propios afanes y el mío, ahora, es tratar de escribir. Tal vez lo que plasmo sólo sean ideas que fluyen solas, que no tienen control, que a nadie interesan. Tal vez.

Algún día habré de tomar un tema formal, como de adulto responsable, desarrollarlo y haré un libro de texto, de esos de verdad.

He visto tantos textos que parecen de mentiritas que para qué le cuento. ¡Y los venden!

Por de pronto, ahora, escribo a media noche, cuando todos están dormidos, en el rato que queda entre la tintorería y la biografía, pasando por el detergente, en el lobby del hotel, en el aeropuerto… donde se puede.

Según todos, una casa puede vivir sin escritos, ¿pero, sin detergente? Nadie, en su sano juicio, coincidiría conmigo.

Ahí está el quid del asunto.

Yo no estoy en mi sano juicio.

Yo me siento con ganas de ser y hacer más. Yo tengo ganas de ver que mi país crece, de ver cómo mis compañeros de casa, es decir, los mexicanos, que me acompañan en la casa común, en la casa de todos, van logrando crecer en todos sentidos.

Yo tengo ganas de hacer saber a los demás, que sí existe forma de cambiar el estado de las cosas. Que no es válido que sigamos soportando a los que, seguros de su superioridad, pues nadie los ha desafiado, lucran con todo y con todos, hasta el día en que alguien se cansa y entonces, ocupan los titulares de los diarios. Uno, como homicida y el otro, como víctima, cuando un estudio sociológico cambiaría el papel de los implicados.

Yo quiero contarle a Usted, mi querido lector, que con sus mensajes me alienta a seguir, que el sueño de que el estado de las cosas puede cambiar, no debería ser una locura. Debería ser el estado natural. De hecho, es la forma correcta de ser, según yo.

Lo triste es cuando la gente pierde el interés por ser y hacer más. Cuando están ciertos, como el elefante del cuento, que por más que intenten, no podrán romper las ataduras que los ligan, a pesar de que éstas sean sólo ataduras mentales.

Eso es lo más triste. Que las más de las veces, lo que nos impide hacer las cosas es sólo la predisposición que tenemos de que no se puede y el cantito ese de “si se puede”, yo lo veo sólo como un reforzar la idea de que no podemos. Claro, cuando se sabe que se es incapaz, nunca se va a poder. Ese es el problema de los paradigmas y no atrevernos a romperlos.

Cuando en nuestra locura no sabemos que tenemos límites, cuando el horizonte está muy lejano, cuando nuestros sueños son increíbles, de lo ambiciosos, entonces será cuando podremos lograr las cosas.

Y, mi querido lector, créame. Yo sueño muy alto. Y sé que se puede cambiar todo, empezando por lo más difícil: nosotros mismos.

Sólo se necesita dejar de lado la cordura.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Socio del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.
Catedrático de licenciatura y posgrado en diversas Universidades.


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martes, 3 de marzo de 2009

Definición del problema de trabajo, empleo y crisis.

Para poder afrontar un problema, con posibilidades de éxito, debemos saber a qué nos estamos enfrentando. Cuando no sabemos de qué tamaño o en qué consiste el problema, no vamos a poder solucionarlo.

Tal vez, sólo tal vez, como el burro que tocó la flauta, encontremos una solución. Tal vez, podremos gritar ¡Eureka!, como lo hiciera Arquímedes al descubrir el principio que lleva su nombre, siempre y cuando hayamos estado inmersos, como el sabio griego, en el fondo del problema.

Metodológicamente, para hacer un trabajo de investigación debe ubicarse el problema a resolver. Debe hacerse un reconocimiento de los hechos ya conocidos, buscarse la falla, laguna o incoherencia en el campo del saber a analizarse y posteriormente, formularse la pregunta a resolver.

En nuestro caso, los hechos conocidos son la gran crisis que tenemos. La falla, laguna o incoherencia es el nivel de desprotección y pérdida de capacidad de ganancia de nuestra población toda y por tanto, el problema a resolver será: ¿Qué debemos hacer para generar riqueza, tanto en lo individual como de manera colectiva en nuestro país? La siguiente cuestión, de inmediato es: ¿Cómo?

Ahora bien, Usted y yo, mi querido lector, hemos venido tratando de desentrañar el problema y la posible solución.

De la gran crisis que existe, no necesito decirle nada. Usted ya lo ha sentido todo. Lo sabe todo y lo sufre todo. Punto.

La falla, laguna o incoherencia. ¿Cómo es posible que unos cuantos tengan demasiado y demasiados tengan no tengan nada?

Las preguntas serán, por tanto: ¿Qué debemos hacer para generar riqueza y cómo?

El qué, es tan fácil como lograr que los impuestos que corresponden al Estado se paguen y además, se utilicen para lo que son, no para otros menesteres. Sólo eso, pero nada menos que eso.

Si existe una cultura de pago de impuestos apropiada, si la recaudación se da con transparencia y además, existe interés de la gente en lograrla, no habrá problema.

Si el gasto de los impuestos se realiza sólo en lo que previene la Constitución y dejamos de lado los rescates bancarios, carreteros, de amigos y demás, habremos progresado.

¿Cómo? La respuesta es tener un ejército de inspectores que vigilen cada uno de los pagos de impuestos del país, para estar ciertos que se realizan. Que tengamos ciento cinco millones de mexicanos interesados en que los demás, paguen sus impuestos.

Va a estar muy difícil, me parece escuchar.

Y, no, no es difícil ni imposible.

Voy a tratar de explicarme.

Cada vez que existe una situación de riesgo, cada vez que se presenta un problema que afecta las utilidades, capital y ganancias de quienes ya han resuelto sus problemas, se escuchan las voces desaforadas de los grandes capitanes de industria exigiendo que el gobierno les resuelva sus problemas.

Cada vez que existe la posibilidad de ganar un peso más, de lograr una mayor utilidad o de incrementar sus capitales, los señores no le avisan al gobierno ni le comparten sus ganancias.

Ahí está el problema.

Ahora tenemos que las grandes empresas están quebrando y por tanto, se requiere un apoyo del gobierno para protegerlas y además, para proteger los empleos, no los trabajos.

Se trata de proteger el empleo de quien tiene un puesto formal, con canonjías, prebendas y prestaciones, que está inscrito en un sistema de seguridad social, que recibe, segurito, su sueldo por semana, quincena o por mes, vamos, un empleo formal.

En cambio, quienes trabajan por su cuenta, ya vendiendo fritangas en la calle, ya recibiendo clientes en sus despachos de abogados, ya figurando como artistas de la farándula o bien, como políticos, de esos que cada tres o cuatro años consiguen un empleo y luego lo tienen que dejar porque se les acaba el tiempo o por que los corre el nuevo jefe, esos, no están a expensas de lo que los grandes capitanes de industria hagan y si los vemos bien, son los que más aportan a la economía.

¿Qué va a suceder si quiebra la gran industria automotriz o el gran banco? Que alguien, con mucho dinero, tendrá que buscar otro nicho de mercado para seguir ganando.

¿Qué va a suceder si despiden a un empleado acostumbrado a cobrar un salario regular? Que va a aprender a sobrevivir con lo que la vida le va dando.

Créame. Muchas veces lo que el hombre necesita para superarse es probar de lo que es capaz. Mientras tenga una subsistencia cómoda, segura, apoltronada, nada hará por tratar de crecer.

En nuestro entorno, lo que tenemos es a mucha gente sin empleo formal y sí con un gran trabajo.

El trabajo de vivir, de sacar sus familias adelante, de hacer la vida y además, de hacerla bien.

El problema y la solución, son la gente y el propio gobierno.

La gente, en cuanto debe ponerse a trabajar, a hacer lo que mejor puede y además, a hacerlo con ganas, con denuedo, con ímpetus y con arrestos, como una legión romana.

El gobierno, debe eliminar las trabas para que la gente progrese. Elimine todas y cada una de las tonterías que permiten al empleado de escritorio de puesto burocrático, saberse superior al mortal pues cuenta con su propio sello.

Que sólo sea requisito para abrir un negocio, que Protección Civil lo autorice. Nada más, pero nada menos.

Nada de changarros peligrosos con luces mortecinas y tanques de gas en pésimas condiciones. Si quieres un puesto de tacos, hazlo limpio, presentado, con orgullo y no medio oculto, como para que no te vean los inspectores.

Que debas pagar Impuesto Sobre la Renta, cuando tu renta, ganancia o utilidad sea superior a un millón de pesos al año, de tal modo que puedas permitirte el costo del contador que también tiene derecho a ganarse la vida.

Que si tu utilidad o salario es inferior a un millón de pesos al año, estés exento de declarar todo tipo de impuestos, excepto el IVA.

Que a ti te convenga pagar el Impuesto al Valor Agregado, el IVA, pues una parte del IVA será el soporte de tu pensión.

Una parte del IVA será la forma en que el Gobierno podrá garantizarle a todos los ciento cinco millones de mexicanos, los privilegios de los empleos formales. De ahí podrá tener los recursos necesarios para afrontar el costo de la Seguridad Social para la totalidad del país.

Si las empresas deberán reportar formalmente el IVA que reciben, pues todos tendrán interés en que se registre la operación, el gobierno podrá saber los montos de ventas, de compras, de utilidades y demás de las empresas, sin necesidad de que haya tantas triquiñuelas para defraudar al gobierno.

Si a Usted le interesa que el vendedor registre la operación, pues a Usted le conviene, entonces Usted será el mejor inspector que nunca podría contratar Hacienda.

Y, entonces sí, podrá ver que vamos cambiando.

Que la crisis, que no es otra cosa que la posibilidad de desenlace en un problema, servirá para demostrarnos que somos capaces de progresar, de hacer bien las cosas, de darle ejemplo al mundo.

Que si cada uno en su entorno, hace bien lo que le corresponde, si cada uno va buscando cómo aportar a favor de todos y no cómo exprimir al gobierno en su favor, habremos de cambiar el rumbo de nuestro destino.

No nos cuesta más que querer. Y si entre todos queremos salir adelante, habremos de lograrlo.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Monterrey, N.L., marzo de 2009.

lunes, 2 de marzo de 2009

Del Valor de la Educación

Entre los recuerdos más claros que tengo de mi abuela materna, con quien conviví un tiempo en mi natal Ciudad Victoria, capital de Tamaulipas, son sus consejos, que a pesar de la distancia en el tiempo, siguen siendo válidos.

Me acuerdo que me comentó, como si fuera un cuento, la historia aquella de los muchachos a quienes les encargan que en el viaje recojan piedrecillas. -Les van a servir- fue la instrucción. Algunos, agarraron unas cuantas. Otros, una cantidad regular. Unos pocos se cargaron con gran peso en piedras. Al final del viaje, las piedras se convirtieron en piedras preciosas, oro, perlas y demás gemas de gran valor.

Los que sólo cargaron unas cuantas, se dolían de haber sido tan poco previsores. Los que por el contrario se volvieron millonarios, agradecieron a su obediencia el haber tomado la mayor cantidad posible.

Lo mismo pasa con la educación. No se sabe nunca cuándo va a servir el tener almacenada en la memoria determinada información. Y toda la información, conocimiento, prácticas, etc., que se van recabando como bagaje cultural, son las que permiten al ser humano tener la capacidad de encontrar la diferencia entre el bien y el mal y optar por lo que les parezca mejor. Sólo quien tiene conocimiento tiene poder. El conocimiento, de cualquier tipo, es fuente de poder.

Desgraciadamente en nuestro México, el conocimiento cada vez va decreciendo, cada vez es más fácil encontrar “analfabetas funcionales”, es decir, personas que saben leer pero que no alcanzan a comprender lo leído.

Yo crecí entre Maestros. Mis dos abuelas, Maestras. Mi Padre y sus hermanos, con título de Profesor de Educación Primaria. Mi tía Rosita, única hermana de mi Madre y quien ha sido amiga y cómplice de todos y cada uno de mis hermanos y mía, también Maestra. Además, con Maestría en Matemáticas. Mi esposa también es Maestra.

Por eso quiero dar clases en mi facultad, la de Derecho de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Pero ya estoy divagando.

El tema va encaminado a demostrar el tan alto costo que tiene que el Gobierno no haya venido siendo previsor en materia de educación.

Cierto. La educación debe ser laica, gratuita y obligatoria, pues así lo establece el artículo 3º Constitucional. Lástima que tan hermoso postulado sea ajeno a la realidad.

Existe una gran diferencia entre los niños que son “llevados al Colegio” y aquellos que son “echados a la escuela”. Baste y sobre repasar la historia de Ricardito, el compañero de travesuras de Memín Pingüin, que la mamá quería llevar al colegio y el papá se opuso. Lo saben los que como yo, han leído esa historieta.

Las escuelas públicas, las que había venido manejando el sistema federal y a últimas fechas pasaron a control de los gobiernos estatales, cuentan con Maestros que, en su mayoría, pertenecen al sector más politizado de México, precisamente por que son los que tienen el acceso a la educación. Los Maestros de México, forman un grupo poderoso, que piensa, que entiende sus postulados y que se enfrenta a múltiples retos para hacer valer sus ideas.

El Maestro de escuela privada, si bien puede, lo que en la mayoría de los casos es cierto, contar con la misma preparación del Maestro Público, guarda sus comentarios, somete su pensamiento, dobla su voz, por que no goza de la libertad del Maestro Público.

Ahora bien, ¿Cuál es mejor? ¿Cuál produce mejores resultados?

Ahora entramos en terrenos en que es difícil señalar un derrotero, sin peligro de que existan mil voces que demuestren lo contrario.

Queda en manos de los padres de familia elegir lo que crean más conveniente para sus hijos, como queda en manos de los jóvenes elegir las escuelas superiores, ya públicas, ya privadas, en las que puedan desarrollarse.

Como las piedritas de mi Abuela. Todo el conocimiento es válido y valedero. Queda en quien lo recibe, el uso que habrá de darle, así como responder a quienes en él confiaron, del destino que de a sus conocimientos.

Aquí trataré de plantear el quid del asunto. Si Usted, querido lector, opta por inscribir a sus hijos en una escuela pública, Usted sabrá la razón y motivos de su elección. Sólo habrá de cubrir Usted, los costos que siempre alegan los de “la Sociedad de Padres de Familia”, pero el alto costo de los edificios, de los Maestros, de la infraestructura en sí que se requiere para el funcionamiento de una escuela, quedará comprendida dentro del dogma planteado por el Artículo 3º Constitucional ya invocado, es decir, gratuita, y no habrá más cargos por ello.

Si Usted prefiere que la matrícula sea en una escuela privada, deberá pagar los costos que ello implica: Cuota de Inscripción, Colegiatura, uniformes, que el de gala, que el de deportes, que el de la banda de guerra, que etc, etc, y etc.

Un Colegio particular medio, tendrá cabida para, digamos, quinientos alumnos. El Colegio habrá de absorber, claro, con lo que Usted paga, los costos de Maestros, mantenimiento, instalaciones y etc. Esos alumnos ya no le van a costar al Estado, cualquiera que sea el nivel. Desde kínder o preescolar, hasta la Universidad.

Es decir, el padre de familia que decide inscribir a sus hijos en un Colegio particular, le está ahorrando al Estado el costo de la educación de sus hijos. El costo de los edificios. El costo de los Maestros. El costo de la infraestructura administrativa, legal, etc., requerida para el manejo de una Institución Educativa.

Ahora bien. Imagine Usted que los padres de familia de los quinientos alumnos de un Colegio, deciden, todos, cambiar a sus hijos a una Escuela de Gobierno. Por un lado, cierran una fuente de trabajo pues quiebran al Colegio Privado. Por otro, ponen en un brete a las Escuelas Públicas de la zona, pues ellos también tienen derecho a inscribir a sus hijos en esas Escuelas.

¿Cómo debe asumirse lo anterior? Ya existen voces, planes y proyectos que pretenden entregar en efectivo a los Padres de Familia, el costo de la educación de sus hijos, para que los inscriban en sector público o privado, según sea su conveniencia. Existen planes y proyectos para poner a competir por la preferencia del usuario, los padres de familia, a las instituciones educativas públicas y privadas.

Quien obtenga mejores resultados y la preferencia del consumidor, habrá de permanecer.

Tal vez no sea esa la forma apropiada de manejar la situación. Estimo que debe permanecer intocado el espíritu del constituyente cuando estableció que la educación debería ser laica, gratuita y obligatoria. Pienso que esa premisa, debe cumplirse. ¿Cómo hacer que quien inscribe a sus hijos en un Colegio particular disfrute de la Garantía Constitucional establecida en el pluricitado Artículo 3º de nuestra Carta Magna?

Otorgándole la posibilidad de que los recibos de pago de colegiaturas puedan ser deducibles de impuestos. De hecho, sólo estará disfrutando de la prebenda establecida en la Constitución. Cierto, de entrada, correrá con el gasto, pero recuperará lo pagado, vía devolución o compensación de impuestos.

Como Maestro que he sido, como Maestra que es mi esposa, comentamos con tristeza que los jóvenes alumnos, cada vez cuentan con menor preparación y conocimientos. Hablo de los que recibe en escuelas preparatorias privadas y los que hemos visto a nivel profesional, ya privado, ya público, como Catedráticos.

Es increíble que jóvenes bachilleres (más de uno no sabrá que quiere decir el término bachiller) ignoren las normas mínimas del lenguaje, de la historia, de los números, de la geografía. Vamos, es muy triste encontrar profesionistas egresados tanto de universidades públicas como privadas, que a pesar del título profesional recibido, ignoran todo lo relativo a lo que se supone debería ser su ciencia.

Los bachilleres (que quiere decir alumno de preparatoria) que sorprenden por su ignorancia, provienen tanto de instituciones públicas como privadas. Ahí, en la ignorancia, no se alcanza a distinguir la diferencia.

También es cierto que egresados de ambos sistemas, público y privado, cuentan con un gran acervo cultural y una actitud que emula a los guerreros romanos, indomables, recios, bravíos, seguros de su saber y su valía. Vale tanto para damas como para caballeros.

Entonces, ¿Cuál será la diferencia? ¿Acaso seremos los padres, en nuestra indolencia? ¿Acaso la responsable será la apatía del alumno? ¿Las fuentes de distracción de la vida moderna? ¿El Internet?

Estimo que la voluntad de hacer las cosas está imbíbita en cada uno. Que es de dentro del alma donde se encuentran los arrestos necesarios para atender la senda del bien, no la autopista del mal, la que citara Mafalda. También lo sigo leyendo y está en un lugar especial tanto en mi mente como en mis posesiones. Espero que lo conozca. Si aún no lo conoce, lo invito a leerlos juntos. Estoy a sus órdenes.

En esa ignorancia de que he hablado, está el verdadero valor de la educación.

Quien recogió las suficientes piedritas del cuento narrado, es capaz de enfrentarse a la vida con las armas necesarias para encararla y hacerse un ser humano de provecho.

En los demás casos, cuando sólo se tiene como ídolo al matón, al traficante, cuando no hay más emoción en el infante que ser “El malo de la película”, pues son los que ganan más, cuando el alumno lee un texto y no es capaz de entenderlo, cuando la falta de preparación es un impedimento para afrontar la vida, ahí es cuando nos damos cuenta del gran daño que se hace a los alumnos.

Pretender ayudarlos dándoles el pase, cuando su preparación es deficiente, es hacerles un daño.

Es hacerle un daño a México, pues nuestros jóvenes, el futuro de la patria que ya son el presente actual, sólo sirven para lavar platos, para la maquila como operadores de turno y nunca podrán aspirar a un puesto de trabajo calificado.

Más cara que la pobreza, es la ignorancia.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

domingo, 1 de marzo de 2009

De la Impunidad

Sor Juana Inés de la Cruz:
¿Quién es más de culpar, aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga o el que paga por pecar?

Niño!! Deja ahí!! Es el grito de batalla de las madres todos los días.

El niño, entonces, suspende su actividad, que no debe de haber sido muy buena, para que se haya ganado la reprimenda de la madre.

Sin embargo, pronto, más pronto de lo que se puede usted imaginar, el niño aprende que los gritos desaforados de la madre no siempre traen como resultado el castigo tan temido.

Es decir, aprende que aún cuando no cumpla la orden dada, no pasa nada.

Luego, llega el padre, aquél a quien siempre se le echa la culpa, el que debe tomar el papel de hombre formal y castiga al menor.

"Si lo castigo... eres bruto, no tienes sentimientos... si lo perdono,... ¿es así como los educas?", según el Poema del Padre, de Héctor Gagliardi.

Y, efectivamente, ahí radica el quid del problema. ¿Hasta dónde se debe permitir una actitud y cuándo se debe poner un alto? Ya en la vida del adulto, tenemos que está sujeto a infinidad de oportunidades para quebrantar la ley, para desairar lo que dictan las normas morales, para ir en contra de los convencionalismos sociales, para desatender las normas religiosas.

El resultado siempre es el mismo: no pasa nada.

No pasa nada. Imagine Usted, amable lector, cualquiera de los dictados que el hombre se ha dado a lo largo de la vida, según para normar la conducta del hombre en sociedad.

Imagine alguno que no sea muy difícil de cumplir. No nos vayamos a los extremos.

Imagine que el joven acude a la escuela, primaria, secundaria, preparatoria o en la propia universidad, la que sea.

Olvidó hacer los deberes. Pobrecito, dice el mentor. No pasa nada.

Imagine que se pasa un alto al conducir un vehículo, o que circula a exceso de velocidad en zona escolar.

Lo para un oficial de tránsito, un señor autoridad y al igual que lo hacía cuando era niño, una sonrisa o una gratificación en numerario, que a la larga vienen siendo lo mismo, permite que lo disculpen.

No pasa nada. Vaya usted ante una dependiente de tienda, un vendedor de autos (no digo el nombre de la agencia, me lo reservo, pero ellos sí saben a quién me refiero), acuda Usted a solicitar un servicio y la gente no hace lo que le corresponde, pues, todos saben que no pasa nada.

Ahora imagine que roba, asalta, mata o comete cualquier otro de los delitos que merecen pena privativa de libertad.

Un abogado astuto, una dádiva ofrecida a tiempo y ante quien la solicita, y,... no pasa nada.

Ese no pasa nada es lo que ha hecho que la humanidad haya permitido las atrocidades de la que todos los días tomamos nota puntual por los medios de información.

Cuando la madre perdona al niño travieso, cuando el maestro disculpa al alumno holgazán, cuando el oficial de tránsito acepta el soborno, volvemos al apotegma esgrimido por Sor Juana Inés de la Cruz: ¿Quién es más de culpar, aunque cualquiera mal haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar? Luego entonces, la autoridad: la madre, el padre, el profesor, la policía, el agente de tránsito, todos, en suma, son los que van permitiendo que se relajen las normas al aceptar y permitir como válidos los pretextos y excusas que se esgrimen para no cumplir con los ordenamientos.

Sin embargo, tal como el dilema que se plantea el padre en el poema referido, o lo que aduce Sor Juana, ¿hasta dónde es aceptable la disculpa? La política de Cero Tolerancia implementada en Nueva York no fue suficiente para terminar con los delitos en aquella ciudad, y no será tampoco suficiente en ninguna otra.

Lo que se necesita no son leyes más estrictas, ni carceleros feroces, ni madres y padres despiadados, ni maestros intolerantes.

Lo que se requiere es crear conciencia, desde niños, en los alcances de los actos de cada quien.

Es decir, se debe inculcar, cual doctrina de cualquier tipo, que existe una línea que separa lo correcto de lo indebido, lo bueno de lo malo, lo válido de lo penado.

Al niño, se le debe querer, alentar, apoyar, pero también se le deben poner límites.

Así como siendo muy pequeños, existen barandales en su cuna que fijan los límites donde puede moverse, y que al empezar a caminar se le va marcando hasta dónde puede llegar, así se le deben poner límites en cada acto de la vida para que al llegar a la edad en que pueden utilizar su capacidad de raciocinio, les haya quedado perfectamente claro qué es lo bueno y qué es lo malo y, además, el por qué de la diferencia.

El comercial televisivo en el que el niño anuncia a sus padres que obtuvo un diez pirata, es un claro ejemplo de que el niño es capaz de diferenciar entre lo bueno y lo malo.

¿A qué padre le gustará que su hijo obtenga calificaciones piratas? Y sin embargo, es mucho más común de lo que se imaginan los padres que luchan por que los maestros releven a sus hijos de las tareas que les han encomendado, "porque está muy chiquito".

Recuerde, amable lector, que por Usted no iban en automóvil a la escuela. Eran otros tiempos, dirá, y es cierto, pero trasladando el símil, a Usted no le forraban los libros.

Usted lo hacía por sí mismo. Ahora el común denominador es que los padres pretendan eliminar de las vidas de sus hijos los problemas cotidianos, sin entender que al negarles la oportunidad de hacer sus propias tareas, los esfuerzos que les corresponden, les están negando la oportunidad de crecer como personas íntegras en todos los sentidos, y les están vedando la oportunidad de conocer sus propios alcances.

Por eso, cuando se enfrentan a algo que deberían poder resolver, resulta que no tienen la capacidad de respuesta necesaria para tal efecto.

Y es ahí donde entra la impunidad, que significa dejar sin castigo el mal hecho. Impune queda el niño que no recibe regaño por la pataleta, como el alumno al que disculpan no elaborar sus tareas, como impune queda quien omite cumplir una ley: no matar, no robar, no asaltar, no conducir ebrio, etc. Si pretendemos empezar por corregir a los conductores ebrios, o por corregir a los narcotraficantes, tendremos que la labor es mucho mayor a nuestras fuerzas, y lo estamos viendo día a día.

Lo que se impone, es empezar a exigir a cada uno que hagamos lo que nos corresponde, sólo eso y nada más que eso, pero eso sí, con la seriedad que el caso amerita.

Empecemos por exigirle a cada uno, que realice las funciones que le fueron asignadas: a la madre, a que reprenda al hijo; al padre, que apoye dicha reprimenda; a los maestros, que exijan las tareas que correspondan; a la autoridad, que cumpla con la obligación de sancionar a quien comete las faltas menores, etc. Así, las faltas mayores dejarán solas de cometerse.

Es un dicho de los abuelos: cuida los centavos... los pesos se cuidan solos.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.


Publicado el 31 de agosto de 2005 en El Porvenir
http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=25985