sábado, 31 de enero de 2009

El ser Padre

En otros tiempos los padres no deseaban ni cambiar pañales,
hoy se interesan por sus hijos, se convierten
en fanáticos de rock y adoptan otros habitos.


Eran mas de las doce de la noche, aquella romería parecía la salida de clases de un colegio, de la cantidad de padres de familia que esperaban a sus hijos.

Los hijos, en su mayoría frisaban apenas de los catorce a los diecisiete años. Casi todos menores de edad, adolescentes.

Los padres, como yo, cuarentones. Jóvenes de otra época. Acostumbrados a cosas distintas.

"A mí nunca me llevó mi padre a un concierto". "Yo no sé que hago aquí". Eran los comentarios de quienes se pusieron a platicar conmigo.

Todos quejándose. Y, así es. Son otros tiempos. La figura del padre ha cambiado de manera definitiva.

Yo no sé si para bien o para mal, pero la verdad es que se ha relajado. Jamás se me ocurrió a mí o a ninguno de mis contemporáneos pedirle a los padres que nos esperaran a la salida de un concierto.

Vamos, no tuve la suerte o desdicha, según se quiera ver, de ir a un concierto en mis mocedades.

Ahora he ido con mis hijos a ver a cuanto grupo de gritones (para mí) aparece en la ciudad.

O de grandes grupos (aburridos para mis hijos) como Eagles, Alan Parsons, etc., a los que me han acompañado.

Quiero platicarles, en confianza, que en una ocasión en que se presentaba un grupo muy importante para mi hijo aquí en Monterrey, yo me encontraba fuera de la ciudad, pugnando en el aeropuerto para que me dejaran regresar.

"Es que le prometí a mi hijo llevarlo al concierto que hoy da Rata Blanca", (Si Usted no lo sabe, déjeme decirle que Rata Blanca es un grupo muy importante de rock, según mi hijo) le comenté al encargado de registrar a los pasajeros.

-Si va a ir con su hijo a un concierto, Usted se va-, me aseguró.

Efectivamente, se quedaron otros pasajeros que no esgrimieron tan buen argumento como el mío, de hecho, José ya había convencido a su madre que si yo no llegaba a tiempo para acompañarlo, que ella fuera.

Imagínense a una seguidora de Los Beatles, catedrática universitaria, acudiendo vestida de negro, el uniforme de los muchachos, como se lo pidió mi hijo, a un concierto.

Sin embargo, llegué a tiempo, acudí al concierto y participé activamente. Mas no nos dimos cuenta, mi José y yo, que en la mesa de atrás, nos observaba el conductor del programa Distorsión, uno de pura música de ruido, que al finalizar el concierto se acercó a decirme que qué era lo que me movía a acudir con mi hijo a un concierto, si a leguas se notaba que yo no soy fanático de esos grupos.

-Me intereso en mi hijo y lo apoyo en sus gustos- creo que fue la respuesta que alcancé a proferir.

Ello me valió ser invitado al programa a que me entrevistara. Me cuestionó el porqué lo dejaba participar, si dicen que en los conciertos hay marihuana y esas cosas.

Lo cierto es que si la quisiera conseguir, lo haría sin necesidad de ir a ninguna parte, pues en la propia escuela podría hacerlo.

¿O no? Igual, con Daniel he tenido que ir al Estadio Universitario a ver a los Tigres.

Soy Tigre de corazón, pues soy egresado de mi Universidad, pero no soy tan deportista como para ir a ver los partidos.

Nunca lo fui, ni de estudiante.

Si acaso, un domingo cualquiera en casa, frente al televisor, con alguna botana y algún elíxir mágico, los soporto.

Pero ir al Estadio, a la muchedumbre, a los gritos, a los saludos no muy ortodoxos, creo que se aparta de mi estilo.

Sin embargo, fui. Y participé y grité lo mismo que mi Dany, quien me explicaba los fueras de lugar, los pases al centro, los errores del árbitro, que por cierto no resulta ser muy apreciado por el público, o al menos así me lo pareció.

Creo que a los árbitros de la televisión no les dicen tantas cosas, o al menos no se escuchan.

-Papá, es que el ambiente sólo se vive en el Estadio-, alega Daniel. Y ahora, ando consiguiendo los dichosos abonos para ir a TODOS los partidos, como si no tuviera otras cosas que hacer.

Más me vale conseguir entradas para el juego del Barcelona, por que ya me sentenció Daniel: -o las consigues o no sé que va a pasar-.

Por supuesto, debo conseguirlas. Veo todo eso, los padres haciendo fila para recoger a sus hijos a medianoche, después del concierto, todos quejándose pero todos ahí, las madres diciendo: -para qué llevas al niño al Estadio, si va a aprender puras peladeces-, veo la forma en que los padres se involucran en las actividades de sus hijos, y veo que ha cambiado el concepto del padre.

Antes, ningún padre cambiaba pañales, ni le daba biberón al niño, ahora cuando menos por lo que a mí concierne, me tocó bañarlos, vestirlos, peinarlos -ve pregúntale a tu mamá que si quedaste guapísimo o sí- es decir, la única opción válida era el guapísimo.

Y mis chatos iban con su mamá a cuestionarla: -Mamá, quedé guapísimo o sí?- con la inocencia de sus pocos años.

Ya sabrán que la respuesta de la mamá siempre fue el sí. Aún hoy, que ya son adolescentes (chicos peladotes sería más correcto), que llegan con sus amigos y dejan la casa oliendo a rayos después de no sé cuántas horas de ensayar en casa de Ramón a hacer ruido o que regresan de jugar una cascarita, siguen siendo mis niños y los sigo adorando y participo con ellos en sus gustos.

Claro, no les puedo decir eso porque se van a creer y van a querer que todo se les dé, así que por favor no les digan.

Pero vale la pena hacer un alto para reflexionar.

Mi Padre, que murió hace muchos años, más de los que yo quisiera, cuando aún me hacía falta, como me sigue haciendo falta aún hoy, se interesó por nosotros ¿se trataba de nadar?, estaba a las cinco y media de la mañana llevándonos a la alberca a practicar cuando menos una hora diaria.

Creo que yo no lo haría. ¿jugar béisbol? Participó hasta hacerse Presidente de la Liga Pequeña de Béisbol Matamoros A.C., la tierra que me vio crecer junto con mis hermanos, y nos acompañó a todos los juegos, incluyendo los campeonatos nacional y latinoamericano, en Gary, Indiana, como si no hubiera tenido que trabajar.

A mis dos hermanos y a mí. ¿Salidas nocturnas? Nos llevó a presentar en la mayoría de los verdaderos lugares de diversión (hoy los llamarían antros) y nos dejó encargados con los dueños.

Si eso no es haberse sabido interesar por sus hijos, entonces no sé cómo habría que describirlo.

Nos llevaba al rancho, aprendimos a amar la naturaleza, la vida al aire libre, los juegos sanos, no sé, aprendimos a vivir.

Le dije una vez que yo quería ser abogado como él para poder tener un rancho. Esa es la herencia que tengo: su ejemplo, su recuerdo y un rancho.

No muy grande, pero es mío y fue de mi padre. Nos legó un ejemplo de ganas de hacer las cosas, de amor a la vida, que se materializa en hacer las cosas con interés, como si fuera lo más importante del mundo, aún sea sólo estar en el parque de Tamatán en Ciudad Victoria, viendo a los niños pasear en el pequeño tren una y otra vez, sin límite de tiempo.

O de preparar una carne asada en la que no voy a participar, pues me dicen: -papá, ni salgas porque somos pura raza-, sin que importe que yo me sienta raza como el que más.

Pero creo que cuando existe amor, cuando existe la voluntad de ofrecer algo más que el común denominador, cuando las cosas se hacen de corazón y no trazando signos de tanto por ciento, como diría Rudyard Kipling, los hijos algún día se dan cuenta del valor de sus padres, a veces, demasiado tarde.

Lo único malo es que el Padre debe competir con la figura materna, la heroína, la que cura corazones rotos con un beso, la que defiende al hijo del niño ajeno como fiera, la que siempre tiene una respuesta para todo, la que colma los anhelos del hijo de tal manera, que a los padres sólo nos resta estar a la salida del concierto, quejándonos de lo noche que es, cuando en realidad damos gracias de que tenemos hijos y sabemos dónde están.

O la otra, acudir a un estadio pletórico, a regañar al niño por que le dijo no sé qué al árbitro o al jugador contrario, predicando con el ejemplo.

De eso se trata. De dar ejemplo. Si tiene a su Padre, dele un beso. El Viejo lo va a aguantar y le va a dar las gracias.

Ojalá yo tuviera al mío.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel

Publicada en El Porvenir el 09 de junio de 2006

http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=69808

miércoles, 28 de enero de 2009

Del peor de los pecados

La envidia siempre es mala consejera, reza el adagio popular. Efectivamente, cuando menos yo, aprendí desde niño que existen 7 pecados capitales, según la Iglesia Católica, y a cada uno de ellos se le opone una virtud: contra orgullo, humildad; contra codicia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, mansedumbre; contra gula, templanza; contra envidia, amor fraterno; y, contra pereza, diligencia. Esos pecados y virtudes pueden llamarse actitudes: unas positivas y otras, negativas.

Si los revisamos con detenimiento, al cometer los pecados asentados, quien los comete disfruta, a excepción de aquél que comete el peor de los pecados: La Envidia, que además, es la peor actitud del hombre.

El orgullo, cuando se entiende como la voluntad pinchada, es decir, cuando se ha zaherido nuestro amor propio, no llega a ser pecado. Se convierte en el máximo motor de la voluntad. Sin embargo, cuando alcanza tintes ridículos, cuando se cree haber descubierto el hilo negro y eso lo lleva a perder el piso, entonces tenemos el pecado que condenó a Luzbel.

Si Usted acumula bienes sin ton ni son, los va a disfrutar, aunque no le sirvan para nada. En eso estriba el pecado de la codicia o avaricia: en no aportar a los demás.

De la lujuria, mejor ni hablamos. Es un pecado precioso. Lo malo es cuando lo pescan. Le cuesta cuando menos, un reloj o un coche nuevo.

En el pecado lleva la penitencia, es una frase muy manida y que se convierte en la más sabia de las sentencias, al referirnos a la ira: El que se enoja, pierde. No se vale enojarse. Hacer como que nos enojamos y lograr que se enoje el contrario, es lo aceptado.

Si Usted come de más, le cuesta, lo disfruta y al final, habrá de darse cuenta que cayó en el pecado de la gula. Además, se enferma del estómago y eso, es suficiente para no incurrir en dicho pecado.

La pereza… aquí sí que tenemos un pecado de primera calidad. Cuando se comete, se disfruta al máximo. Malos los arrepentimientos, pues es sabido que: “el tiempo perdido lo lloran los ángeles”.

Sin embargo, la envidia, el pecado que consiste en desear lo que tienen los demás, en sufrir por que quienes están en nuestro entorno obtienen triunfos, es un pecado que además, debería ser delito.

Lamentablemente y ojalá Usted me de la razón, la envidia es el pecado que más se comete en nuestro México.

Envidioso es aquél que no fue capaz de practicar para la justa deportiva y el día que otro mexicano gana, lo critica sin fundamento. Envidioso es aquél que pretende destruir lo bueno hecho por alguien, en vez de aplaudir los esfuerzos ajenos y apoyarlos.

Tal vez en nuestro fuero interno, seamos envidiosos de manera atávica. Tal vez fue lo que aprendimos en nuestra escuela y no lo hemos podido superar. Tal vez. Sólo tal vez.

Ahora bien, le pregunto a Usted y me pregunto yo mismo: ¿Qué podemos hacer para que nuestro querido México, si es que realmente lo queremos, logre salir adelante?

¿Cómo debemos superar esa envidia que nos corroe, que nos impide apoyar al hermano que triunfa, al compañero que progresa, al nacional que destaca, al político que ganó?

¿Porqué hemos de desvirtuar los logros ajenos diciendo: -yo lo hubiera hecho mejor-, cuando lo cierto es que Usted no ha hecho nada por progresar?

¿Qué cualidades debe tener el que logre destacar en nuestro medio?

Hace mucho ayeres me tocó presenciar la entrega de los premios Tony, que es el equivalente al Óscar, pero en teatro, y tuve oportunidad de escuchar el discurso del polaco que ganó, cuyo nombre no recuerdo.

Él dijo que le agradecía a su familia, esposa, hijos, productores, etc. Pero lo que más me marcó, fue cuando dijo que le agradecía a América, es decir, a los Estados Unidos de Norteamérica, nuestro vecino al norte, por haberle dado la oportunidad de triunfar.

Contó que recién llegado, sin dinero, ni fama, ni fortuna alguna, se dirigió a trabajar en los teatros, lo único que sabía hacer y ahí encontró seres humanos maravillosos. Vieron sus compañeros de trabajo que tenía cualidades y lo empezaron a proyectar, lo apoyaron, lo cobijaron, lo protegieron y efectivamente, logró triunfar.

Por eso, él quería agradecer a la gente de América, así lo dijo, y destacó que en su tierra natal, Polonia, hubiera obtenido sólo ataques, descrédito, envidias y demás sentimientos negativos.

Por eso he venido pensando que la envidia es el peor de los pecados. No lo disfrutas al cometerlo, ni lo disfrutas al recordarlo. Los demás, creo que sí…

En ningún momento he considerado que “el sueño americano” sea la forma de salir adelante. Vamos, existen tantas taras en Estados Unidos de América, como en cualquier otro país. O en cualquier otra región.

Ahora bien, me ha tocado saber de mexicanos excepcionales que han tenido que abandonar nuestras fronteras para alcanzar los logros que aquí, les hemos restado. Fernando Valenzuela, “El Toro de Etchouaquila”, el máximo pitcher de grandes ligas, que obtuvo el apoyo y cobijo de todos quienes se fueron cruzando en su camino. Rosario Marín, que llegó a ser Tesorera de Estados Unidos de América y cuya firma aparece en los billetes americanos, los llamados dólares. Lorena Ochoa, campeona del mundo en golf. Los grandes cineastas que acaban de obtener reconocimientos de primer nivel y que han sido arropados por la crítica mundial. Y por supuesto, Elsa García Rodríguez, la gimnasta regia que ha acaparado todos los titulares de prensa, pero sólo a raíz de sus triunfos en Europa. ¿Qué nos costaba apoyarla desde aquí? ¿Para qué esperar?

Sin embargo, lo que pretendo que analicemos juntos, es lo relativo a la envidia.

Cuando Usted hace algo, lo que sea, y se siente orgulloso de su logro, no falta el envidioso que pretende desacreditarlo sin fundamento pero sí con ataques e injurias. Con críticas sin sustento, con diatribas que ofenden y obligan a abandonar el camino.

Cuando Usted empieza a destacar, en cualquier área de la vida, de inmediato surgen los detractores gratuitos que de entrada, lo acusan de lo que sea, sin base alguna y si más adelante logran acreditar algo que sea cierto, no se desdicen, sólo se limitan a justificar su dicho: -te dije que además, era ratero, (o drogadicto, o mentiroso, o corajudo, o lo que sea)-.

Envidioso es el funcionario de gobierno que impide que se abra un negocio, planteando innumerables trabas, pues sabe que él nunca lo va a lograr; envidioso es aquél que cuando compite y pierde, siempre arroja la culpa a los demás -el otro le dio dinero al árbitro, tuvo más preparación que yo, él si tiene maestro, etc.-.

Hace tiempo, tomando clases de Oratoria, mi Maestro, Darío Martínez Osuna, nos decía: No se quejen por perder ni le echen la culpa a los demás. Sólo cada uno de Ustedes es responsable por haber ganado o perdido. Si ganaron, Ustedes hicieron las cosas mejor. Si perdieron, el otro algo hizo mejor que Ustedes: o es sobrino del jurado, o les dio dinero, o los amenazó, o algo hizo que Ustedes no. Simplemente, estaba mejor preparado que Ustedes. Lo que tienen que hacer para ganar, es hacer Ustedes cada vez mejor las cosas, siempre dentro de lo que sea legal. Un triunfo fuera de la ley, es para avergonzar, no para presumirse.

Y si, he tratado de hacer cada vez mejor las cosas. En mi trabajo, ante Ustedes, en mi casa, con mis amigos.

Y si, también he tratado de no sentir envidia por el logro ajeno. Lo correcto será, hacer mejor las cosas que los demás. Sólo así, seremos mejores contra nosotros mismos, que es la única forma de llegar a ser mejores que los demás.

Y sí, he tratado de aplaudir los logros de mis semejantes cuando los he visto.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.
Publicado el 04 de julio de 2007 en El Porvenir en la siguiente dirección:

domingo, 25 de enero de 2009

Del Homicidio Laboral

Existen palabras que, por fuertes, siempre se pronuncian por lo bajo, como con miedo, como queriendo evitar que nos escuchen, como que sólo han de sucederles a otros.

Entre ellas, homicidio. Homicidio significa, en buen castellano, privar de la vida a un hombre. Es decir, matar a un hombre, mujer, niño, anciano, vamos, a un ser humano.

A veces, al homicidio se le aplican calificativos que casi siempre, lo agravan. Que al que mata a su padre, parricida; el que ataca a un infante, infanticida; que al que mata a otro con ventaja, sabiéndose más fuerte, se le llama homicidio calificado; a veces, cuando no es con intención, cuando sólo es consecuencia de un verdadero accidente, se le llama homicidio culposo, pero homicidio al fin.

Claro, la lógica, el derecho, nuestros principios y la normatividad existentes nos dicen que quien comete un homicidio debe recibir la pena o castigo que tal conducta tiene establecida en los códigos, amén de la carga emocional que implica saberse autor de tan execrable conducta.

El homicidio puede darse por acción o por omisión. La pena es distinta, pero la culpa es la misma. Ya lo dijo Sor Juana Inés de la Cruz hace unos cuantos años: Quién es más de culpar/ aunque cualquiera mal haga/ la que peca por la paga/ o el que paga por pecar.

Hace apenas un momento, en el tiempo, que unos mineros, hombres rudos, fuertes, con esperanzas, con sueños, con familias, con padres, esposas e hijos, fueron a trabajar a Pasta de Conchos y no retornaron.

Hace apenas un momento, que alguien, no hizo su trabajo.

Que si el sindicato los dejó trabajar sin tener “planta”, que si la empresa les permitió laborar sin equipo de seguridad, que si el inspector no dijo nada ante la falta de dichos equipos, que si el capataz no pudo impedir que entraran, que algo falló, que fue culpa de todos y de nadie, en suma, muchas respuestas pero ninguna convence ni a los deudos ni a la sociedad.

Eso, ya lo sabemos. Los deudos, Usted y yo. Lo interesante no es saber quién fue el que falló, si no cómo vamos a hacerle para impedir que actos como ese se vuelvan a presentar.

El enviar a un hombre o a un grupo de hombre o mujeres, peor aún, de niños, a trabajar en condiciones que no sean las adecuadas, presintiendo o sabiendo que puede ocurrir una desgracia, deberá tener nombre y ese, será el de homicidio laboral.

Actualmente se le califica como accidente de trabajo cuando un empleado o trabajador de una empresa tiene un evento que le ocasiona un daño, una perturbación física o mental que le impide desarrollar su trabajo, ya de manera temporal, ya definitiva o peor aún, le ocasiona la muerte.

Esa conducta tiene una sanción para el patrón en la Ley, que es obligarle a cubrir ciertas cantidades, ya de manera directa, ya por conducto de quien se subroga de las obligaciones del patrón. Pero debe pagar. Claro, a veces habrá que demandar para lograr de manera coercitiva lo que de grado debió otorgarse.

Actualmente, la responsabilidad en que incurre el patrón es acorde a lo que establecen las leyes comunes y en algunos casos de excepción, va conforme a las leyes del trabajo. Que si un brazo vale tanto por ciento, que si los dos brazos valen más, que si un ojo es de tanto, es decir, están debidamente tasados todas y cada una de las partes del cuerpo y más aún, está valuado el propio cuerpo de forma integral.

Sin embargo, no debe ser civil la responsabilidad.

Si el derecho del trabajo ya ha adquirido mayoría de edad como para escindirse o separarse del derecho civil y establecer sus propias reglas, también las penas y sanciones de la conducta que se aparte de un recto proceder deberán estar contempladas con todas sus letras, no con el eufemismo de “Accidente de Trabajo” que actualmente se usa.

Con independencia de que el patrón deberá tener responsabilidad laboral, como un verdadero derecho ajeno que es el del trabajo, también debería ser procesado por el homicidio laboral.

Para ello, se requiere de la decidida participación de todos los juristas, criminólogos, sociólogos y demás estudiosos de las diversas disciplinas que confluyen en el actuar del hombre en sociedad, para determinar que, con la carga procesal que corresponde al patrón, que es quien conoce de los alcances de su empresa, éste deberá demostrar que los puestos de trabajo son seguros, que no existe un riesgo más allá de lo que legalmente se pueda establecer y que en los casos en que la función sea de tal manera que implique riesgo, el patrón deberá correr con la responsabilidad de toda índole, tal como corresponde en derecho.

Si revisamos con detenimiento la forma de actuar del patrón a lo largo de los tiempos, veremos que existen básicamente dos tipos de empleadores: los que comprenden a cabalidad el valor de su función social y en consecuencia han superado e ido más allá siempre de los alcances de la ley; y, aquellos, que escatiman al obrero todos y cada uno de los derechos que pueden.

A los primeros, que son muchos, sólo queda felicitarlos y adelantarles que la sociedad les debe un reconocimiento.

Los otros, los que siempre procuran defraudar al obrero, son los que han obligado al trabajador y a la sociedad a luchar por establecer certeza en pro de su actuar.

El patrón que pretende obligar al obrero a laborar a deshoras, como lo hacían los mozos de cuadra del siglo antepasado, fueron los instigadores del establecimiento de las horas extras y del tiempo para ingerir alimentos.

El patrón que niega al trabajador el derecho de convivir con su familia, consiguió se otorgaran vacaciones.

Aquél que se negó a reconocerle la posibilidad de acceder a servicio médico, logró se estableciera la Seguridad Social.

Ahora, vamos por los patrones que niegan a los trabajadores el derecho a laborar en condiciones dignas. Vamos por aquellos que, sabiendo que enviar al obrero a un centro de trabajo infestado va a provocarle la muerte, lo hacen sin recato ni pudor alguno, escudándose en la necesidad de producir “por el bien del país” y aprovechándose del hambre del obrero.

No habrá nunca, razón suficiente para permitir que un infante arrastre o empuje carritos de supermercado en cantidad mayor a sus fuerzas de niño; como no habrá justificante para el que obligue a alguien, a lavar de rodillas un piso con los ácidos corrosivos que, por baratos, resultan mortales.

Tampoco será válido permitir que el minero entre a una poza sin suficiente ventilación, como los de Pasta de Conchos, ni que las doscientas o más mujeres estén pegadas a la máquina de coser, dejando literalmente los ojos, para engarzar filigranas por las que, si acaso, les retribuyen un salario mínimo, cuando cada pieza se oferta en el mercado como “hecha a mano” y por ende, a precios estratosféricos.

Es cierto que debe existir una ganancia para el dinero invertido, que le permita al inversor poder vivir de su capital y para ello, el empresario debe buscar las formas de lograr que sus bienes, aunados al esfuerzo humano del obrero, se conjuguen de tal manera que exista ganancia. Debe haber una forma legal de permitirle ganar lo suficiente para su propia subsistencia y que siga ganando su capital. Por eso apuestan.

Pero también es cierto que tal como lo establece el artículo tercero de la ley que regula la materia, el trabajo es un derecho y un deber sociales y, por ende, no es artículo de comercio y además, exige respeto para las libertades y dignidad de quien lo presta y debe efectuarse en condiciones que aseguren la vida, la salud y un nivel económico decoroso para el trabajador y su familia.

Eso reza nuestra ley. Hacerlo realidad, impedir que la vida o la función orgánica del obrero se vean comprometidas, es nuestra función. Establecer que la pérdida de vidas en tratándose de materia laboral sea considerada HOMICIDIO LABORAL, es la propuesta.

Ojalá podamos hacer, entre todos, que nuestros legisladores nos escuchen. Lo invito a sumarse al esfuerzo.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Socio del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.
Catedrático de licenciatura y posgrado en diversas Universidades.


Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
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lunes, 19 de enero de 2009

Del valor de la familia.

Ahora que en nuestro país se celebra a la familia, se imponen algunas reflexiones.

La familia, como la conocimos algunos de nosotros que ya hemos visto pasar muchas hojitas del calendario, estaba integrada casi siempre, por el Papá Grande, la Mamá Grande, que ahora se llaman abuelos, algunos tíos y tías, generalmente solteros o viudos, algún hermano de los padres, los padres, los hijos y casi siempre, algún primo que por alguna razón ignota, tenía que vivir en la casa.

Obvio, las casas eran grandes, con cuartos que alcanzaban dimensiones de lo que ahora es una casa de interés social, íntegra.

Con el advenimiento de los nuevos tiempos, con el descubrimiento de nuevas medicinas y técnicas que controlan la natalidad, con las facilidades otorgadas por la banca comercial y de apoyo a quienes desean comprar una casa, en suma, con los cambios torales dados en la forma de administrar la vida, empezó a mutar de manera decisiva todo cuanto gira en torno a la familia.

Empezaron los divorcios, algo que en los albores del pasado siglo era muy mal visto, hasta el punto de que en todas las casas y todas las familias existen cuando menos uno o dos hijos divorciados, cuando la regla era que cada uno tenía que soportar la cruz que le había tocado.

Claro, ahora se puede decir, que existe libertad de elección y de decisión, cada vez más informada, respecto de la forma de vida que se desea.

El quid del asunto y lo que entiendo ahora se pretende restablecer, es que el entorno de quienes ocupan un lugar en el mundo sin haberlo pedido, los hijos, no deben ser culpables de los errores y horrores de los padres.

Los ejemplos de heroísmo a cargo de los padres, tanto padre como madre, a favor y beneficio de los hijos son innumerables. El sacrificio de los progenitores por sus hijos no tiene parangón con ningún otro ejemplo. Hasta las bestias defienden a sus crías. Baste ver a la leona herida protegiendo su cachorro. Y pensar que algunos padres maltratan a sus hijos…

Pero ya estoy divagando.

Lo que trato de dejar claro, querido lector, es que es altamente loable la propuesta para festejar la existencia misma de las familias.

El padre, a pesar de lo dispuesto por nuestra Constitución Política, en la parte en la que decreta la igualdad de los hombres y las mujeres, sigue siendo soporte, tanto en lo económico como en el ejemplo a los hijos, de lo bueno y de lo malo.

La Madre, ese ser a quien tantas loas han cantado los poetas, sigue siendo quien es poseedora del bálsamo que lo mismo cura una herida en el dedo, que un corazón roto, ambas, con sólo un beso.

Luego entonces, siendo necesarios ambos en el seno del hogar, que hemos visto ha venido cambiando por la misma dinámica de los tiempos actuales, debemos pugnar por que los hogares permanezcan unidos.

De ahí que me sume a la celebración en honor de la familia.

Ahora bien, la mejor forma de demostrar a la familia lo importante que es para nosotros, es precisamente haciéndoles ver, a cada uno de nuestros padres, hermanos, hijos, cónyuges y demás, lo importante que son para nosotros.

No diciéndoles frases huecas, sin sentido y con mucho afán comercial.

Demostrando, con hechos, que nos importan. Por lo pronto, a cada uno de su familia trate de darle, cuando menos, un abrazo y un beso diario.

A más de uno va a sorprender. Y se lo van a agradecer. Se lo prometo. Hace mucho que yo trato de hacerlo, siempre.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.

José Manuel Gómez Porchini.

sábado, 17 de enero de 2009

De las nuevas tecnologías

Hace unos días, recibí en mi máquina un mensaje de correo electrónico de una muy querida amiga, en la que me urgía me diera de alta como “amigos” en la página de nosequién, de esas que anuncian que te roban la identidad y te hacen proclives a un secuestro.

Le contesté y le dije que sí soy su amigo, pero que no le sé a esas páginas.

Según yo, como he llevado varios cursos de informática y computación, sé mucho de esto, pero lo cierto es que a la primera de cambios y cuando se “traba” la máquina o no me hace caso, voy corriendo con mis hijos o con mis sobrinos, los de secundaria o primaria, total, da igual, todos saben más que yo.

Y cuesta mucho trabajo reconocerlo pero es cierto.

No le entiendo a la máquina ésta, por más esfuerzos que hago.

Si le aplano para centrar, graba. Si quiero grabar, borra. Si la orden es para que cambie el tipo de letra, imprime o algo así.

Claro, si la cuestión es un poco más complicada, ni hablar.

Y creo que existe una razón para ello.

Los mayores que yo, los que ya exceden de 50 y más, crecieron sin haber visto jamás una cosa de éstas y en su inmensa mayoría están exentos de acreditar que saben usar las computadoras. Vamos, hasta les molesta que los tuteen los cajeros y los programas y por eso no se acercan a las computadoras.

Los menores que yo, que crecieron con ataris, tetris y otros jueguitos, que aprendieron con calculadoras y demás aparatos modernos, no batallan.

Pero mi generación, los de los modelitos nacidos a fines de los 50’ no tenemos excusa alguna que nos permita obviar el manejo de las computadoras.

Vamos. Aprendimos que se llaman computadoras y ahora son “laptop”, “desktop”, “notebook”, mini’s, periféricos, servidores y otros nombres igual de absurdos y extraños. Nosotros revisábamos el correo y estos “checan su mail”. De hecho, uno de mis mejores amigos me manda correos pero no les escribe nada, al cabo nadie los lee. Sólo anota la dirección electrónica y lo manda. Así sabemos sus amigos que está vivo y actuando.

Sin embargo, a pesar de todas las quejas y todos los desaguisados en que podemos incurrir, no nos queda más que reconocer que las maquinitas éstas sí funcionan, sí tienen utilidad práctica y sí se pueden manejar, a pesar de todos los pesares.

Ahora debo entrar a una mayor modernidad. Para estar a tono con el nivel académico que exigen en muchas escuelas, debo hacer presentaciones en “power point”, con enlaces a “blogs” y además, con accesos “virtuales”, que se puedan ver desde un puerto remoto.

Leí hace unos días que ya se dijo que las especies que triunfan y sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, si no las que mejor se adaptan al cambio.

Ahora nos corresponde, a esa generación perdida que responde mis mensajes en textos que parecen grabados con cincel y martillo, adaptarnos a las nuevas tecnologías, también, estar al día, demostrar que tenemos la capacidad de adaptarnos y por ende, que somos capaces de sobrevivir.

No vaya a ser como aquél otro que me dice que sólo usa el teléfono convencional porque no ha aprendido a “moverle” a los celulares, que por cierto, yo sólo uso para hablar por teléfono y mandar mensajitos, si bien el que me compraron tiene cámara y no sé qué monerías más, que no sé usar.

Tan fácil que era la vida cuando las máquinas de escribir tenían el teclado en tercera dimensión, que había que hacer fuerza para que te obedecieran las letras y no tenía más que el movimiento del carro para adelante y para atrás.

Ahora, ¿Qué quieren que les diga? Las laptop sirven hasta para ver películas. No le diga a nadie, no lo platique, pero creo que tienen complejo de televisiones.

Para estar a tono y demostrar que soy muy moderno, ya tengo mi propio blog, que utiliza el mismo nombre de mis colaboraciones: MÉXICO DEBE SALIR ADELANTE, pero parece escrito con errores de ortografía, sin mayúsculas ni acentos ni separaciones y además, con el punto com al final. http://www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/

Ojalá algún día pueda entrar Usted a verlo. Aprovecho este mensaje para ponerlo a sus órdenes.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
www.mexicodebesaliradelante.blogspot.com/

viernes, 9 de enero de 2009

De los honorarios

Hoy voy a tocar un tema bastante escabroso para los que como yo, tenemos un corazón que nos estorba a la hora de querer cobrar nuestro trabajo como abogados o simplemente, como profesionistas, pues no podemos ni sabemos lucrar con el dolor, la pena y la necesidad ajenos.

Déjeme tratar de explicarme.

Cuando Usted, mi querido lector, se siente mal, primero busca un tecito, un remedio casero. Si ve que no se compone, va a buscar a un doctor y le cuenta todo, absolutamente todo lo que le duele.

Existe el adagio de que al doctor, al sacerdote y al abogado, se les debe hablar con la verdad.

La razón de ello, es que ni uno de los tres, podrá ayudarlo si Usted les esconde información. Si al doctor sólo le dice que le duelen los callos, pero Usted llora del dolor de muelas, si al sacerdote le oculta un pecadillo, de esos mortales pero que no se deben andar divulgando… ¿Cómo quiere que lo ayuden, si no son adivinos?

En el caso del abogado, normalmente Usted lo va a ver cuando ya el asunto está muy manoseado. Usted ya trató de arreglarlo por su cuenta. Usted ya hizo amarres, gastos, compromisos y no logró nada.

Entonces sí, sólo entonces, va a buscar a un abogado. Por supuesto, le oculta información.

Cuando quien lo atiende es el doctor, ya sabemos que si el enfermo se cura, fue por la Gracia Divina. Si muere, es prueba de la ineptitud del médico. Y sin embargo, en ambos casos Usted le paga al galeno el costo íntegro de sus honorarios, no importa si le arregla el asunto o no. No importa si muere el paciente o se salva. El doctor cobra y algunos, los especialistas, muy bien.

En el caso de los abogados, la gente quiere que el jurista cobre a resultas del juicio. Si ganamos, cobras. Si no, ni modo.

Sin embargo, si bien es cierto que el Ingeniero, el Doctor, el Abogado y demás profesionistas, cobran honorarios por lo que saben, también es cierto que los emolumentos de los profesionales no son acordes con lo que dicta la Constitución de: “a trabajo igual, igual salario”, pues aquí interviene y mucho, la especialización de los profesionistas, que se tornan verdaderos profesionales de su área.

Aquí se impone un paréntesis. Es sólo para recordar el cuento aquél del ingeniero que fue a la gran empresa que tenía una máquina de lujo descompuesta, la que revisó detenidamente un rato y luego pidió un destornillador.

Se fue a la parte de atrás de la máquina, movió un tornillo y listo!!!

La cara máquina estaba arreglada.

Al presentar su factura, de $1,000.00 dólares, el dueño reclamó: ¿Por qué tanto, si sólo se tardó un minuto? A ver, desglóseme el importe de la factura, farfulló.

El Ingeniero contestó: un dólar por apretar el tornillo. 999 por saber qué tornillo apretar.

No es lo mismo acudir con uno egresado de una escuela “patito”, de esas que le ofrecen un título en sólo tres meses, previo pago de tooodas las cuotas, a uno egresado de una Institución en la que tiene que cubrir todos y cada uno de los requisitos exigidos por la cátedra, que se quema las pestañas para atender las instrucciones de los maestros, verdaderos catedráticos, de los que practican horas y horas lo mismo hasta lograr la perfección que lleva al alumno a alcanzar la maestría en su arte, profesión u oficio.

No es lo mismo que su asunto lo atienda un pasante de abogado, que a duras penas distingue la gimnasia de la magnesia, a que le maneje su problema un especialista en alguna de las áreas del derecho, de esos que han bregado por años en el camino y que saben más por viejos, que por sabios.

De esos que se han dedicado a manejar asuntos como el que a Usted le duele, no que va a tratar de improvisar, “al cabo si todo sale mal, pagamos y listo”.

Cierto, al abogado se le enseñan tres premisas fundamentales para defender los intereses económicos de los clientes:
1.- No pagar.
2.- Si hay que pagar, pagar lo menos posible.
3.- Ese menos posible, pagarlo en el mayor tiempo posible.

Eso, cuando sólo son intereses económicos los que están en juego.

Pero, ¿Cuándo lo que está en juego es su honra, su vida, su libertad? ¿Qué hacer cuando de la adecuada defensa, de los argumentos válidos, depende que Usted esté libre o tras las rejas?

Tal vez logre sacarlo en paz y a salvo. Tal vez. Pero lo que sí es seguro, es que su honra, su buen nombre, su fama pública, quedarán maltrechas. Y cuando se ha dedicado una vida a forjarse un nombre, no se está dispuesto a perderlo así nada más, por una idea equívoca de un cliente, por la intención de no pagar a pesar de que exista la deuda.

Ahora bien, suponiendo que el cliente quiera pagar, ¿Cuál será el tabulador correcto para considerar los honorarios?

Primer caso. El 20 o 30 o 40 o más por ciento del asunto… si se gana. ¿Y si se pierde? Usted, como abogado, ¿no va a cobrar? Haga de cuenta que se le murió el cristiano. Se merece ese mismo porcentaje, con una cuota por anticipado.

Segundo ejemplo. Costo por hora, incluyendo las de traslado en viajes, las que se dediquen a hacer escritos, a estudiar las estrategias del negocio. En ese caso, hablamos de mil quinientos a dos mil pesos la hora. En un día de viaje, con traslados y disposición íntegra al cliente, pueden ser de treinta y dos mil a cuarenta y ocho mil pesos por día.

Tercer propuesta. Cierto, escribir una hoja en la computadora, tarda, digamos, diez minutos. Saber qué es lo que se va a escribir, tarda, digamos, veinte años de experiencia, una Maestría con cédula profesional, más de mil audiencias atendidas, algunos cientos de amparos presentados y cosas por el estilo.

Además, si le suma el ser autor del libro de la materia, haber dictado múltiples conferencias en muy diversos foros, creo que debe ascender el costo por hoja. Tal cual si fuera un manuscrito de Borges.

En cualquiera de los tres casos planteados, el importe de los honorarios del abogado debe ser de tal manera, que le permita una vida digna, que no tenga necesidad de robar, que no deba prostituirse fuera o dentro de tribunales implorando por un detenido, a quien de cualquier manera habrían de soltar, con y sin escrito del leguleyo.

Vamos, que el Abogado pueda seguir los pasos de Don Ángel Osorio, Decano de los Abogados en Madrid o lo que estipula el Decálogo propuesto por Don Eduardo J. Couture.

Que tenga la entereza de ánimo requerida para estudiar un asunto, que tenga el tiempo necesario para prepararse a conciencia, que pueda analizar con detenimiento sus argumentos, que pueda ser digno ante sí y ante la sociedad por su trabajo.

Que nunca un Abogado o un profesional de cualquier materia, deba tener que litigar sus honorarios.

Nunca.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.

jueves, 1 de enero de 2009

Una propuesta diferente en Seguridad Social.

Ya hemos comentado Usted y yo, que no es lo mismo tener un empleo que trabajar. Ya sabemos que son dos cosas muy distintas. Ahora bien, ¿cómo podremos hacerle para que el trabajar nos sea redituable a todos, con todas las ventajas de los empleos?

La tecnología, que no es otra cosa que la aplicación de herramientas de diversa índole a efecto de hacer más sencillo el trabajo a desarrollar, no siempre ha sido bien vista por los juristas, pues su propia formación intelectual los convierte en seres reacios al cambio, al no alcanzar a comprender los vericuetos de los aparatos modernos, así se llamen en su tiempo: ábaco, imprenta, máquina de vapor, computadora y demás.

Hoy existen, y son fáciles de usar, con los conocimientos técnico-científicos apropiados, equipos de computación con programas de software que permiten una amplia gama de aplicación, que van desde llevar inventarios en cadenas de supermercados, hasta ofrecer “puntos” por acumulación de consumos, por ejemplo, en aerolíneas que ofrecen vuelos gratis al acumular tantas “millas”, restaurantes que ofrecen comidas gratis al acumular “puntos”, tarjetas de crédito que intercambian “puntos” por productos y aún por dinero en efectivo en los propios supermercados.

De hecho, una empresa de tarjetas de crédito y débito anunció hace ya tiempo haber logrado cien millones de cuentas en América Latina. Es decir, ya existe el programa de computación suficiente para manejar más de cien millones de cuentas, número igual al de los mexicanos todos.

A lo que voy y a donde trato de llevarlo conmigo, querido lector, es a pensar, a imaginar que nuestro México puede ser punta de lanza, puede ser de nuevo, modelo a seguir en cuanto a instrumentos jurídicos.

Imagine Usted, sólo imagine, que la actual forma de contratación laboral ya quedó obsoleta. Piense Usted que las empresas están en posibilidad de otorgar a los empleados la posibilidad de desempeñarse desde sus casas.

Sólo piénselo y ahora, recuerde la inmensa cantidad de empresas que ofrecen que Usted trabaje desde su casa, que obtenga ingresos por realizar operaciones desde su equipo de cómputo, ya sea que esté en la oficina, de manera presencial o bien, en algún café, en la plaza, en los aeropuertos, en suma, en cualquier lugar Usted puede estar conectado al mundo.

Es decir, las necesidades de los patrones han cambiado y mucho, así como las formas de trabajar.

Para adecuarnos a los nuevos tiempos, debemos ser capaces de crear una forma distinta de proteger a quienes realizan esfuerzos en la vida para sacarla adelante.

Ya no es necesario que cada uno tenga un empleo formal, uno de esos en los que estás sujeto a reglas rígidas. Ahora se puede ser más flexible en toda la extensión de la palabra. Antes, el obrero vivía cerca de la fábrica, su tiempo de traslado era mínimo y su horario, le permitía compartir con su familia las tardes o las mañanas, según fuera su turno.

Ahora, para llegar a la fuente de trabajo, el empleado invierte dos o más horas en un tráfico infernal, claro, en trasporte colectivo, lo que le obliga a salir de casa a horas muy tempranas y la propia carga laboral lo obliga a regresar, después de dos o más horas en el transporte, totalmente cansado, exhausto, sin ganas de convivir con su familia y en un completo estado de desesperación.

El empleado de cuello blanco, el “de confianza”, ese que entrega todo al patrón y que éste no es capaz de reconocer como un verdadero trabajador, igualmente debe sacrificar lo que realmente vale, la familia, en aras de conservar su empleo.

Acabo de enterarme de otro más que apenas frisando los cincuenta años de edad, ya sufrió un infarto. O aquél que tiene una depresión crónica pues no es capaz de conseguir los satisfactores que su familia le implora, a pesar de todos los esfuerzos que ha hecho, incluyendo obtener una Maestría y un Doctorado, que de nada le han valido ante un patrón que sólo ve por quienes son recomendados, pero que no puede abandonar el puesto de empleado por no perder su antigüedad en la empresa. Es muy triste.

Imagine Usted que cada uno pueda ser titular de su propia seguridad social, con el Estado únicamente como garante. Imagine Usted, que en base a lo que Usted gasta, va acumulando lo suficiente para obtener una pensión en cuanto arribe a una determinada edad, podríamos decir, sesenta años.

Pero que fuera como derecho, no como limosna, ni como dádiva graciosa, ni como compromiso político, ni como regalo. Un verdadero derecho.

Que estuviera inserto en la Constitución, con el juicio de amparo como medio de hacer valer ese derecho.

Que cada vez que Usted adquiera algo, lo que sea, una parte de lo que paga de Impuesto al Valor Agregado, IVA por sus siglas, se abonara en una cuenta de ahorros a su nombre, obviamente, ligada a la Clave Única de Registro de Población, CURP también por sus siglas, de manera que Usted tuviera derecho a seguridad social por el sólo hecho de ser mexicano, por el sólo hecho de comprar en su país, por el sólo hecho de participar en la sociedad. Vamos. Por ser un mexicano.

El propio Seguro Social tendría una menor carga, pues podría crearse una forma más, pero mucho más ágil de generar la vigencia de derechos, que la arcaica que actualmente se usa.

Todos nos sentiríamos dueños de un derecho, no estaríamos esperando una limosna que ofende a quien la recibe y denigra a quien la otorga. Máxime, cuando para otorgar esa limosna, esa dádiva, se gasta más en publicitarla que el propio costo de la limosna. Cuestión de ver las “grandes obras” de los mayores empresarios del país. Siempre son noticia en la televisión, lo que no dicen es que de ahí se pagan los gastos de sus hijos, de sus esposas, de sus amistades, para decirlo en términos eufemísticos. Y además, Usted, el pueblo, todavía colabora para que ellos se alcen el cuello.

Que cuando el gasto se hiciera a nombre del gobierno, cualquiera que sea su denominación o a nombre de una empresa privada, siempre, pero siempre, el porcentaje se destine a la cuenta del gobierno o de la propia empresa privada. Así, tendríamos la seguridad de que lo que la empresa gasta, sirva para garantizar impuestos. Y que cuando sea el gobierno el que consuma, el porcentaje se destine a garantizar la seguridad social de los que nunca compran o que no alcancen a soportar su pensión.

Ya lo he publicado en anteriores ocasiones en estas mismas páginas. Ya lo he llevado ante legisladores, léase diputados y senadores, que me han manifestado que parece interesante la propuesta, pero muy ambiciosa.

Ya lo comentado con comunicadores, de los que aparecen en la televisión o que ocupan las principales columnas en los periódicos nacionales. Igual, manifiestan su conformidad pero me hace falta su apoyo. El de Usted, mi querido lector.

Imagínese que Usted pueda buscar horizontes nuevos en su vida laboral, sin el temor de perder lo que haya acumulado en algún sistema de seguridad social. Imagine que Usted puede tratar de progresar, sin miedo al propio progreso.

Voy a presentarle un solo ejemplo, que sirve para que Usted valore el tamaño de la propuesta.

Los miembros de un sindicato, por más poderoso que sea, una vez que han obtenido su autorización para ingresar a laborar en la empresa, deben congraciarse con su sindicato, para que los proponga ante el patrón, ya sea gobierno o persona de derecho privado, a efecto de que les otorgue la plaza y en consecuencia, un puesto de trabajo.

Un día, de pronto se da cuenta que lo mandan a la guerra sin fusil y con la amenaza de que si no le gusta, renuncie. Ese darse cuenta se da a los cinco, diez o más años de lucha y entonces, el sindicalizado toma conciencia que es muy tarde para pretender una nueva vida. Que fuera de vivir halagando a sus líderes sindicales, no tiene otra opción de vida, a menos que esté de acuerdo en renunciar a la posibilidad de la seguridad social. Que sabe que si se cambia a otro empleo, no podrá aspirar a luchar por ser inscrito en el Seguro Social como medio de obtener seguridad social, pues el patrón fácilmente lo reemplaza por otro con menos aspiraciones… y entonces, eso… ¿a qué nos lleva?

A que se llega al error de confundir al patrón, con el sindicato, que deja de ser una unión de trabajadores para tornarse en una camarilla de asalariados que buscan su lucro personal y olvidan que su misión es defender a sus compañeros.

Igual ha sucedido en las empresas privadas, en aquellas en que en el afán de arropar al obrero, las propias leyes han permitido que se pierda de vista que el objetivo primordial de cualquier relación humana, es luchar por mejorar la vida, en todos sus aspectos, no por convertir en simples máquinas de producción a los obreros, ni tampoco en despojarlos de su dignidad en su afán muy legítimo de obtener los satisfactores para sus familias.

Lo que debemos hacer ahora, es utilizar los mecanismos tecnológicos que están a nuestro alcance con inteligencia, precisamente para que la tecnología sea nuestra esclava y entonces sí, usar esa misma tecnología para que podamos pertenecer a cuantos grupos de seguridad social nos sea posible, que podamos tener a la mano la portabilidad de nuestra antigüedad de empresa, que se pueda luchar por obtener mejoras en los salarios, pensando siempre en las personas como lo que son: seres humanos dignos de respeto y no mercancías de fácil manejo.

Ojalá logre interesarlo. Siempre trataré de estar dispuesto a atenderlo.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com
Publicado en El Porvenir de Monterrey el día 19 de junio de 2008.

De la diferencia entre trabajo y empleo.

Cuando hacemos referencia a algunas palabras, acostumbramos hacerlo en el modo de sustantivo, es decir, como si estuviera conjugado el verbo en primera persona del singular. Por ello, decimos “trabajo” y “empleo”, no “trabajar” y “emplear”.

Hoy voy a tratar de referirme a una pequeña, mínima distinción entre trabajo y empleo, que acostumbramos usar como sinónimos pero que si los analizamos con detenimiento, podremos darnos cuenta de que esa diferencia influye de manera sustancial en nuestra propia vida como país, en los efectos que produce en la sociedad y la gravedad de lo que resulta de confundir dos palabras que, a veces, se usan como sinónimos.

Revisando la página de internet de la Real Academia Española de la Lengua, encontramos las siguientes definiciones: trabajar: 1. intr. Ocuparse en cualquier actividad física o intelectual[1]; emplear: 1. tr. Ocupar a alguien, encargándole un negocio, comisión o puesto[2].

En ambos casos, hemos tomado sólo la primera acepción que aparece y ahora trataré de ubicarlo en términos de más fácil comprensión.

Por trabajo se debe entender la actividad humana que implique un esfuerzo, ya físico, ya intelectual, que sirva a diversos propósitos. Básicamente, a sacar la vida adelante. Trabaja el niño en aprender a caminar; trabaja el niño y de manera muy formal, en jugar; trabaja el estudiante, tanto para asistir a clases como en hacer sus deberes y transportarse a la escuela; trabaja el ama de casa que se encarga de preparar todo lo necesario para que los retoños y el marido tengan listo lo que requieren para sus actividades diarias, como también trabaja la mujer que vende en casa productos por catálogo, que vende puerta por puerta diversas mercaderías con el pomposo título de “asociada en ventas”; trabaja el hombre que vende tacos en la calle, como el profesionista independiente que tiene su propio despacho, bufete, consultorio u oficina; trabajan también, la mujer que se dedica a la vida galante y algunos caballeros que siguen los mismos afanes; como también lo hace el adulto mayor, en plenitud o “viejito” que hace un esfuerzo físico para seguir la vida.

Sin embargo, ninguno de ellos tiene un empleo formal, de esos que presumen los gobernantes y que registran las instituciones de seguridad social.

Tener un empleo, de esos que se contabilizan, de los que se inscriben en las estadísticas, de los que proporcionan una cierta seguridad, es cosa muy distinta.

Un empleo formal, implica que alguien, persona física o moral, lo busque a Usted, para encargarle realice o desempeñe un negocio, comisión o puesto, en el que Usted tendrá sólo una serie muy limitada de atribuciones, un muy limitado catálogo de obligaciones y tendrá además, una serie de prerrogativas, prebendas y canonjías que sólo a los empleados corresponden.

El patrón, por su parte, por cada empleo que vaya creando, va creando una serie de compromisos que son maravillosos para el empleado, pero que en modo alguno son tan amplios como la vida actual requiere.

El empleado, es decir, quien tenga un empleo formal, tendrá acceso y derecho a prestaciones de seguridad social, a vacaciones, a aguinaldo, a horas extras, a una posible pensión o jubilación, a una “ayuda en caso de matrimonio”, cuando lo cierto es que, creo, deberían cobrarles. Valga eso como un pequeño chascarrillo, como un desahogo de quien tiene más de veinte años en esa situación.

Pero ahora sí, de manera formal, lo invito a que reflexionemos juntos. No todos los que trabajan tienen un empleo formal ni todos los que gozan de un empleo formal, trabajan.

Usted y yo hemos visto a más de uno, personas con un empleo formal, que acuden a sus centros de labores y sólo eso hacen, pues en toda la jornada no dan golpe, ni producen nada, ni hacen absolutamente nada. Sin embargo, tienen las prestaciones descritas y hasta más. Alegan que por el sólo hecho de ir a la oficina, ya tienen ganado el salario.

Eso, sucede lo mismo en el ámbito gubernamental que en el sector privado. En uno y otro, vemos personas que acuden a las oficinas sólo para estar presentes todo el día, a veces, hasta con horas extras, sin hacer nada, es decir, sin trabajar.

Y lo más triste e interesante, es que en nuestro México, la ley que protege a los que tienen un empleo se llama, formalmente, “Ley Federal del Trabajo”. Fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 01 de abril de 1970 para entrar en vigor el 01 de mayo del mismo año, con excepción de algunos artículos que tuvieron diferente fecha de inicio de vigencia.

Es decir, para regular los empleos, se recurre a la Ley Federal del Trabajo. ¿Y para regular a los trabajadores? No existe ley alguna.

Los que saben de eso, dividen a la totalidad de la población de los países en “población económica activa” y los que no lo son. En México, si quitamos a los niños, a los estudiantes, a los adultos mayores, a los que tengan alguna discapacidad, a algunos otros grupos, lo que de por sí es etiquetar a la gente, nos quedan más o menos 45 millones de personas en edad de tener un empleo formal, es decir, nuestra población “económicamente activa” es de aproximadamente 45 millones de personas.

La cifra mágica que señala qué tantos empleos existen en el país, es la que proporciona, según algún genio de nuestro gobierno, el Instituto Mexicano del Seguro Social, supuestamente la única entidad encargada de proporcionar seguridad social en nuestra patria.

Para ellos, sólo alrededor de 13 o 14 millones de mexicanos tienen un empleo formal, es decir, de los que se registran y tienen las prestaciones “de ley”, y a los demás millones, podría decirse que de flojos e improductivos no los bajan.

Se les olvida incluir en la población que tiene un empleo formal, a aquellos que están registrados en algún otro de los múltiples sistemas de seguridad social que coexisten en México: Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, según aparece en su página de internet; los de Luz y Fuerza del Centro, los de Comisión Federal de Electricidad; los de las Fuerzas Armadas; los de las Universidades Públicas, que son aproximadamente 38; los de los Gobiernos Estatales, que se manejan aparte de los federales; los de los municipios, cuando menos, los de los más pudientes del país; los de diversos organismos públicos descentralizados, tanto del Gobierno Federal como de los Gobiernos Estatales y algunos otros sistemas que de momento se me escapan.

Si Usted algo ha visto de esto, ha de saber que la antigüedad en el empleo de uno de los sistemas no la puede arrastrar a otro, por lo que está condenado a permanecer en un “empleo formal” hasta que obtenga la jubilación, considerada por algunos tratadistas “la reyna de las prestaciones laborales”. De ahí que si Usted logra ingresar a alguno de esos “empleos”, haga hasta lo imposible por no perderlo, incluyendo no “hacer olas” cuando vea que las cosas van mal, pues lo pueden despedir, con lo que terminaría su estabilidad en el empleo, no en el trabajo.

La estabilidad y seguridad en el trabajo la tenemos desde el nacimiento, pues todos estamos sujetos a realizar esfuerzo, ya físico, ya intelectual, para conseguir lo que deseamos, incluyendo el llanto del bebé para conseguir alimento; la rebeldía del joven para lograr el permiso (me costó mucho trabajo convencer a mis papás de que me dejaran ir al baile); el “quehacer” del ama de casa para tener todo en orden; los afanes del obrero por conseguir “trabajo” en la obra o en el campo; el sufrimiento del profesionista por conseguir “un trabajo” en su oficina, que le permita llevar alimento a su casa; en suma, esa estabilidad la tenemos todos, que siempre estamos trabajando para sacar la vida adelante.

El hecho de etiquetar a los que tienen un empleo formal como los únicos productivos del país, hace que el ingreso per cápita de quien tiene el empleo formal se deba diluir entre los “dependientes económicos”, cuando a veces, esos “dependientes económicos” que no tienen un empleo formal, obtienen mejores y mayores ingresos que el propio asalariado.

Imagínese Usted, una casa en la que el padre de familia tenga un empleo formal, ya público, ya privado, el que Usted quiera, con jornada de ocho horas, derecho a vacaciones, aguinaldo y todo lo descrito. Que tenga una esposa que venda productos de diversas clases, trastes, zapatos, colchas y demás y que gane más que él; unos hijos que salgan a trabajar en el Taxi del que el padre de familia es propietario y que usa sólo los fines de semana, “para completar”, pero que los muchachos trabajan toda la semana cuando no están en la escuela y ganan más que el padre en el empleo formal; en suma muchos ejemplos y todos los que a Usted se le puedan ocurrir, que ganen más que el salario del empleo formal que crece a un ritmo del 4 por ciento al año, cuando las cosas suben un 40 por ciento.

No existe ley que los proteja ni mecanismo alguno que les ayude a progresar.

Eso sí, a los del empleo formal, “clientes cautivos de Hacienda”, les dejan caer todo el peso de la ley a la hora de calcular impuestos.

Inclusive, algunos cuantos, que tratan de ser honrados y querer a su país, van y se dan de alta como comisionistas, como profesionistas independientes, como prestadores de servicios, como muchas otras cosas más, sin derecho a nada pero sí, con toda la carga impositiva como si fueran grandes empresas con ejércitos de contadores y abogados para eludir, que no evadir, el pago de impuestos.

¿Cómo podremos lograr que todos los mexicanos, por el sólo hecho de serlo, tengan acceso a los privilegios de un empleo en razón de su trabajo?

Ya con esos antecedentes y sólo por razón de espacio, suspendemos esta colaboración.

La respuesta a lo planteado, queda pendiente para la siguiente entrega, si logro gozar del favor de su atención.

Mi trabajo, será plantearlo. El suyo, ayudarme a difundirlo.

Ojalá logre interesarlo. Siempre trataré de estar dispuesto a atenderlo.

Me gustaría conocer su opinión.

Vale la pena.

José Manuel Gómez Porchini.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la U.A.N.L
Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.
Miembro de número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

[1] http://buscon.rae.es/draeI/
[2] http://buscon.rae.es/draeI/

Génesis, evolución y perspectivas del Derecho Social.

Hoy voy a tratar de investigar, es decir, hurgar en los vestigios con que contamos, escudriñar en los libros a mi alcance y en las ideas que al respecto hemos planteado, respecto al origen, evolución y perspectivas del Derecho Social, como un derecho que ha adquirido categoría de ciencia, metodológicamente hablando, pues cuenta con todos los elementos necesarios para manejarse de manera distinta de las otras dos grandes ramas del derecho: el público y el privado.

Efectivamente, Ulpiano dividió el derecho en público y privado, para referirse por cuanto hace al primero, de aquél en que interviene el estado en su carácter de Estado y el segundo, a las relaciones jurídicas entre particulares.

Cierto, en nuestra tradición jurídica romanística, aparece el derecho canónico, referido como aquél en que se maneja lo relativo a la Iglesia Católica, pero si bien incide en la gran mayoría de los hechos del hombre, también es cierto que su función estaba dirigida básicamente a la cuestión religiosa y por tanto, ajena al quehacer de la mayoría de la población.

Frente a esa dicotomía jurídica, ya caduca y obsoleta, Ignacio Ramírez Calzada, El Nigromante[1], nacido el 23 de junio de 1818 en San Miguel de Allende, en el estado de Guanajuato, en la República Mexicana, propuso la creación de un nuevo derecho que se opusiera a los que tradicionalmente se habían manejado, es decir, el derecho público y el privado, precisamente para proteger a los débiles y a los trabajadores, ampliándolo además, a hijos abandonados, mujeres, huérfanos, al proletariado que requiere de tutela, a los campesinos que sufren con el problema de la tierra, en suma, a quienes teniendo un lugar en la sociedad, carecen de los medios necesarios para su propia defensa.

Las ideas del Nigromante se dieron en su cátedra parlamentaria, como diputado por el Estado de Sinaloa a contar del año 1852, habiendo logrado participar además, en la creación de las llamadas Leyes de Reforma en México, lo que pone en evidencia lo preclaro de su inteligencia.

En aquél entonces, el Derecho Social lo integraban el Derecho Familiar, para proteger hijos menores abandonados, huérfanos y viudas; el Derecho del Trabajo, para salvaguardar a los trabajadores y el Derecho Agrario, encargado de velar por los campesinos.

Al paso de los años, sólo algunos grandes pensadores han tratado de elevar de categoría al derecho social, entre ellos, el Maestro Alberto Trueba-Urbina, que en su obra Derecho Social Mexicano establece lo siguiente: El Derecho Social es Justicia Social que protege, tutela y reivindica a los que viven de su trabajo y a los económicamente débiles, mediante el cambio de las estructuras económicas y políticas. [2]

Los postulados del Nigromante se recogieron en la Constitución Mexicana de 1917 y posteriormente, en el Tratado de Versalles de 1919, por lo que con evidente rigor científico podemos asegurar que el término y los alcances de la expresión Derecho Social es mexicano por derecho propio, lo que viene a ser otra más de las aportaciones jurídicas de México al mundo.

Al tiempo, el derecho familiar reconoció lo que argüía El Nigromante y por ende, dejó de pertenecer al Derecho Social, pero se vio enriquecido con lo relativo a la Seguridad Social, la que debemos recordar nació hasta las leyes que al respecto dictara el Canciller Otto Von Bismarck a partir de 1883.

Ergo, las ramas que conforman al Derecho Social son: El Derecho del Trabajo; el Derecho de la Seguridad Social; y, el Derecho Agrario.

Ha habido quien pretende que el derecho ecológico, el derecho electoral y algunos otros tomen parte de esta disciplina, pero no lo estimamos procedente.

Lo que sí debe incorporarse como Derecho Social lo es lo relativo a la cuestión migratoria de personas que buscan hacer la vida, no de aquellos que se acogen a los términos del derecho internacional vigente, mediante los pasaportes y demás papelería legal, mas bien de aquellos maltratados por los hechos de la vida, que carecen en su patria de lo necesario para subsistir.

A esos, a los migrantes que carecen de lo elemental en su país de origen y en aquél que los recibe de manera forzada, el Derecho Social debe protegerlos. Hemos venido tratando de hacer valer una propuesta que es constitucionalmente posible, jurídicamente sin trabas y tecnológicamente aplicable, que permite brindar seguridad social a la totalidad de la población de un país y por qué no, del mundo entero.

Lo expuesto nos permite afirmar que el Derecho Social está vigente, es derecho positivo, finca sus raíces en el Derecho Natural, constituye una urgente necesidad a los gobiernos, principalmente a los de los países en vías de desarrollo, término eufemístico que ahora se usa para no llamarlos países del Tercer Mundo o subdesarrollados, a los que desafortunadamente pertenecen la mayoría de los que forman nuestra América Latina, tan castigada por los caciques.

Me gustaría también citar a esa gran personalidad que es Mafalda y su filosofía de la vida. En una de las tiras elaboradas por Joaquín Lavado, Quino, aparecen Mafalda y Susanita, diciendo ésta última: -Cuando crezca, quiero ser parte de la sociedad. Mafalda replica: -La sociedad somos todos-. Susanita, para los que la conocemos, sabemos que no habría de permanecer callada y dijo: A la sociedad con apellido- Apellido tenemos todos, aseveró Mafalda. Ya molesta y casi atrapada, Susanita espetó: A la sociedad con apellido que tiene el chirrión por el palito… A ver, dime que todos tenemos el chirrión por el palito, le dijo a Mafalda, la que debió permanecer callada, pues esa afirmación no tiene respuesta.

Ni tiene, ni debería haber sido afirmación válida nunca, pues se aparta de un recto proceder de los países del mundo, lo que debería llenarlos de vergüenza y oprobio.

Cada hermano nuestro pobre constituye una afrenta en los que de alguna manera, tenemos voz para expresar las quejas de los que no tienen ni derechos, ni apellido ni el chirrión por el palito.

Por favor, ayude Usted a hacer germinar en mentes frescas, el Derecho Social.

Todo aquél que pertenece a un país, por el sólo hecho de ser un ser humano, debe tener acceso a ciertos satisfactores, entre ellos, a los que tutela el Derecho Social.

Si queremos un mundo globalizado que trate a sus moradores como personas, como seres humanos, debemos pugnar por que se respeten sus derechos humanos. Menos que eso, implica seguir ofendiendo a la gente y por consecuencia, quiere decir que habrán de seguirse fraguando los movimientos sociales que muchas veces sólo requieren de un líder para detonar.

Los líderes que se necesitan, ya están preparándose, tanto en la propia vida como en nuestras universidades. Y van de prisa, como lo exigen los tiempos actuales. No se vislumbra demora alguna que refrene la realidad.

Lo que se ve a la distancia, en el futuro, es un Derecho Social fuerte, vigoroso, con gobiernos comprometidos, con partidos políticos que velen por los intereses de la propia sociedad, con sindicatos con conciencia de clase, de gremio, palabra que ha mutado su sentido original por el de asociación de obreros con fines comunes, ya no sólo unión de artesanos, como lo fue hasta antes de la Revolución Industrial, con una sociedad dispuesta a asumir su compromiso, vamos, con una población imbuida de su propio valer y por tanto, dispuesta a defender sus derechos.

Ojalá logre interesarlo. Siempre trataré de estar dispuesto a atenderlo.

Vale la pena.

Me gustaría conocer su opinión.


José Manuel Gómez Porchini.

Mexicano; Maestro en Derecho Constitucional y Amparo por la U.A.T.; Socio del Colegio de Abogados de Monterrey, A.C.; Miembro de Número de la Academia Mexicana de Derecho del Trabajo y de la Previsión Social; Catedrático de posgrado en las Universidades Autónomas de Tamaulipas y Guerrero y en la Universidad del Valle de México. A nivel profesional en la Universidad Metropolitana de Monterrey y en el Campus Cumbres de la Universidad Valle de México.

Comentarios: jmgomezporchini@gmail.com

[1] http://www.congresosinaloa.gob.mx/murodehonor2/igancio_ramirez.htm
[2] TRUEBA-URBINA ALBERTO. derecho Social Mexicano. Editorial Porrúa. México 1978. pág. XIX, 105 y demás.